“La Inter­na­cio­nal” y la “Comu­na de París- Manuel Taibo

Euge­nio Pot­tier, uno de los poe­tas obre­ros que can­ta las glo­rio­sas jor­na­das de “La Inter­na­cio­nal”. La escri­be en junio de 1871, calien­te aún la san­gre del Muro de los Fede­ra­dos, y la dedi­ca a G. Lefran­cais, miem­bro como él de la Comu­na. En 1888, Pie­rre Degey­ter, miem­bro de la Coral “Lira de los Tra­ba­ja­do­res”, de Lila (Fran­cia), com­po­ne la músi­ca, inter­pre­tán­do­se por pri­me­ra vez por esa coral, el día 8 de julio, con oca­sión de una vela­da sindical.
Euge­nio Pot­tier, en abril de 1871, es ele­gi­do miem­bro del Gobierno de la Comu­na. El 12 de julio de 1870, con otros “inter­na­cio­na­lis­tas”, es decir, miem­bros de la Aso­cia­ción Inter­na­cio­nal de los Tra­ba­ja­do­res, fir­ma el men­sa­je que diri­gían a sus her­ma­nos de Ale­ma­nia lla­man­do a la acción en con­tra de la gue­rra y a la fra­ter­ni­dad entre el pro­le­ta­ria­do de los pueblos.
El perío­do 1869 – 1870 fue de auge para el movi­mien­to obre­ro, pero al mis­mo tiem­po de repre­sión, sobre todo en Fran­cia, don­de la reac­ción orga­ni­za­ba toda cla­se de pro­vo­ca­cio­nes en con­tra de los inter­na­cio­na­lis­tas y de sus orga­ni­za­cio­nes con el fin de pre­pa­rar el terreno para acu­dir a un ple­bis­ci­to nacio­nal con el cual Napo­león III espe­ra­ba con­so­li­dar el Imperio.
El Con­se­jo Gene­ral de la Inter­na­cio­nal, el 3 de mayo de 1870, ele­va­ba una pro­tes­ta en con­tra de las accio­nes poli­cía­cas de per­se­cu­ción de las orga­ni­za­cio­nes fran­ce­sas y de sus dirigentes.
En efec­to, por sie­te millo­nes de votos con­tra un millón y medio, el Impe­rio de Napo­león III apa­re­cía refren­da­do por el “pueblo”…a tra­vés de un plebiscito.
En el mes de julio, las rela­cio­nes entre Pru­sia y Fran­cia eran de una gran tiran­tez. El rey Gui­ller­mo I de Pru­sia apo­ya­ba la can­di­da­tu­ra del prín­ci­pe Leo­pol­do de Hohen­zo­llern, ofre­ci­mien­to del gene­ral Prin en 1870 para ocu­par el trono de Espa­ña, y Bis­mark le acon­se­jó que acep­ta­ra el ofre­ci­mien­to. Fran­cia, diplo­má­ti­ca­men­te, que­dó ais­la­da, Aus­tria no inter­vino por­que temía la movi­li­za­ción rusa, al igual que Ita­lia, por­que los fran­ce­ses no le per­mi­tían ocu­par Roma.
Y la gue­rra esta­lló. Fren­te al medio millón de ale­ma­nes al man­do del gene­ral Molt­ke, Napo­león III sólo podía pre­sen­tar unos 265.000 hombres.
Con la gue­rra fran­co­pru­sia­na, la Inter­na­cio­nal entró en una eta­pa deci­si­va. Las per­se­cu­cio­nes de que había sido obje­to en Fran­cia y Pru­sia, como pre­lu­dio a la gue­rra, así como las con­se­cuen­cias de la gue­rra mis­ma, habrían de influir deci­si­va­men­te en su pre­sen­te y en su futu­ro. Como, en efec­to, así fue. Decla­ra­da la gue­rra, El Con­se­jo Gene­ral de la Inter­na­cio­nal lan­zó un mani­fies­to diri­gi­do a los tra­ba­ja­do­res de Euro­pa y de los Esta­dos Unidos.
Dos meses más tar­de, el Con­se­jo Gene­ral lan­za­ba un segun­do mani­fies­to diri­gi­do a todos los miem­bros de la Aso­cia­ción en Euro­pa y los Esta­dos Uni­dos en el que ana­li­za­ba la mar­cha de la gue­rra lla­man­do al pro­le­ta­ria­do inter­na­cio­nal a la solidaridad.
Los pru­sia­nos derro­tan en Sedán el 3 de sep­tiem­bre de 1870 a las fuer­zas de Napo­león III, hacién­do­le pri­sio­ne­ro. Con la derro­ta hún­de­se su Impe­rio, pro­cla­mán­do­se la Ter­ce­ra Repú­bli­ca; esta­lla la gue­rra civil y pro­dú­cen­se las glo­rio­sas jor­na­das de la Comuna.
La orga­ni­za­ción del V Con­gre­so de la Inter­na­cio­nal, que debía cele­brar­se en París en 1870 y no pudo tener efec­to has­ta 1872, en la Haya, es inse­pa­ra­ble de la gue­rra fran­co­pru­sia­na, de la gue­rra civil en Fran­cia y de la glo­rio­sa Comu­na de París.
El 28 de enero de 1871, París sitia­do, con los pru­sia­nos a las puer­tas de Ver­sa­lles y una gran par­te de la Fran­cia ocu­pa­da, lle­va al Gobierno de la bur­gue­sía a capi­tu­lar. Los obre­ros pari­sien­ses, infla­ma­dos de patrio­tis­mo, quie­ren seguir la gue­rra con­tra los inva­so­res. El divor­cio entre el Gobierno y el pue­blo apa­re­ce con toda su fuer­za, demos­trán­do­se, una vez más, que sólo la cla­se obre­ra es la cla­se autén­ti­ca­men­te revo­lu­cio­na­ria y patrió­ti­ca. El Gobierno huye a Ver­sa­lles, y el 18 de mar­zo París des­pier­ta al gri­to de “¡Viva la Comuna!”
…Los pro­le­ta­rios de París –decía el Comi­té Cen­tral en su mani­fies­to del 18 de marzo‑, en medio de des­fa­lle­ci­mien­tos y trai­cio­nes de las cla­ses gober­nan­tes, han com­pren­di­do que ha lle­ga­do para ellos la hora de sal­var la situa­ción toman­do en sus manos la direc­ción de la cosa públi­ca. El pro­le­ta­ria­do com­pren­de que es un deber impe­ra­ti­vo y un dere­cho abso­lu­to para él tomar en la mano sus des­ti­nos y ase­gu­rar el triun­fo apo­de­rán­do­se del Poder…
El 26 de mar­zo la Comu­na es ele­gi­da y el 28 pro­cla­ma­da. La cla­se obre­ra, por pri­me­ra vez en la His­to­ria, era due­ña del poder político.
Exal­tan­do la Comu­na, Car­los Marx, en su car­ta diri­gi­da a su ami­go Kugel­mann, el 17 de abril, le decía:
“Gra­cias al com­ba­te libra­do por París, la lucha de la cla­se obre­ra con­tra la cla­se capi­ta­lis­ta y su Esta­do ha entra­do en una nue­va fase. Más, cual­quie­ra que sea la sali­da, noso­tros hemos obte­ni­do un nue­vo pun­to de par­ti­da de una impor­tan­cia his­tó­ri­ca universal…”
En una car­ta ante­rior ya había expre­sa­do a su ami­go su entu­sias­mo y su admi­ra­ción por los heroi­cos com­ba­tien­tes de París:
“… ¡Qué fle­xi­bi­li­dad, cuan­ta ini­cia­ti­va his­tó­ri­ca y cuan­to espí­ri­tu y capa­ci­dad de sacri­fi­cio en estos pari­si­nos! Des­pués de seis meses de ham­bre, mina­dos por la trai­ción inte­rior más que por el enemi­go de fue­ra, se alzan bajo las bayo­ne­tas pru­sia­nas, como si jamás hubie­se exis­ti­do tal gue­rra entre Fran­cia y Pru­sia y el enemi­go no estu­vie­se a las puer­tas de París. La His­to­ria no regis­tra ejem­plo seme­jan­te, de tama­ña grandeza…”
El Comi­té Cen­tral de la Guar­dia Nacio­nal, que has­ta enton­ces había ejer­ci­do tran­si­to­ria­men­te el poder, dimi­te y entre­ga sus pode­res a la Comu­na. El 30, la Comu­na supri­me el ser­vi­cio mili­tar obli­ga­to­rio y reco­no­ce a la Guar­dia Nacio­nal como úni­ca fuer­za arma­da a la que todos los ciu­da­da­nos úti­les deben per­te­ne­cer; dis­po­ne una mora­to­ria en el pago de los alqui­le­res de octu­bre de 1870 a abril de 1871; sus­pen­de todas las ope­ra­cio­nes de ven­ta de los Mon­tes de Pie­dad; el mis­mo día con­fir­ma la desig­na­ción de extran­je­ros para fun­cio­nes del gobierno por­que “la ban­de­ra de la Comu­na es la Repú­bli­ca mun­dial…” El 1º de abril esta­ble­ce que los emo­lu­men­tos de un emplea­do o miem­bro de la Comu­na no podrán ser supe­rio­res a seis mil fran­cos. El 2 de abril decre­ta la sepa­ra­ción de la Igle­sia y del Esta­do y la supre­sión de toda cla­se de sub­ven­cio­nes a la Igle­sia, así como la nacio­na­li­za­ción de sus bienes.
Para con­tra­rres­tar la acción de sabo­ta­je de las fuer­zas reac­cio­na­rias patro­na­les que para­li­za­ban el tra­ba­jo, el 16 de abril orde­na esta­ble­cer un cen­so esta­dís­ti­co de las fábri­cas inmo­vi­li­za­das por los fabri­can­tes y la ela­bo­ra­ción de pla­nes para la pues­ta en mar­cha de estas fábri­cas bajo la direc­ción de los obre­ros que tra­ba­jan en ellas, reu­ni­dos en aso­cia­cio­nes coope­ra­ti­vas, y tam­bién para la orga­ni­za­ción de estas aso­cia­cio­nes en una gran fede­ra­ción de indus­tria. El 20 de abril supri­me el tra­ba­jo noc­turno en las pana­de­rías y el 30 orde­na la supre­sión de los Mon­tes de Piedad.
El poder de la Comu­na fue bre­ve. El 21 de mayo ábre­se la puer­ta de la trai­ción, y la Comu­na, la pri­me­ra revo­lu­ción pro­le­ta­ria triun­fan­te, gra­cias a la con­fa­bu­la­ción de la bur­gue­sía nacio­nal con el inva­sor, es aplas­ta­da y aho­ga­da en san­gre. En la san­grien­ta repre­sión de Thiers caen cen­te­na­res de inter­na­cio­na­lis­tas. Sus vidas y su san­gre vivi­fi­ca­ron el movi­mien­to obre­ro y la revo­lu­ción para todos los siglos.
En la reu­nión del Con­se­jo Gene­ral de la Inter­na­cio­nal del 25 de abril, Marx decía: “…Los prin­ci­pios de la Comu­na son eter­nos y no podrán ser des­trui­dos; ellos serán siem­pre pues­tos de nue­vo a la orden del día mien­tras que la cla­se obre­ra no haya con­quis­ta­do su liberación.”
Derro­ta­da la Comu­na, el Con­se­jo Gene­ral de la Inter­na­cio­nal, el 30 de mayo 1871, ela­bo­ra el famo­so infor­me La gue­rra civil en Fran­cia, que diri­ge a todas las sec­cio­nes, en el que hacía una expo­si­ción his­tó­ri­ca de los acon­te­ci­mien­tos desa­rro­lla­dos en torno a la gue­rra fran­co­pru­sia­na, que ter­mi­na­ba con los siguien­tes párrafos:
El espí­ri­tu bur­gués, todo empa­pa­do de poli­cía, se ima­gi­na, natu­ral­men­te, que la Aso­cia­ción Inter­na­cio­nal de los Tra­ba­ja­do­res fun­cio­na como una con­ju­ra­ción secre­ta, y que su órgano cen­tral man­da, de vez en cuan­do, explo­sio­nes en dife­ren­tes paí­ses. Nues­tra Aso­cia­ción, en reali­dad, no es más que el lazo inter­na­cio­nal entre los obre­ros más avan­za­dos de los paí­ses del mun­do civi­li­za­do. En cual­quier lugar, bajo cual­quier for­ma y en cua­les­quie­ra con­di­cio­nes que la lucha de cla­ses tome algu­na con­sis­ten­cia, es muy natu­ral que los miem­bros de nues­tra Aso­cia­ción se colo­quen en el pri­mer plano. El sue­lo en el cual que ésta se desa­rro­lla es la socie­dad moder­na mis­ma. De este sue­lo no podrá ser extir­pa­da por nin­gún abu­so de car­ni­ce­ría. Para ello, los gobier­nos ten­drán que extir­par el des­po­tis­mo del capi­tal sobre el tra­ba­jo, con­di­ción de su pro­pia exis­ten­cia parasitaría.
El País obre­ro, con su Comu­na, será cele­bra­do por siem­pre como el glo­rio­so furriel de una socie­dad nue­va. Sus már­ti­res per­ma­ne­cen vivos en el gran cora­zón de la cla­se obre­ra. A sus exter­mi­na­do­res, la His­to­ria los ha cla­va­do ya en una pico­ta eter­na, de la cual todas las ora­cio­nes de sus sacer­do­tes no lle­ga­ran a liberarles.
Lon­dres, el 30 de mayo de 1871


Este infor­me deter­mi­nó más tar­de una polé­mi­ca en el seno del Con­se­jo Gene­ral en vir­tud de la cual se apar­ta­ron del mis­mo Odger y Lacraft, que no se soli­da­ri­za­ron con la Comuna.


Aho­ga­da en san­gre la Comu­na, algu­nos inter­na­cio­na­lis­tas logra­ron refu­giar­se en Sui­za, Bél­gi­ca, Ingla­te­rra y Espa­ña. La reac­ción fran­ce­sa apro­ve­chá­ba­se de aque­lla situa­ción para inten­tar una acción inter­na­cio­nal de repre­sión en con­tra del movi­mien­to obre­ro orga­ni­za­do. El minis­tro fran­cés, Jules Favre, envia­ba una cir­cu­lar a las can­ci­lle­rías inci­tan­do a la per­se­cu­ción de los comu­na­lis­tas y a la repre­sión de las sec­cio­nes de la Inter­na­cio­nal, decla­ra­das fue­ra de la ley en varios paí­ses, entre ellos Espa­ña y Fran­cia. Un poco más tar­de, es el Gobierno espa­ñol el que se diri­ge igual­men­te a las can­ci­lle­rías euro­peas pidien­do una acción con­jun­ta con­tra la Internacional.
En Espa­ña se refu­gia­ron Pablo Lafar­ge, yerno de Car­los Marx y uno de los más fie­les dis­cí­pu­los de su pen­sa­mien­to polí­ti­co; Car­los Ale­ri­ni, ami­go y cola­bo­ra­dor de Baku­nin; Paul Brous­se, “posi­bi­lis­ta”, y José Mar­quet. La lle­ga­da de Lafar­ge a Espa­ña tuvo una impor­tan­cia de pri­mer orden para la Sec­ción de la Inter­na­cio­nal y para el socia­lis­mo espa­ñol. “La pre­sen­cia de este hom­bre fue deci­si­va para el movi­mien­to y la orga­ni­za­ción –dice José Mora­to en su libro El Par­ti­do Socialista‑, él fue el ver­da­de­ro crea­dor del Par­ti­do Socia­lis­ta, por­que de él par­tió el esfuer­zo inicial…”
Euge­nio Pot­tier escri­bía el himno “La Inter­na­cio­nal” a los cin­co años de haber­se cons­ti­tui­do la Aso­cia­ción Inter­na­cio­nal de los Tra­ba­ja­do­res, al gri­to de “¡Pro­le­ta­rios de todos los paí­ses, uníos!” El himno era ya un can­to de victoria.
El himno ha sufri­do algu­nas modi­fi­ca­cio­nes. A con­ti­nua­ción lo damos a cono­cer tal y como fue escri­to por Euge­nio Pot­tier en 1871.
L’INTERNACIONALE
C’est la lut­te finale.
Grou­pons-nous, et demain
L’Internationale
Sera la gen­te humain.
Debout, les dam­nés de la terre!
Debout, les for­cast de la faim!
La rai­son tour­ne en son cratère,
C’est l’éruption de la fin.
Du pas­sé fai­sons table rase.
Fou­le escla­ve, debout! Debout!
Le mon­de va chan­ger de base;
Nous ne som­mes rien, sayons tout!
Il n’est pas de sau­veurs suprèmes!
Ni Dieu, ni César, ni tribun.
Pro­duc­teurs, sau­vons-nous nous-mémes.
Décré­tons le salut commun!
Pour que le voleur ren­de gorge,
Pour tirer l’esprit du cachot,
Souf­flons nous-mèmes notre forge;
Bat­tons le fer quand il est chaud!
L’Etat com­pri­me et la loi triche,
L’impòt saig­ne le malheureux;
Nul devoir ne s’impose au riche;
Le droit du pau­vre est un mot creux.
C’est assez lan­guir en tutelle,
L’égalité veut d’autres lois!
“Pas de droits sans devoirs, dit-elle;
Egaux, pas de devoirs sans droits!”
Hideux dans leur apothéose
Les rois de la mine et du rail
Ont-ils jamais fait autre chose
Que déva­li­ser le travail?
Dans les cof­fres-forts de la bande
Ce qu’il a créé s’est fondu.
En décré­tant qu’on le lui rende
Le peu­ple ne veut que son dù.
Les rois nous sou­laient de fumées;
Paix entre nous, gue­rre aux tyrans!
Appli­quons la gré­ve aux armes,
Cros­se en l’air et rom­pons les rangs!
S’ils s’obstinent, ces caníbales,
A fai­re de nous des héros,
Ils sau­ront bien­tòt que nos balles
Sont pour nos pro­pres généraux.
Ouvriers, pay­sans, nous sommes
Le grand par­ti des travailleurs.
La terre n’appartient qu’aux hommes,
L’oisif ira loger ailleurs.
Com­bien de nos chairs se repaissent!
Mais si les cor­beaux, les vautours,
Un de ces matins, disparaissent,
Le soleil bri­lle­ra toujours!
C’est la lut­te finale!
Grou­pons-nous, et demain
L’Internationale
Sera le gen­re humain!
Salud Cama­ra­das Revolucionarios.
Has­ta la Vic­to­ria Siempre.
Patria. Socia­lis­mo o Muerte.
¡Ven­ce­re­mos!

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