Salir de la pesa­di­lla del euro- Alber­to Mon­te­ro Soler

I

Pasan los meses, se con­vier­ten en años y las posi­bi­li­da­des de que los paí­ses peri­fé­ri­cos de la Euro­zo­na superen esta cri­sis por una vía que no sea una solu­ción de rup­tu­ra se ale­jan cada vez más del horizonte.

Fren­te a quie­nes man­tie­nen que exis­ten vías de refor­ma capa­ces de enfren­tar la actual situa­ción de dete­rio­ro eco­nó­mi­co y social, la reali­dad se empe­ña en demos­trar que la via­bi­li­dad de esas pro­pues­tas requie­re de una con­di­ción pre­via inex­cu­sa­ble: la modi­fi­ca­ción radi­cal de la estruc­tu­ra ins­ti­tu­cio­nal, de las reglas de fun­cio­na­mien­to y de la línea ideo­ló­gi­ca que guía el fun­cio­na­mien­to de la Eurozona.

El pro­ble­ma de fon­do es que ese mar­co resul­ta fun­cio­nal y esen­cial para el pro­ce­so de acu­mu­la­ción del gran capi­tal euro­peo; pero, tam­bién, y es algo que debe­mos man­te­ner per­ma­nen­te­men­te pre­sen­te, para que Ale­ma­nia con­so­li­de tan­to su papel pro­ta­gó­ni­co en Euro­pa como al que aspi­ra en la nue­va geo­po­lí­ti­ca mul­ti­po­lar en cons­truc­ción. En este sen­ti­do, pue­den plan­tear­se al menos dos argu­men­tos bási­cos que refuer­zan la tesis de la nece­si­dad de la rup­tu­ra del mar­co res­tric­ti­vo impues­to por el euro si se desea abrir el aba­ni­co de posi­bi­li­da­des para optar a una sali­da de esta cri­sis que per­mi­ta una míni­ma posi­bi­li­dad eman­ci­pa­to­ria para el con­jun­to de los pue­blos europeos.

El pri­mer argu­men­to es que la solu­ción que se está impo­nien­do fren­te a esta cri­sis des­de las éli­tes domi­nan­tes a nivel euro­peo es, en sí mis­ma, una solu­ción de rup­tu­ra por su par­te y a su favor. Las polí­ti­cas de aus­te­ri­dad cons­ti­tu­yen la expre­sión pal­ma­ria de que esas éli­tes se encuen­tran en tal posi­ción de fuer­za con res­pec­to al mun­do del tra­ba­jo que pue­den per­mi­tir­se rom­per uni­la­te­ral y defi­ni­ti­va­men­te el pac­to implí­ci­to sobre el que se habían crea­do, cre­ci­do y man­te­ni­do los Esta­dos de bien­es­tar euro­peos. Esas éli­tes saben per­fec­ta­men­te que una cla­se tra­ba­ja­do­ra pre­ca­ri­za­da, des­ideo­lo­gi­za­da, des­es­truc­tu­ra­da y que ha per­di­do amplia­men­te su con­cien­cia de cla­se es una cla­se tra­ba­ja­do­ra inde­fen­sa y sin capa­ci­dad de resis­ten­cia real para pre­ser­var las estruc­tu­ras de bien­es­tar que la pro­te­gían de las incle­men­cias de la mer­can­ti­li­za­ción de los satis­fac­to­res de nece­si­da­des eco­nó­mi­cas y socia­les bási­cas. Las con­ce­sio­nes hechas duran­te el capi­ta­lis­mo for­dis­ta de pos­gue­rra están en tran­ce de ser rever­ti­das por­que, ade­más, en la pri­va­ti­za­ción de esas estruc­tu­ras de bien­es­tar exis­te un nicho de nego­cio capaz de faci­li­tar la recu­pe­ra­ción de la caí­da en la tasa de ganancia.

El segun­do argu­men­to es que no pue­de olvi­dar­se, como pare­ce que se hace, la natu­ra­le­za adqui­ri­da por el pro­yec­to de inte­gra­ción mone­ta­ria euro­peo des­de que se creó y comen­za­ron a actuar las diná­mi­cas eco­nó­mi­cas que el mis­mo pro­mo­vía a su inte­rior. El pro­ble­ma esen­cial es que la Euro­zo­na es un híbri­do que no avan­za en lo fede­ral, con y por todas las con­se­cuen­cias que ello ten­dría en mate­ria de cesión de sobe­ra­nía, y se man­tie­ne exclu­si­va­men­te en el terreno de lo mone­ta­rio por­que esa dimen­sión, jun­to a la liber­tad de movi­mien­tos de capi­ta­les y bie­nes y ser­vi­cios, bas­ta para con­fi­gu­rar un mer­ca­do de gran­des dimen­sio­nes que per­mi­te una mayor esca­la de repro­duc­ción de los capi­ta­les, que eli­mi­na los ries­gos de deva­lua­cio­nes mone­ta­rias com­pe­ti­ti­vas por par­te de los Esta­dos y que faci­li­ta la domi­na­ción de unos Esta­dos sobre otros sobre la base de la apa­ren­te neu­tra­li­dad que se le atri­bu­ye a los mercados.

Por lo tan­to, Euro­pa –y, con ella, su expre­sión de “inte­gra­ción” más avan­za­da que es el euro– se ha con­ver­ti­do en un pro­yec­to exclu­si­va­men­te eco­nó­mi­co pues­to al ser­vi­cio de la oli­gar­quías indus­tria­les y finan­cie­ras euro­peas con el agra­van­te de que, en el pro­ce­so, han coop­ta­do a la cla­se polí­ti­ca, tan­to nacio­nal como supra­na­cio­nal, secues­tran­do con ello los meca­nis­mos de inter­ven­ción polí­ti­ca sobre la diná­mi­ca eco­nó­mi­ca y res­trin­gien­do los már­ge­nes para cual­quier tipo de refor­ma que no actúe en su bene­fi­cio. En con­se­cuen­cia, este espa­cio difí­cil­men­te pue­de ser iden­ti­fi­ca­do y defen­di­do por las cla­ses popu­la­res euro­peas como la Euro­pa de los Ciu­da­da­nos a la que en algún momen­to aspi­ró la izquier­da.

II 

De hecho, exis­te una serie de ele­men­tos que expli­can por qué el euro haya sido, des­de la pers­pec­ti­va de los pue­blos euro­peos, un pro­yec­to falli­do des­de su mis­mo ini­cio: por un lado, tan­to las polí­ti­cas de ajus­te per­ma­nen­te que se arti­cu­la­ron duran­te el pro­ce­so de con­ver­gen­cia pre­vio a la intro­duc­ción del euro como las polí­ti­cas que se han man­te­ni­do des­de su entra­da en vigor han res­trin­gi­do las tasas de cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co con el con­se­cuen­te impac­to sobre la crea­ción de empleo; por otro lado, la ausen­cia de una estruc­tu­ra fis­cal de redis­tri­bu­ción de la ren­ta y la rique­za o de cual­quier meca­nis­mo de soli­da­ri­dad que real­men­te res­pon­da a ese prin­ci­pio ha difi­cul­ta­do la reduc­ción de los des­equi­li­brios de las con­di­cio­nes de bien­es­tar entre los ciu­da­da­nos de los Esta­dos miem­bros; y, final­men­te, tam­bién debe resal­tar­se que las asi­me­trías estruc­tu­ra­les exis­ten­tes entre las dis­tin­tas eco­no­mías al ini­cio del pro­yec­to se han ido agra­van­do duran­te estos años, refor­zan­do la estruc­tu­ra cen­tro-peri­fe­ria al inte­rior de la Euro­zo­na y apun­ta­lan­do la dimen­sión pro­duc­ti­va de la cri­sis actual.

Si a todo ello se le aña­de el que las polí­ti­cas enca­mi­na­das a sal­var el euro son polí­ti­cas diri­gi­das a pre­ser­var los intere­ses de la éli­te eco­nó­mi­ca euro­pea en con­tra del bien­es­tar de las cla­ses popu­la­res, la resul­tan­te es que se reafir­ma la idea del dis­tan­cia­mien­to ace­le­ra­do de la posi­bi­li­dad de iden­ti­fi­car a la Euro­zo­na con un pro­ce­so de inte­gra­ción que los pue­blos euro­peos pue­dan reco­no­cer como pro­pio y cons­trui­do a la medi­da de sus aspiraciones.

Pue­de con­cluir­se, enton­ces, que el euro –y entién­da­se­lo no sólo como una mone­da en sí mis­ma, sino como todo un sis­te­ma ins­ti­tu­cio­nal y una diná­mi­ca fun­cio­nal pues­ta al ser­vi­cio de la repro­duc­ción amplia­da del capi­tal a esca­la euro­pea– es la sín­te­sis más cru­da y aca­ba­da del capi­ta­lis­mo neo­li­be­ral. Un tipo de capi­ta­lis­mo que se desa­rro­lla en el mar­co de un mer­ca­do úni­co domi­na­do por el impe­ra­ti­vo de la com­pe­ti­ti­vi­dad y en el que, ade­más, se ha pro­du­ci­do un vacia­do de las sobe­ra­nías nacio­na­les –y no diga­mos de las popu­la­res – , en bene­fi­cio de una tec­no­cra­cia que actúa polí­ti­ca­men­te a favor de las éli­tes euro­peas y en menos­ca­bo de las con­di­cio­nes de bien­es­tar de las cla­ses populares.

Y si coin­ci­di­mos en que para éstas últi­mas la crea­ción del euro se tra­ta de un pro­yec­to falli­do, la cues­tión que inme­dia­ta­men­te se plan­tea es qué pue­den hacer, al menos las de los paí­ses peri­fé­ri­cos sobre los que está reca­yen­do con mayor inten­si­dad el peso del ajus­te, fren­te a un futu­ro tan poco espe­ran­za­dor y en el que las opcio­nes de refor­ma en un sen­ti­do soli­da­rio se van blo­quean­do con can­da­dos cada vez más férreos. La res­pues­ta a esta cues­tión va a depen­der de cuál sea la con­cep­ción que se ten­ga de la cri­sis actual, de las diná­mi­cas que la man­tie­nen acti­va y de las pers­pec­ti­vas de evo­lu­ción de las rela­cio­nes polí­ti­cas y eco­nó­mi­cas al inte­rior de la Euro­zo­na que pudie­ran rever­tir la situa­ción actual o, en sen­ti­do con­tra­rio, consolidarla.

III 

A mi modo de ver, la cri­sis pre­sen­ta en estos momen­tos dos dimen­sio­nes difí­cil­men­te recon­ci­lia­bles y que faci­li­tan la con­so­li­da­ción del sta­tus quo actual.

La pri­me­ra dimen­sión es finan­cie­ra y se cen­tra en el pro­ble­ma del endeu­da­mien­to gene­ra­li­za­do que, en el caso de la mayor par­te de los paí­ses peri­fé­ri­cos, se ini­ció como un pro­ble­ma de deu­da pri­va­da y se con­vir­tió en uno de deu­da públi­ca cuan­do se res­ca­tó –y, por tan­to, se socia­li­zó– la deu­da del sis­te­ma finan­cie­ro. Los nive­les que ha alcan­za­do el endeu­da­mien­to, tan­to pri­va­do como públi­co, son tan ele­va­dos que es impo­si­ble que esa deu­da pue­da reem­bol­sar­se com­ple­ta, y eso es algo de lo que se debe ser ple­na­men­te cons­cien­te por sus con­se­cuen­cias prác­ti­cas. De eso, y del hecho de que, pri­va­dos de mone­da nacio­nal y con unas tasas de cre­ci­mien­to del ratio deuda/​PIB muy supe­rio­res a las de la tasa de cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co, la car­ga de la deu­da se hace insos­te­ni­ble y se con­vier­te en una bom­ba de relo­je­ría que en algún momen­to esta­lla­rá sin remedio.

La segun­da dimen­sión es real y se con­cre­ta en las dife­ren­cias de com­pe­ti­ti­vi­dad entre las eco­no­mías cen­tra­les y las eco­no­mías peri­fé­ri­cas. Esas dife­ren­cias se encuen­tran, entre otros fac­to­res, en el ori­gen de la cri­sis y el pro­ble­ma de fon­do es que no sólo no están dis­mi­nu­yen­do sino que se están amplian­do. Es más, la lec­tu­ra de la reduc­ción de los des­equi­li­brios exter­nos de las eco­no­mías peri­fé­ri­cas al inte­rior de la Euro­zo­na como un sín­to­ma de que esta­mos en trán­si­to de supera­ción de la cri­sis es mani­fies­ta­men­te per­ver­sa por­que des­con­si­de­ra la tre­men­da reper­cu­sión del estan­ca­mien­to eco­nó­mi­co sobre las importaciones.

El víncu­lo de cone­xión entre ambas dimen­sio­nes de la cri­sis lo cons­ti­tu­ye la posi­ción domi­nan­te alcan­za­da por los paí­ses cen­tra­les fren­te a los peri­fé­ri­cos y, en con­cre­to, la posi­ción alcan­za­da por Ale­ma­nia en el con­jun­to de la Euro­zo­na, no sólo rele­van­te por su peso eco­nó­mi­co sino tam­bién por su con­trol polí­ti­co de las diná­mi­cas de recon­fi­gu­ra­ción de la Euro­zo­na que se están desa­rro­llan­do con la excu­sa de ser solu­cio­nes fren­te a la cri­sis pero que actúan, de hecho, refor­zan­do su hegemonía.

Si a ello se le aña­den las pecu­lia­ri­da­des de su estruc­tu­ra pro­duc­ti­va, carac­te­ri­za­da por la debi­li­dad cró­ni­ca de su deman­da inter­na –y, por tan­to, por la exis­ten­cia recu­rren­te de exce­so de aho­rro nacio­nal– y la poten­cia de su deman­da exter­na –fun­da­men­to de sus supe­rá­vits comer­cia­les con­ti­nuos – , com­pro­ba­re­mos cómo lo que pare­cía un círcu­lo vir­tuo­so de cre­ci­mien­to para toda la Euro­zo­na se ha aca­ba­do con­vir­tien­do en un yugo sobre las eco­no­mías peri­fé­ri­cas, prin­ci­pal des­tino de los flu­jos finan­cie­ros a tra­vés de los que Ale­ma­nia ren­ta­bi­li­za­ba sus exce­den­tes de aho­rro interno y comer­cia­les reci­clán­do­los en for­ma de deu­da exter­na que colo­ca­ba en dichas economías.

De esa for­ma, Ale­ma­nia ha recon­ver­ti­do su posi­ción acree­do­ra en una posi­ción de domi­na­ción cua­si hege­mó­ni­ca que le per­mi­te impo­ner las polí­ti­cas nece­sa­rias a sus intere­ses. Esto impli­ca, en la prác­ti­ca, que cual­quier solu­ción de natu­ra­le­za coope­ra­ti­va para resol­ver la cri­sis es auto­má­ti­ca­men­te recha­za­da mien­tras que se refuer­zan, por el con­tra­rio, los plan­tea­mien­tos de natu­ra­le­za com­pe­ti­ti­va entre eco­no­mías cuyas des­igual­da­des en tér­mi­nos de com­pe­ti­ti­vi­dad ya se han demos­tra­do insos­te­ni­bles en un mar­co tan disí­mil y asi­mé­tri­co como el de la Eurozona.

Y, así, resul­ta tan trá­gi­co como deso­la­dor asis­tir a la aquies­cen­cia con la que los gobier­nos de la Euro­zo­na peri­fé­ri­ca asu­men y apli­can polí­ti­cas que están agra­van­do las dife­ren­cias estruc­tu­ra­les pre­exis­ten­tes y que, por lo tan­to, no hacen sino acen­tuar las dife­ren­cias en tér­mi­nos pro­duc­ti­vos y de bien­es­tar entre el cen­tro y la peri­fe­ria sin que pue­da exis­tir nin­gún viso de solu­ción a tra­vés de las mis­mas: los pro­ce­sos de defla­ción inter­na no sólo mer­man la capa­ci­dad adqui­si­ti­va de las cla­ses popu­la­res sino que, ade­más, ele­van la car­ga real de la deu­da a nivel interno tan­to de la deu­da pri­va­da (por la vía de la defla­ción sala­rial) como de la deu­da públi­ca (por el dife­ren­cial entre las tasas de cre­ci­mien­to del pro­duc­to inte­rior bru­to y de la deu­da públi­ca), con el agra­van­te aña­di­do de que cual­quier apre­cia­ción del tipo de cam­bio del euro se tra­du­ce en una ero­sión de las ganan­cias de com­pe­ti­ti­vi­dad espu­rias con­se­gui­das por la vía de la defla­ción sala­rial. Se tra­ta, por tan­to, de un camino hacia el abis­mo del subdesarrollo.

Es por ello por lo que, si no se pro­du­cen cam­bios estruc­tu­ra­les radi­ca­les (que pasan todos ellos por meca­nis­mos de trans­fe­ren­cias fis­ca­les redis­tri­bu­ti­vas), la Euro­zo­na se con­so­li­da­rá como un espa­cio asi­mé­tri­co de acu­mu­la­ción de capi­ta­les en el que las eco­no­mías peri­fé­ri­cas se verán con­de­na­das a des­en­vol­ver­se en algu­na de las solu­cio­nes de equi­li­brio sin cre­ci­mien­to posi­bles, por uti­li­zar un eufe­mis­mo eco­no­mi­cis­ta, o, en el peor de los casos, aqué­lla aca­ba­rá sal­tan­do par­cial o total­men­te por los aires.

El pro­ble­ma es que esas refor­mas radi­ca­les no sólo no apa­re­cen en la agen­da euro­pea, sino que son sis­te­má­ti­ca­men­te veta­das por Ale­ma­nia. De hecho, creo que es fácil­men­te cons­ta­ta­ble cómo en estos momen­tos, en el seno de la Euro­zo­na, exis­ten ten­sio­nes entre los intere­ses de las éli­tes eco­nó­mi­cas y finan­cie­ras euro­peas y los de las cla­ses popu­la­res del con­jun­to de la Euro­zo­na, más inten­sas en el caso de las de los Esta­dos peri­fé­ri­cos; entre los intere­ses de Ale­ma­nia y otros Esta­dos del cen­tro y los de los Esta­dos de la peri­fe­ria; y entre las pro­pues­tas de solu­ción de la cri­sis impues­tas por dichas éli­tes y Esta­dos y la lógi­ca eco­nó­mi­ca más ele­men­tal, la que que­da expre­sa­da en las prin­ci­pa­les iden­ti­da­des macro­eco­nó­mi­cas que reco­gen las inter­re­la­cio­nes entre los balan­ces de los sec­to­res pri­va­do, públi­co y externo de las eco­no­mías de la Euro­zo­na. Todas esas ten­sio­nes, debi­da­men­te ges­tio­na­das por quie­nes deten­tan el poder en los dife­ren­tes ámbi­tos de expre­sión del mis­mo, son fun­cio­na­les a la con­so­li­da­ción de una Euro­zo­na asi­mé­tri­ca, en el sen­ti­do ya seña­la­do, y domi­na­da por Alemania.

IV 

Pero, ade­más, esas ten­sio­nes cie­gan la posi­bi­li­dad de una sali­da a la cri­sis para las cla­ses popu­la­res que no sea de rup­tu­ra, tal y como se apun­tó al ini­cio de este tex­to. El pro­ble­ma se pre­sen­ta cuan­do quie­nes úni­ca­men­te están plan­tean­do esa posi­bi­li­dad de rup­tu­ra uni­la­te­ral, de sali­da del euro, son los par­ti­dos nacio­na­lis­tas de extre­ma dere­cha, apro­pián­do­se de un sen­ti­mien­to de insa­tis­fac­ción popu­lar cre­cien­te con­tra el euro, fren­te a una izquier­da que sigue invo­can­do la opción por unas refor­mas que con­fron­tan direc­ta­men­te con los intere­ses de quie­nes han pues­to a su ser­vi­cio las poten­cia­li­da­des de domi­na­ción impe­rial por la vía eco­nó­mi­ca que faci­li­ta el euro. Des­de ese pun­to de vis­ta, sería opor­tuno dejar de visua­li­zar al euro mera­men­te como una mone­da y pasar a asi­mi­lar­lo a un arma de des­truc­ción masi­va que está des­tru­yen­do no sólo el bien­es­tar de los pue­blos euro­peos sino, tam­bién, el sen­ti­mien­to euro­peís­ta basa­do en la fra­ter­ni­dad entre esos pue­blos que tan­to tra­ba­jo cos­tó construir.

El pro­ble­ma de cre­di­bi­li­dad se agra­va para la izquier­da cuan­do, para pro­mo­ver las refor­mas nece­sa­rias, se ape­la a la acti­va­ción de un suje­to, la “cla­se tra­ba­ja­do­ra euro­pea”, que actúe como van­guar­dia en la trans­for­ma­ción de la natu­ra­le­za de la Euro­zo­na. Y es que la situa­ción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra en Euro­pa nun­ca se ha encon­tra­do más dete­rio­ra­da en lo que a con­cien­cia e iden­ti­dad de cla­se se refie­re, sin que ello mer­me un ápi­ce el hecho incon­tes­ta­ble de que la rela­ción sala­rial sigue sien­do la pie­dra de toque esen­cial del sis­te­ma capi­ta­lis­ta. Como escri­bía recien­te­men­te Ulh­rich Beck, vivi­mos la tra­ge­dia de estar en momen­tos revo­lu­cio­na­rios sin revo­lu­ción y sin suje­to revo­lu­cio­na­rio. Ahí es nada.

En todo caso, el hori­zon­te se cla­ri­fi­ca­ría si la izquier­da fue­ra capaz de dar una res­pues­ta creí­ble a una cues­tión que se nie­ga a con­si­de­rar y que, sin embar­go, pue­de mani­fes­tar­se más pron­to que tar­de en el esce­na­rio euro­peo y, con­cre­ta­men­te, en Gre­cia: ¿qué podría hacer un gobierno de izquier­das que alcan­za­ra el poder en un úni­co país de la peri­fe­ria? ¿Debe­ría espe­rar a que estu­vie­ran dadas las con­di­cio­nes obje­ti­vas en el res­to de la Euro­zo­na para pro­ce­der a su refor­ma, sien­do cons­cien­tes que eso exi­ge el voto uná­ni­me de 27 Esta­dos, o debe­ría apro­ve­char la ven­ta­na de opor­tu­ni­dad que la his­to­ria le ha per­mi­ti­do abrir y pro­mo­ver la sali­da de ese Esta­do del euro?

Evi­den­te­men­te, la res­pues­ta no es fácil pero tam­po­co cabe hacer­se tram­pas al soli­ta­rio. Para ello es nece­sa­rio reco­no­cer de par­ti­da que, en el mar­co del euro, no hay mar­gen alguno para polí­ti­cas real­men­te trans­for­ma­do­ras que actúen en bene­fi­cio de las cla­ses popu­la­res. Es más, me atre­ve­ría a afir­mar que en ese mar­co no hay mar­gen alguno para la polí­ti­ca por­que ésta ha sido secues­tra­da por el tipo de ins­ti­tu­cio­na­li­dad desa­rro­lla­da para dar car­ta de natu­ra­le­za a una mone­da que care­ce detrás de cual­quier tipo de pro­yec­to de cons­truc­ción de una comu­ni­dad polí­ti­ca inte­gra­do­ra de los pue­blos de Euro­pa. Es por ello que resul­ta un con­tra­sen­ti­do recla­mar pro­ce­sos cons­ti­tu­yen­tes cuan­do la con­di­ción de posi­bi­li­dad pre­via para que ese pro­ce­so pue­da rea­li­zar­se con ple­ni­tud es la rup­tu­ra con el mar­co ins­ti­tu­cio­nal, polí­ti­co, eco­nó­mi­co y legal que impo­ne el euro. Una comu­ni­dad sólo pue­de refun­dar­se a tra­vés de un pro­ce­so cons­ti­tu­yen­te si lo hace sin res­tric­cio­nes de par­ti­da pre­vias, impues­tas des­de fue­ra y que actúan, para más inri, en detri­men­to de los intere­ses de las mis­mas cla­ses popu­la­res que recla­man ese pro­ce­so constituyente.

O, por decir­lo en otros tér­mi­nos, la rup­tu­ra con el euro no es con­di­ción sufi­cien­te pero sí nece­sa­ria para cual­quier pro­yec­to de trans­for­ma­ción social eman­ci­pa­to­rio al que pue­da aspi­rar la izquier­da. Por lo tan­to, rei­vin­di­car la revo­lu­ción en abs­trac­to y, simul­tá­nea­men­te, tra­tar de pre­ser­var la mone­da euro­pea y las ins­ti­tu­cio­nes y polí­ti­cas que le son con­sus­tan­cia­les en esta Euro­pa del Capi­tal has­ta que se den las con­di­cio­nes euro­peas para su refor­ma, cons­ti­tu­ye una con­tra­dic­ción en los tér­mi­nos que res­ta cre­di­bi­li­dad ante unas cla­ses popu­la­res que pare­cen haber iden­ti­fi­ca­do al enemi­go con mayor cla­ri­dad que los diri­gen­tes de la izquierda.

Es por ello que has­ta que esa con­tra­dic­ción no sea asu­mi­da y supe­ra­da y los dis­cur­sos polí­ti­cos y eco­nó­mi­cos sean ambos de rup­tu­ra y corran en para­le­lo; has­ta que la sali­da del euro sea per­ci­bi­da no sólo como un pro­ble­ma, sino tam­bién como par­te de la solu­ción a la situa­ción depen­dien­te de las eco­no­mías peri­fé­ri­cas al abril el hori­zon­te de posi­bi­li­da­des para recom­po­ner­se como eco­no­mías y bus­car su sen­da de desa­rro­llo en la pro­duc­ción y pro­vi­sión de bien­es­tar de una for­ma más auto­cen­tra­da y menos depen­dien­te de su inser­ción en la eco­no­mía mun­dial; has­ta que deje de ate­na­zar­nos el mie­do a rom­per las cade­nas del euro por care­cer de cer­te­zas abso­lu­tas sobre cómo podría ser la vida fue­ra del mis­mo, de la mis­ma for­ma que ate­na­za­ba a quie­nes se nega­ban a rom­per con el patrón oro tras la Gran Depre­sión de los años trein­ta del siglo pasa­do; has­ta que todo eso no ocu­rra sólo me que­da pro­nos­ti­car, con pesar, un lar­go perio­do de sufri­mien­to social y eco­nó­mi­co para los pue­blos y tra­ba­ja­do­res de la peri­fe­ria europea.

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