Huel­ga por la vida- Juan Mari Arazuri

Soy cons­cien­te del error que supo­ne dejar pasar la vida, pero en mayor o menor medi­da, lo hace­mos. Deja­mos pasar la vida -¡¡y la puñe­te­ra corre que se las pela!!- cuan­do nues­tra «obse­sión» debie­ra ser tra­tar de suje­tar­la aun­que fue­ra a pelliz­cos. Uno no tie­ne idea de cuán­do ni dón­de le va a tocar can­tar «el bin­go» y, con suer­te (alzhei­mer median­te), serán esos pelliz­cos lo úni­co real­men­te valio­so que haya­mos con­se­gui­do vivir antes de hin­car­la irremediablemente.

Trans­cu­rri­mos plá­ci­da­men­te asis­tien­do a un espec­tácu­lo que nos han dicho y cree­mos que es vivir, con dis­tin­tos gra­dos pero acep­tán­do­lo: una vida gris, ruti­na­ria, metó­di­ca y arti­fi­cial­men­te ilu­mi­na­da. Pue­de ser­vir­nos… pero aca­ba­mos sien­do los sir­vien­tes. Nos acos­ta­mos entre las diez de la noche y la una de la maña­na. Si todo va bien, solo nos des­per­ta­mos «medio can­saos». ¡El des­per­ta­dor! ¿Ya? Las seis y media de la maña­na, ¡por lo menos es verano! Desa­yuno lige­ro, que hemos vuel­to a «apu­rar dema­siao» y lle­ga­mos jus­tos. Coche, moto, villa­ve­sa o auto­bús. Por los pelos lle­ga­mos a la «mina» y ahí están: Luis y Aina­ra (com­pa­ñe­ros de tra­ba­jo y por lo gene­ral, bue­na gen­te). ¡¡A currar!! El jefe lle­ga más tar­de. Saca­mos el tra­ba­jo como ayer, ante­ayer… No es que nos haga sen­tir satis­fe­chos, la ver­dad. El tra­ba­jo no es malo. Me refie­ro a esa frus­tra­ción de ver­nos tra­ba­jan­do por la nece­si­dad de con­se­guir dine­ro, sim­ple y lla­na­men­te. ¡Ben­di­to dine­ro! A todos nos gus­ta­ría tra­ba­jar y estar satis­fe­chos, con­ten­tos por rea­li­zar una labor útil que sir­va para algo más que para «lle­nar bol­si­llos», pero sabe­mos y acep­ta­mos que siem­pre hay alguien al que enri­que­cer. Ley de vida. Ade­más, sin tra­ba­jo, ya sabe­mos lo que nos espe­ra: la exclu­sión. Deu­das y más deu­das. Aguan­ta­mos el tirón. Somos afor­tu­na­dos: tene­mos trabajo.

Todo esto, ¿tie­ne algo que ver con los recor­tes, la cri­sis-saqueo y las refor­mas a las que asis­ti­mos con exas­pe­ran­te nor­ma­li­dad? ¡Hom­bre! Si no somos capa­ces de plan­tear­nos otra for­ma de orga­ni­zar­nos, más jus­ta e igua­li­ta­ria, que des­pla­ce el con­su­mo y el cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co para intro­du­cir el repar­to de los tra­ba­jos y de los recur­sos, e inten­ta­mos lle­var­la hacia delan­te con con­fian­za en nues­tras pro­pias ideas y medios, esta­re­mos «reman­do» con­tra nues­tros pro­pios intere­ses, con­tra nues­tra pro­pia vida.

Son tiem­pos de arries­gar, de soli­da­ri­dad hacia las per­so­nas para las que esta cri­sis no repre­sen­ta nin­gu­na nove­dad en sus vidas (migran­tes, para­dos, muje­res, jóve­nes, jubi­la­dos con pen­sio­nes míni­mas…) con el con­ven­ci­mien­to de que no son nece- sarias muchas cosas para vivir, siem­pre que nues­tras nece­si­da­des bási­cas que­den cubier­tas (sani­dad, edu­ca­ción, ren­ta bási­ca uni­ver­sal, vivienda…).

Por­que solo des­de la pre­dis­po­si­ción al repar­to pode­mos exi­gir «repar­to» y ade­más hacer­lo de una for­ma creí­ble (todos apor­ta­mos en fun­ción de nues­tras posi­bi­li­da­des). Por­que no pode­mos seguir acep­tan­do tan­ta injus­ti­cia miran­do para otro lado, por más que nos la expli­quen como un fenó­meno natu­ral sobre el que no pode­mos inci­dir y por más que no nos afec­te aho­ra mis­mo de una for­ma directa.

Sesu­dos exper­tos eco­no­mis­tas y polí­ti­cos nos dicen qué pode­mos y qué no pode­mos hacer. Cómo debe­mos hacer­lo. Cuán­do debe­mos hacer­lo. Vivi­mos «inter­ve­ni­dos» en todos los cam­pos de nues­tras vidas y si algu­na face­ta con­si­gue des­ha­cer­se de ese con­trol, posi­ble­men­te conoz­ca­mos de pri­me­ra mano eso que lla­man el «peso de la ley».

El 26 de sep­tiem­bre tene­mos una con­vo­ca­to­ria de huel­ga (con todas las defi­cien­cias que que­ra­mos bus­car y que tie­ne) que debe ser­vir­nos para, al menos, mos­trar nues­tro har­taz­go ante tan­to robo y atro­pe­llo. El 26, en la calle, debe­mos mos­trar que tene­mos alter­na­ti­vas a este sis­te­ma depre­da­dor y vio­len­to, que las que­re­mos mate­ria­li­zar y que no pen­sa­mos dejar en el camino a quie­nes más difi­cul­ta­des pade­cen. Exi­gi­re­mos jus­ti­cia social y repar­to, por­que de otro modo esta­mos con­de­na­dos a no sabo­rear la vida, jodi­da muchas veces, pero un rega­lo mara­vi­llo­so que no pode­mos des­per­di­ciar lamen­tán­do­nos, deján­do­la pasar meti­dos en una ofi­ci­na, una fábri­ca… sin mayor pre­ten­sión que poder seguir com­pran­do cosas. El pea­je que paga­mos es dema­sia­do ele­va­do y lo cono­ce­mos: «meter» algu­na hora de más, ver a los críos casi siem­pre dor­mi­dos, no dis­po­ner de tiem­po para con­ver­sar con ami­gos, com­pa­ñe­ros… o redu­cir­lo a meros men­sa­jes a tra­vés de una pan­ta­lla. Eso no es vivir, no señor. Se lla­ma­rá de otra for­ma, pero ¿vivir? ¡no jodas! La vida es tiem­po del que dis­po­ner gus­to­sa y rea­li­za­do­ra­men­te y, en el tra­ba­jo (se pue­de decir lo mis­mo del con­su­mo cuan­do iden­ti­fi­ca­mos el poder adqui­si­ti­vo con la «feli­ci­dad»), no solo nos roban dine­ro, sino que nos roban el tiem­po, la vida. Una vida que no está para des­per­di­ciar opor­tu­ni­da­des y el 26 de sep­tiem­bre, no deja de ser una más. A ver qué haces. Tic, tac, tic, tac…

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