Falle­ció Rober­to Roca­fort, lucha­dor vas­co con­tra los cri­me­nes del franquismo

Ahaz­tuak 1936 – 1977

Rober­to Roca­fort Lozano, lucha­dor incan­sa­ble con­tra los crí­me­nes del fran­quis­mo, falle­ció en Iru­ña a los 79 años de edad. Se cele­bra­ró una des­pe­di­da en el Patio de los Gigan­tes de Pam­plo­na (calle Des­cal­zos, 72) en su memo­ria y homenaje.

TESTIMONIO DE ROBERTO ROCAFORT

Yo ven­go a con­ta­ros la his­to­ria de un ase­si­na­to. Se lla­ma­ba Javier Roca­fort Apes­te­guía. Tenía 28 años, mujer y dos hijos de cua­tro y dos años. His­to­rias como esta se repi­tie­ron a cien­tos por toda Nava­rra. Unos días des­pués del alza­mien­to mili­tar, lo lle­va­ron pre­so por el úni­co deli­to de per­te­ne­cer a Izquier­da Repu­bli­ca­na. Tras 10 meses de duro cau­ti­ve­rio, lo mataron.

En tan infaus­tos días mi madre se vie­ne a Pam­plo­na con el fin de aten­der a su mari­do y de encon­trar un tra­ba­jo para poder subsistir.

Mi madre no paró de hacer ges­tio­nes para evi­tar lo peor para mi padre. Los mili­ta­res le dije­ron que sería muy con­ve­nien­te con­se­guir cer­ti­fi­ca­dos de bue­na con­duc­ta. Los pide y con­si­gue los suso­di­chos cer­ti­fi­ca­dos de diver­sas auto­ri­da­des de San­güe­sa. Por lo vis­to –y por lo que suce­dió- el efec­to que pro­du­cían era el con­tra­rio. Al día siguien­te, ase­si­na­ron a mi padre. Ni siquie­ra tuvie­ron la decen­cia y la míni­ma huma­ni­dad de comu­ni­cár­se­lo a mi madre.

Mi madre se ente­ra del día que lo matan a tra­vés de un cons­truc­tor de San­güe­sa, que tra­ba­ja­ba en Pam­plo­na y que iba jac­tán­do­se por el pue­blo de su “haza­ña”. “Domi, no vayas a ver a tu mari­do que ya lo han mata­do; que han mata­do a los tres de San­güe­sa (Roca­fort, Morio­nes y Man­ga­do) en el mon­te San Cris­tó­bal”, le dijo.

De cómo se ente­ró su hija quién era su padre. Una anéc­do­ta curio­sa que me pasó fue la siguien­te. Un día, en un semá­fo­ro me encon­tré con una mujer de San­güe­sa y me pre­gun­tó que a ver cómo esta­ban mis padres. Yo le con­tes­té: “pues, mira, mi madre ya ha muer­to y mi padre fue ase­si­na­do en 1937 por tu padre”. Se que­dó sin habla. Y le aña­dí: “me has pre­gun­ta­do y me has obli­ga­do a con­tes­tar­te; y esto que te digo lo sabe todo Sangüesa”.

Aque­llos viles ase­si­na­tos han que­da­do impu­nes. Sin jus­ti­cia. Ni uno sólo de los ase­si­nos nava­rros fue juz­ga­do ni con­de­na­do. Los fami­lia­res sólo que­re­mos jus­ti­cia y que se conoz­ca la verdad.

Javier, mi padre, escri­bió varias car­tas a su mujer Domi­ni­ca Lozano, des­de su encie­rro en el fuer­te de San Cris­tó­bal. Están fecha­das entre fina­les de julio de 1936 y el 6 de abril de 1937. En esta corres­pon­den­cia tra­ta de tran­qui­li­zar a su fami­lia. Y, a pesar de las duras con­di­cio­nes en las que se encon­tra­ban los pre­sos, jamás apa­re­ce una que­ja que pudie­ra inquie­tar­les. Sólo cari­ño y con­fian­za para su mujer y para sus dos peque­ños hijos, María Ánge­les y Roberto.

Las car­tas: “Me recuer­do mucho de los chi­cos. Por mí, estad muy tran­qui­los, por­que estoy bien. Y como yo nada he hecho, a mí nada me harán, me toma­ron decla­ra­ción y como es natu­ral no me pro­ce­sa­ron por­que no han encon­tra­do ni señal de cau­sa, por lo tan­to estoy muy tranquilo…

El jue­ves te mar­chas­te un poco preo­cu­pa­da, por­que te pare­ció que yo esta­ba más del­ga­do. Pues he de decir­te que estoy como siem­pre, muy bien. Sólo que como no sabía que ibas a venir no me afei­té y la bar­ba des­fi­gu­ra mucho. Ya te decía en la car­ta ante­rior que no vinie­ras, por­que en pri­mer lugar hace mucho frío y a mí me da pena que lo pases mal por ver­me, pues yo te escri­bi­ré todas las sema­nas. No ten­gas nin­gu­na pena por mí que esta­mos bien. Yo lo que quie­ro es que tú te encuen­tres fuer­te y sere­na para las cosas. Yo sabien­do que estáis bien ya no ten­go penas…

Domi, cuí­da­te mucho, a ver si te encuen­tro bien lo mis­mo que esta­bas antes, pues me lle­va­ría un dis­gus­to si te encon­tra­ra des­me­jo­ra­da. Aun­que ya me figu­ro que tra­ba­jan­do tan­to como lo que tú tra­ba­jas no se pue­de estar bien. Domi, me pare­ce que voy a ser tan feliz cuan­do nos jun­te­mos con nues­tros hijos como nun­ca. Pues, crée­me, que todo lo que tú haces por noso­tros, si ten­go salud, pien­so com­pen­sár­te­lo con cre­ces. Con nada mate­rial se te pue­de pagar, sino moral­men­te, como ya sabes que lo haré…

Tú aho­ra que tie­nes más gas­tos no te preo­cu­pes por mí. Y tú y los chi­cos cui­da­ros todo lo mejor posi­ble, pues ya sé que tú te qui­ta­rás de lo tuyo para que a los hijos y a mí no nos fal­te nada. Así como yo no te podré pagar nun­ca lo que haces por mí aun­que viva cien años. Lo mis­mo harán los hijos cuan­do sean mayo­res. Bien les haré reco­no­cer lo mucho que tú te sacri­fi­cas por ellos, pues ya me dijo madre que están los dos muy gor­dos y muy majos. Esto es lo que más me tran­qui­li­za a mí, por­que así com­pren­do que no se les cono­ce la fal­ta de su padre, y así no sufro por ellos, sólo por ti.

Por eso, te repi­to en todas las car­tas que ya ten­dré tiem­po si hay salud, para com­pen­sár­te­lo todo con cre­ces y algo más que no se paga con nin­gún dine­ro y no quie­ro hablar­te más de esto por­que ya te diré algo, el día que nos jun­te­mos para siempre.

Le dices a María Ánge­les que le lle­va­ré una muñe­ca y a Rober­to un caballo”.

Pero la muñe­ca y el caba­llo no lle­ga­ron nun­ca por­que lo mata­ron el mis­mo día que escri­bió esta carta.

A tra­vés de estas car­tas que os he leí­do, he cono­ci­do a mi padre, y hoy le man­do estas líneas.

“Todo San­güe­sa ima­gi­nó que Javier había teni­do un hijo la maña­na que pasas­te por el pue­blo tocan­do el cla­xon de tu moto. Que­ri­do Papá, soy Rober­to ese hijo que tan­to desea­bas. Duran­te dos años, sola­men­te dos años, te deja­ron jugar con­mi­go. No nos deja­ron estar más tiem­po jun­tos. El odio, la envi­dia, la ambi­ción y la locu­ra, se apo­de­ra­ron de Espa­ña, en espe­cial de tu que­ri­da Nava­rra, de tu pue­blo; pri­me­ro cár­cel, diez meses de cár­cel, sin jui­cio, sin moti­vo alguno. Des­pués el ase­si­na­to a san­gre fría, segu­ra­men­te con una pis­to­la en una mano y un cru­ci­fi­jo en la otra. Pero quie­ro que sepas, que­ri­do papá, que estoy orgu­llo­so de ti, que pre­fie­ro mil veces que seas ase­si­na­do a que fue­ras ase­sino. Sola­men­te te conoz­co por las car­tas que envia­bas a mi madre des­de la cár­cel, pero son sufi­cien­tes para saber que eras un hom­bre de bien, que pen­sa­bas ser muy feliz con tu fami­lia el día que todo ter­mi­na­se, pero no te deja­ron, te qui­ta­ron la vida… ¡por nada!
Un abra­zo papá, un abra­zo gran­de, pro­fun­do. Me gus­ta­ría creer que un día te pudie­ra cono­cer, pero me nie­go a creer en el Dios de tus asesinos.

Adiós papá, adiós para siempre.

Tu hijo Roberto”.

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