La cam­pa­na hen­di­da- Car­lo Fabretti

La clo­che fêlée es el títu­lo de un sone­to de Bau­de­lai­re en el que el poe­ta ensal­za el vigor de la vie­ja cam­pa­na de una igle­sia ‑que a pesar de los años lan­za su gri­to de aler­ta como un cen­ti­ne­la en su gari­ta- y la com­pa­ra con la cam­pa­na hen­di­da de su pro­pia alma, cuya debi­li­ta­da voz pare­ce más un ester­tor que un can­to. Pero yo me refie­ro, en esta oca­sión, a la cam­pa­na de Gauss, esa cur­va que en esta­dís­ti­ca repre­sen­ta la dis­tri­bu­ción nor­mal de una pobla­ción en fun­ción de una deter­mi­na­da varia­ble. Por ejem­plo, si hace­mos un grá­fi­co del núme­ro de tra­ba­ja­do­res asa­la­ria­dos en rela­ción con la edad, ten­dre­mos valo­res míni­mos en ambos extre­mos (niños y ancia­nos) y máxi­mos en la zona cen­tral de la cur­va (media­na edad), con lo que esta ten­drá una for­ma acampanada.

Obvia­men­te, la par­ti­ci­pa­ción de la pobla­ción en las rei­vin­di­ca­cio­nes labo­ra­les debe­ría mos­trar una dis­tri­bu­ción simi­lar; pero no es así, ni mucho menos. Tan­to en las mani­fes­ta­cio­nes ‑cada vez más fre­cuen­tes y mul­ti­tu­di­na­rias- como en las asam­bleas y los foros que se mul­ti­pli­can por doquier, se obser­va una cla­ra mayo­ría de par­ti­ci­pan­tes jóve­nes y ancia­nos, y una alar­man­te esca­sez de per­so­nas de entre cua­ren­ta y sesen­ta años. La supues­ta “edad madu­ra” es, para­dó­ji­ca­men­te, la menos com­ba­ti­va, lo que equi­va­le a decir, hoy más que nun­ca, la más inma­du­ra polí­ti­ca­men­te. Pue­de que la úni­ca cau­sa de la deser­ción de tan­tos cua­ren­to­nes y cin­cuen­to­nes sea que fue­ron los últi­mos, cro­no­ló­gi­ca­men­te, que con­si­guie­ron bene­fi­ciar­se del “Esta­do del bien­es­tar” y serán los últi­mos en per­der sus pri­vi­le­gios, y se afe­rran con uñas y dien­tes a la car­na­za con la que los atra­pó el sis­te­ma; aun­que pro­ba­ble­men­te la expli­ca­ción sea más com­ple­ja y merez­ca un estu­dio en pro­fun­di­dad. En cual­quier caso, la cam­pa­na de Gauss de la lucha de cla­ses (pues de eso se tra­ta en últi­ma ins­tan­cia) pre­sen­ta una pro­fun­da hen­di­du­ra en su par­te central.

Pero, afor­tu­na­da­men­te, ambos extre­mos de la cur­va se están levan­tan­do con fuer­za y empie­zan a armo­ni­zar­se a pesar de la bre­cha gene­ra­cio­nal; la cam­pa­na hen­di­da se con­vier­te en dia­pa­són. Jóve­nes uni­ver­si­ta­rios y vie­jos repu­bli­ca­nos, oku­pas sin vivien­da y jubi­la­dos a pun­to de per­der­la, perro­flau­tas y yayo­flau­tas, indig­na­dos pre­co­ces y tar­díos… Cada vez es más fre­cuen­tes ver­los jun­tos en las movi­li­za­cio­nes, gri­tan­do las mis­mas con­sig­nas y por­tan­do las mis­mas pan­car­tas. Quie­nes no admi­ten que el capi­ta­lis­mo feroz des­di­bu­je su futu­ro de sue­ños y espe­ran­zas y quie­nes se nie­gan a que borre su pasa­do de luchas y con­quis­tas, con­flu­yen en una mis­ma trin­che­ra y se for­ta­le­cen mutua­men­te. Y si el vigor de la juven­tud y la sabi­du­ría de la vejez logran fun­dir­se en una sola corrien­te, nada ni nadie podrán contenerla.

“La vejez no es para cobar­des”, decía Mae West. Y la juven­tud tam­po­co. “Quie­nes apre­cian la belle­za no enve­je­cen”, decía Kaf­ka. Y quie­nes defien­den la ver­dad, es decir, la revo­lu­ción, tam­po­co. Jóve­nes madu­ra­dos en los movi­mien­tos socia­les y vie­jos reju­ve­ne­ci­dos por la lucha. Uni­dos venceremos.

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