¿Qué diremos de la humilde resignación los que por tantos lustros, permanecimos devotos vaticanistas y ungidos por los místicos óleos del nacionalcatolicismo?
Sin duda, era una buena receta para asimilar las adversidades connaturales de nuestro devenir.
Sin embargo cuando se trataba de evitar ciertas preguntas comprometidas o de cuestionarse injusticias sociales y tantas imposiciones violadoras de tantos derechos humanos, resultaba el mejor método para hacer del individuo un ser sumiso, manipulable… En resumidas cuentas, un zombi.
Hoy día, entiendo, que por encima de la imposición o del embeleco religioso, la resignación responde a una actitud de impotencia, de miedo, de cobardía…
Algo que en la profundidad, tanto del individuo, como de la sociedad, esta íntimamente relacionado con el aletargamiento de la conciencia.
La conciencia sistemáticamente es un reclamo a la introspección. El resultado de esta introspección, nos empujaría a liberarnos de todos aquellos afanes que malician nuestros actos o que agreden la libertad de nuestro prójimo.
Además, la conciencia de sí mismo, conlleva un compromiso solidario con los demás. Un compromiso que como entes sociales, nos debe empujar a la denuncia de cualquier factor que atente contra los derechos del individuo. Y como parte insoslayable del engranaje social, a la implicación en cualquier proceso reivindicador de una sociedad justa y equitativa.
Pocos, espero, no aceptarán estas reflexiones como una declaración de principios humana y moralmente correctos.
Así entendida la conciencia y como antídoto contra la resignación, recuerdo unas palabras de Saramago proponiendo la conciencia como alternativa al neoliberalismo.
Se está preparando –quizás siempre haya sido así- un mundo para ricos, en el que más del 80% de los seres humanos son para desechar.
Dentro de estos mismos parámetros ‑es la trayectoria de la humanidad‑, solo protagoniza la historia una banda de selectos: reyes, papas, santos o bandidos o banqueros y otros prototipos de la misma calaña…
Los demás tan solo participan como esclavos, pueblo, masa… elemento sufridor, torturado, despreciado y siempre humillado…
Elemento, por otra parte, que debiera ser presentado como el auténtico protagonista… al menos el legítimo creador de la riqueza y de los cambios liberadores…
Parece que la historia se reproduce. Son los mismos con diferentes atuendos, los que quieren escribir esa insistente relato de privilegiados y explotados. Unos, esa gran masa “plebeya” de ignorados, para el sustento de la opulencia y el derroche de unos pocos.
No hace falta sentirse un furibundo acólito de Marx para llegar a estas conclusiones.
Dicen que la culpa la tienen los banqueros, que gobiernan sin que nadie los haya elegido. Dicen que la panacea de la competitividad nos conduce a una deshumanización preocupante. Dicen que la represión y el encorsetamiento de los medios asusta y anestesia la iniciativa ciudadana. Dicen que la judicatura esta corrompida, y que a los humildes ten solo nos queda contemplar las posaderas de los jueces. Dicen que las fuerzas del “orden”, en lugar de cargar contra los parlamentos y las grandes instancias financieras, sacuden a los sin trabajo, a los sin justicia, a los que luchan por el pan…
Y sin duda, se dicen grandes verdades, y se denuncian las grandes calamidades y a sus directos responsables…
Y así será mientras el pueblo no salga de ese estado cataléptico llamado resignación. Es decir mientras el ciudadano no vivifique su conciencia…
Los pobres ‑el ciudadano de a pie- carece de bancos, multinacionales, jueces honestos, cuerpos de seguridad y ejércitos a su servicio….
¿Qué le queda al pueblo? La conciencia solidaria. para reivindicar sus derechos, para denunciar a los medios – en los pocos medios que nos quedan‑, para condenar a los estados que nos venden o invaden la soberanía de los pueblos, para aislar a los bancos que compran nuestras vidas…
Esta diagnosis no es ninguna novedad ni mucho menos, no hay más que hacer un breve recorrido por los pocos pensadores y hombre de bien que luchan al margen del sistema.
Y nos parece una losa todas esa masa ciudadana que respira futbol, toros, reality(s) y parecidas mandangas.
Y nos abruma toda esa sociedad amorfa, sin resolución, sin conciencia, porque sin contar con ella, esto no parece tener remedio.
¿Entonces que nos queda?
Es la elemental pregunta del millón.
Y probablemente la única respuesta sea, que los que poseemos una cierta clarividencia, lo sigamos intentando.
Es proverbial el paradigma de la mostaza. A la luz de este paradigma, no parece existir otra alternativa que la de seguir sembrando en todos los campos a tu alcance, no vaya a ser que en cualquier momento, aparezca el manto fértil y encuentre su seno vacío de semillas…
Mientras tanto sigamos resucitando la insumisión contra la resignación