Sal­van­do mi año 2012…- Vic­to­ria Aldu­na­te Morales

No fue un buen año, dolió más que otros. Muchas lo han con­fe­sa­do y sen­tí lo mis­mo. Algu­nas nos que­da­mos calla­das aun­que no pare­cie­ra, otras ensi­mis­ma­das, otras a la espe­ra… Pero el mun­do no se aca­bó, al menos toda­vía (aun­que conoz­co niñas que han que­ri­do que se aca­be por lo que le hace­mos a los ani­ma­les y a la tie­rra… y las acom­pa­ño en el querer…)…

Pero No se aca­bó toda­vía, y es más, mis ami­gas y muchas de las que amo, sal­va­ron mi año-fin de mun­do. Lo hicie­ron con un mon­tón de sana­ción. No todas las que qui­sie­ra ni todas las que amo… ‑por­que yo pido mucho, ese es uno de mis más impre­sen­ta­bles defec­tos, que son dema­sia­dos, de mujer desquiciada-…

Una me dio flo­res, otra ima­nes, otra exá­me­nes médi­cos gra­tis ‑que cues­tan re caros‑, algu­na, mone­das y varias: Si la pla­ta no alcan­za, la jun­ta­mos de algún modo para que te hagas lo que ten­gas que hacer­te en la clí­ni­ca o el cen­tro médi­co… Esto ‑hay que acla­rar- en dos paí­ses don­de la salud es un pri­vi­le­gio y una enfer­me­dad gra­ve vie­ne y te da bofe­ta­das de agre­sor en ple­na auto­no­mía. Enton­ces la auto­no­mía y el cuer­po se te van al cara­jo… Mi cuer­po, esta mara­vi­llo­sa mate­ria que me ha dado mon­to­nes de pla­cer, que ha pari­do cari­ños e ideas, esta­ba hecho un ovi­llo y me daba rabia. Rabia de esa que incen­dia las tri­pas. Ya no me para­ba fácil a hacer lo que he hecho siem­pre. Las pier­nas se me rebe­la­ban y me decían: ¡Ahí te que­das wevon­ci­ta! Y enton­ces pen­sa­ba: ¡Estoy enve­je­cien­do y nin­gu­na cre­ma pa las arru­gas me sal­va, ni cagando!…

Las rodi­llas me tiri­tan y due­len… “Es que a lo mejor te cues­ta pedir per­dón, por eso te due­len las rodi­llas”… Y yo para mí mis­ma: Sí, cres­ta, soy una tes­ta­ru­da y sober­bia. “Esa pin­tu­ra habla de ser trans­gre­di­da”. Y yo para mis aden­tros: Sí, ¡mil veces, mil no, millo­nes!… “Por qué aguan­tas”, me dijo… y yo le res­pon­dí con ojos de uva y sin pala­bras: “¡Te odio por pre­gun­tar­me eso, wevón misó­gino!”. Y lue­go, sola, me miro al espe­jo, ama­ri­lla como furia y me cas­ti­go más que un misó­gino, más que una hija ado­les­cen­te a su madre. Mucho más. Más que una anar­ca a una con­ser­va­do­ra, más que una tes­ti­ga de Jeho­vá a una les­bia­na con escán­da­lo… Mucho más. Y me digo: ”¡Ton­ta, reton­ta, pura pala­bre­ría, pura poe­sía polí­ti­ca tu dis­cur­so!”. Y me enfer­mo yo mis­ma como el peor de los cas­ti­gos de Dios… Y me con­fie­so con el terror de la hija de Fredy Krug­ger: ¡Mier­da, estoy envejeciendo!…

Y es loco el mun­do por­que ama­ri­lla enve­je­cien­do, estos gobier­nos, sus poli­cías de poca inte­lin­jen­sia y mon­ta, los varo­nes de las izquier­das y las diver­si­da­des, y las com­pa­ñe­ras con­no­ta­das, me siguen tra­tan­do como chi­qui­lla inge­nua a la que no paran de nin­gu­near; y por otro lado, algu­nas jóve­nes mara­vi­llo­sas siguen echán­do­me en cara que soy “con­no­ta­da” y “famo­si­lla” y que el femi­nis­mo requie­re “car­ne fres­ca” (que yo ya no soy)… Y de paso, yo, estú­pi­da fémi­na, pien­so en la car­ne fres­ca que enga­la­na­rá a las que he ama­do por­que yo ¡por la mis­ma cres­ta, estoy enve­je­cien­do y ya no estoy rica!… ¿No ve?

Así deam­bu­la­ban mis ton­tos pen­sa­mien­tos, de la vic­ti­mi­za­ción a la pose­sión satá­ni­ca y vice­ver­sa, mien­tras me enfer­ma­ba. Y ojea­ba libros y libros, artícu­los y más artícu­los sobre «deco­lo­nia­li­dad», «femi­nis­mos», «disi­den­cias», «revo­lu­cio­nes»… Por­que qué más hacer, que leer a exper­tas si no pue­des ni parar­te de enfer­ma… Pero no era todo. Que si hubie­se sido todo, no sería la que soy. Tam­bién leía “deco­lo­nia­li­dad” y pen­sa­ba en la Mashi. ¿Qué dirá ella si la entre­vis­ta­ron por mapu­che y femi­nis­ta para lue­go no escri­bir nada de lo que ella dijo?… Y pen­sa­ba en la Sha­ni y en la Yoya con sus cora­zo­nes femi­nis­tas que algu­na femi­nis­ta no qui­so entre­vis­tar por­que dijo que sólo eran mapu­che y no femi­nis­tas… Leía “femi­nis­mos” y pen­sa­ba en la Eri­ka cam­bian­do su vida des­de la médu­la. Leía “disi­den­cias” y “revo­lu­ción” y pen­sa­ba en la Ceci polo­lean­do con la Lore­to, en la Su opo­nién­do­se siem­pre a repre­sas cabro­nas, en la Isa toma­di­ta de la mano con su novia, en la Tati, silen­cio­sa y que, a veces, cuan­do habla, nos dice –me dice- ¡cuan­tos pares son tres mos­cas! Pen­sa­ba en la Ros cri­ti­can­do mis ejer­ci­cios de rei­na en los talle­res, espe­ran­do wawa y dicién­do­me ¡qué gua­pa, chi­ca!, pen­sa­ba en la Lenny can­tan­do y tocan­do sin tra­gar­se ni por un momen­to eso de que si las muje­res tocan músi­ca se les seca la leche (como dicen los india­nis­tas o indi­ge­nis­tas o izquier­dis­tas, o los machos que sean). Pen­sa­ba en la Rosy y la Elia­na abra­zan­do a las muje­res, pen­sa­ba en la Klle­je­ras, en las Luche­mos, en las Memos, en las Huel­gas, las Aca­cias, en mi mamá y mi hija, en la la Lore, en la inol­vi­da­ble María Isa­bel, la Tere­si­ta, la Ana, la Mar­ti­ka, la Mar­ta, la Susa­na, la Ber­na, la Ale, la Xime­na, la Mar­cia, la Gio­co, la Kin­tún, que pare­ce que poco mere­cen una ojea­da de las famo­si­llas –excep­to de mí, como diría una anar­co­fe­mi­nis­ta muy mala… De mí que tam­po­co soy de las más «con­no­ta­das» ‑por dema­sia­do resen­ti­da, izquier­dis­ta y todo eso- y estoy, algo así como en el piso inter­me­dio, tiro­neán­do­me paba­jo don­de gozo mejor ‑aun­que tam­bién gozo arri­ba, eso sí-..

El pun­to es, pen­sa­ba en ellas y ellas en mí y eso me sal­vó. Lo sé por­que me fue­ron a bus­car, me habla­ron, me lla­ma­ron, me escri­bie­ron, las soñé, me soña­ron. “¡Pa botar­te, se nece­si­ta mucho más que una enfer­me­dad!”, dijo la Clau­dia y ella sabe de catás­tro­fes en la vida. Gra­cias. “Na de gra­cias, estas cose­chan­do tu siem­bra”, dijo otra. La Ceci me dio su hom­bro pa llo­rar amo­res per­di­dos, la Celes­te me hizo recor­dar que hubo cosas re bue­nas tam­bién, la Lore­to me dio un glo­bo chino ana­ran­ja­do, para ele­var­lo una noche des­de un puen­te y soli­ci­tar­le a las dio­sas lo que yo qui­sie­ra… ¿Todo, todo? ¿Me lo dai fir­ma­do?… Sí, todo. Y me con­ven­cie­ron. Tan­to, todas, tan­to. Que empe­cé a ama­ne­cer con los ojos más lim­pios. Y sal­va­ron mi fin de año-aca­be de mundo…

Mi abue­la me diría: Miji­ta no can­te vic­to­ria tan lue­go, que la vida da vuel­tas, y ella con su sabia sos­pe­cha feme­ni­na (y sin dudar ni por un minu­to de que las muje­res exis­ten), sabía bien de vuel­tas de la vida. Pero no, si no can­to vic­to­ria, sólo agra­dez­co que sin pla­ta y con besos y abra­zos tera­péu­ti­cos, mis ami­gas me sana­ran al menos en este fin de año 2012 sin aca­be de mun­do… aún…

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