A los 28 años de la muer­te de Paki­to Arria­rán en El Salvador

Mili­tan­te vas­co e inter­na­cio­na­lis­ta, hace estos días 28 años de su muer­te en tie­rras sal­va­do­re­ñas. Naci­do en Arra­sa­te, no dudó en luchar con el FMLN

Recor­dan­do a Paki­to, ofre­ce­mos la bio­gra­fia de esta per­so­na que encar­na el inter­na­cio­na­lis­mo vas­co. Bio­gra­fia de Txalaparta

Extrac­to de la últi­ma car­ta envia­da a su fami­lia, des­de la sel­va don­de mili­ta en la gue­rri­lla. Naci­do en Eus­kal Herria (País Vas­co), com­pro­me­ti­do con ETA, hace suya la lucha de los pue­blos cen­tro­ame­ri­ca­nos y mue­re en El Sal­va­dor el 30 de setiem­bre de 1984.

«…Por mi par­te os digo que no corro ape­nas peli­gro, el enemi­go no pue­de ape­nas lle­gar, son ver­da­de­ros terri­to­rios libe­ra­dos los que tene­mos, don­de la vida se hace liber­tad, se hace revo­lu­ción, don­de las rela­cio­nes van cam­bian­do, don­de hay un obje­ti­vo; lle­gar al poder. Que man­den los obre­ros, los cam­pe­si­nos, todos a los que han que­ri­do piso­tear, humi­llar. Todos los que han sido bru­tal­men­te asesinados».

Natu­ral de la loca­li­dad gui­puz­coa­na de Arra­sa­te (Mon­dra­gón), pro­ce­día de una saga de juga­do­res de pelo­ta vas­ca de renombre.

Paki­to es el pri­mo­gé­ni­to de los tres hijos de Kris­ti­na y Pako, inten­den­te de fron­tón de la empre­sa Esku­la­ri en sus últi­mos años de vida. Ya falle­ci­do, Pako Arria­ran no duda­ba en afir­mar que «a Paki­to el genio le venía de fami­lia». Su carác­ter inde­pen­dien­te se per­ci­be en él des­de niño, des­de sus tiem­pos de escue­la en San Via­tor y el cur­so de COU en el Ins­ti­tu­to de Oña­ti que le abo­ca­rán a la Facul­tad de Dere­cho en Donos­tia (San Sebas­tián) en el año 1973. «No sé si se lo tomó dema­sia­do en serio, indi­ca su madre, creo que para enton­ces esta­ba ya meti­do en ETA. Venía a casa los fines de sema­na, pero des­de que fue a Donos­tia has­ta su muer­te sus estan­cias aquí eran espo­rá­di­cas: algún mes, algún año, pero siem­pre inte­rrum­pi­do o por las deten­cio­nes o el ser­vi­cio mili­tar. Des­pués vino el exi­lio en Ipa­rral­de (País Vas­co nor­te, bajo domi­na­ción fran­ce­sa) y lue­go Lati­noa­mé­ri­ca y Centroamérica».

Tiem­pos de fies­tas y política

En sus rela­cio­nes de cua­dri­lla (un enor­me gru­po for­ma­do por trein­ta jóve­nes), es con­si­de­ra­do como «un tipo tran­qui­lo, pací­fi­co, qui­zás has­ta dema­sia­do». No obs­tan­te, el sen­ti­mien­to aber­tza­le (patrio­ta-revo­lu­cio­na­rio) que impreg­na a este gru­po es común a Paki­to. «Aun­que en torno a los cator­ce años, su mun­do se resu­mía prác­ti­ca­men­te a su equi­po de fút­bol, la entra­da en el Club Bata­su­na, sir­vió para que todos nos con­cien­ciá­ra­mos de una reali­dad polí­ti­ca que esta­ba a la vis­ta. Ade­más de llas fies­tas y los pri­me­ros escar­ceos amo­ro­sos, hablá­ba­mos de Fran­co, de la Guar­dia Civil y, cómo no, de ETA y sus accio­nes. Inclu­so el emble­ma de la socie­dad era mues­tra de nues­tra sen­si­bi­li­dad hacia la situa­ción polí­ti­ca: Una gran pie­dra rodea­da de cade­nas, como expre­sión de la opre­sión al pue­blo vasco».

En 1975, cuan­do Paki­to tie­ne die­ci­nue­ve años, la Poli­cía le detie­ne en su casa de Arra­sa­te. «Fue el 27 de abril (afir­ma su madre). Esta­ba en vigen­cia el esta­do de excep­ción que duró tres meses. Hubo muchas deten­cio­nes por la zona y aquí mis­mo se lle­va­ron a muchos jóve­nes. Al prin­ci­pio estu­vo en Basau­ri, pero esta cár­cel se lle­nó de tal for­ma que tuvie­ron que tras­la­dar a algu­nos a Cara­ban­chel, y entre ellos al nues­tro. En Navi­da­des de ese mis­mo año salió en liber­tad, un mes des­pués de morir Fran­co. Lue­go cum­plió el ser­vi­cio militar».

«Quie­ro que me conoz­can como Arria­ran Arregi»

El regre­so a casa dura poco tiem­po. En 1978, una noche de noviem­bre, Paki­to Arria­ran con­si­gue esca­par del cer­co poli­cial que rodea su casa y lle­ga al Nor­te de Eus­kal Herria. Un año des­pués, en cali­dad de refu­gia­do polí­ti­co, via­ja a Vene­zue­la don­de, en com­pa­ñía de otros refu­gia­dos vas­cos, mon­ta una coope­ra­ti­va para tra­ba­jar en la lim­pie­za de los con­te­ne­do­res de basura.

Coin­ci­dien­do con el via­je de su padre para unos par­ti­dos de pelo­ta en Cara­cas, Paco Arria­ran le pro­po­ne echar mano de sus muchas amis­ta­des para con­se­guir­le un tra­ba­jo más cómo­do. La res­pues­ta no pue­de ser más cla­ra: «El tra­ba­jo que con­si­ga aquí, lo con­se­gui­ré por mí mis­mo. Tú eres muy cono­ci­do aquí, pero yo pre­fie­ro que me conoz­can como Arria­ran Arre­gi, no como el hijo de Arria­ran II». Ni siquie­ra acep­ta que pague las cuo­tas que el gru­po tie­ne pen­dien­tes en el Cen­tro Vas­co de Cara­cas: «No tene­mos dine­ro para pagar­las; pues que nos expul­sen si creen que deben hacer­lo. Ellos saben que no pode­mos pagar las cuotas».

Su peri­plo sud­ame­ri­cano tie­ne via­je de vuel­ta a Eus­kal Herria, con el con­si­guien­te gozo para la fami­lia que pue­de tener­le cer­ca, al otro lado de la fron­te­ra divi­so­ria. «Y des­pués de un tiem­po (recuer­da Kris­ti­na Arre­gi), nos lla­ma para comu­ni­car­nos su deci­sión. Nos dice que no nos vamos a ver en mucho tiem­po y que se va a Cen­troa­mé­ri­ca; que no nos preo­cu­pe­mos si no tene­mos noti­cias suyas ense­gui­da». Su her­mano Félix ase­gu­ra que no le die­ron más vuel­tas al tema. «Fue muy cla­ro. Que­ría ir allí, veía que tenía un papel que cumplir».

Un vas­co feliz, en la gue­rri­lla salvadoreña

Su des­tino era El Sal­va­dor y su misión esta­ba en la gue­rri­lla del FMLN. A nadie de la fami­lia le extra­ña la deci­sión, al mar­gen de la inquie­tud que le pro­du­ce. Su padre lo resu­mía de esta for­ma: «Paki­to no con­sen­tía las situa­cio­nes injus­tas; sufría con ellas. La dife­ren­cia de cla­ses era para él inso­por­ta­ble y, si esto no hubie­ra sido así, estoy segu­ro de que no habría segui­do el camino que él mis­mo eli­gió. Yo creo que rea­li­zar un acto de estas dimen­sio­nes nece­si­ta de algo inna­to en la per­so­na. No, no creo que sea cues­tión de años, ni de viven­cias. Es toda una for­ma de ser, la pro­pia per­so­na­li­dad la que es deci­si­va a la hora de optar por una u otra vía. Y el mejor con­cep­to que defi­nía a Paki­to era su huma­ni­dad. Una huma­ni­dad de gigante».

Aun­que pocas, las car­tas que Paki­to envía des­de el El Sal­va­dor son autén­ti­cas car­gas de pro­fun­di­dad. «Soy un hom­bre feliz», dice en una de sus misi­vas y mani­fies­ta: «No per­te­nez­co a nadie, nadie me ha ven­di­do, a nadie repor­to bene­fi­cios, a nadie doy cuen­tas; sólo a voso­tros, sólo a este pue­blo, sólo al pue­blo que me vio nacer. […] Un día de éstos me di cuen­ta de lo que es per­te­ne­cer al mun­do, de lo que es ser vas­co, de lo que es ser lucha­dor, lo que sig­ni­fi­ca ser de aquí, lo que es tener dos pue­blos para amar, un mun­do por el que luchar. No me pue­do divi­dir, no pue­do ele­gir aque­llo no, esto sí; aque­llo sí, esto no».

Paki­to el cojo

El médi­co inter­na­cio­na­lis­ta Fran­cis­co Metzi par­ti­ci­pa entre 1983 y 1985 en la gue­rri­lla en el fren­te de Cha­la­te­nan­go, don­de se encuen­tra Paki­to Arria­ran. Su libro «Por los cami­nos de Cha­la­te­nan­go. Con la salud en la mochi­la» dedi­ca un apar­ta­do a Paki­to, «com­pa­ñe­ro inter­na­cio­na­lis­ta a quien se le tuvo que apun­tar la pier­na dere­cha». Des­de enton­ces, le lla­ma­rán el Cojo. Metzi rela­ta de esta for­ma la vida y la muer­te de Paki­to Arriaran:

«Había sido heri­do duran­te un ata­que a La Lagu­na, pobla­do de cier­ta impor­tan­cia en la carre­te­ra hacia Cha­la­te­nan­go. Lle­va­ba pocos meses en el fren­te cuan­do le tocó par­ti­ci­par en el asal­to al pues­to de la Guar­dia Nacio­nal en esa loca­li­dad. Pegán­do­se a las pare­des, lle­gó has­ta la mera coman­dan­cia y colo­có una car­ga explo­si­va que per­fo­ró una de las pare­des. Así, los com­pas pudie­ron entrar y tomar pri­sio­ne­ros a todos los guar­dias. Pero, en el momen­to de reti­rar­se, una bala le alcan­zó la pierna.

«No tenía frac­tu­ras, era una heri­da bas­tan­te corrien­te. Pero en los días siguien­tes nos inva­die­ron unos 18.000 sol­da­dos, entre hon­du­re­ños y sal­va­do­re­ños, lo cual pro­vo­có la famo­sa guin­da de noviem­bre de 1982, un momen­to muy duro. No supi­mos por­qué, pero a los pocos días de la guin­da la pier­na de Paki­to se gan­gre­nó, lo cual es bas­tan­te raro en el fren­te. En tres años, sólo cono­cí dos casos de gan­gre­na. En esa épo­ca casi no tenía­mos mate­rial médi­co, ni sue­ro endovenoso.

«La ampu­tación de una pier­na era una ope­ra­ción deli­ca­da en aque­llas con­di­cio­nes, y mucho más en pre­sen­cia de un micro­bio feroz. A pesar de esto, la ope­ra­ción se reali­zó bajo una cei­ba, cor­tan­do el hue­so con una nava­ja del ejér­ci­to sui­zo, la cual cuen­ta con un peque­ño serru­cho y uti­li­zan­do el agua de varios cocos como suero.

«Paki­to se con­vir­tió en un per­ma­nen­te, no por cau­sa de la ampu­tación, sino debi­do a una afec­ción muy rara en la piel, la cual se le desa­rro­lló en las extre­mi­da­des y poco a poco le lle­nó todo el cuer­po, has­ta la mis­ma cara. Se le cura­ba una par­te de la piel, pero pro­gre­sa­ba en otra y reem­pla­za­ba don­de se había cura­do. Has­ta el día de hoy no sé qué tuvo. Por últi­mo, Juan y los com­pas res­pon­sa­bles deci­die­ron que, cura­do o no, le darían una tarea, lo cual impli­ca­ba sacar­lo del hos­pi­tal. Len­ta­men­te, cuan­do ya tenía varios meses de tra­ba­jar, la infec­ción des­apa­re­ció y sólo regre­só para reci­bir aten­ción leve en los años siguientes».

«Sea como sea, cojos, hechos mier­da, pode­mos avanzar»

«Como Paki­to ama­ba vivir y siem­pre fue muy acti­vo, lleno de ener­gía, ima­gino el esfuer­zo que sig­ni­fi­có para él adap­tar­se a ser cojo; aun­que nun­ca lo demos­tró. Se que­da­ba calla­do duran­te lar­gos ratos; pien­so que en esos silen­cios se esta­ba for­man­do una nue­va ima­gen de sí mis­mo. Recuer­do una vez, duran­te una reu­nión, en la cual los pacien­tes esta­ban cri­ti­can­do dura­men­te a las sani­ta­rias, que Paki­to tomó la pala­bra: «Miren, qui­zás a mí me deja­ron cojo por­que las sani­ta­rias come­tie­ron erro­res, o qui­zás eso no tuvo nada que ver. Por un tiem­po andu­ve en eso y me amar­gué. Pero, des­pués de eso me dije, ¡vale ya! ¿En qué me ayu­da a pen­sar que sí o que no? Esta­mos en gue­rra y la gue­rra está hecha de erro­res y de avan­ces. Lo impor­tan­te es ganar­la. Y, sea como sea, cojos, hechos mier­da, pode­mos avan­zar este pro­ce­so si le pone­mos empeño».

A él le habían asig­na­do una tarea deli­ca­da, con­tro­lar las rutas logís­ti­cas. Era una tarea que podía rea­li­zar sen­ta­do. Se bur­la­ba de sí mis­mo lla­mán­do­se «buró­cra­ta de la gue­rri­lla». Revo­lu­cio­na­rio acti­vo, con sólo 25 años, ¿cómo no le iba a cos­tar adap­tar­se a ser de la «cla­se buró­cra­ta», vul­ne­ra­ble en cual­quier inva­sión? Cuan­do éstas se pro­du­cían, había que pasar­lo a caba­llo hacia la reta­guar­dia. A mí me preo­cu­pa­ba, pues ¿qué pasa­ría el día en que la reti­ra­da a caba­llo no fue­se posi­ble? Segu­ro que muchos se lo pre­gun­ta­ban… él tam­bién. Sin embar­go, esto no fue moti­vo de gran­des plá­ti­cas. Por cari­ño, por con­cien­cia, por amor a la vida y a la lucha, Paki­to no sólo había acep­ta­do ser cojo, sino que acep­tó ser­lo en un lugar don­de lo más estra­té­gi­co eran las piernas».

La últi­ma gra­na­da, ante el enemigo

«En setiem­bre de 1984, hubo una fuer­te inva­sión. El mis­mo día en que se iba a can­jear a un gru­po de lisia­dos del FMLN por ofi­cia­les del Ejér­ci­to. Esta ofen­si­va nos obli­gó a escon­der a los lisia­dos en una cue­va y, entre ellos, a Paki­to. Pasar una ofen­si­va enemi­ga en un refu­gio así es de lo más horri­ble que pue­de haber en esta gue­rra; uno se sien­te en una trampa.

«A Paki­to se le ofre­ció salir del país como par­te del can­je, pero lo recha­zó por­que no que­ría aban­do­nar su lugar. En la siguien­te inva­sión ya no qui­so refu­giar­se otra vez en una cue­va, sino que se escon­dió con unos com­pas de segu­ri­dad, en un lugar recón­di­to. El últi­mo día de la inva­sión, una patru­lla enemi­ga empe­zó a pei­nar el lugar. Un cojo no tenía posi­bi­li­dad de salir vivo de ahí. Insul­tó a los com­pas para que se sal­va­ran a sí mis­mos y se que­dó solo.

«El enemi­go se acer­có y Paki­to hizo esfuer­zos por reti­rar­se, pero sus mule­tas se habían roto al entrar en el cha­rral. Tenía una pis­to­la 22 y dos gra­na­das; una no esta­lló, la otra sí. Des­pués de la inva­sión encon­tra­mos su cuer­po, hecho peda­zos, a unos dos­cien­tos metros del lugar don­de lo había deja­do la escua­dra de segu­ri­dad. El crá­neo sim­ple­men­te no exis­tía, tam­po­co las manos. El pecho esta­ba lleno de ráfa­gas. Al pare­cer los sol­da­dos le gri­ta­ron que se rin­die­ra: «Con tu pis­to­li­ta no vas a hacer nada». Como muchos otros, Paki­to había enten­di­do que Revo­lu­ción o Muer­te no era sólo una con­sig­na. Sabien­do que lle­va­ba en su memo­ria infor­ma­ción estra­té­gi­ca para el pue­blo, ¿cómo podía dejar­se capturar?»

Fue el 30 de setiem­bre de 1984 cuan­do suce­dió, aun­que en Eus­kal Herria la noti­cia se cono­cie­ra casi un mes más tar­de, median­te un comu­ni­ca­do en el que ETA rei­vin­di­ca la figu­ra de Paki­to Arria­ran y su mili­tan­cia en esta orga­ni­za­ción y sub­ra­ya «el orgu­llo de haber­le con­ta­do entre nues­tras filas».

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