Esta­dou­ni­den­ses muer­tos, cabras muer­tas y medio millón de pis­to­le­ros suel­tos- Ann Jones

Las últi­mas sema­nas nos han ofre­ci­do otra tris­te opor­tu­ni­dad de obser­var cómo los mal per­ge­ña­dos pla­nes para Afga­nis­tán se van a pique. En tres inci­den­tes sepa­ra­dos, nues­tros alia­dos, la mayo­ría de ellos per­te­ne­cien­tes al Ejér­ci­to Nacio­nal Afgano (ENA), mata­ron a seis esta­dou­ni­den­ses, dos de ellos ofi­cia­les y den­tro del sanc­ta sanc­tó­rum de la alta segu­ri­dad del Minis­te­rio del Inte­rior en Kabul. El gene­ral de la Mari­na John Allen, coman­dan­te de las fuer­zas de EEUU y la OTAN en Afga­nis­tán, reti­ró inclu­so, duran­te bre­ve tiem­po, a los ase­so­res y pre­pa­ra­do­res de la OTAN de todos los minis­te­rios del gobierno como medi­da de protección.

Has­ta ese momen­to, el ENA era la joya de la coro­na de la estra­te­gia de la admi­nis­tra­ción Oba­ma para la reduc­ción de fuer­zas en Afga­nis­tán (aun­que real­men­te no se vayan a ir). Entre­na­dos por cien­tos de miles en los últi­mos once años por una hor­da pro­ble­má­ti­ca de con­tra­tis­tas de la segu­ri­dad pri­va­da, así como por tro­pas de EEUU y la OTAN, se supo­ne que el ENA debe­ría reem­pla­zar en cual­quier momen­to a las fuer­zas de la coa­li­ción en la defen­sa de su pro­pio país.

Esta polí­ti­ca ha sido el cul­men del Plan A de Washing­ton des­de hace algún tiem­po. No hay Plan B.

Pero, ¿qué hacer con los ase­si­nos den­tro del Minis­te­rio? Un artícu­lo de AP titu­la­do “Los actos de ven­gan­za afga­nos enve­ne­nan el Plan de Gue­rra de EEUU” detec­ta­ba “una ten­den­cia de los afga­nos a la trai­ción”. Este “enve­ne­na­mien­to” no es, sin embar­go, nada nue­vo. La jer­ga mili­tar lle­va ya tiem­po defi­nien­do los ata­ques con­tra sol­da­dos esta­dou­ni­den­ses y de la OTAN por par­te de miem­bros de las fuer­zas nacio­na­les de segu­ri­dad afga­nas (una com­bi­na­ción del ENA y de la poli­cía nacio­nal afga­na) como “inci­den­tes de ver­de sobre azul” [*]. Des­de que el ejér­ci­to empe­zó a regis­trar­los en mayo de 2007, 76 sol­da­dos de la OTAN han muer­to, ade­más de una cifra no reve­la­da de heri­dos, en 46 “ata­ques deli­be­ra­dos” reconocidos.

Estas cifras sugie­ren algo más que una recien­te “ten­den­cia de los afga­nos a la trai­ción” (aun­que a los afga­nos se les cul­pa cada vez más de todo lo que va mal en su país). El Secre­ta­rio de Defen­sa Leon Panet­ta, que til­dó per­ver­sa­men­te los recien­tes inci­den­tes de ver­de sobre azul de sig­nos de “debi­li­dad” de los tali­ba­nes, dijo a la pren­sa: “He deja­do cla­ro ya y segui­ré dejan­do cla­ro que, inde­pen­dien­te­men­te de lo que el enemi­go tra­te de hacer­nos, no vamos a alte­rar nues­tra estra­te­gia en Afganistán”.

Esa es, des­de lue­go, la defi­ni­ción de pará­li­sis en Afga­nis­tán, mucho más fácil a cor­to pla­zo que vol­ver a con­si­de­rar el Plan A. Es decir, mien­tras las manio­bras esta­dou­ni­den­ses en Afga­nis­tán se acer­can cada vez más al resul­ta­do de fra­ca­so total, el Plan A sigue rígi­da­men­te en mar­cha y pone de mani­fies­to, des­de el secre­ta­rio Panet­ta y el gene­ral Allen para aba­jo, que los esta­dou­ni­den­ses siguen sin cap­tar lo que está sucediendo.

¡Cui­da­do con un ejér­ci­to afgano!

Sin embar­go, mucha gen­te que sí cono­ce bien Afga­nis­tán, ha adver­ti­do des­de el prin­ci­pio con­tra ese plan de entre­nar a una fuer­za arma­da. Yo estoy entre los obje­to­res y voy a expli­car por qué.

En pri­mer lugar, con­si­de­ren los obje­ti­vos del plan. El núme­ro de sol­da­dos y poli­cías afga­nos a entre­nar varía amplia­men­te de un infor­me al siguien­te, pero el últi­mo cálcu­lo que reci­bí direc­ta­men­te del Cen­tro de Entre­na­mien­to Mili­tar de Kabul habla­ba de 240.000 sol­da­dos y 160.000 poli­cías (a quie­nes, por cier­to, se les lla­ma tam­bién “sol­da­dos” y serían entre­na­dos de for­ma simi­lar). Eso lle­va el total pro­pues­to para la Fuer­za de Segu­ri­dad Nacio­nal Afga­na (FSNA) a apro­xi­ma­da­men­te cua­tro veces la cifra de las tro­pas de la coa­li­ción actual­men­te en el país.

Solo entre­nar al ejér­ci­to cues­ta 12.000 millo­nes de dóla­res anua­les y el cos­te esti­ma­do para su man­te­ni­mien­to más allá de 2014 es de 4.000 millo­nes al año, de los cua­les el Gobierno afgano dice que no pue­de pagar más del 12%. Está cla­ro que Afga­nis­tán no nece­si­ta ni pue­de man­te­ner tal fuer­za de segu­ri­dad. En cam­bio, EEUU se que­da­rá atas­ca­do con la fac­tu­ra con­fian­do en que le ayu­den sus alia­dos de la OTAN has­ta que la Fuer­za se ven­ga aba­jo. ¿Cómo es posi­ble enton­ces que esa fuer­za de segu­ri­dad se haya con­ver­ti­do en la pie­za cen­tral del plan de Oba­ma? Y, habi­da cuen­ta de su evi­den­te absur­do, ¿por qué es incuestionable?

En segun­do lugar, dedi­quen un momen­to a hacer algo a lo que Washing­ton se nie­ga: revi­sar un poco la his­to­ria la his­to­ria bási­ca afga­na y apli­car­la al Plan A. Empie­cen por el más sen­ci­llo de todos los hechos: en la his­to­ria moder­na del país, nin­gún ejér­ci­to nacio­nal afgano ha sal­va­do nun­ca a gobierno alguno, ni siquie­ra lo han inten­ta­do. Y muy a menu­do, tal ejér­ci­to o bien se que­dó mano sobre mano duran­te un coup détat o bien se puso real­men­te a ayu­dar a derro­car al gober­nan­te de turno.

Retro­ce­da­mos casi un siglo has­ta el rei­na­do del rey Ama­nu­llah (1919−1929), un gober­nan­te moderno que redac­tó una cons­ti­tu­ción, esta­ble­ció una asam­blea nacio­nal, fun­dó cole­gios para las niñas, gra­vó a los mari­dos polí­ga­mos y pros­cri­bió del país a los mullahs con­ser­va­do­res por­que podían ser “per­so­nas mal­va­das” que exten­die­ran la trai­cio­ne­ra pro­pa­gan­da extran­je­ra. En 1928, vol­vió a Afga­nis­tán con su rei­na Sora­ya, que ves­tía a la euro­pea y no lle­va­ba velo, de una ron­da de visi­tas a los gober­nan­tes extran­je­ros, tra­yen­do armas para su ejér­ci­to (aun­que sus sol­da­dos le iban a pasar fac­tu­ra por ellas) y anun­ció una nue­va agen­da de refor­mas revo­lu­cio­na­rias. Lo que obtu­vo en cam­bio fue una revo­lu­ción, y ahí tene­mos el pun­to a des­ta­car: su recién arma­do ejér­ci­to no levan­tó un dedo para salvarle.

El suce­sor de Ama­nu­llah, un anti­guo ban­di­do cono­ci­do como Bacha‑i Saq­qa, duró solo ocho meses en el car­go antes de que su suce­sor, Nadir Shah, le ahor­ca­ra, de nue­vo sin la inter­ven­ción del ejér­ci­to afgano. Por su par­te, Nadir Shah reinó de 1929 a 1933, y aun­que él, como Barack Oba­na, tra­tó de desa­rro­llar un ejér­ci­to afgano, aque­lla fuer­za de 40.000 hom­bres no hizo nada por ayu­dar­le cuan­do un estu­dian­te le ase­si­nó en una cere­mo­nia de gra­dua­ción cele­bra­da en un ins­ti­tu­to de ense­ñan­za secundaria.

Des­de 1933 a 1973, el hijo de Nadir Shah, Zahir Shah, enca­be­zó gra­dua­les pro­gre­sos socia­les. Intro­du­jo una nue­va cons­ti­tu­ción, elec­cio­nes libres, un par­la­men­to, dere­chos civi­les, dere­chos de la mujer y el sufra­gio uni­ver­sal. Duran­te su lar­go y pací­fi­co rei­na­do, su pro­fe­sio­nal e impe­ca­ble ejér­ci­to le sir­vió bien en las oca­sio­nes cere­mo­nia­les. (Este es el mis­mo rey popu­lar que, tras la caí­da de los tali­ba­nes, se ofre­ció a vol­ver y reuni­fi­car el país; Bush lo rechazó).

En 1973, cuan­do Zahir Shah fue a Ita­lia para reci­bir aten­ción médi­ca, su sobrino Daoud Khan –un gene­ral, ex coman­dan­te de las fuer­zas cen­tra­les y minis­tro de defen­sa- abo­lió la monar­quía y asu­mió el poder con la ayu­da de los jóve­nes comu­nis­tas median­te un gol­pe de esta­do incruen­to. Tenía al ejér­ci­to en el bol­si­llo, pero cin­co años des­pués, en 1978, le derro­ca­ron y luchó en ambos lados mien­tras los comu­nis­tas le derro­ca­ban y ase­si­na­ban a Daoud. El frac­tu­ra­do ejér­ci­to no pudo impe­dir la inva­sión sovié­ti­ca ni sal­va­guar­dar a nin­guno de los pre­si­den­tes en el poder antes de que lle­ga­ran o des­pués de que se fueran.

Mere­ce la pena recor­dar tam­bién que cada uno de esos cam­bios en el poder iba segui­do de una pur­ga de los enemi­gos polí­ti­cos que envió a miles de afga­nos lea­les al gober­nan­te derro­ca­do a pri­sión, a la muer­te o a otro país en el pro­lon­ga­do éxo­do que ha hecho de la diás­po­ra afga­na la mayor en el mun­do pro­ce­den­te de un úni­co país. Esa diás­po­ra con­ti­núa aumen­tan­do hoy -30.000 afga­nos huye­ron el pasa­do año pre­sen­tan­do peti­cio­nes de asi­lo en muchos luga­res- y la siguien­te pur­ga ni siquie­ra se ha pues­to aún en marcha.

En resu­men, la his­to­ria afga­na es un antí­do­to alec­cio­na­dor para el ince­san­te opti­mis­mo del ejér­ci­to esta­dou­ni­den­se. La his­to­ria moder­na afga­na indi­ca que nin­gún Ejér­ci­to Nacio­nal Afgano, de nin­gún tama­ño, ni aun­que esté dota­do de todas las habi­li­da­des posi­bles, ha repe­li­do nun­ca a nin­gún enemi­go extran­je­ro ni ha hecho lo más míni­mo por nin­gún gober­nan­te afgano.

En cuan­to a esos tipos afga­nos que fus­ti­ga­ron en tres oca­sio­nes a los bri­tá­ni­cos y al Ejér­ci­to Rojo de los soviets, eran en su mayo­ría gue­rri­lle­ros inde­pen­dien­tes, que se unían a impro­vi­sa­das mili­cias de toda una varie­dad de seño­res de la gue­rra, com­ba­tien­do de for­ma volun­ta­ria con­tra los inva­so­res que habían ocu­pa­do su país. Los tali­ba­nes, al igual que los muyahai­di­nes de la lucha con­tra los sovié­ti­cos antes que ellos, pare­cían luchar con bas­tan­te éxi­to sin nin­gún tipo de entre­na­mien­to impor­tan­te, arma­du­ra o equi­po pesa­do de inte­rés, excep­to lo que algu­nos tali­ba­nes se lle­va­ban fichan­do de vez en cuan­do para que les entre­na­ra el ENA (o le com­pra­ban a los sol­da­dos del ENA).

El jue­go nacio­nal afgano

Otra obje­ción al gas­to de miles de millo­nes de dóla­res en entre­nar al Ejér­ci­to Nacio­nal Afgano es esta: que nun­ca sabes a quién van a dis­pa­rar­le. El pro­ble­ma no es algún que otro sol­da­do bri­bón o algún infil­tra­do tali­bán. El pro­ble­ma es que el códi­go moral afgano es dife­ren­te del nues­tro, aun­que al pare­cer toda­vía sigue sien­do invi­si­ble para nues­tro ejér­ci­to y diri­gen­tes políticos.

Hace muchos años, un ofi­cial del Ser­vi­cio Exte­rior esta­dou­ni­den­se en Afga­nis­tán se ena­mo­ró del lugar y se con­vir­tió él mis­mo en una espe­cie de bri­bón. Whit­ney Azoy renun­ció y se con­vir­tió en antro­pó­lo­go y en 1982 publi­có un eru­di­to encan­ta­dor libro sobre el depor­te afgano del buz­kashi, en el cual jine­tes mon­ta­dos com­pi­ten por la pose­sión de una cabra muer­ta o de un ternero.

Su obra se con­vir­tió en un libro de cabe­ce­ra para los perio­dis­tas visi­tan­tes que pron­to con­vir­tie­ron el jue­go en un tópi­co, com­pa­ran­do la cabra muer­ta al país de Afga­nis­tán, des­ga­rra­do a lo lar­go de su his­to­ria por las riva­li­da­des de poten­cias extran­je­ras: Ingla­te­rra y Rusia, EEUU y la Unión Sovié­ti­ca, EEUU y Pakis­tán. Los perio­dis­tas com­pa­ra­ban el jue­go con el polo, al pare­cer no habían vis­to nun­ca un jue­go de polo. Hágan­me caso: no se pare­ce al polo. En cual­quier caso, no era esa la cuestión.

Lo que muchos no tie­nen en cuen­ta es la visión glo­bal: que todos los cha­pan­da­zan (jine­tes) mon­tan a caba­llo por un patro­ci­na­dor, que pue­de ser el terra­te­nien­te rico anfi­trión del día de la com­pe­ti­ción, o qui­zá otro gran terra­te­nien­te que vive a algu­na dis­tan­cia. Los cha­pan­da­zan no com­pi­ten por el ter­ne­ro, sino por el favor del khan patro­ci­na­dor que otor­ga­rá a los gana­do­res el paño del tur­ban­te que mar­ca­rá su talla públi­ca y el dine­ro que man­ten­drá a sus fami­lias. He ahí lo impor­tan­te: si un patro­ci­na­dor no cum­ple con sus obli­ga­cio­nes –si pier­de capa­ci­dad y los recur­sos para hon­rar, pro­te­ger y apo­yar a su cha­pan­da­zan- cam­bia­rán de hombre.

En resu­men, por su pro­pia segu­ri­dad y ascen­so social, los afga­nos apo­yan a un gana­dor, y si este entra en decli­ve, se des­ha­rán de él a favor una estre­lla en ascen­so. Des­cu­brir a ese gana­dor es la mar­ca del super­vi­vien­te inte­li­gen­te. Man­te­ner­se leal a una cau­sa per­di­da, como cual­quier patrio­ta esta­dou­ni­den­se haría, le pare­ce a un afgano una total y abso­lu­ta estupidez.

Aho­ra, apli­quen esto al ENA cuan­do las tro­pas esta­dou­ni­den­ses y de la OTAN se reduz­can en 2014. Cual­quier ejér­ci­to que pre­ten­da defen­der una nación debe ser leal a los diri­gen­tes polí­ti­cos que gobier­nan el país. Las valo­ra­cio­nes entre los exper­tos afga­nos de cuán­to tiem­po será leal el ENA al Pre­si­den­te afgano Hamid Kar­zai empie­zan en dos sema­nas, y recuer­den, 2014 es un año de elec­cio­nes pre­si­den­cia­les y Kar­zai tie­ne prohi­bi­do cons­ti­tu­cio­nal­men­te pre­sen­tar­se para otro man­da­to. Es decir, el Plan A de Oba­ma exi­ge urgen­te­men­te el esta­ble­ci­mien­to de un ejér­ci­to nacio­nal para que defien­da a un gobierno que ya no exis­ti­rá antes de que nues­tras tro­pas de com­ba­te sal­gan del país.

¿Y si esas elec­cio­nes estu­vie­ran pla­ga­das de frau­de como ocu­rrió con las últi­mas? ¿O no se lle­va­ran a cabo? ¿O fue­ran vio­len­ta­men­te con­tes­ta­das? ¿Han dedi­ca­do aca­so el Pre­si­den­te Oba­ma o el Secre­ta­rio de Defen­sa Panet­ta algún pen­sa­mien­to a tal posibilidad?

Estos días, mien­tras varios hom­bres afga­nos, en su mayo­ría con uni­for­me del ejér­ci­to y de la poli­cía, dis­pa­ran y matan a sol­da­dos de la OTAN con una regu­la­ri­dad nota­ble, el ejér­ci­to esta­dou­ni­den­se sigue públi­ca­men­te des­car­tan­do esas muer­tes como “inci­den­tes ais­la­dos”.

Pero el ais­la­mien­to pue­de ser el esta­dou­ni­den­se. Las cone­xio­nes entre los afga­nos son evi­den­tes para cual­quie­ra que se preo­cu­pe de obser­var. Cuan­do en 2010 estu­ve en una base de ope­ra­cio­nes de avan­za­da con el ejér­ci­to esta­dou­ni­den­se en la pro­vin­cia de Kunar, por ejem­plo, los sol­da­dos afga­nos eran rele­ga­dos a una anti­gua base situa­da al lado. Sol­da­dos esta­dou­ni­den­ses arma­dos vigi­la­ban las puer­tas inter­me­dias y a los altos jefes del ENA les seguía como una som­bra por todas par­tes un sar­gen­to arma­do esta­dou­ni­den­se que inten­ta­ba de for­ma poco con­vin­cen­te dar la impre­sión de que había sali­do a dar un paseo. Lo que más me impac­tó fue esto: mien­tras que en su base los esta­dou­ni­den­ses recu­la­ban bajo la arti­lle­ría de los tali­ba­nes, el vigi­lan­te afgano en el cer­cano pues­to del ENA, qui­zá tenien­do cono­ci­mien­to de algu­na infor­ma­ción adi­cio­nal, dor­mía pací­fi­ca­men­te enci­ma de un catre sobre el teja­do de su ofi­ci­na con la tete­ra al lado. El ejér­ci­to le lla­ma a eso, des­de hace mucho tiem­po, “aso­cia­ción”.

Pero aho­ra las cifras están lle­van­do a algo muy dife­ren­te. Aun­que algu­nos comen­ta­ris­tas hablan de trai­ción afga­na y otros detec­tan un com­plot tali­bán para infil­trar las fuer­zas de segu­ri­dad, sos­pe­cho algo muy dife­ren­te. Mal­colm Glad­well podría lla­mar­lo un pun­to de no retorno. Lo que esta­mos obser­van­do que se des­plie­ga en Afga­nis­tán es la deser­ción de los cha­pan­da­zan que han encon­tra­do ya nue­vos khan.

Fuer­za de segu­ri­dad: Un oximorón

Sin embar­go, todo el tiem­po he teni­do una obje­ción mayor ante el hecho de gas­tar dece­nas de miles de millo­nes de dóla­res para entre­nar a una inmen­sa Fuer­za Nacio­nal de Segu­ri­dad Afga­na. Y no podía ser más bási­ca: los ejér­ci­tos y la gue­rra nun­ca son bue­nos para las muje­res, los niños o los civi­les en gene­ral.

Para com­pen­sar la desas­tro­sa inva­sión de Afga­nis­tán y mejo­rar la cali­dad de vida de su pue­blo, debe­ría­mos haber inver­ti­do des­de el pri­mer momen­to, bajo las direc­tri­ces afga­nas, en elec­tri­ci­dad, agua pota­ble y sanea­mien­to. Des­pués de dos déca­das de gue­rra casi cons­tan­te y gue­rra civil, debe­ría­mos haber des­mi­na­do los pre­cio­sos cam­pos de este país agrí­co­la y apo­ya­do a los cam­pe­si­nos y tra­ba­ja­do­res afga­nos cuan­do inten­ta­ban repa­rar los vita­les sis­te­mas de rega­dío. Esas medi­das no repre­sen­ta­ban pues­tos de tra­ba­jo para el ejér­ci­to de EEUU pero, por aña­di­du­ra, podían haber gana­do la paz y sal­va­do la vida de los sol­da­dos. Des­pués de todo, los sol­da­dos han muer­to real­men­te al caer en túne­les y pozos des­tro­za­dos de rega­dío, inclu­so más que por piso­tear minas.

Tomen tam­bién nota de que el gas­to de entre­nar y man­te­ner a sol­da­dos para empren­der la gue­rra es malo para ambas par­tes. Todos los billo­nes gas­ta­dos en nues­tras pro­pias fuer­zas en sis­te­mas de arma­men­to es dine­ro que podría­mos haber emplea­do en mejo­rar la cali­dad de vida de los esta­dou­ni­den­ses. Y no olvi­den que los cos­tes de la gue­rras de Afga­nis­tán e Iraq no lle­ga­rán a su pun­to máxi­mo has­ta media­dos de siglo, tan caro es el tra­ta­mien­to pos­te­rior que debe­rá ofre­cer­se duran­te toda su vida a nues­tros des­tro­za­dos soldados.

Para man­te­ner al cha­pan­da­zan o pue­blo afgano y su pro­ble­má­ti­co ejér­ci­to en el sitio que les corres­pon­de, tie­nes que ofre­cer los sím­bo­los y la sus­tan­cia de una vida nor­mal. Pero como somos esta­dou­ni­den­ses, pen­sa­mos que la “segu­ri­dad nacio­nal” sig­ni­fi­ca ejér­ci­tos y gafas de visión noc­tur­na y avio­nes no tri­pu­la­dos y “aso­cia­cio­nes estra­té­gi­cas” inclu­so con un pue­blo rea­cio, indig­na­do, ago­ta­do y desolado.

Para el mun­do nor­mal –es decir, para el mun­do que no es escla­vo del mili­ta­ris­mo estadounidense‑, “segu­ri­dad nacio­nal” sig­ni­fi­ca algo muy dis­tin­to. Impli­ca todas aque­llas cosas gran­des y peque­ñas que per­mi­ten que un pue­blo se sien­ta rela­ti­va­men­te en paz y aten­di­do en su vida dia­ria. Eso supo­ne ali­men­to, comi­da, refu­gio, tra­ba­jo, aten­ción sani­ta­ria, escue­las para los niños, poli­cía inter­na que man­ten­ga la paz y qui­zá inclu­so unos cuan­tos bom­be­ros, todas esas cosas de las que no nos hemos ocu­pa­do allí, y qui­zá, cada vez más, tam­po­co aquí.

Según están las cosas, mien­tras por todo el mun­do se cele­bra el Día Inter­na­cio­nal de la Mujer, las muje­res de Afga­nis­tán con­tem­plan la reti­ra­da de algu­nas tro­pas esta­dou­ni­den­ses y de la OTAN con sen­ti­mien­tos mez­cla­dos de ali­vio y temor. Temen a los tali­ba­nes. Temen el refren­do por par­te del Pre­si­den­te Kar­zai de las nue­vas “direc­tri­ces”, al esti­lo tali­bán (e incons­ti­tu­cio­na­les), para las muje­res que vol­ve­rán a con­fi­nar­las de nue­vo. Temen al Ejér­ci­to Nacio­nal Afgano, los héroes del Plan A, y a los innu­me­ra­bles miles de deser­to­res que se alis­ta­ron con ellos para con­se­guir un arma y lue­go vol­ver a casa.

Los civi­les viven con temor el lega­do de la estra­te­gia Oba­ma: la pre­sen­cia de medio millón de pis­to­le­ros suel­tos en bus­ca de un khan que les patrocine.

N. de la T.

[*] “Ver­de sobre azul” se refie­re a los colo­res del ejér­ci­to afgano y al sím­bo­lo de la OTAN.

Ann Jones ha escri­to Kabul in Win­ter (2006) y War Is Not Over When Its Over, ambos publi­ca­dos por Metro­po­li­tan. Es cola­bo­ra­do­ra habi­tual de Tom​Dis​patch​.com y actual­men­te, con el apo­yo de la Fun­da­ción John Sim­mon Gug­genheim, tra­ba­ja en un libro sobre los sol­da­dos que se lle­van la gue­rra a casa.

Fuen­te: http://​www​.tom​dis​patch​.com/​a​r​c​h​i​v​e​/​1​7​5​5​13/

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