El amor, madre, a la patria (o la nece­si­dad de resi­tuar el nacio­na­lis­mo popu­lar cubano)- Julio César Guanche

La cla­ve his­tó­ri­ca de la fuer­za del nacio­na­lis­mo popu­lar y la mar­ca de su capa­ci­dad de per­sua­sión radi­ca en defen­der una Cuba con todos y para el bien de todos.

I.

A pun­to de cum­plir 16 años, José Mar­tí publi­có su pri­mer poe­ma dra­má­ti­co en La Patria Libre. La pie­za, «Abda­la», con­tie­ne una estro­fa que ha sido memo­ri­za­da aca­so por todos los cuba­nos: «El amor, madre, a la patria/​/​No es el amor ridícu­lo a la tierra,//Ni a la yer­ba que pisan nues­tras plantas;//Es el odio inven­ci­ble a quien la oprime,//Es el ren­cor eterno a quien la ata­ca». La fra­se ha sido cita­da como la prue­ba ini­ciá­ti­ca del amor de Mar­tí por Cuba como nación libre e inde­pen­dien­te, pero mucho menos por lo que tie­ne otras reso­nan­cias en el tex­to: qué entien­de su autor por «patria».

Mar­tí no com­par­te la con­cep­ción orga­ni­cis­ta, al uso en el siglo xix, sobre la nación. Para él esta no es una comu­ni­dad here­da­da, un lega­do reci­bi­do por una his­to­ria o terri­to­rio com­par­ti­dos, según la visión con­ser­va­do­ra de Her­der o Renan. Por lo mis­mo, tam­po­co sería la suya, en tér­mi­nos de deba­tes con­tem­po­rá­neos, una espe­cie de comu­ni­ta­ris­mo, que defien­da una iden­ti­dad cerra­da para la nación res­pec­to a otros gru­pos, le otor­gue una iden­ti­dad esen­cia­li­za­da (a la que debe­rían adhe­rir­se todos sus miem­bros), y deven­ga al fin un nacio­na­lis­mo sec­ta­rio, en tan­to identitario.

Si aque­lla estro­fa se lee en rela­ción con otra del mis­mo poe­ma: «!Soy nubio! /​/​El pue­blo entero/​/​Por defen­der su liber­tad me aguarda://Un pue­blo extra­ño nues­tras tie­rras huella://Con vil escla­vi­tud nos ame­na­za;(…)», apa­re­ce otra noción de patria. Esta no sur­ge de la «volun­tad de los indi­vi­duos», como ase­gu­ra­ba la con­cep­ción libe­ral de Maz­zi­ni. La patria es cele­bra­da por Mar­tí, en con­tras­te, según la acep­ción repu­bli­ca­na del patrio­tis­mo: el lugar don­de se es libre.

Para la cul­tu­ra clá­si­ca, que Mar­tí estu­dia­ba con Rafael María de Men­di­ve, bajo cuya influen­cia pre­pa­ró La Patria Libre, el patrio­tis­mo no era un ardor «nacio­na­lis­ta» por «el sue­lo» ni un arre­ba­to «cul­tu­ral o his­tó­ri­co», sino una pasión «polí­ti­ca»: el amor por una repú­bli­ca libre y por su for­ma de vida: il vive­re libero.

El patrio­tis­mo recla­ma­ba la lucha por los dere­chos impres­cin­di­bles para vivir y con­vi­vir como libres —lo que Mar­tí enla­za­ba con la rei­vin­di­ca­ción de la inde­pen­den­cia res­pec­to a Espa­ña— y la defen­sa del orden que hacía posi­ble esto últi­mo. La tesis de Abda­la es de todo pun­to repu­bli­ca­na: «el odio a quien la opri­me» y el «ren­cor a quien la ata­ca» se fun­dan en la pre­ten­sión del tirano de «hacer­se due­ño del aire» y de hacer ren­dir «fue­go y aire, tie­rra y agua» —o sea, de apro­piar­se de los recur­sos capi­ta­les para poder vivir. La tira­nía con­tra la que se rebe­la Abda­la ame­na­za con la escla­vi­tud polí­ti­ca y con la escla­vi­tud del hambre.

En esa con­cep­ción demo­crá­ti­ca, la patria-nación repre­sen­ta el inte­rés gene­ral fren­te al par­ti­cu­lar, el bien común —el ejer­ci­cio uni­ver­sal de los dere­chos de liber­tad y de pro­pie­dad nece­sa­rios para la exis­ten­cia— fren­te a la tira­nía del privilegio.

Ese patrio­tis­mo, al vin­cu­lar­se con la demo­cra­cia, alcan­zó mayor cala­do. No por azar el sub­tí­tu­lo dado por Mar­tí al sema­na­rio La Patria Libre —del que solo pudo edi­tar un núme­ro— fue «Demo­crá­ti­co-Cos­mo­po­li­ta». El Mar­tí ado­les­cen­te de la pelí­cu­la El ojo del cana­rio, de Fer­nan­do Pérez, cap­ta bien dicha creen­cia. Cuan­do sus con­dis­cí­pu­los dis­cu­ten sobre la demo­cra­cia en Gre­cia, él res­pon­de que era posi­ble encon­trar­la en el pre­sen­te, pues la lucha inde­pen­den­tis­ta cuba­na de la hora era una bata­lla «por la democracia».

Mar­tí renie­ga del patrio­tis­mo des­de arri­ba que absor­be la patria en el pro­yec­to de eli­tes polí­ti­cas, y lo ela­bo­ra des­de aba­jo: la nación no per­te­ne­ce al Esta­do ni a un esta­do o cla­se de la socie­dad, sino al pue­blo todo, a la patria-nación. Es el «pue­blo ente­ro» el que aguar­da a Abda­la para «defen­der su liber­tad». Como el pue­blo todo es la patria, Mar­tí podrá decir lue­go que «patria es huma­ni­dad»: la huma­ni­dad libre e independiente.

Esta acep­ción del patrio­tis­mo le per­mi­tió pro­ce­sar un nacio­na­lis­mo asi­mis­mo demo­crá­ti­co y popu­lar, que per­fi­ló en diá­lo­go con los valo­res y las for­mas de orga­ni­za­ción de los tra­ba­ja­do­res, emi­gra­dos y mayo­ri­ta­ria­men­te pobres, de Tam­pa y Cayo Hue­so, en la pre­pa­ra­ción de la gue­rra por la inde­pen­den­cia de Cuba y Puer­to Rico. Guia­do por el mis­mo obje­ti­vo, agre­gó la idea de una Cuba demo­crá­ti­ca como nación pos­ra­cial: «Cubano es más que blan­co, más que mula­to, más que negro». «Díga­se hom­bre, y ya se dicen todos los derechos».

Con ello, ela­bo­ró el núcleo de la ideo­lo­gía más pode­ro­sa del siglo xx cubano: el nacio­na­lis­mo, ora popu­lar ora popu­lis­ta, según sus dife­ren­tes ver­sio­nes, for­mu­la­das con­tra el libe­ra­lis­mo oli­gár­qui­co, y por ende proim­pe­ria­lis­ta y anti­po­pu­lar, que sos­tu­vo la pri­me­ra repú­bli­ca cuba­na de 1902 has­ta 1933. En ese con­tex­to, un patrio­tis­mo corrup­to podía ser­vir de excu­sa al sos­te­ni­mien­to del orden de pri­vi­le­gios vigente.

II.

El repu­bli­ca­nis­mo oli­gár­qui­co se afian­zó duran­te el siglo xix en Amé­ri­ca lati­na. Arri­bó a los 1930 espan­ta­do ante la polí­ti­ca de masas, el sufra­gio uni­ver­sal, los dere­chos labo­ra­les y la cre­cien­te legi­ti­mi­dad de las cos­tum­bres ple­be­yas e hizo todo lo posi­ble para evi­tar el ascen­so de las masas y exco­mul­gar su cul­tu­ra. Por ese camino, Juan Caru­lla, un influ­yen­te escri­tor argen­tino en la fecha, nacio­na­lis­ta y oli­gár­qui­co, lla­ma­ba al gobierno de Hipó­li­to Yri­go­yen «bano de pus y cieno». Las masas eran, para él, «una hedion­da tur­ba» sedien­ta de poder «mane­ja­da por negri­tos medio­cres y enfermizos».

Una de las pri­me­ras impug­na­cio­nes fuer­tes del orden naci­do en Cuba en 1902 —las deman­das del Par­ti­do Inde­pen­dien­te de Color (PIC)— reci­bió en con­tra esos argu­men­tos al uso en el con­ti­nen­te. Se le ha lla­ma­do «gue­rra de razas» al cri­men de esta­do que ase­si­nó en 1912, a raíz del levan­ta­mien­to del PIC, entre 3000 y 5000 cuba­nos negros por par­te del ejér­ci­to nacio­nal —que sufrió entre 12 y 16 bajas — . En efec­to, fue una gue­rra, pero de la repú­bli­ca oli­gár­qui­ca y blan­ca con­tra sus ciudadanos.

El PIC sos­te­nía un patrio­tis­mo cívi­co, no un nacio­na­lis­mo racial. Su pro­gra­ma no era «negris­ta»: «¿Somos los cuba­nos de hecho y de dere­cho ciu­da­da­nos de una repú­bli­ca demo­crá­ti­ca o no? (…)». «El día en que en este país todos los naci­dos en él pue­dan ser todo lo que haya que ser, des­de Pri­mer Magis­tra­do de la nación has­ta el últi­mo barren­de­ro, enton­ces y solo enton­ces, empe­za­rá a bri­llar la auro­ra repu­bli­ca­na para este mise­ra­ble pueblo».

La pla­ta­for­ma nacio­na­lis­ta del PIC exi­gía dere­chos obre­ros; dere­chos ciu­da­da­nos; ins­truc­ción públi­ca y tie­rra para los cam­pe­si­nos; regu­la­ción legal del tra­ba­jo infan­til; el esta­ble­ci­mien­to de segu­ros con­tra acci­den­tes de tra­ba­jo; la gra­tui­dad de la ense­ñan­za e inclu­so de la Uni­ver­si­dad; el deses­tí­mu­lo a la inmi­gra­ción selec­ti­va, debi­do a los inten­tos de blan­quear el país; la opo­si­ción a la pena de muer­te; la refor­ma penal; el nom­bra­mien­to de ciu­da­da­nos de color en el cuer­po diplo­má­ti­co entre los nati­vos cuba­nos; entre otras. Era esta la «Repú­bli­ca de cha­rol» con­tra la cual la nación eli­ta­ria echó a andar la eter­na mito­lo­gía racis­ta: los negros eran «fie­ras dis­fra­za­das de hom­bres», aque­llo fue una «bulla racis­ta», «al negro no se le pue­de dar mucha ala».

El PIC com­pren­día que la exclu­sión del negro era una de las cla­ves de la cohe­sión del Esta­do nación oli­gár­qui­co —como suce­día en Amé­ri­ca lati­na con la exclu­sión del uni­ver­so indí­ge­na. De hecho, sus exi­gen­cias pre­fi­gu­ra­ron muchos de los con­te­ni­dos de la polí­ti­ca demo­crá­ti­ca de masas asu­mi­das por la ins­ti­tu­cio­na­li­dad cuba­na tras 1930.

III.

El hallaz­go de Mar­tí, rei­vin­di­ca­do a su mane­ra por el PIC, fue pri­mor­dial para hacer polí­ti­ca demo­crá­ti­ca en la Isla: el patrio­tis­mo debía defen­der un nacio­na­lis­mo popu­lar para una repú­bli­ca inclu­si­va, libre e independiente.

Para Julio Anto­nio Mella el nacio­na­lis­mo demo­crá­ti­co no con­sis­tía en sus­ti­tuir «al rico extran­je­ro por el rico nacio­nal». El joven líder afir­ma­ba: «Ya no será ¡Cuba Libre…! para los nue­vos tira­nos sino para los tra­ba­ja­do­res. Quien se diga demó­cra­ta, pro­gre­sis­ta, revo­lu­cio­na­rio en el ver­da­de­ro sen­ti­do que la res­pe­ta (dirá): ¡Cuba Libre, para los tra­ba­ja­do­res!». Los «nue­vos tira­nos» de Mella eran los here­de­ros del repu­bli­ca­nis­mo oli­gár­qui­co tan cri­ti­ca­do por Martí.

El pro­gra­ma que enfren­tó a esos «nue­vos tira­nos» incor­po­ró suje­tos plu­ra­les, más allá de los acto­res de la polí­ti­ca socia­lis­ta obre­ra. En rigor, todas las ideo­lo­gías anti­oli­gár­qui­cas cuba­nas pos­te­rio­res a los 1930, defen­die­ron dis­tin­tas ver­sio­nes del nacio­na­lis­mo. Des­de ahí obtu­vie­ron la mayor base de masas y la mayor capa­ci­dad para for­mu­lar deman­das y rei­vin­di­ca­cio­nes demo­crá­ti­cas en el cam­po polí­ti­co cubano has­ta 1959.

A tra­vés del nacio­na­lis­mo popu­lis­ta, el Par­ti­do Revo­lu­cio­na­rio Cubano (Autén­ti­co), de Ramón Grau San Mar­tín, logró ser el par­ti­do cubano más influ­yen­te des­de su fun­da­ción en 1934 has­ta el adve­ni­mien­to del Par­ti­do del Pue­blo Cubano (Orto­do­xo), de Eduar­do Chi­bás, un des­pren­di­do de aquel (en 1947) que ganó exis­ten­cia dife­ren­cia­da. Esa fue la ideo­lo­gía triun­fan­te en la Con­ven­ción cons­ti­tu­yen­te de 1940, que pro­du­jo una gran cons­ti­tu­ción democrática.

El nacio­na­lis­mo popu­lar fue derro­ta­do en los 1930, pero dejó un sin­nú­me­ro de con­quis­tas, que encon­tra­ron con­fluen­cias con el pro­gra­ma popu­lis­ta: la crea­ción de la Secre­ta­ría de Tra­ba­jo, el esta­ble­ci­mien­to de la fun­ción arbi­tral del gobierno en las rela­cio­nes obre­ro-patro­na­les, la ins­ti­tu­cio­na­li­za­ción del sin­di­ca­to, el sala­rio míni­mo, la pro­tec­ción de la mujer y del niño, la ley de acci­den­tes de tra­ba­jo, la jor­na­da de ocho horas, la con­tra­ta­ción colec­ti­va, la nacio­na­li­za­ción del empleo; el segu­ro y el reti­ro obre­ro, la regla­men­ta­ción de la usu­ra y el sufra­gio femenino.

El per­fil demo­crá­ti­co de ese nacio­na­lis­mo popular/​populista pue­de apre­ciar­se en esta fra­se de Juan Mari­ne­llo de 1940: «No el nacio­na­lis­mo de ban­de­ras ni de him­nos: el nacio­na­lis­mo como satis­fac­ción legí­ti­ma de las nece­si­da­des de la masa que enca­ra la nación». El espec­tro nacio­na­lis­ta bus­ca­ba incluir a todos los sec­to­res: reco­no­ció la igual­dad civil de la mujer casa­da, supri­mió las dife­ren­cias entre los hijos habi­dos den­tro y fue­ra del matri­mo­nio, con­de­nó la dis­cri­mi­na­ción racial y se pro­nun­ció sobre pro­ble­mas de la juven­tud estu­dian­til, des­de la ense­ñan­za pri­ma­ria has­ta la uni­ver­si­ta­ria. En lo cul­tu­ral, abo­gó por una «escue­la cuba­na» y cri­ti­có la exis­ten­cia de una «patria sin nación».

El nacio­na­lis­mo demo­crá­ti­co resul­ta­ba patrió­ti­co por denun­ciar el nexo entre oli­gar­quía e impe­ria­lis­mo en Cuba y pro­po­ner como hori­zon­te una nación más inclu­yen­te, pre­do­mi­nan­te­men­te den­tro de un mar­co bur­gués que defen­día el antim­pe­ria­lis­mo eco­nó­mi­co (aquí se encuen­tra la posi­bi­li­dad y el lími­te de la Cons­ti­tu­ción de 1940).

Ese antim­pe­ria­lis­mo bur­gués com­pren­día el dere­cho a la auto­de­ter­mi­na­ción, a la con­quis­ta de la inde­pen­den­cia nacio­nal y a la libe­ra­ción eco­nó­mi­ca, quie­re decir a «nacio­na­li­zar» las rique­zas, en el sen­ti­do de «cuba­ni­zar­las», de que fue­sen cuba­nos sus propietarios.

Rami­ro Gue­rra sin­te­ti­zó el pro­gra­ma para esa Cuba bur­gue­sa pos­te­rior a 1930: luchar con­tra el lati­fun­dio, como régi­men de explo­ta­ción de la tie­rra, por des­truir la eco­no­mía, la orga­ni­za­ción social y, a la lar­ga, la sobe­ra­nía polí­ti­ca y la inde­pen­den­cia nacio­nal, sin que ello con­lle­va­ra una acción con­tra la indus­tria azu­ca­re­ra ni con­tra el capi­tal nacio­nal o extran­je­ro. Ese pro­gra­ma fue rela­bo­ra­do —fue­se por impug­nar­lo o por refor­mar­lo— por el nacio­na­lis­mo popu­lar o por el popu­lis­ta amplián­do­lo hacia una polí­ti­ca de masas.

El cam­po popu­lar apor­tó el cam­bio radi­cal a ese pro­yec­to. Jesús Menén­dez había afir­ma­do: «sin obre­ros no hay azú­car», con­tra la fra­se de la gran bur­gue­sía azu­ca­re­ra: «sin azú­car no hay país». Menén­dez que­ría decir: sin obre­ros no hay país. En los 1950, el Movi­mien­to Revo­lu­cio­na­rio 26 de Julio lla­mó a que­mar caña y enar­bo­ló una con­sig­na más gene­ro­sa aún: «Sin liber­tad no hay país». Esa fue la con­fluen­cia que triun­fó en 1959: la del nacio­na­lis­mo con el socia­lis­mo en cla­ve demo­crá­ti­ca. Como es obser­va­ble, repi­ca aquí el prin­ci­pio mar­tiano: la patria es el lugar don­de se es libre.

IV.

Aho­ra, nóte­se un hecho: el esplen­dor del patrio­tis­mo cubano, con su cenit en 1959, estu­vo vin­cu­la­do a un den­so nacio­na­lis­mo, abier­to hacia todas las dimen­sio­nes, en defen­sa de la sobe­ra­nía nacio­nal, la sobe­ra­nía popu­lar, la eco­no­mía demo­crá­ti­ca (que con­si­de­ra­ba a la pro­pie­dad como una fun­ción social, cons­ti­tu­cio­na­li­za­ba el tra­ba­jo y fomen­ta­ba la eco­no­mía nacio­nal y el mer­ca­do interno —hecho que expre­sa­ba de modo cabal el lema de la Feria Expo­si­ción de Pro­duc­tos Cubano de 1959: «con­su­mir pro­duc­tos cuba­nos es hacer patria» — , todo ello en lucha con­tra des­igual­da­des de cla­se, raza, géne­ro y edad. El nacio­na­lis­mo popu­lar se enten­dió siem­pre como espa­cio demo­crá­ti­co de inclu­sión, como una bre­ga para que todos los sec­to­res encon­tra­ran espa­cio y desa­rro­llo en una nación para todos.

¿Exis­ten ambos ele­men­tos hoy, de modo que uno sir­va para refor­zar el otro y hacer avan­zar a ambos?

En cin­cuen­ta años, muchas cosas han pasa­do en Cuba. Entre lo suce­di­do, la divi­sión ideo­lo­gi­za­da de la nación no es un pro­ble­ma menor, pues ha pro­du­ci­do nacio­na­lis­mos de trin­che­ra y patrio­tis­mos de estado.

Por lo dicho, el tema es más com­ple­jo que res­trin­gir el aná­li­sis a un cor­te en el cual de un lado están los patrio­tas y del otro los plat­tis­tas. Dicho sea de modo tajan­te: no es dable ser patrio­ta y defen­der al uní­sono espe­cie algu­na de agre­sio­nes polí­ti­cas, cul­tu­ra­les, eco­nó­mi­cas y mili­ta­res con­tra la nación cuba­na, y con­tra sus nacio­na­les, pero dicho sea tam­bién con énfa­sis: ago­tar el patrio­tis­mo en esa úni­ca dis­tin­ción deja fue­ra un con­jun­to de temas esen­cia­les que con­for­man el patrio­tis­mo como la pasión de los ciu­da­da­nos por vivir como libres.

Des­pués de déca­das de aban­dono, el nacio­na­lis­mo vino al res­ca­te de la ideo­lo­gía revo­lu­cio­na­ria tras la implo­sión de la Unión Sovié­ti­ca y del «mar­xis­mo-leni­nis­mo» pro­ve­nien­te de ella. No obs­tan­te, el nacio­na­lis­mo popu­lar tie­ne nece­si­da­des pro­pias para su desa­rro­llo: la cons­truc­ción polí­ti­ca del pue­blo como actor de su poder y sus pro­yec­tos, la iden­ti­dad del movi­mien­to popu­lar a par­tir de la exis­ten­cia de un teji­do de orga­ni­za­cio­nes capa­ces de repre­sen­tar autó­no­ma­men­te sus intere­ses; la fuer­za y pene­tra­ción de la cul­tu­ra popu­lar; la capa­ci­dad para cana­li­zar la diver­si­dad de deman­das popu­la­res den­tro de un espa­cio polí­ti­co inclu­si­vo; la expan­sión de un tipo de eco­no­mía com­pro­me­ti­da con la satis­fac­ción de las nece­si­da­des de repro­duc­ción de la vida de los sec­to­res popu­la­res; y la expan­sión del poder popu­lar como movi­mien­to autó­no­mo de empo­de­ra­mien­to social, capaz de poner la polí­ti­ca —la posi­bi­li­dad de deci­dir sobre la vida per­so­nal, social y natu­ral— al alcan­ce de todos.

No hay espa­cio aquí para explo­rar estos pro­ble­mas. Solo afir­mo una nece­si­dad: es pre­ci­so resi­tuar el nacio­na­lis­mo popu­lar como el espa­cio de inclu­sión y desa­rro­llo del con­jun­to de la vida ciu­da­da­na, como el pre­su­pues­to del patrio­tis­mo de los ciu­da­da­nos fren­te a cual­quier for­ma de patrio­tis­mo eli­ta­rio, de esta­do, de par­ti­do o de clase.

Hoy se abre una épo­ca que pare­ce cla­mar otra vez el «Cuba para los cuba­nos» del nacio­na­lis­mo bur­gués de los 1940, como medio de jus­ti­fi­car, por ejem­plo, las inver­sio­nes de cuba­nos de la diás­po­ra en la Isla. Recuér­de­se aquí a Mella: no se tra­ta de sus­ti­tuir «al rico extran­je­ro por el rico nacio­nal». Es un dere­cho de los ciu­da­da­nos cuba­nos inver­tir en su país según lo regu­le la ley, pero es un deber de la polí­ti­ca demo­crá­ti­ca cons­truir al mis­mo tiem­po defen­sas con­tra la eco­no­mía capi­ta­lis­ta (la poten­cia de los dere­chos labo­ra­les, la fuer­za de los sin­di­ca­tos para dispu­tar deci­sio­nes empre­sa­ria­les, el ase­gu­ra­mien­to efi­caz de la sobe­ra­nía nacio­nal sobre los recur­sos estra­té­gi­cos, el carác­ter públi­co de los ser­vi­cios fun­da­men­ta­les para la vida y la cons­ti­tu­cio­na­li­za­ción y eco­lo­gi­za­ción de todo el fun­cio­na­mien­to empre­sa­rial para con­tro­lar­lo des­de aba­jo y des­de afue­ra), como, sobre todo, es un deber de la polí­ti­ca demo­crá­ti­ca poten­ciar la exis­ten­cia de múl­ti­ples for­mas de orga­ni­za­ción eco­nó­mi­ca popu­lar, no some­ti­das a las reglas de hie­rro de la ren­ta­bi­li­dad capitalista.

La cla­ve his­tó­ri­ca de la fuer­za del nacio­na­lis­mo popu­lar y la mar­ca de su capa­ci­dad de per­sua­sión radi­ca en defen­der una Cuba con todos y para el bien de todos. «Cuba para los cuba­nos» sig­ni­fi­ca, como en Mar­tí, un ideal igua­li­ta­rio y por ello demo­crá­ti­co: el bien común sobre el pri­vi­le­gio: nin­gún pri­vi­le­gio para un cubano, por ser rico o pode­ro­so, y nin­gún pri­vi­le­gio para un extran­je­ro por enci­ma de un nacional.

El nacio­na­lis­mo demo­crá­ti­co, afin­ca­do en Mar­tí, afir­ma que la nación per­te­ne­ce al pue­blo y el Esta­do per­te­ne­ce a sus ciu­da­da­nos y no per­mi­te cru­zar los tér­mi­nos de la ecua­ción: la nación no per­te­ne­ce al Esta­do ni el Esta­do per­te­ne­ce al «pue­blo» y menos a una par­te de él, per­te­ne­ce a quie­nes tie­nen dere­chos exi­gi­bles sobre el Esta­do: los ciudadanos.

Ese patrio­tis­mo podría ser hoy el valor polí­ti­co más con­vin­cen­te para los cuba­nos en la medi­da en que comu­ni­que el nacio­na­lis­mo con la demo­cra­cia y el cos­mo­po­li­tis­mo; impug­ne la nación como un pro­yec­to oli­gár­qui­co, patriar­cal o blan­co, en suma eli­ta­rio, y la defien­da como una reali­dad igua­li­ta­ria en la plu­ra­li­dad y la diver­si­dad; exclu­ya a quie­nes aten­ten con­tra ese orden, y defien­da por todas las vías el patrio­tis­mo como el amor por la con­vi­ven­cia entre seres libres y recí­pro­ca­men­te iguales.

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La Haba­na, mayo de 2012
Julio César Guan­che es un juris­ta y filó­so­fo polí­ti­co cubano, miem­bro del con­se­jo edi­to­rial de Sin­Per­mi­so, muy repre­sen­ta­ti­vo de una nue­va y bri­llan­te gene­ra­ción de intelectuales

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