Un holo­caus­to sin memo­rial- Anto­nio Alvarez-Solis

Antes de irme defi­ni­ti­va­men­te, he deci­di­do, Sr. Rajoy, enviar­le esta car­ta como espa­ñol que afor­tu­na­da­men­te pron­to deja­rá de ser­lo. Supon­go que usted la arro­ja­rá de sí, como sue­le con todo lo que le estor­ba; pero no pue­do par­tir sin dejar en el umbral de su casa algu­nas refle­xio­nes que al menos sir­van para con­tra­po­ner a su labor de exter­mi­nio ciu­da­dano una serie de ver­da­des, como creo.

Sr. Rajoy, hay muchas for­mas de holo­caus­to. De esta pala­bra se apo­de­ró el sio­nis­mo para cimen­tar el muro mile­na­rio de sus intere­ses, que hoy vuel­ven a deci­dir el mun­do sobre los hue­sos de cien­tos de miles de hon­ra­dos judíos vil­men­te exter­mi­na­dos. Pero hay muchos otros holo­caus­tos que no que­dan seña­la­dos con signo que en su día sir­va para recor­dar la tor­tu­ra de los aca­ba­dos en los cam­pos de con­cen­tra­ción en que diri­gen­tes como usted van reu­nien­do a millo­nes de tra­ba­ja­do­res a fin de sos­te­ner con su sufri­mien­to el gran edi­fi­cio fas­cis­ta. Como pre­ten­dió otro ale­mán inol­vi­da­ble, se tra­ta de alcan­zar la Euro­pa de los mil años. Usted es el grup­pen­füh­rer encar­ga­do de apor­tar a la ingen­te empre­sa el com­bus­ti­ble humano espa­ñol. Supon­go que, ele­va­do sobre el poder y el dine­ro de su entorno, usted no pen­sa­rá en todo ello cuan­do oye su misa en com­pa­ñía de esas seño­ras con man­ti­lla que van al Rocío para pedir a la Vir­gen ‑INEM de urgen­cia- que encuen­tre empleo para esos para­dos a los que uste­des han pri­va­do pre­via­men­te del trabajo.

Le digo todo esto por­que a mi edad ya no tie­ne uno dere­cho al mie­do que impar­ten uste­des en el Par­la­men­to con el mazo ini­cuo de sus leyes o admi­nis­tran sus poli­cías y jue­ces ‑aho­ra ya en camino de ser total­men­te suyos gra­cias al Sr. Gallar­dón, ese inven­tor de nor­mas para con­ver­tir en jus­to según la letra todo lo que es ver­da­de­ra­men­te injus­to según el espí­ri­tu, pues es ley injus­ta toda la que no pro­por­cio­na igual­dad y bien-.

Holo­caus­to: «Sacri­fi­cio espe­cial entre los israe­li­tas, en que se que­ma­ba toda la víc­ti­ma». ¿Y que hacen uste­des sino que­mar toda la víc­ti­ma, un día tras otro, para ali­men­tar el horno de un poder que care­ce ya de lími­tes mora­les? Nadie, Sr. Rajoy, grup­pen­füh­rer del ejér­ci­to envia­do a Espa­ña -¿no es así, Sr. Guin­dos?-, pue­de sos­te­ner que el sis­te­ma social y eco­nó­mi­co que todos los días duer­me a tan­tos ciu­da­da­nos entre los car­to­nes del aban­dono cons­ti­tu­ya algo irre­me­dia­ble y nece­sa­rio. Hay otros sis­te­mas, Sr. Rajoy, pero esos sis­te­mas exi­gen que la rique­za que nace del común sea retor­na­da a los pue­blos para ser­vir de semi­lla a la siguien­te cose­cha, mejo­ra­da y cre­ci­da. Usted sabe eso, por­que aun­que sus estu­dios solo le hayan ser­vi­do para poner­le a la vida el dia­rio cor­sé de las escri­tu­ras que tan­tos bene­fi­cios dejan en las ofi­ci­nas regis­tra­les ‑aho­ra mul­ti­pli­ca­dos gra­cias al Sr. Gallar­dón, que ha enri­que­ci­do aún más ese negocio‑, esos estu­dios con­te­nían algu­nas refe­ren­cias uni­ver­si­ta­rias a la rica varie­dad de los posi­bles idea­rios polí­ti­cos y socia­les. Esos idea­rios que, siem­pre hay que recor­dar­lo, tam­bién fue­ron aho­ga­dos en san­gre, des­de la pri­ma­cial que derra­ma­ron moder­na­men­te los már­ti­res de Chica­go a la que for­mó el gran río de las cons­tan­tes represiones.

Sr. Rajoy, es cri­mi­nal, solo moral­men­te cri­mi­nal por­que no está escri­to en el Códi­go, sacri­fi­car a unas gene­ra­cio­nes de ciu­da­da­nos a la ambi­ción siem­pre sedien­ta de los pode­ro­sos, que inclu­so han per­di­do aque­lla míni­ma ele­gan­cia con que nos con­du­cían en tiem­po de los abue­los des­de el duro sur­co al limi­ta­do esta­blo. Es doble­men­te cri­mi­nal ‑hay que gri­tár­se­lo así al Sr. Wert- con­ta­mi­nar la edu­ca­ción y jiba­ri­zar las cabe­zas de la juven­tud para vol­ver­las inca­pa­ces de res­pues­ta ante la vesa­nia de la tri­tu­ra­do­ra impe­ria­lis­ta y eco­nó­mi­ca de los opre­so­res y de los ricos. Es cri­mi­nal, dra­má­ti­ca­men­te cri­mi­nal, que los dere­chos socia­les sean des­tro­za­dos, has­ta en su míni­ma expre­sión, median­te la redac­ción urgen­te de un balan­ce pre­ten­di­da­men­te sal­va­dor que hacen aho­ra los finan­cie­ros que antes fal­si­fi­ca­ron el inmo­ral y ver­da­de­ro balan­ce. La san­gre del pue­blo, Sr. Rajoy, no debe mover, con dolor inmen­so, ese molino que está aca­ban­do con tan­tas cosas.

Sr. Rajoy, cuan­do la his­to­ria haya cal­ma­do la tor­men­ta, que será cuan­do uste­des y las gen­tes como uste­des hayan sido expul­sa­dos del poder, se hará paten­te todo el horror que ha sus­ci­ta­do la gober­na­ción de esta épo­ca. ¡Qué frial­dad en el aca­ba­mien­to físi­co y moral de tan­ta gen­te! ¡Qué inne­ce­sa­rio aca­ba­mien­to, ade­más, por no doble­gar el encar­ni­za­mien­to cri­mi­nal de los que han roba­do las ver­da­de­ras posi­bi­li­da­des del mun­do! Esa frial­dad es defen­di­da y aún ensal­za­da, para mayor agra­vio, con el ade­re­zo supues­ta­men­te heroi­co ‑el «hay que hacer lo que hay que hacer»- de la des­truc­ción de todas las reglas huma­nas de la con­vi­ven­cia, como si para vivir hubie­ra que inven­tar más muer­te. Acer­ca de esa for­ma de pro­ce­der la ciu­da­da­nía debe­rá pedir­les gran cuen­ta lle­ga­do el momen­to. Cuen­tas, por ejem­plo, sobre su sumi­sión a polí­ti­cas vene­no­sas para el común de los ciu­da­da­nos que, ins­tru­men­ta­das en el exte­rior, fue­ron apli­ca­das en pue­blos como el espa­ñol, siem­pre des­lum­bra­dos por la fan­fa­rria fas­cis­ta que con­vier­ten los esta­dos en cam­pos de tra­ba­jo for­za­do. Usted ha sabi­do siem­pre ‑y per­mí­ta­me que le dedi­que esta gene­ro­sa supo­si­ción del saber- que la pre­ten­di­da recu­pe­ra­ción de Espa­ña, con el mode­lo actual de socie­dad, resul­ta impen­sa­ble en un mun­do don­de tres gran­des poten­cias pue­den pro­du­cir todo lo que con­su­mi­ría ese mun­do en una épo­ca de ver­da­de­ro capi­ta­lis­mo bur­gués, esto es, dis­cre­ta­men­te nor­mal y con un comer­cio que bus­ca­se la expan­sión social, lo que tam­po­co está en los pro­pó­si­tos de esas mino­rías actua­les, cada vez más redu­ci­das y desin­te­re­sa­das en el bien común.

Lo que resul­ta tam­bién cri­mi­nal, moral­men­te cri­mi­nal, es que gobier­nos como el suyo ocul­ten esa inca­pa­ci­dad de crea­ción por su par­te y reduz­can la cau­sa del desas­tre a un puro des­equi­li­brio de las cuen­tas públi­cas pro­du­ci­do por erro­res en las sumas. Un des­equi­li­brio en todo caso acha­ca­ble, al pare­cer, al afán de gas­to de los ciu­da­da­nos sedu­ci­dos por los ban­cos. Ade­más, ¿quién des­equi­li­bró esas cuen­tas con polí­ti­cas de cre­ci­mien­to dis­pa­ra­ta­das? Usted pue­de pre­gun­tár­se­lo al Sr. Aznar, por ejem­plo, que con los pies sobre la mesa encen­dió un puro en irri­so­ria pos­tu­ra de pode­ro­so ante los amos.

Sr. Rajoy, la huma­ni­dad, que es eso que que­da fue­ra de su pro­gra­ma, tan bien cui­da­do por beli­ge­ran­tes con­tra las masas como el Sr. Mon­to­ro o seño­ras de la sec­ción feme­ni­na, como la Sra. Cos­pe­dal; repi­to, la huma­ni­dad nece­si­ta ante todo una ins­tau­ra­ción demo­crá­ti­ca para que la ciu­da­da­nía, aho­ra con­de­na­da a oír la misa polí­ti­ca que usted ofi­cia de espal­das en la Mon­cloa, se haga car­go de sí mis­ma y deci­da el des­tino de la rique­za que pro­du­ce, que evi­den­te­men­te no será para los ban­que­ros en cor­so, gen­te que debe­ría estar ya en los tribunales.

He cavi­la­do infi­ni­dad de veces que en el fon­do de su pos­tu­ra hay ese ren­cor con­tra la calle que todo espa­ñol enca­ra­ma­do a la repi­sa del poder pro­fe­sa a los espa­ño­les del común, a los que tie­ne por fuer­za auxi­liar para empu­jar­les su arti­lle­ría. Se tra­ta, cla­ro es, de una refle­xión que sur­ge de una lar­ga con­tem­pla­ción de la his­to­ria de Espa­ña, hecha con reta­zos de arro­gan­cia y jiro­nes de mie­do a la resu­rrec­ción de la car­ne pobre. Pero esto ya es otro tema, que corres­pon­de a la medi­ci­na. Aun­que no aca­bo de saber con algu­na cer­te­za si el reme­dio a la situa­ción es pro­pio de la polí­ti­ca o de la ciru­gía. Que cons­te que no hago elo­gio del terro­ris­mo, sino ensal­za­mien­to del quirófano.

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