A solas- Mai­té Campillo

y las lla­mas alum­bren las olas al calor de las hogue­ras en las que poda­mos bañar nues­tro pro­pio pudor, sea noche de San Juan o San Pedro, o apa­rez­ca la divi­na pas­to­ra con sus corderos

En bus­ca de la Primavera

Pon­go nom­bre a la memo­ria, sigo dis­fru­tan­do la raíz de las emo­cio­nes. Tóni­co es un bucho de café que mar­ca fuga anti­oxi­dan­te a tra­vés de los fenó­li­cos que como áci­dos clo­ro­gé­ni­cos se te suben por la che­pa a ayu­dar al menos psi­co­ló­gi­ca­men­te a ende­re­zar­te, sua­vi­za aun­que más no sea apa­ren­te­men­te el ceño frun­ci­do y una se ve con más chis­pa favo­re­cien­do el des­en­fa­do, pues aflo­ja la ten­sión por la capa­ci­dad que tie­ne para la ter­tu­lia, y la risa aflu­ye sin tan­to esfuer­zo a la maña­na; tam­bién dicen que todo eso, radi­ca en sus efec­tos anti­mu­ta­gé­ni­cos de ahí, que los virus mutan­tes que minan la gana y apla­can el espí­ri­tu juve­nil han de engan­char­se para com­ba­tir­los ‑todo ésto se dice y se comen­ta- sobre todo en invierno don­de abun­dan por doquier por la cale­fac­ción con­ti­nua a puer­ta cerra­da que mata el oxí­geno que baja de las mon­ta­ñas y, es que hay cosas que su inges­ta aun­que sien­te mal, siem­pre se ve bien, hacién­do­se sagra­das en prio­ri­dad a la lega­ña, e inclu­so se anti­ci­pan antes de dejar­se caer de la cama. Es lo que tie­ne el con­su­mo abu­si­vo de un mis­mo pro­duc­to de poder, te hace ver esa lla­ma­das “txi­ri­bi­tas a colo­res” en los des­fal­cos como salu­do a la maña­na. Las lis­tas de espe­ra en los hos­pi­ta­les no con­tem­plan la vida, pues no nos ven, sólo txi­ri­bi­tas, hay ene!, por eso nos miran como rien­do de for­ma bobalicona.

El invierno se hace lar­go, pero no sue­ño con el due­ño del café, no nece­si­ta que yo le ali­men­te, por el con­tra­rio, ten­go un derro­che de sue­ños; sue­ño con la suda­de­ra de las estre­llas, y el calor lle­ga a mi cuer­po. Aro­ma de vida fres­ca es el aro­ma al podar la hier­ba, inten­to sen­tir­la para que oxi­ge­ne mi cama, y cuan­do lo con­si­go duer­mo agus­ti­to, como si a mi lado tuvie­ra un aman­te de alien­to fres­co. La pues­ta de sol bene­fi­cia el cul­ti­vo de los cuer­pos, me pier­do en el tiem­po cuan­do la miro, hay exce­sos que se enca­pri­chan en uno! Un ama­ne­cer rojo es el mío, por volun­tad pro­pia, nun­ca podría dejar esta vida, los rayos del sol me lo confirman.

Sobre el camino cos­te­ro hacia mi casa el sol me habla en la som­bra, se arri­ma a mi oído eri­zán­do­se mi piel, mien­tras yo sigo abra­za­da a la bri­sa; sabe que le nece­si­to para rege­ne­rar estí­mu­los y eli­mi­nar el hon­go de los amos del café que obli­ga a ver esas colo­ri­das txi­ri­bi­tas don­de “ajus­tes” del gobierno, osea don­de aulas vacías.

Agra­dez­co a la bri­sa que así me des­pier­ta, se lo agra­dez­co de cora­zón con la mejor de mis mira­das y son­ri­sas; cons­cien­te ella que soy vien­to y semi­lla de liber­tad, me da empu­jon­ci­tos ‑pa“lante, me dice!, y vamos jun­tas en el camino con el pro­pó­si­to de ir podan­do la albo­ra­da; des­de esa pun­ta, obser­vo a los aldea­nos, abue­los que se encuen­tran en los huer­tos del sen­de­ro, todo es camino cuan­do una quie­re andar. Sus mira­das siguen ahí como cla­va­das en la his­to­ria, miran como a lo lejos, pen­san­do en «desaparecid@s” que aún que­dan por des­hu­mar pero a esta altu­ra, osea, más lejos, siem­pre mar­can­do camino van sus sue­ños, que guar­do den­tro de mi cuan­do me des­pi­do de ellos, y sigo. Todo es camino, no me des­vío. Vein­te can­tos más arri­ba, sus mira­das y silen­cios, al fon­do sus cabe­llos blan­cos entre cas­ta­ño y negro, otros ya nubes de algo­dón; muchos lo que lucen sus sue­ños pues­tos en los hue­sos que cla­van en el cal­cio, radar con fle­cha en verano. Sen­si­bi­li­zo las estre­llas a la suda­de­ra que les irra­die poros e inquie­te vibran­tes sus mira­das y son­ri­sas ya aja­das por la espe­ra de una pri­ma­ve­ra que se resis­te; ellas se dis­pa­ran cons­cien­tes, soli­da­rias, saben que la pesa­dez lar­ga del invierno abu­rre, la des­pe­re­za. Entorno a cirue­los y almen­dros, nie­tos y biz­nie­tos corre­tean por los huer­tos, aje­nos a tal año­ran­za, sin impor­tar­les el frío ni al tama­ño de un comino; árbo­les y pibi­tos menu­dos cre­cen solos a la luz de sus sue­ños. Hablo con todos los “enanos”, los voy guar­dan­do en mi cora­zón, esa caji­ta mági­ca lle­na de semi­llas, que ellos me envuel­ven a besos; pero el tiem­po es impla­ca­ble, se empe­ña, y des­gua­za sus alas blancas.

Los “menu­dos” nos ense­ñan que los ner­vios nos limi­tan. A mi me ense­ña Aiert, con menos de cin­co años; no le gus­tan los demo­le­do­res de Kul­tu­retxeak. Azku­na es malo me dijo un día. El tiem­po es un valor poten­cial, sobre el que damos cole­ta­zos al lle­gar el alba que con­flu­yen en suma de auro­ras. Sobre ellas me enca­ra­mo a des­ves­tir oto­ños para abri­gar invier­nos, y poder libe­rar­me más allá del verano, pues entre tan­ta mul­ti­tud el pue­blo ha de tener su can­to aun­que vis­tan de turis­mo los valles y pára­mos. Aún en la noche más cor­ta el pue­blo ha de tener su valle, y las lla­mas alum­bren las olas al calor de las hogue­ras en las que poda­mos bañar nues­tro pro­pio pudor, sea noche de San Juan o San Pedro, o apa­rez­ca la divi­na pas­to­ra con sus cor­de­ros. Es impor­tan­te brin­car, y brin­car como un jue­go que no pier­de ino­cen­cia, sobre él, la luna ilu­mi­na la espu­ma, pun­ti­lli­ta no más ‑dice un luce­ro- fru­to del olea­je de gri­tar y can­tar lo que a fuer­za de insis­tir entre infan­cias reu­ni­das, bro­ta con opti­mis­mo el mon­te sobre la mar.

El Fla­ko es her­mano mío ‑per­te­ne­ce a calle inter­na­cio­nal- un día me dijo, ésta es Iratxe (zorio­nak sor­gintxu!), y así fue como aho­ra tam­bién es her­ma­na mía. Sabías que pega­da a la casi­ta que yo nací, media­ba un calle­jón estre­cho, sepa­rán­do­nos de una cam­pa?, ahí pusie­ron un molino de café. Des­de ese aro­ma que irra­dia­ba la barria­da sigo, escri­bo y brin­co por detrás de los cris­ta­les de mis ojos, obser­vo que los árbo­les salu­dan los vien­tos impreg­na­dos de espe­cias tam­bién te feli­ci­tan. La bue­na gen­te me llue­ve recuer­dos. L@s aco­mo­do al paso, entre los aro­mas de la tie­rra como las legum­bres de Ger­ni­ka; vier­to sobre ellos péta­los, hojas de parra, ramas de guin­dal y cere­zo, raí­ces que ema­nan vida. Los can­tos de la resis­ten­cia me hacen sen­tir cer­ca de y, aun­que me lle­ve muchos, muchos años, sigo pren­di­da del arro­jo de la Revo­lu­ción de Octu­bre de 1934 en Astu­rias. Encien­den, sus can­tos, la mecha en el encuen­tro y, yo lan­zo la caña a las bra­sas pene­tran­do sobre la teja­va­na agrí­co­la de los teja­dos de los case­ríos y hórreos. La ciu­dad se huma­ni­za al ver las bra­sas que me acom­pa­ñan. Sigo la mar­cha, den­tro de mi, uni­das, en cada peda­ci­to del día, de su piel en mi piel a cada paso en cada puño, lucho izan­do la ban­de­ra que me lega­ron mis ante­pa­sa­dos, soy des­cen­dien­te de los Lira­ña y Gal­gos. Apren­dí del camino que su oxí­geno es mi oxí­geno, por­que esa es mi gen­te, la que me dis­pu­so a la vida, para cami­nar con mis her­ma­nos del mun­do por­que de ellos todo reci­bo por eso que siem­pre digo que nada sin ellos.

Quién no siem­bra amor no sabe amar ‑por eso quie­ro tan­to a mis her­ma­nos- de ahí que siem­pre haya esta­do en mi vida la orden de revo­lu­ción, por eso, por­que quién no sabe amar no sabe can­tar aun­que sean aclamad@s por el podio del des­ho­nor. No se dejen nun­ca reven­tar cara­jo! ‑gri­ta una nube de algo­dón que se incor­po­ra de la grie­ta del huer­to don­de cose­cha hor­mi­gue­ros en la tie­rra que son fugas para los siem­pre vivos. Hay mucho vien­to aho­ra por aquí ‑me dijo una de esas bra­sas y, yo guar­do la ener­gía que trans­mi­ten sus ense­ñan­zas. El encan­ta­mien­to obe­de­ce a un res­pe­to por eso encan­ta. Yo ado­ro a los locos y loqui­tas, que­dan pocos; te abra­zan deli­ca­da­men­te, como en los exá­me­nes, los bue­nos edu­can­dos cons­tru­yen. Una socie­dad des­pa­ra­si­ta­da de pará­si­tos a la sopa boba se hace urgen­te. Me des­pi­do apren­dien­do del latir de las lla­mas com­ba­ti­vas, que como para­pen­te ate­rri­zan a for­ma de bra­sas cada vier­nes a mis notas, siem­pre en 36! La resis­ten­cia es como la his­to­ria, no se pue­de dejar atrás, se mori­ría. Sobre ese espí­ri­tu lle­gan exi­gien­do la reha­bi­li­ta­ción de los crí­me­nes del fas­cis­mo y la rei­vin­di­ca­ción de los “des­apa­re­ci­dos”, de los hijos roba­dos que son una espi­na cla­va­da en el cora­zón. Así lle­gan las lla­mas para com­par­tir como aula inter­na­cio­nal siem­pre al sol, a for­ma de peña sóli­da sus rayos. Fuer­tes con la pala­bra, empu­jan­do ilu­sio­nes, avi­van­do y com­par­tien­do con todos los pue­blos espe­ran­za. Su ardien­te opti­mis­mo juve­nil enri­que­ce lec­tu­ras, avi­va las aulas. Iratxe es como mi Talía ‑uno de los per­so­na­jes pre­di­lec­tos de mis notas. Es una dan­za de mari­po­sas la de ellas, revo­lo­tean entre hojas cons­trui­das en nidos de flo­res sobre el pla­ne­ta, embe­lle­ce y cur­te, por ese mis­mo encan­ta­mien­to que sus alas des­pren­den en su bata­llar en bus­ca de la ver­da­de­ra pri­ma­ve­ra don­de nadie ten­ga que llo­rar, pues abo­li­rá de iso­fac­to la escla­vi­tud de arras­trar­se por los sue­los; ahí radi­ca el embrión de la socie­dad de mis her­ma­nos, de nues­tra pri­me­ra avan­za­da triun­fal. Bajan a ella des­de los cerros de dis­tin­tos con­ti­nen­tes y océa­nos, entre pie­dra y camino, avan­zan. Hoy aso­mó una tor­men­ta como un salu­do de las entra­ñas del mis­te­rio de los sencillos.

Mai­té Cam­pi­llo (actriz y direc­to­ra de teatro)

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