[Video] La Revo­lu­ción de Octu­bre, ani­ver­sa­rio 95 de la pri­me­ra revo­lu­ción socia­lis­ta en el mundo

La Revo­lu­ción de Octu­bre, tam­bién cono­ci­da como Gran Revo­lu­ción Socia­lis­ta de Octu­bre, abrió una nue­va era en la his­to­ria de la huma­ni­dad. Cons­ti­tu­yó la radi­ca­li­za­ción de la Revo­lu­ción Rusa de 1917, tras la Revo­lu­ción de Febre­ro y la abdi­ca­ción del Zar Nico­lás II.

Fue lide­ra­da por los bol­che­vi­ques bajo la direc­ción de Vla­di­mir Ilich Lenin y sig­ni­fi­có la pri­me­ra revo­lu­ción socia­lis­ta decla­ra­da del siglo XX. La Revo­lu­ción rusa fue uno de los más impor­tan­tes hechos ocu­rri­dos en la épo­ca con­tem­po­rá­nea. Su impac­to fue pal­pa­ble tan­to en Amé­ri­ca como en Euro­pa. Aun­que la Revo­lu­ción no hizo expan­dir el comu­nis­mo como un efec­to inme­dia­to, les dio a otros paí­ses con­vul­sos del Ter­cer Mun­do un ejem­plo a seguir.

Déca­das des­pués, el mode­lo filosófico/​gubernamental toma­ría reno­va­da noto­rie­dad a medi­da que la Unión Sovié­ti­ca, con­ver­ti­da en un esta­do socia­lis­ta y en una super­po­ten­cia eco­nó­mi­ca y mili­tar, se enfren­ta­ra a los Esta­dos Uni­dos en la Gue­rra Fría.

Las cau­sas eco­nó­mi­cas de la Revo­lu­ción rusa se atri­bu­yen en gran medi­da a la mala ges­tión del zar, suma­do el Impe­rio a la Pri­me­ra Gue­rra Mun­dial. Más de quin­ce millo­nes de hom­bres se unie­ron al ejér­ci­to, que dejó un núme­ro insu­fi­cien­te de tra­ba­ja­do­res en las fábri­cas y las granjas.

El resul­ta­do fue una esca­sez gene­ra­li­za­da de ali­men­tos y mate­rias pri­mas. Los obre­ros tuvie­ron que sopor­tar terri­bles con­di­cio­nes de tra­ba­jo, inclu­yen­do jor­na­das de doce a cator­ce horas y bajos salarios.

Se des­en­ca­de­na­ron cuan­tio­sas revuel­tas y huel­gas rei­vin­di­can­do mejo­res con­di­cio­nes y mayo­res sala­rios. Aun­que algu­nas fábri­cas acce­die­ron a las peti­cio­nes para ele­var los sala­rios, la infla­ción de gue­rra anu­ló su efec­to. Hubo una pro­tes­ta ante la que Nico­lás res­pon­dió con vio­len­cia, en res­pues­ta, los tra­ba­ja­do­res de la indus­tria fue­ron a la huel­ga y para­li­za­ron de hecho el ferro­ca­rril y el res­to de redes de transporte.

Las pocas mer­can­cías que esta­ban dis­po­ni­bles no podían lle­var­se a su lugar de des­tino. Los pre­cios se dis­pa­ra­ron a medi­da que los bie­nes esen­cia­les eran cada vez más escasos.

En 1917, el ham­bre ame­na­za­ba a muchas de las gran­des ciudades.
Las cau­sas socia­les de la Revo­lu­ción tie­nen su ori­gen en siglos de opre­sión del régi­men zaris­ta sobre los desposeídos.

Apro­xi­ma­da­men­te un 85% del pue­blo ruso for­ma­ba par­te del cam­pe­si­na­do, opri­mi­do por la aris­to­cra­cia feu­dal y los fun­cio­na­rios impe­ria­les. El vasa­lla­je, aso­cia­do común­men­te con la Edad Media, des­cri­be con pre­ci­sión la situa­ción social de la Rusia de prin­ci­pios del Siglo XX.

La Pri­me­ra Gue­rra Mun­dial sólo aumen­tó el caos. La ingen­te deman­da de pro­duc­ción indus­trial de artícu­los de gue­rra y obre­ros cau­só muchas más insu­rrec­cio­nes y huel­gas. Ade­más, como se nece­si­ta­ban a muchos tra­ba­ja­do­res en las fábri­cas, los cam­pe­si­nos emi­gra­ron a las ciu­da­des, que pron­to se vie­ron super­po­bla­das, vivien­do bajo con­di­cio­nes que rápi­da­men­te empeoraron.

Para col­mo, mien­tras que la can­ti­dad de ali­men­tos reque­ri­da por el ejér­ci­to era cada vez mayor, el abas­te­ci­mien­to tras el fren­te se empo­bre­cía más y más. En 1917, el ham­bre ame­na­za­ba a la mayo­ría de las gran­des ciu­da­des. La suma de todos los fac­to­res ante­rio­res con­tri­bu­yó a un cre­cien­te des­con­ten­to entre los ciu­da­da­nos rusos, que pos­te­rior­men­te desem­bo­ca­ría en la Revolución.

Des­de al menos 1904, los tra­ba­ja­do­res de Rusia sufrie­ron una cala­mi­to­sa situa­ción eco­nó­mi­ca. Muchos de ellos tra­ba­ja­ban once horas al día. Las con­di­cio­nes de salud y segu­ri­dad en el tra­ba­jo eran pre­ca­rias, y los sala­rios bajaban.

Se pro­du­je­ron nume­ro­sas huel­gas y pro­tes­tas con el paso del tiem­po. Casi todas fue­ron igno­ra­das por el gobierno zaris­ta o repri­mi­das, en oca­sio­nes de una mane­ra sangrienta.

El fra­ca­so de la polí­ti­ca exte­rior rusa, espe­cial­men­te en el Lejano Orien­te con el fra­ca­sa­do inten­to de con­quis­ta de Man­chu­ria y la deba­cle del ejér­ci­to y la arma­da impe­rial duran­te la Gue­rra Ruso-Japo­ne­sa de 1905 cau­sa­ron hon­do males­tar en dis­tin­tos sec­to­res socia­les del país.

Par­te de la cla­se inte­lec­tual (edu­ca­da en muchos casos en Occi­den­te) tam­bién recha­za­ba la auto­cra­cia zaris­ta. En 1915, la situa­ción se tor­nó crí­ti­ca cuan­do Nico­lás deci­dió tomar el con­trol direc­to del ejér­ci­to, super­vi­san­do per­so­nal­men­te el fren­te de gue­rra y dejan­do a su inca­paz espo­sa Ale­jan­dra al car­go del gobierno.

Sobre octu­bre de 1916, Rusia había per­di­do entre 1,6 y 1,8 millo­nes de sol­da­dos, a los que había que aña­dir dos millo­nes de pri­sio­ne­ros de gue­rra y un millón de des­apa­re­ci­dos. Poco ayu­da­ron estas cifras a la moral del ejér­ci­to. Comen­za­ron los moti­nes, y en 1916 empe­za­ron a cir­cu­lar rumo­res de con­fra­ter­ni­za­ción con el enemigo.

Los sol­da­dos esta­ban ham­brien­tos y fal­tos de cal­za­do, muni­ción e inclu­so de armas. Se cul­pó a Nico­lás de estas cala­mi­da­des, y el peque­ño apo­yo que toda­vía le que­da­ba empe­zó a tambalearse.
A medi­da que este des­con­ten­to gene­ral y odio hacia Nico­lás II cre­cían, la Duma (cáma­ra baja del par­la­men­to ruso repre­sen­ta­da por terra­te­nien­tes, ciu­da­da­nos, tra­ba­ja­do­res de la indus­tria y cam­pe­si­nos) emi­tió una adver­ten­cia al zar en noviem­bre de 1916 decla­ran­do que se ave­ci­na­ba el desas­tre sobre la nación si no se ponían en mar­cha refor­mas cons­ti­tu­cio­na­les. Como era de espe­rar, Nico­lás hizo caso omi­so. El resul­ta­do no se demo­ró, y varios meses des­pués el régi­men colap­só duran­te la Revo­lu­ción de febre­ro de 1917.

El 25 de octu­bre de 1917 (7 de noviem­bre según el Calen­da­rio gre­go­riano), el máxi­mo líder del Par­ti­do bol­che­vi­que, Vla­di­mir Ilich Ulia­nov (Lenin), diri­gió el alza­mien­to en Petro­gra­do, la enton­ces capi­tal de Rusia, con­tra el gobierno pro­vi­sio­nal de Alek­sandr Kérensky.

La Guar­dia Roja, diri­gi­da por los bol­che­vi­ques, se hizo con los prin­ci­pa­les edi­fi­cios guber­na­men­ta­les antes de lan­zar un asal­to final sobre el Pala­cio de Invierno duran­te la noche del 7 al 8 de noviembre.

El asal­to, diri­gi­do por Vla­dí­mir Antó­nov Ovsé­yen­ko, fue lan­za­do a las 9:45 PM tras un dis­pa­ro de sal­va des­de el Cru­ce­ro Auro­ra. El pala­cio fue toma­do hacia las dos de la madru­ga­da del día 8; el 7 de noviem­bre sería esta­ble­ci­do ofi­cial­men­te como fecha de la Revolución.

Las heroi­cas jor­na­das de octu­bre —como las des­cri­bió el perio­dis­ta nor­te­ame­ri­cano John Reed— estre­me­cie­ron al mun­do. Se abrió una nue­va épo­ca para la huma­ni­dad. Nin­gún hecho pos­te­rior pue­de opa­car la gran­de­za de los bol­che­vi­ques rusos. El 7 de noviem­bre de 1917 se con­ju­gó lo más alto de la inte­lec­tua­li­dad polí­ti­ca euro­pea con el espí­ri­tu revo­lu­cio­na­rio de la cla­se obre­ra rusa y la lucha de los cam­pe­si­nos por la tie­rra y sus derechos.

Las haza­ñas de 1917 y de los años en que Lenin tuvo la con­duc­ción del pro­ce­so cons­ti­tu­yen hitos de valor ejem­plar e impe­re­ce­de­ro en la lucha de los pue­blos por la con­quis­ta de la libertad.

Duran­te años y déca­das, los comu­nis­tas y el pue­blo de la URSS libra­ron bata­llas colo­sa­les y alcan­za­ron, en los cam­pos eco­nó­mi­co, social, polí­ti­co, cul­tu­ral y mili­tar, avan­ces pro­di­gio­sos. En rela­ti­va­men­te cor­to tiem­po his­tó­ri­co, con­vir­tie­ron al empo­bre­ci­do y explo­ta­do país que here­da­ron en una poten­cia mun­dial de pri­mer orden.

La Revo­lu­ción rusa fue la pri­me­ra que ganó el pro­le­ta­ria­do, pues la Revo­lu­ción Fran­ce­sa –de carác­ter bur­gués– dejó intac­ta la pro­pie­dad pri­va­da capi­ta­lis­ta de los medios de pro­duc­ción como sis­te­ma eco­nó­mi­co imperante.

En cam­bio, la Revo­lu­ción rusa fue la prue­ba tan­gi­ble que nece­si­ta­ban los parias de la tie­rra para estar segu­ros de que el sue­ño de Marx no era irreal.

La Gran Revo­lu­ción Socia­lis­ta de Octu­bre abrió para la Huma­ni­dad una nue­va era, la del paso de la teo­ría del socia­lis­mo cien­tí­fi­co a la prác­ti­ca huma­na del socialismo.

Miguel Fer­nán­dez Mar­tí­nez en Cuba, la Isla Infinita

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