Fuer­te San Cris­tó­bal: «Cuan­do me mue­ra decid que fui roja»

La noche que cum­plió los 100 años le hizo un qui­te al mie­do y ras­gó la mor­da­za de silen­cio que mar­có toda una vida nada fácil. Empe­zó a con­tar, como si fue­ran fogo­na­zos de memo­ria viva, el ase­si­na­to de su mari­do, For­tu­na­to Álva­rez Macua en 1936. «Que se pre­sen­te», dije­ron los fas­cis­tas. Ella fue a avi­sar­le, esta­ba segan­do en el cam­po. «Me van a matar», le dijo él a su padre. Los cam­pos que­da­ron sin segar, las espi­gas tum­ba­das y no había bra­zos, esta­ban en la cár­cel. Los saca­ron a barrer las calles, a bur­lar­se de ellos antes de matar­los. Des­pués se los lle­va­ron en un coche y de noche, con las manos ama­rra­das, un tiro de gra­cia en el por­ti­llo de Enériz y aban­do­na­dos en una fosa común. Encar­na no pudo empe­zar a res­pi­rar has­ta que salió del pue­blo, dejan­do allí a su hija de un año al cui­da­do de su sue­gra. Sufri­mien­to hon­do y pena negra.

Nava­rra que­dó sem­bra­da de fosas comu­nes, no vale con­tar núme­ros, por­que no son núme­ros las más de 3.500 per­so­nas ase­si­na­das con nom­bre y ape­lli­dos, que deja­ron viu­das, viu­dos e hijos, madres y padres, her­ma­nos y her­ma­nas. Casa­dos o sol­te­ros (les arre­ba­ta­ron has­ta la posi­bi­li­dad de for­mar su pro­pia fami­lia), de tal pue­blo, fecha de naci­mien­to, ofi­cio, ideas repu­bli­ca­nas, de izquier­das, nacio­na­lis­tas, que lucha­ron por recu­pe­rar el comu­nal, implan­tar la jor­na­da de 8 horas, el esta­tu­to vas­co… por­que se cum­plie­ra la lega­li­dad republicana.

Repa­rar su memo­ria y la de sus fami­lias y denun­ciar aque­lla matan­za es obli­ga­ción de cual­quie­ra que ten­ga res­pon­sa­bi­li­dad de gobierno muni­ci­pal. Es mez­quino seguir callan­do crí­me­nes de lesa huma­ni­dad por­que las fuer­zas polí­ti­cas pac­ta­ran aquel con­sen­so y la con­se­cuen­te impo­si­bi­li­dad de hacer jus­ti­cia. El geno­ci­dio no prescribe.

Encar­na Moreno dijo a su nie­ta hace poco tiem­po: «Cuan­do me mue­ra decid que fui roja». Encar­na fue roja y repu­bli­ca­na y con­ser­va­ba la luci­dez de aque­lla gene­ra­ción que no fue edu­ca­da en el Fran­quis­mo, a la que masa­cra­ron y repre­sa­lia­ron para que nos deja­ran como heren­cia el mie­do y el silen­cio. Solo se per­mi­tió la memo­ria de los vencedores.

Pero esta mujer de 101 años, que sin­tió mucho no poder ir al home­na­je a las víc­ti­mas del Fran­quis­mo en Dicas­ti­llo, cuan­do reci­bió, ya ingre­sa­da en la clí­ni­ca, la ban­de­ra repu­bli­ca­na, se echó a llo­rar y se secó las lágri­mas con ella, ban­de­ra que sig­ni­fi­có la liber­tad des­de los tiem­pos de Galán y Gar­cía Her­nán­dez, liber­tad con mayús­cu­las, hecha con los bra­zos que la man­te­nían, con la vida de todos aque­llos jor­na­le­ros már­ti­res, nava­rros dig­nos, gen­tes de bien. Y Encar­na levan­tó el puño ante la ban­de­ra, como entonces.

Ura­les San Pedro, a quien le deja­ron sin padre cuan­do no había cum­pli­do el año, me man­dó este escri­to en agra­de­ci­mien­to por el home­na­je: «Se les va a jun­tar a nues­tros nie­tos la Memo­ria His­tó­ri­ca de nues­tros abue­los con nues­tra pro­pia Memo­ria His­tó­ri­ca. Nos están matan­do sin man­char­se las manos de san­gre y noso­tros nos esta­mos ente­rran­do sin cavar nues­tras pro­pias fosas comunes».

¡Qué solos se han sen­ti­do los fami­lia­res! Encar­na se ha ido de este mun­do satis­fe­cha por­que ha denun­cia­do («el pue­blo tie­ne que hablar, no yo», me dijo), y por­que se ha hecho algo de jus­ti­cia: la repa­ra­ción públi­ca toca­ba hacer­la al pue­blo. Y la hemos hecho. Has­ta siem­pre Encar­na, des­can­sa en paz. Nos dejas una valio­sa herencia.

(A la memo­ria de todas las viu­das víc­ti­mas del geno­ci­dio fran­quis­ta que comen­zó en 1936).

M. Jose Sagasti

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