Muni­lla, un obis­po sin vela en el entie­rro- Mikel Arizaleta

Muni­lla, ele­gi­do por el espí­ri­tu san­to, tra­ta de impar­tir lec­cio­nes a las gen­tes de nues­tro pue­blo. Ele­gi­do en Roma por el esta­do Vati­cano e impues­to como emi­sa­rio a los gipuz­koa­nos, sin arte ni par­te de estos, se eri­ge en índi­ce lar­go de con­duc­ta, demo­cra­cia y dere­chos huma­nos. Impo­ne silen­cio y man­da al des­tie­rro a quien inter­pre­ta de otro modo la escri­tu­ra sacra, por­que él posee la verdad.

Eso sí, jun­to con Vocen­to, car­te­ro de Fran­co y el fas­cis­mo, guar­da un cla­mo­ro­so silen­cio fren­te al recor­te de los dere­chos de los tra­ba­ja­do­res gipuz­koa­nos. Nada extra­ño, el Esta­do Vati­cano al que repre­sen­ta sigue a la cola en la lis­ta de defen­so­res de dere­chos huma­nos. “Exis­ten 103 con­ven­cio­nes inter­na­cio­na­les que reco­no­cen y ampa­ran los Dere­chos Huma­nos, de las cua­les el Esta­do Vati­cano sola­men­te ha sus­cri­to 10, lo que sitúa a la San­ta Sede en los últi­mos luga­res de la lis­ta de esta­dos por detrás de Ruan­da”. ¿Los obis­pos del Vati­cano en el esta­do espa­ñol mode­los de per­dón, de amor, de arre­pen­ti­mien­to, de recon­ci­lia­ción, de soli­da­ri­dad, de gene­ro­si­dad o más bien mode­los de Edad Media y sumisión?

Muni­lla, mucho decir “Deus cari­tas est” para lue­go amar a los que pien­san como tú, es decir como a ti mis­mo. Mucho repe­tir la car­ta de Juan cap. 4 para lue­go actuar tan hipó­cri­ta­men­te como él: “sólo se pue­de aco­ger a aquel her­mano, que está de paso y que con­fie­se que Cris­to se hizo hom­bre. Por el con­tra­rio, al “her­mano” here­je, que pien­sa dis­tin­to sobre el hacer­se car­ne mor­tal de Cris­to, en ade­lan­te no se le debe aco­ger, ni siquie­ra salu­dar­le para que, de ese modo, la comu­ni­dad orto­do­xa no se haga cóm­pli­ce cul­po­sa de las malas accio­nes de los disi­den­tes” (2Jn 9 – 11).

Vues­tro dios, vues­tro jefe y voso­tros mis­mos debie­rais apren­der, antes de impar­tir lec­cio­nes a otros, a res­pe­tar los dere­chos huma­nos de las gen­tes. ¡Hipó­cri­ta, si te eri­ges en jefe de tu comu­ni­dad cuan­do menos se ele­gi­do por ellos y no un vul­gar dictador!

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