El impe­ria­lis­mo es como la víbo­ra: pue­de cam­biar de piel pero no modi­fi­ca su esen­cia- Ati­lio Boron

Días pasa­dos la Asam­blea Gene­ral de la ONU apro­bó con 188 votos a favor con­tra tres en con­tra (Esta­dos Uni­dos, el régi­men fas­cis­toi­de de Israel y Palau, un des­ha­bi­ta­do polí­gono de tiro de la Fuer­za Aérea de Esta­dos Uni­dos en el Pací­fi­co con una pobla­ción total de unos vein­te mil habi­tan­tes) y dos abs­ten­cio­nes una reso­lu­ción con­de­nan­do por vigé­si­ma pri­me­ra vez con­se­cu­ti­va al cri­mi­nal y geno­ci­da blo­queo impues­to por Esta­dos Uni­dos en con­tra de Cuba. El año ante­rior habían sido 186 los paí­ses que habían repu­dia­do al des­po­tis­mo impe­rial. El pasa­do mar­tes se suma­ron dos más, sobre un total de 193 paí­ses inte­gran­tes de la ONU.

Tal como era pre­vi­si­ble, Washing­ton se apre­su­ró a des­es­ti­mar la humi­llan­te derro­ta diplo­má­ti­ca y decla­ró que man­ten­dría inal­te­ra­ble una polí­ti­ca que, como dije­ra el can­ci­ller cubano Bruno Rodrí­guez, es “inhu­ma­na, fra­ca­sa­da y ana­cró­ni­ca”, y que duran­te once admi­nis­tra­cio­nes de la ejem­plar “demo­cra­cia” nor­te­ame­ri­ca­na se ha bur­la­do de la opi­nión públi­ca mun­dial y de lo acor­da­do por la comu­ni­dad inter­na­cio­nal a tra­vés de reite­ra­das reso­lu­cio­nes de la Asam­blea Gene­ral de las Nacio­nes Uni­das. Con su inso­len­te acti­tud tan­to Esta­dos Uni­dos como sus esta­dos clien­tes: Israel y Palau, demues­tran ser “esta­dos cana­llas” que, vio­len­tos y beli­co­sos, atro­pe­llan impu­ne­men­te la legis­la­ción inter­na­cio­nal y las reglas que orde­nan las rela­cio­nes civi­li­za­das entre los esta­dos. Nun­ca más acer­ta­das aque­llas pala­bras de Mar­tí cuan­do denun­cia­ra “al Nor­te revuel­to y bru­tal que nos des­pre­cia.” Sólo que hoy, a dife­ren­cia de ayer, el des­pre­cio se hace exten­si­vo no sólo a los paí­ses de Amé­ri­ca Lati­na y el Cari­be sino a todos los que repu­dia­ron con sus votos al bloqueo.

Si no se podía espe­rar otra cosa de per­so­na­jes como los Bush, padre e hijo; como Reagan y tan­tos otros que des­cen­die­ron a la his­to­ria baña­dos en san­gre y repu­dia­dos por la mayor par­te de la huma­ni­dad, el afro­des­cen­dien­te Pre­mio Nobel de la Paz del 2009 podría haber hon­ra­do la memo­ria de sus ances­tros ultra­ja­dos y explo­ta­dos por los escla­vis­tas a ambos lados del Atlán­ti­co y tener un ges­to hono­ra­ble y de míni­ma valen­tía hacia Cuba, here­de­ra de la gran ges­ta liber­ta­do­ra de escla­vos que ini­cia­ra Tous­saint Lou­ver­tou­re en Hai­tí en 1804.

Pero, como pre­coz­men­te lo advir­tie­ra Noam Chomsky, Barack Oba­ma nada tie­ne que ver con las rei­vin­di­ca­cio­nes de su pue­blo; es ape­nas un engra­na­je más en la infer­nal maqui­na­ria del capi­tal y de la opre­sión impe­ria­lis­ta. Por eso, ante el nue­vo repu­dio mun­dial al blo­queo el por­ta­voz adjun­to del Depar­ta­men­to de Esta­do, Mark Toner, se limi­tó a seña­lar que “nues­tra polí­ti­ca hacia Cuba per­ma­ne­ce­rá intac­ta.” La preo­cu­pa­ción de la Casa Blan­ca, agre­gó, pre­ten­de “crear mejo­res lazos con el pue­blo cubano más allá del gobierno”, con el que el Pre­si­den­te Oba­ma, dijo, man­tie­ne sig­ni­fi­ca­ti­vas dife­ren­cias. El blo­queo, por lo tan­to, con­ti­nua­rá su obra des­truc­ti­va. Washing­ton tra­ta­rá de estre­char los lazos con el pue­blo cubano impo­nién­do­le toda cla­se de pri­va­cio­nes y sufri­mien­tos, lo cual es una curio­sa mane­ra de cul­ti­var una amistad.

En idén­ti­co sen­ti­do se mani­fes­tó Ronald Godard, un reti­ra­do diplo­má­ti­co de carre­ra cuyo curri­cu­lum envi­dia­ría el espía más ines­cru­pu­lo­so de la CIA, al decir que con sus pro­tes­tas Cuba inten­ta­ba “encon­trar un chi­vo expia­to­rio a los pro­ble­mas eco­nó­mi­cos de la isla.” Lo que este per­so­na­je pare­ce igno­rar es que los pro­ble­mas eco­nó­mi­cos de la isla se ori­gi­nan, en gran medi­da, en el des­co­mu­nal cos­to del blo­queo: dos pla­nes Marshall en con­tra, a lo lar­go de más de medio siglo. Con uno se recons­tru­yó Euro­pa; con dos, en con­tra, no logra­ron hun­dir a la revolución.

La bur­gue­sía impe­rial pre­ten­de vana­men­te poner a Cuba de rodi­llas, que pida per­dón por la osa­día de haber hecho su revo­lu­ción y que arre­pen­ti­da y resig­na­da se rein­te­gre a la hege­mo­nía de la Roma ame­ri­ca­na, des­vir­tua­da como un dócil pro­tec­to­ra­do esta­dou­ni­den­se. Pero tal cosa jamás ocu­rri­rá: antes vere­mos el derrum­be del impe­rio que la capi­tu­la­ción de la heroi­ca isla del Caribe.

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