El orgu­llo de ser comu­nis­ta- Raúl Ruiz-Berdejo

Siem­pre me ha gus­ta­do ver la cara de extra­ñe­za de quie­nes no me cono­cen cuan­do les reco­noz­co abier­ta­men­te y con abso­lu­ta natu­ra­li­dad que soy comu­nis­ta. Supon­go que es lógi­ca la sor­pre­sa tras tan­tos años de fal­se­da­des en los medios de comu­ni­ca­ción y el cine, don­de a los comu­nis­tas nos pre­sen­tan como a mons­truos fren­te a la bon­dad infi­ni­ta del capi­ta­lis­mo (a menu­do per­so­ni­fi­ca­da en los mis­mos que ani­qui­lan a los pue­blos con la úni­ca moti­va­ción de obte­ner mayo­res rique­zas por medio de la acu­mu­la­ción de petró­leo). Les resul­ta­rá cho­can­te ver, en pri­me­ra per­so­na, que los comu­nis­tas somos gen­te de car­ne y hue­so, com­pro­me­ti­da con la jus­ti­cia, con la defen­sa de los dere­chos de los más des­fa­vo­re­ci­dos, defen­so­res de lo social fren­te a un capi­ta­lis­mo cuya insa­cia­bi­li­dad arra­sa con los más ele­men­ta­les dere­chos del ser humano y el nece­sa­rio res­pe­to a la naturaleza.

Pues sí, soy comu­nis­ta. Y no sólo lo soy sino que, ade­más, no ten­go nin­gún pro­ble­ma en reco­no­cer­lo ante nadie. Más bien al con­tra­rio, me sien­to orgu­llo­so de ser el here­de­ro ideo­ló­gi­co de quie­nes, antes que yo, entre­ga­ron su vida a la noble tarea de luchar por un mun­do más humano, en el que la rique­za esté mejor repar­ti­da, dón­de nadie acu­mu­le for­tu­nas espe­cu­lan­do con la des­gra­cia de quie­nes no tie­nen nada, un mun­do en el que todos ten­ga­mos cubier­tas nues­tras más ele­men­ta­les nece­si­da­des, lejos del des­equi­li­brio ase­sino de un sis­te­ma, el capi­ta­lis­mo, caren­te de soli­da­ri­dad y en el que el éxi­to es con­ce­bi­do des­de una pers­pec­ti­va insul­tan­te­men­te mate­ria­lis­ta sin impor­tar que, para alcan­zar­lo, haya que sacri­fi­car valo­res como la éti­ca, la moral o la justicia.

Tam­po­co ten­go el menor pro­ble­ma en repe­ler las acu­sa­cio­nes que, a menu­do, los medios de comu­ni­ca­ción vier­ten sobre quie­nes pien­san como yo lo hago. Entien­do que el capi­ta­lis­mo uti­li­ce los medios de los que dis­po­ne para mani­pu­lar a la gen­te en con­tra de quie­nes osa­mos dis­cu­tir su hege­mo­nía. Des­de lue­go, no es nue­vo que eso ocu­rra, siem­pre ha sido así. El fas­cis­ta que gober­nó Espa­ña, sem­bran­do el terror duran­te cua­tro lar­gas y som­brías déca­das, ya aler­ta­ba a los espa­ño­les de lo peli­gro­sos que éra­mos los comu­nis­tas. Y muchos le creían, sin repa­rar en que el ver­da­de­ro ase­sino era él. Hoy sus here­de­ros siguen hacien­do lo mis­mo, seña­lan­do a Cuba (ampli­fi­can­do cual­quier caren­cia que allí pue­da haber y obvian­do los inne­ga­bles méri­tos de la revo­lu­ción cuba­na) para ocul­tar las mise­rias de una fal­sa demo­cra­cia bur­gue­sa basa­da en la alter­nan­cia for­zo­sa de las dos caras de una mis­ma mone­da. Un régi­men que no duda en recor­tar dere­chos a los ciu­da­da­nos, en el que se repri­me al pue­blo, en el que se apli­ca la jus­ti­cia de una for­ma alar­man­te­men­te sub­je­ti­va en favor de los pode­ro­sos y en el que los medios de comu­ni­ca­ción redu­cen las alter­na­ti­vas a aque­llas que el pro­pio sis­te­ma está dis­pues­to a consentir.

No espe­ro otra cosa, des­de lue­go. Sé que segui­re­mos sien­do “el enemi­go” y lo mejor es que empie­zo a sen­tir­me cómo­do en ese papel. Ser “el enemi­go” de un régi­men bas­tar­do y ase­sino como éste que nos opri­me es, al menos para mí, moti­vo de orgu­llo más que de ver­güen­za. Sólo espe­ro que, a fuer­za de ser enga­ña­dos, una y otra vez, muchos abran los ojos a la reali­dad y des­cu­bran la visión par­cial e intere­sa­da que se ofre­ce de noso­tros. Bas­ta­ría con que salie­ran a la calle para des­cu­brir quié­nes somos y has­ta qué pun­to es fal­sa la ima­gen que el sis­te­ma ven­de de noso­tros. Nos verán con los para­dos, con los desahu­cia­dos, con los olvi­da­dos, con los cas­ti­ga­dos, con los repri­mi­dos, con los mar­gi­na­dos, con los dis­cri­mi­na­dos, con los explo­ta­dos, con los indig­na­dos… Enton­ces, posi­ble­men­te, sere­mos noso­tros quie­nes mira­re­mos extra­ña­dos, sor­pren­di­dos de ver­les por fin sumar­se a la lucha que hoy miran des­de la dis­tan­cia, y la úni­ca sor­pre­sa que dela­ten sus ros­tros sea la de des­cu­brir que para este sis­te­ma ellos tam­bién son “el enemigo”.

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