[Video] Beni­to Lertxun­di «La solu­ción pasa por saber que uno no tie­ne solución»

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Beni­to Lertxundi 

En invierno Beni­to Lertxun­di se man­tie­ne en for­ma con una bici está­ti­ca, en verano reco­rre sus 40 kiló­me­tros de media, puer­to arri­ba, puer­to aba­jo, sin com­paía, a sus cosas. Des­pués de tres años de silen­cio, «el árbol» de Orio, el pasean­te de su ribe­ra, regre­sa con un dis­co cau­to y sereno. Sus diez can­cio­nes son bal­sá­mi­cas, un camino hacia la tem­plan­za que tie­ne como refe­ren­cia a Leo­nard Cohen, pero con mati­ces, «Oroi­me­na­ren orai­na” (Elkar) es tan suyo como cual­quier otro dis­co previo.

En la his­to­ria de Beni­to Lertxun­di Cohen y Pes­soa lle­van tiem­po pre­sen­te, cada uno con su por­qué. En el deli­ca­do y espon­jo­so, en el sobrio y ami­ga­ble «Oroi­me­na­ren orai­na» ambos están pre­sen­tes. Pero tam­bién el exce­len­te tra­ba­jo de Olatz Zugas­ti, así como sus com­pa­ñe­ros de gra­ba­ción, músi­cos de gran per­fil. Lertxun­di une en su nue­vo dis­co las sono­ri­da­des del Atlán­ti­co y las del Medi­te­rrá­neo. Se sien­te más con­gra­tu­la­do que nun­ca y ofre­ce al oyen­te diez can­cio­nes esplén­di­da­men­te sen­so­ria­les, con la voz de Lertxun­di enca­ja­da en tim­bre y tono en su debi­do lugar.

¿«Oroi­me­na­ren orai­na» es su álbum más sereno, deli­ca­da­men­te cau­ti­vo de su quietud?

Pro­ba­ble­men­te sí. Estas can­cio­nes creo que tie­nen esa carac­te­rís­ti­ca natu­ral. He esta­do duran­te casi tres años prác­ti­ca­men­te sin hacer nada: Digo «sin hacer nada», pero nun­ca sabe­mos cuan­do esta­mos hacien­do. De pron­to me sen­té, tenía ahí los tex­tos en un cua­derno pre­pa­ra­dos con cier­ta pere­za y no sé si con un cier­to mie­do tam­bién. Al cor­tar una acti­vi­dad, el arran­que cues­ta un poco. Cuan­do empe­cé, para mi sor­pre­sa, la pri­me­ra can­ción salió muy fácil. De hecho, me extra­ñó que fue­ra así y, ade­más, el resul­ta­do me gus­ta­ba y me satis­fa­cía la ten­den­cia que mar­qué. La siguien­te can­ción salió más o menos igual y lue­go una ter­ce­ra. Y a medi­da que iba pre­pa­ran­do, pri­me­ro una, dos, tres… inme­dia­ta­men­te lo lle­va­ba al direc­to, que es lo que me gus­ta para, de algu­na mane­ra, enfren­tar la can­ción con la reali­dad del direc­to, y me entu­sias­ma­ba lo que gene­ra­ban en direc­to, la res­pues­ta. Iba com­pro­ban­do que las can­cio­nes me esta­ban fun­cio­nan­do. He segui­do ese esque­ma una tras otra can­ción y esti­mo que han sali­do de una mane­ra muy natu­ral. Nor­mal­men­te mi pun­to de par­ti­da sue­le ser eli­mi­nar lo que no quie­ro, lim­pio un poco el entorno y enton­ces ya empie­zo a vis­lum­brar un poco el camino.

¿Usted hace la lim­pie­za solo?

Sí, sí, natu­ral­men­te por mi ins­tin­to, voy vien­do lo que no me va, lo que no me sal­dría nun­ca y por lo tan­to voy des­car­tan­do. Cada vez creo que tien­do más a la narra­ción, casi a un tipo de can­ción habla­da. Ya sé que me vas a decir que se pare­ce mucho a Leo­nard Cohen… Yo, de ante­mano, lo sé. Leo­nard Cohen es un artis­ta que siem­pre lo he teni­do en esti­ma, es una refe­ren­cia muy cla­ra, pero, ade­más, digo que antes de cono­cer­le, antes de oír su pri­me­ra can­ción, que fue un día que esta­ba desa­yu­nan­do, hace muchos años, y que en la radio sona­ba una can­ción que para mí era nue­va, pero, a la par, se me hizo muy cer­ca­na, ¿por qué? por­que pre­via­men­te yo ya había com­pues­to algu­na can­ción con par­te de esas cla­ves y me dije que eso era algo que yo tam­bién poseía. Si por natu­ra­le­za poseo un regis­tro que se pare­ce a una refe­ren­cia muy cla­ra como Cohen, no se me cae nin­gún anillo.

Pero creo que es en este álbum don­de más se le nota…

Sí, por­que ade­más he recu­rri­do a coros, inme­dia­ta­men­te cuan­do me esta­ban salien­do las can­cio­nes yo veía cla­ro una segun­da voz, una vez de tra­zar una segun­da voz me daba pie a una ter­ce­ra y me dije que, en este dis­co, con estas can­cio­nes el pro­ta­go­nis­mo tenían que ser las voces, y todo lo demás des­pués son poner pun­ti­lli­tas aquí y allá.

Des­de mi pun­to de vis­to esto lo he aso­cia­do, ade­más del hecho natu­ral del tim­bre y tono (que vie­ne de lejos), a que ha teni­do, en oca­sio­nes, pro­ble­mas para iden­ti­fi­car­se con su voz. He escu­cha­do álbu­mes don­de ha for­za­do, ha arras­tra­do un blues, y daba la impre­sión de que se esta­ba bus­can­do, como que se había can­sa­do de su voz y que nece­si­ta­ba oxí­geno, que esta­ba bus­can­do una sali­da… Y en «Oroi­me­na­ren orai­na» es como si Cohen le hubie­se susu­rra­do al oído: «Se natu­ral, se tú». Y como coin­ci­den carac­te­rís­ti­cas voca­les y sin­to­nía pues… sere­ni­dad y sosiego

Cier­to, ha dado en el cla­vo, yo he teni­do duras peleas. Yo antes de ini­ciar­me en Ez Dok Amai­ru, cuan­do me pre­sen­té a can­tar a los con­cur­sos que se hacían can­ta­ba de una mane­ra. Lue­go sur­gió el even­to Ez Dok Amai­ru y allí empe­za­mos a escu­char dis­cos que para mí eran total­men­te des­co­no­ci­dos, era la épo­ca de la can­ción pro­tes­ta y en nues­tro gru­po iban ate­rri­zan­do dis­cos don­de la gen­te gri­ta­ba mucho, pro­tes­ta­ban en tesi­tu­ras muy altas, y uno de los estan­dar­tes de aque­lla épo­ca era Rai­mon. Fue­ron peca­dos de juven­tud, el saram­pión, a mí me pare­ció que para resul­tar intere­san­te había que gri­tar y pro­tes­tar, Pos­te­rior­men­te, de algu­na mane­ra, yo des­apren­dí y entré en un mun­do en el que hacía lo que sabía hacer por natu­ra­le­za, para no caer en un terreno que me era un poco antinatural.

El camino de trans­for­ma­ción ha sido lar­go, ¿no se pudo cor­tar con una refle­xión audaz?

Cuan­do yo can­ta­ba en tesi­tu­ras altas, for­zan­do mi voz, me daba la impre­sión de que sí esta­ba en lo cier­to: «Ahí estoy, esto pue­do hacer­lo», pero cuan­do escu­cha­ba no tenía esa impre­sión, cuan­do can­ta­ba sí me pare­cía lo ade­cua­do, pero cuan­do me escu­cha­ba, no me gus­ta­ba… Y así han trans­cu­rri­do años. Poco a poco vas madu­ran­do y te vas hacien­do más sabio. Te libe­ras de un mon­tón de ton­te­rías y das rien­da suel­ta a lo tuyo. He habla­do mucho con Olatz [su com­pa­ñe­ra] de esto y esta­mos de acuer­do los dos, iban salien­do can­cio­nes una tras otra de una mane­ra natu­ral, sin preo­cu­par­me de tonos y ade­más me esta­ba gus­tan­do el resul­ta­do. Yo hago bici­cle­ta en casa, le pon­go un rodi­llo y a peda­lear, mien­tras tan­to escu­cha­ba las gra­ba­cio­nes que está­ba­mos hacien­do con la ayu­da del Pro Tools [una mul­ti­pla­ta­for­ma de gra­ba­ción mul­ti­pis­ta de audio y midi] y veía que nun­ca había dis­fru­ta­do como esta­ba ocu­rrien­do en esos momen­tos. Al final, todo el pro­ce­so de estu­dio ha sido dife­ren­te, hemos gra­ba­do más rápi­do que nun­ca, en tre­ce días. Ade­más nun­ca me gus­tó la expe­rien­cia de estu­dio, que siem­pre me ha resul­ta­do odio­so, y esta vez he teni­do mono al terminar.

Qui­zá «Nin­tze­naz oroitzean», sea la can­ción con mayor des­par­pa­jo musi­cal, no sé si por el poe­ma de Pes­soa o por ese curio­so hecho de per­mi­tir entre­ver una que­ren­cia hacia los soni­dos mediterráneos.

Sí, posee un cier­to sabor Medi­te­rrá­neo. En este dis­co hay bas­tan­te Medi­te­rrá­neo, y en mí tam­bién. Siem­pre me han soli­do decir que ten­go influen­cias irlan­de­sas, atlán­ti­cas, pero para mí, por lo baji­nis, siem­pre he dicho que tam­bién las ten­go mediterráneas.

«Nor da erro­me­sa» posee una exce­len­te letra, hay una suge­ren­te idea den­tro, con este nivel me pre­gun­to por qué recu­rre a otro autores.

Por­que soy vago, no ten­go dis­ci­pli­na de escri­tor. Muchas veces estoy horas hablan­do con alguien y me dice por qué no escri­bo todo eso… Por­que yo no soy capaz de tras­la­dar todo eso a un papel o a un orde­na­dor. No ten­go esa dis­ci­pli­na. Yo pue­do expla­yar­me con gen­te en una ter­tu­lia, con gen­te toman­do un café y fuman­do un ciga­rri­llo… Todo eso me resul­ta muy vivo y crea­ti­vo, pero ence­rrar­me en una cosa y poner­me a escri­bir­la, no. Yo diría las mis­mas cosas que dice Pes­soa pero él ya las dijo, y muy bien.

¿Real­men­te es usted reservado…?

No hay que per­der de vis­ta el ego, aun­que sea de reo­jo. Cuan­do se pre­gun­ta a la gen­te qué es el ego, te dice que egoís­ta, ego­cén­tri­co. El ego es el pen­sa­mien­to que hemos cons­trui­do de noso­tros mis­mos y de las impre­sio­nes que tene­mos en ese pen­sa­mien­to del mun­do que nos rodea. El ego nece­si­ta estar en el trono, es un fan­tas­ma que hemos crea­do noso­tros. Y como es pura ilu­sión, te quie­re entre­te­ner crean­do estí­mu­los. A veces voy pasean­do y me digo que voy a obser­var lo que estoy pen­san­do, qué movi­mien­tos hace mi pen­sa­mien­to y siem­pre le pillo invi­tán­do­me a estí­mu­los: y si hicie­ras esto, y si com­pra­ras aque­llo… para de algu­na mane­ra crear­me un pla­cer super­fluo. Siem­pre le he pilla­do a mi ego crean­do estí­mu­los. Siquia­tras y sicó­lo­gos han escri­to can­ti­dad de libros sobre la feli­ci­dad, y no valen para nada por­que, en el fon­do, a lo que te están invi­tan­do es a que bus­ques, sin per­ca­tar­se da que la pro­pia bús­que­da es la cár­cel. La solu­ción pasa por com­pren­der que uno no tie­ne solu­ción. Mien­tras sepas que tie­nes solu­ción siem­pre recu­rres a un méto­do y estos son cár­ce­les don­de te pier­des y las capas de la oscu­ri­dad te lle­van al abis­mo a la infe­li­ci­dad. La solu­ción pasa por saber que uno no tie­ne solu­ción, en cuan­to se com­pren­de esto ya no se empe­ña en la bús­que­da, ya se ha libe­ra­do de la cár­cel, ya no nece­si­ta nada.

«La liber­tad es la con­cien­cia para com­pren­der lo que se debe, pero con una men­te libre»

¿Recuer­da cómo se intro­du­jo en la poe­sía de Pes­soa y su curio­so mun­do de heterónimos?

Jus­to, el capí­tu­lo que más me intere­sa a mí es el de los hete­ró­ni­mos, los auto­res que crea él mis­mo para ini­ciar una espe­cie de colo­quio o deba­te entre ellos. Pes­soa hacía via­jes ini­ciá­ti­cos y siem­pre se esca­pa­ba del mun­do con­cep­tual y codi­fi­ca­do. Era un tipo que se dio cuen­ta – esto lo digo de memo­ria por­que me encuen­tro tan cer­cano a Pes­soa que lo entien­do perfectamente‑, que la men­te es men­te si es libre. Una men­te libre es libre, una men­te libre es men­te… Solo una men­te libre pue­de ser men­te y cuan­do deja de ser libre se con­vier­te en men­ta­li­dad, en una men­te entre­na­da o espe­cia­li­za­da en algo y no hace otra cosa que cum­plir órde­nes. Me acuer­do aho­ra de un afo­ris­mo de Leo­nar­do de Vin­ci que decía que sal­va­je es quien se sal­va, es ver­dad y estoy con­ven­ci­do: tan­ta moral, tan­ta éti­ca, tan­ta doc­tri­na, tan­to códi­go… En el fon­do, cuan­do hay un sal­va­je sen­si­ble, por­que sal­va­je y sen­si­ble es una mis­ma cosa, sólo un sal­va­je pue­de ser sen­si­ble, y ese está salvado.

A lo lar­go de lo que va de char­la (inclui­dos los muchos diá­lo­gos que no caben en estas pági­nas, aje­nos por tan­to al lec­tor), sugie­re que qui­zá conoz­ca a Krishnamurti.

¡Cómo no! Krish­na­mur­ti es mi gran ins­pi­ra­dor. Antes de empe­zar Ez dok amai­ru, cuan­do yo era un cre­yen­te de récord mun­dial, en la igle­sia tuve una explo­sión inter­na, ten­dría 22 años, un poco antes de empe­zar Ez dok amai­ru, y salí muy rebo­ta­do, esta­ba con­ven­ci­do que se había aca­ba­do la igle­sia para mí. De pron­to un astró­lo­go me pre­gun­tó si cono­cía a Krish­na­mur­ti y le dije que no me intere­sa­ba, que sería algún tipo de gurú. Me dijo que no, que este era algo muy espe­cial. Al salir del coche cogió el libro y lo tiró al asien­to de atrás, estu­vo duran­te meses allí, has­ta que un día subí el libro a casa, lo puse sobre la mesi­lla y estu­vo allí duran­te meses. En algún insom­nio se me ocu­rrió mirar­lo, y estu­ve como quin­ce días sin poder pasar de la pri­me­ra pági­na, algo me lo impe­día. Vol­vía a releer y releer, más que con­tar­me me esta­ba hacien­do pre­gun­tas, y de algu­na mane­ra lle­gué a enten­der que me esta­ba dejan­do solo. Lue­go empe­cé a dar vuel­tas a lo que era estar solo en el mun­do. «Estás solo, tú eres la úni­ca sal­va­ción», esto fue un cohe­te, un gran­dí­si­mo espe­jo don­de me vi a mí mismo.

¿Un astró­lo­go?

Era un astró­lo­go vas­co naci­do en Bue­nos Aires, un tal Urres­ta­ra­zu, que ate­rri­zó por aquí y no sé por qué que­ría cono­cer­me. Fue a pri­me­ros de los 80. Este era muy eso­té­ri­co y me habla­ba de auto­res como Krish­na­mur­ti. Aho­ra ten­go aquí libros de Krish­na­mur­ti a pun­ta pala y he pres­ta­do can­ti­dad, algu­nos has­ta me ha des­pre­cia­do mi bue­na inten­ción. Krish­na­mur­ti es el buda del siglo XX. Él dice: «Usted real­men­te se con­di­cio­na, si usted quie­re tener siem­pre un refe­ren­te que le esté ofre­cien­do futu­ro se está enga­ñan­do a sí mis­mo». Krish­na­mur­ti no es que fue­ra ateo o no, él pasa­ba de estos tér­mi­nos, él es libre. Lo más sagra­do que tene­mos es la liber­tad. La liber­tad es la con­cien­cia para poder com­pren­der lo que se debe com­pren­der, y este esta­dio solo se pue­de enten­der des­de una men­te libre.

¿Des­apren­der es des­po­jar­se de los prejuicios…?

Es qui­tar todo aque­llo que crees… Tene­mos que saber que el ejer­ci­cio de creer y de com­pren­der nun­ca viven jun­tos, o está uno o está el otro. El ejer­ci­cio de creer, siem­pre vie­ne a cubrir, a ocu­par, el vacío que deja la comprensión

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