Un país se vuelve dependiente (1) por la clase de relaciones exteriores en que éste se encuentra inmerso, dominado por otros y sometido como colonia, esto es, conducido y gobernado por el Estado dominante, la metrópoli, y (2) por la estructura interna modificada que el país dependiente ha de adoptar ante las imposiciones colonialistas del exterior. La estructura interna productiva y la estructura de clase se trastocan indefectiblemente. El país dependiente, si bien no es formalmente una colonia o protectorado, sí lo es económicamente y no tiene más remedio que comportarse como tal.
El Reino español es, en sí mismo, un Estado débil y dependiente desde la muerte del dictador Franco, e incluso antes. Tras la autarquía fallida, y la entrega de su régimen –falsamente corporativo- a los dictados del capitalismo mundial, liderado por los E.E.U.U. y sus socios europeos, el Reino de España ha huido hacia delante optando por una reconversión formal de sus instituciones franquistas: las Cortes, la exigencia Monárquica y además borbónica, la Constitución tomada como «paquete único», autonomías como sucedáneos de las «regiones», etc. Europa proporcionó la coartada perfecta para tal huida. Se trataba de conservar la estructura interna desigual en España a cambio de una mayor «integración» del todo en el contexto de la Unión Europea.
Nacionalistas españoles y nacionalistas burgueses periféricos fueron, de manera muy asemejada, entusiastas europeístas. La nación fallida de España, que algunos quisieran remontar a la batalla de Covadonga en el siglo VIII –si no antes- y que ahora se estila vindicar mucho más cerca, en 1812, podía exorcizar todos sus monstruos reinventándose como «provincia de Europa». Europa nos cuida, Europa nos protege…tal lema, semejante a la cantinela del famoso personaje Gollum de J.R.R. Tolkien, es el que rigió el nacionalismo español europeísta desde la llamada transición. Recibamos espléndidas subvenciones para partir y repartir a gusto de las élites madrileñas y provinciales, a cambio de reorientarnos productivamente hacia el turismo, las naranjas, el olivo, el vino y la construcción. La «burbuja inmobiliaria» desveló con total dramatismo las falacias «liberales». Como aconteció en América Latina y en tantos otros sitios, los liberales fueron siempre agentes de colonización económica. La monoexportación, la reorientación de la estructura productiva hacia aquellos sectores de ganancia rápida, y altamente concentrada y centralizada: ese el mensaje último del neoliberalismo que desertizó industrialmente a amplias comarcas españolas. Esta división internacional de la producción es muy favorecida por los Estados socios de Europa del Norte, Alemania, v.gr., que siempre desean salida a sus manufacturas de alto valor añadido y busca periferias coloniales –sur de Europa- para el ocio y condenadas la producción de bajo valor (que requieren baja inversión tecnológica por cada hora de trabajo, como la construcción, el turismo o la agricultura de estilo afromediterráneo).
El Reino español lleva décadas «desarrollándose» justamente como esa periferia dependiente del Norte, de la metrópoli europea. Este estado postfranquista ha sido una de las primeras víctimas de la propia decadencia de Europa, ineficaz como unión político-económica, y perdedora ante el empuje de nuevas grandes potencias (China, Brasil, India, Rusia…). En la nueva fase de imperialismo capitalista, se vislumbra en el horizonte una pugna entre grandes espacios nacionales, verdaderos imperios, bastante compactos en cuanto a organización política y productiva. Europa –deficientemente consolidada como federación de pueblos- lleva las de perder. Las contradicciones internas en lo que debería haber sido un gran «imperio» capitalista le llevan a intensificar la explotación interna, esto es, el colonialismo interior dada su inoperancia relativa en el medio exterior. La vieja máxima de que al no poder medirse con un enemigo externo hay que buscarloen el medio interno, se percibe perfectamente aquí en la división planificada del trabajo y de la organización de la producción. El Norte de Europa, territorio tecnológico, con alta formación de su población y buen sentido de la eficiencia apretará todas las tuercas de sus «socios» (neocolonias) del sur, por su supuesta ineficiencia, falta de seriedad, corrupción… y ¡dependencia! Lo irónico del capitalismo es que el explotador puede y debe acachar al explotado su condición de merecedor de tal trato. Es imposible la explotación del individuo y la división internacional de la producción (lo que incluye una colonización o explotación de pueblos enteros a cargo de otros) sin toda la grasa ideológica necesaria para que tal maquinaria funcione.
Ciertamente, Alemania y su «norte» se las prometía muy felices con esta división continental de la producción. Los mercados del sur eran excelentes superficies para el aterrizaje de capitales excedentarios. Todas las subvenciones oficiales de la Unión Europea más los ingresos de capitales financieros sobrantes aumentaron considerablemente el volumen y la peligrosidad de la burbuja inmobiliaria, así como el espejismo de que el Sur era idéntico al Norte. No lo es, no lo fue, posiblemente nunca lo será. El alto grado de desarrollo de la Europa norteña y central tuvo como premisas históricas el haber tomado relevo, desde el Renacimiento, del primigenio capitalismo comercial e imperialista de las ciudades italianas, de la corona portuguesa y de la española. La decadencia «latina» es el pago de haber iniciado el capitalismo en el sistema mundial. El abandono de sus estructuras sociales a muy viejas prácticas propias de la «pseudomorfosis» mediterránea (mentalidad expoliadora de la naturaleza, predominio de la polis sobre el ethnos, agricultura puramente comercial y cuasiesclavista, misoneísmo u odio a las novedades) es consecuencia de esta decadencia del capitalismo mediterráneo. Repetimos: decadencia y no déficit.
La división entre dos Europas, norte y sur, viene a reproducirse casi de manera fractal en la península Ibérica, aunque aquí la demarcación geográfica no se corresponde estrictamente con el grado de desarrollo regional en la península. Creo que la progresiva decadencia demográfica y cultural del Noroeste peninsular se relaciona de manera directa con la promoción del arco levantino, que desde Almería hasta los Pirineos catalanes, fue llamado a ser el tentáculo de la dependencia del Estado español con respecto a Europa. Los turistas, las borracheras, el chiringuito de sol y playa, el «pescaito frito» junto con un nacionalismo de sardana y butifarra lingüística, vino a sustituir al verdadero ser de los pueblos, sumidos en regímenes locales y regionales altamente corruptos. La costa mediterránea es como un arco de compás cuya aguja se clava en un centro interior, Madrid, que no subsistiría sin las plusvalías generadas principalmente en esa costa. El resto del territorio –en buena parte- es visto por la élite dominante madrileña, desde el tardofraquismo, como una mera periferia dependiente, como un relleno de lo que fue otrora un gran Imperio, engendro fracasado del que no dejan de sentir nostalgia
Es evidente que los territorios del Noroeste ibérico, Galicia, León, Zamora, Les Asturies, están controlados por una burguesía lumpen (en términos de André Gunder Frank). En el caso asturiano, que por ser mi país es el que mejor conozco, la estructura de clases y de producción es la estructura propia de una dependencia, de un colonialismo interior, de una generación de subdesarrollo. La mayor parte de la burguesía dominante en Asturies, concentrada en el triángulo más poblado de Xixón, Uviéu y Avilés, se pude clasificar claramente como lumpenburguesía, de manera análoga a como en Latinoamérica las repúblicas «bananeras» dejaron de ser naciones con una economía debidamente diversificada y pasaron a ser meras colonias económicas donde una pequeñísima parte de la población se enriquecía en su función exportadora a la par que sentenciaban al país a no diversificar la producción y a vetar todas las vías para una autosuficiencia productiva. En Asturies se ha consolidado un Régimen que alimentó a una burguesía dependiente surgida de las empresas ruinosas que rodeaban a la inversión pública del INI. A diferencia del País Vasco, región prçoxima a nosotros en cuestiones geográficas e industriales, esta burguesía no era productiva, no era autosuficiente, vivía de los estipendios públicos y de las macroinversiones del Estado. Los bienes elaborados en la industria asturiana requerían altísimos niveles de capital constante y de capital fijo, inversiones que solamente el Estado podía efectuar, pero a su vez eran productos que no tenían como destino un consumo interno, una creación de mercados propios en los que la alta demanda de esas mercancías estimulase la creación de empresas productivas propias. Es por eso por lo que Asturies fue, en un tiempo, el laboratorio de pruebas para las grandes superficies comerciales y la avanzadilla en políticas creadoras de subdesarrollo y dependencia. Hoy, que la vaca estatal y sus grandes ubres no alimentan tal lumpenburguesía, contamos sin embargo con una casta o fracción del funcionariado, la patronal, el sindicalismo y la universidad, que hace las veces de una lumpenburguesía en toda colonia típica
Se trata, sencillamente, de engancharse a las ubres de los fondos económicos oficiales para mantener su status quo e incluso reproducir más y más el escenario del subdesarrollo. El «faraonismo» del lamentable y siniestro Areces tendrá su continuación. Veremos nuevos «Muselones», nuevos «Niemeyers», nuevos despilfarros museísticos, esto es, gestión de dineros que nunca tendrán una función estimulante de la vida productiva. En Asturies no se romperá la espiral de dependencia mientras no se desaloje la casta parasitaria que gestiona tales recursos que, digámoslo de una vez, «no nos ayuda» sino por el contrario, mutila nuestras propias posibilidades de autosuficiencia. Los que, teóricamente, estarían llamados a operar ese desalojo y denuncia del sistema corrupto y clientelar, buena parte de la izquierda, nunca lo harán en la medida en que están enganchados a las ubres de los Fondos. El comportamiento vergonzoso de esa izquierda (incluyendo una parte de la minoritaria «izquierda soberanista») durante el breve mandato de Cascos, defendiendo los tinglados socialistas a capa y espada (Niemeyer, p.e.) o callando y colaborando con las sisas que El Muselón o del desmantelamiento del sector naval, no augura nada bueno. Seguiremos siendo colonia por muchos años.