Anto­nio Cubi­llo: ´El hom­bre que inten­tó matar­me en Argel era un sim­ple mandado´

Antonio Cubillo. / josé luis gonzález

-¿Cómo reac­cio­nó usted ante la peti­ción de su sobrino Eduar­do Cubi­llo, autor de Cubi­llo, his­to­ria de un ase­si­na­to de Esta­do, de que con­ta­ra el atentado?

-No me sor­pren­dió, pues­to que estu­dia­ba Ima­gen. Le dije que le faci­li­ta­ría toda la docu­men­ta­ción que necesitara.

-Él cuen­ta que usted acep­tó de inme­dia­to ver­se cara a cara con el sica­rio que le dejó en silla de rue­das de dos cuchi­lla­das, Juan Anto­nio Alfonso…

-Insis­tió mucho en que que­ría hablar con­mi­go; según él, lo habían enga­ña­do y lle­va­ba años sin poder dor­mir. Vino a Tene­ri­fe ypu­se la con­di­ción de que le daría la mano si me reve­la­ba una serie de cosas que me intere­sa­ba saber.

-¿Qué cosas eran esas?

-Le dije: “Mira, antes de que murie­ra Houa­ri Bou­me­die­ne (expre­si­den­te de Arge­lia), a ti te iban a fusi­lar, por­que esta­bas con­de­na­do a muer­te, pero yo les dije a los ser­vi­cios secre­tos arge­li­nos que me intere­sa­ba que siguie­ras vivo para saber algu­nas cosas”. Por eso no lo fusi­la­ron, pero esta­ba en la lis­ta. Yo que­ría saber quién le había dado la male­ta de explo­si­vos, que fue la pri­me­ra opción para matar­me. Él me con­fir­mó que se la habían dado los ser­vi­cios secre­tos espa­ño­les. Que la idea era poner­la en mi coche y que él se había nega­do por­que yo iba con mi mujer y mis hijos. Ade­más, se dio cuen­ta de que yo no era un agen­te de la CIA, como le habían dicho. Fue enton­ces cuan­do, según él, Espi­no­sa (espía que estu­vo infil­tra­do en el Mpaiac y cum­plió cár­cel por el aten­ta­do) le ame­na­zó con que, si no lo hacía, les cor­ta­rían el cue­llo a él y a su familia.

-Juan Anto­nio Alfon­so ase­gu­ra que actuó solo, pero usted está con­ven­ci­do de que eran dos.

-Cla­ro que eran dos, José Luis Cor­tés, que iba con él, fue con­de­na­do a 20 años. Yo lle­gué allí y vi a dos hom­bres ves­ti­dos de negro y dije “bon­soir” (bue­nas tar­des, en fran­cés). Me con­tes­ta­ron con el mis­mo salu­do, me di la vuel­ta y me ata­ca­ron: pri­me­ro por delan­te, me abrie­ron la barri­ga, y des­pués, al caer­me, me die­ron una puña­la­da en la espi­na dor­sal y por eso estoy en una silla de rue­das. Caí por la esca­le­ra y la orden que tenían era de que me cor­ta­ran el cue­llo y me qui­ta­ran la car­te­ra y los docu­men­tos, para que pare­cie­ra obra de rate­ros. Enton­ces, apa­re­ció un vecino nues­tro, mon­sieur Okbi, que mide dos metros,y ellos salie­ron corrien­do. Él lla­mó por radio inme­dia­ta­men­te y vino la ambu­lan­cia. Me sal­vé por­que había un par­ti­do de fút­bol y no había tráfico.

-¿Esta­ba en coma cuan­do lle­gó al hospital?

-Lle­gué con un litro y medio de san­gre. Ten­go el gru­po A nega­ti­vo y como casi todos los bere­be­res son O nega­ti­vo, que es un tipo uni­ver­sal, me hicie­ron las trans­fu­sio­nes. Ade­más, había un cura que era sui­zo, el padre Blanc, que me dio dos litros de san­gre, des­pués le die­ron dos boca­di­llos y le saca­ron otro medio litro… Ten­go san­gre de cura.

-¿Había coin­ci­di­do con Juan Anto­nio Alfon­so algu­na vez des­pués del día del atentado?

-Sí, en Madrid, en 1990, cuan­do vino a decla­rar como tes­ti­go en el jui­cio con­tra José Luis Espi­no­sa. Lo con­de­na­ron a 20 años. Allí, el abo­ga­do de Alfon­so tam­bién me con­fe­só que que­ría dar­me la mano, por­que esta­ba muy arre­pen­ti­do. Enton­ces, no que­ría saber nada de él.

-¿Le guar­da rencor?

-No, no. Él fue un sim­ple man­da­do de Espi­no­sa y de Mar­tín Villa.

-¿No qui­so reu­nir­se conEspinosa?

-No, no, no, es un tipe­jo y yo con tipe­jos no quie­ro saber nada. Es un vul­gar mercenario.

-Su sobrino sos­tie­ne que usted era un ele­men­to incó­mo­do en la Gue­rra Fría, ¿por qué cree usted que qui­sie­ron matarle?

-Por­que en febre­ro de 1978, en Trí­po­li se deci­dió que iría a pre­sen­tar el caso de Cana­rias ante las Nacio­nes Uni­das. Yo había pre­sen­ta­do un memo­rán­dum que entre­gué en Arge­lia al Comi­té de Des­co­lo­ni­za­ción de la ONU. De las Nacio­nes Uni­das vinie­ron a hablar con­mi­go a Argel y me dije­ron que tenía que con­se­guir el apo­yo del gru­po afri­cano de los paí­ses inde­pen­dien­tes para abrir el pro­ce­so. Eso haría que se exi­gie­ra a Espa­ña un calen­da­rio de des­co­lo­ni­za­ción. Yo tenía que salir de Roma el 10 de abril con el pre­si­den­te de la OUA (Orga­ni­za­ción de Esta­dos Afri­ca­nos). Allí me hubie­ran espe­ra­do los ser­vi­cios secre­tos ale­ma­nes para ame­tra­llar­me, si el 5 no me hubie­sen acuchillado.

-¿Los ser­vi­cios secre­tos ale­ma­nes esta­ban impli­ca­dos, como afir­ma el perio­dis­ta Mel­chor Miralles?

-Gober­na­ban los con­ser­va­do­res en Ale­ma­nia y miran­do pape­les anti­guos sobre un espía lla­ma­do Wer­ner Mauss encon­tra­ron un tele­gra­ma de un agen­te suyo, un yugoes­la­vo, que decía: “El aten­ta­do será el día 5”, con todos mis datos. El Par­la­men­to ale­mán me citó a decla­rar. Mauss era el repre­sen­tan­te de la Agen­cia TUI y vola­ba cada sema­na a Cana­rias. Tenían intere­ses turís­ti­cos aquí y por eso envia­ron al yugoes­la­vo para infil­trar­se en el Mpaiac.

-¿Se olió el atentado?

-Los ser­vi­cios secre­tos arge­li­nos, con los que tenía muy bue­na rela­ción, por­que era un Gobierno revo­lu­cio­na­rio que apo­ya­ba los movi­mien­tos de libe­ra­ción, un año antes me vinie­ron a bus­car a media­no­che para lle­var­me a un pala­cio en las afue­ras de Argel. Me pusie­ron una guar­dia y me dije­ron que un coman­do envia­do por el capi­tán gene­ral Hie­rro, entre­na­do en Fuer­te­ven­tu­ra, venía para matar­me. Eran legio­na­rios espa­ño­les y dos hom­bres de la OAS (Orga­ni­za­ción del Ejér­ci­to Secre­to fran­cés). Lo sabían por­que tenían un poli­cía sobor­na­do en Madrid al que le paga­ban mucho dine­ro y que les dio el aviso.

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