El mun­do en 700 pala­bras : La cri­sis que no aca­ba- Rafael Narbona

Char­les Dic­kens comen­zó a tra­ba­jar a los doce años en una fábri­ca de betún. Diez horas de jor­na­da dedi­ca­das a una ruti­na embru­te­ce­do­ra, ocu­pán­do­se de enva­sar un pro­duc­to que enne­gre­cía sus manos y aba­tía su espí­ri­tu. Con su padre en la cár­cel por deu­das, Dic­kens des­cu­brió el carác­ter inhu­mano de la eco­no­mía capi­ta­lis­ta, don­de el hom­bre sólo es un bien con un valor varia­ble y no el suje­to de dere­chos inalie­na­bles. La inter­mi­na­ble cri­sis que comen­zó en 2007, ame­na­za con devol­ver­nos al siglo XIX, liqui­dan­do las con­quis­tas socia­les y polí­ti­cas que se logra­ron con enor­mes sacri­fi­cios indi­vi­dua­les y colec­ti­vos. La his­to­ria no se ha ter­mi­na­do, como anun­cia­ron los heral­dos del neo­li­be­ra­lis­mo, sino que retro­ce­de hacia un esce­na­rio de cala­mi­dad, sudor y lágri­mas.

Dic­kens nos ha con­ta­do que acu­día a la fábri­ca con una mez­cla de pesar y humi­lla­ción. Las visi­tas a la cár­cel no resul­ta­ban menos dolo­ro­sas. La des­gra­cia de su padre no era algo insó­li­to, sino un des­tino rela­ti­va­men­te común en una épo­ca de gran­des des­igual­da­des. En 1837, cer­ca de 40.000 per­so­nas se halla­ban en pri­sión pre­ven­ti­va en Rei­no Uni­do por su inca­pa­ci­dad de afron­tar las deu­das con­traí­das por nece­si­dad o impru­den­cia. Las des­igual­da­des casi siem­pre están acom­pa­ña­das de odio­sas polí­ti­cas repre­si­vas apli­ca­das por una jus­ti­cia, don­de no se apre­cia una inde­pen­den­cia real. En una épo­ca de cri­sis, no pare­ce casual que Espa­ña sopor­te unos nive­les into­le­ra­bles de super­po­bla­ción peni­ten­cia­ria. Con 76.000 reclu­sos, nues­tro país dupli­ca las cifras de Ale­ma­nia. La socie­dad exi­ge penas más duras, igno­ran­do que nues­tro Códi­go Penal es uno de los más puni­ti­vos de Euro­pa, y los polí­ti­cos res­pon­den con dema­go­gia e irres­pon­sa­bi­li­dad, satu­ran­do las cár­ce­les, que en algu­nos casos se encuen­tran al 190% de su capa­ci­dad real. Casi nadie se preo­cu­pa de la vida del pre­so, haci­na­do y sin espe­ran­za des­pués de que las refor­mas del Códi­go Penal en 1995 y 2003 eli­mi­na­ran la posi­bi­li­dad de recor­tar su con­de­na por estu­dios, tra­ba­jo o cual­quier otra cir­cuns­tan­cia, lo cual ha pro­vo­ca­do un incre­men­to de los sui­ci­dios. Cada mes se sui­ci­dan dos pre­sos en nues­tros cár­ce­les entre la indi­fe­ren­cia gene­ra­li­za­da.

El 70% de los reclu­sos espa­ño­les están acu­sa­dos de deli­tos con­tra la salud (trá­fi­co de estu­pe­fa­cien­tes) y con­tra el patri­mo­nio. Los ase­si­na­tos, homi­ci­dios y vio­la­cio­nes son crí­me­nes inusua­les, esta­dís­ti­ca­men­te irre­le­van­tes. Espa­ña tie­ne una de las tasas de delin­cuen­cia más bajas de Euro­pa, pero muchas veces los medios de comu­ni­ca­ción fomen­tan el alar­mis­mo y ali­men­tan las pasio­nes más bajas, olvi­dan­do su com­pro­mi­so éti­co con la ver­dad y la obje­ti­vi­dad. Cada reclu­so le cues­ta al Esta­do espa­ñol 60 euros dia­rios, lo cual sig­ni­fi­ca 4’5 millo­nes de euros cada día, 1.650 millo­nes al año. Mien­tras se apli­can recor­tes en sani­dad y edu­ca­ción, las cár­ce­les no dejan de aco­ger nue­vos pre­sos y se incre­men­ta las plan­ti­llas poli­cia­les. Esta abe­rra­ción es un indi­ca­dor del défi­cit de huma­ni­dad y racio­na­li­dad de una socie­dad poco com­pa­si­va y escan­da­lo­sa­men­te inso­li­da­ria. Es cier­to que un ter­cio de la pobla­ción reclu­sa está com­pues­ta por extran­je­ros, pero ese dato no pue­de uti­li­zar­se para jus­ti­fi­car pos­tu­ras xenó­fo­bas que se dis­fra­zan de pre­sun­tas dife­ren­cias cul­tu­ra­les. El con­tra­to de inmi­gra­ción que plan­teó Sar­kozy y que en Espa­ña ha asu­mi­do el Par­ti­do Popu­lar sólo refle­ja que el racis­mo y la into­le­ran­cia no per­te­ne­cen al pasa­do. Los inmi­gran­tes están sopor­tan­do los efec­tos más per­ver­sos de la cri­sis y su situa­ción les expo­ne a come­ter más deli­tos que a otros gru­pos menos cas­ti­ga­dos. Con­vie­ne recor­dar que UNICEF ha seña­la­do que cer­ca del 10% de los hijos meno­res de los extran­je­ros resi­den­tes en Espa­ña está pasan­do ham­bre. Acu­den a la escue­la sin desa­yu­nar (a veces sólo rea­li­zan una comi­da al día) y sus vivien­das son frías, húme­das e insa­lu­bres. Recuer­do el caso de una madre de 45 años, colom­bia­na, que come­tió el error de con­ver­tir­se en “mula” de los nar­co­tra­fi­can­tes para con­se­guir dine­ro y ofre­cer a sus dos hijos una exis­ten­cia con menos pena­li­da­des. Dete­ni­da en el aero­puer­to de Bara­jas, se le impu­so una con­de­na de doce años. No des­car­to que en su situa­ción yo hubie­ra obra­do de la mis­ma mane­ra. No rei­vin­di­co la impu­ni­dad, pero sí medi­das más huma­nas, penas más razo­na­bles y un cam­bio polí­ti­co que reba­ja­ría nota­ble­men­te el nivel de delin­cuen­cia al garan­ti­zar a toda la pobla­ción los bie­nes ele­men­ta­les: edu­ca­ción, sani­dad, vivien­da, tra­ba­jo, pro­tec­ción social. La cár­cel siem­pre repre­sen­ta un fra­ca­so y es un exce­len­te medi­dor del pro­gre­so moral y mate­rial de una socie­dad. En ese sen­ti­do, Espa­ña obtie­ne un sus­pen­so rotun­do.

Se ha rela­ta­do una y otra vez el ori­gen y la pro­pa­ga­ción de la actual cri­sis eco­nó­mi­ca, pero nun­ca está de más recor­dar lo esen­cial. En 2007, las hipo­te­cas basu­ra y los pro­duc­tos finan­cie­ros de alto ries­go pro­vo­ca­ron pér­di­das colo­sa­les en la ban­ca nor­te­ame­ri­ca­na, pro­pi­cian­do la caí­da del gigan­te Leh­man Brothers, que había sopor­ta­do la Depre­sión del 29, pero que no pudo aguan­tar el des­plo­me de una inge­nie­ría finan­cie­ra basa­da en la bús­que­da de bene­fi­cios des­me­di­dos, don­de el enri­que­ci­mien­to de unos pocos no impli­ca­ba la crea­ción de empre­sas o pues­tos de tra­ba­jo. Los ban­cos nor­te­ame­ri­ca­nos per­die­ron liqui­dez y sol­ven­cia. Sus difi­cul­ta­des se tra­du­je­ron en una res­tric­ción del cré­di­to que con­tras­ta­ba con su expan­sión irres­pon­sa­ble en la déca­da ante­rior. La limi­ta­ción del cré­di­to estran­gu­ló a la eco­no­mía, pro­vo­can­do la quie­bra de infi­ni­dad de empre­sas. El des­em­pleo aumen­tó expo­nen­cial­men­te, los impa­gos se gene­ra­li­za­ron, los desahu­cios adqui­rie­ron pro­por­cio­nes inau­di­tas, las cla­ses medias se empo­bre­cie­ron, se inte­rrum­pió el cre­ci­mien­to y comen­zó la Gran Rece­sión (o tal vez sería más correc­to hablar de una Gran Depre­sión tan agu­da como la que se ini­ció con el Jue­ves Negro de la Bol­sa de Nue­va York, cuyo des­en­la­ce con­sis­tió en una gue­rra mun­dial con 50 millo­nes de víc­ti­mas). Los Esta­dos res­pon­die­ron libe­ran­do billo­nes de euros para evi­tar una quie­bra del sis­te­ma finan­cie­ro, dis­pa­ran­do el défi­cit y la deu­da públi­ca. Los bene­fi­cia­rios de esta medi­da no se con­for­ma­ron con saquear las arcas del Esta­do, sino que ade­más exi­gie­ron la liqui­da­ción de los prés­ta­mos emi­ti­dos en el pasa­do, obli­gan­do a los gobier­nos a con­ver­tir el pago de la deu­da en una prio­ri­dad nacio­nal. Los gobier­nos acep­ta­ron la impo­si­ción impo­nien­do recor­tes sal­va­jes en los ser­vi­cios públi­cos y, en algu­nos casos, refor­man­do la Cons­ti­tu­ción median­te un trá­mi­te de urgen­cia. Joa­quín Este­fa­nía, eco­no­mis­ta y anti­guo direc­tor de El País, con­si­de­ra que no debe­ría­mos hablar de Gran Rece­sión, sino de Gran Saqueo.

En el pre­sen­te, Euro­pa sigue apli­ca­da­men­te los dic­tá­me­nes del Ban­co Cen­tral Euro­peo, el Fon­do Mone­ta­rio Inter­na­cio­nal y el Ban­co Mun­dial, agra­van­do la cri­sis con medi­das impo­pu­la­res, injus­tas y des­pia­da­das. Mario Draghi, direc­tor eje­cu­ti­vo del Ban­co Cen­tral Euro­peo y ex vice­pre­si­den­te de Gold­man Sachs Inter­na­tio­nal, ha reco­no­ci­do que alcan­zar el equi­li­brio pre­su­pues­ta­rio pro­fun­di­za­rá la rece­sión, pero ha augu­ra­do que los mer­ca­dos reco­bra­ran la con­fian­za con esta polí­ti­ca y la eco­no­mía se recu­pe­ra­rá. Es difí­cil creer o con­ce­der algún cré­di­to a un eco­no­mis­ta que ayu­dó a fal­sear las cuen­tas de Gre­cia para ocul­tar la mag­ni­tud de su défi­cit. No des­cu­bro nada, pues casi todos cono­cen el dato. Los gobier­nos de la Unión Euro­pea des­car­tan medi­das para esti­mu­lar el cre­ci­mien­to, regu­lar los mer­ca­dos y garan­ti­zar la equi­dad, pese a que esta línea de actua­ción ha per­mi­ti­do cre­cer has­ta dos dígi­tos anua­les a las eco­no­mías emer­gen­tes de India, Bra­sil o Argen­ti­na. En estos paí­ses, se han apar­ta­do de la orto­do­xia neo­li­be­ral y están incre­men­tan­do las reser­vas de divi­sas, los gas­tos en infra­es­truc­tu­ras y las sub­ven­cio­nes a los pro­yec­tos de inves­ti­ga­ción y desa­rro­llo (I+D). El efec­to ha sido un sig­ni­fi­ca­ti­vo des­cen­so de la pobreza.

En las últi­mas déca­das, la his­to­ria se ha encar­ga­do de des­men­tir y ridi­cu­li­zar cual­quier pro­fe­cía. Nadie fue capaz de anti­ci­par la caí­da del muro de Ber­lín, la pri­ma­ve­ra ára­be o la actual cri­sis eco­nó­mi­ca. En Espa­ña, el paro se encuen­tra en una cifra inso­por­ta­ble, ya se han desahu­cia­do a 200.00 fami­lias y los come­do­res públi­cos aco­gen a per­so­nas de todas las eda­des que has­ta hace poco per­te­ne­cían a la cla­se media. Se han recor­ta­do sala­rios, se ha impues­to el copa­go sani­ta­rio en Cata­lu­ña, se retra­sa la edad de jubi­la­ción, se dila­tan las jor­na­das de tra­ba­jo, se incum­plen con­ve­nios, se pre­pa­ra una refor­ma labo­ral que posi­bi­li­ta­rá los “mini­em­pleos” (400 euros por 4 horas dia­rias, sin dere­cho a paro ni Segu­ri­dad Social), se ata­ca a los dere­chos y liber­ta­des, prohi­bien­do con­cen­tra­cio­nes simi­la­res a las del 15‑M, se man­tie­ne una legis­la­ción anti­te­rro­ris­ta que per­mi­te apli­car un régi­men de ais­la­mien­to incom­pa­ti­ble con los prin­ci­pios más bási­cos del Esta­do de Dere­cho, se exi­gen nue­vos sacri­fi­cios a los tra­ba­ja­do­res, mien­tras se acen­túan las dife­ren­cias entre pobres y ricos. Nadie espe­ra­ba el 15‑M. Se tra­tó de una revo­lu­ción pací­fi­ca que no ha obte­ni­do nin­gún resul­ta­do. ¿Cuál es el siguien­te paso? Dejo la pre­gun­ta en el aire, pero es evi­den­te que la cri­sis ha pues­to en peli­gro la paz social. ¿Pue­de recri­mi­nar­se a los para­dos de lar­ga dura­ción o a los jóve­nes sin futu­ro que mani­fies­ten su ira? Yo sé cuál será la reac­ción de los gobier­nos. Cual­quier bro­te de des­con­ten­to será cali­fi­ca­do como terro­ris­mo y se res­pon­de­rá con vio­len­cia, repre­sión e inclu­so leyes espe­cia­les que per­mi­tan a la poli­cía actuar con una bru­ta­li­dad dig­na de los años más negros del fran­quis­mo. Se ha acu­sa­do a Pla­tón de esta­ble­cer las bases teó­ri­cas del Esta­do tota­li­ta­rio en su Repú­bli­ca, pero yo no apre­cio nin­gún auto­ri­ta­ris­mo en su defi­ni­ción del mal abso­lu­to: “sufrir la injus­ti­cia y no poder luchar con­tra ella” (Repú­bli­ca, Libro II, 367 – 368). Los clá­si­cos siem­pre nos ilu­mi­nan, sin exi­gir­nos nada, sal­vo un ejer­ci­cio de rigor y hones­ti­dad. No hacen pro­fe­cías, pero sí nos recuer­dan las con­se­cuen­cias de la injus­ti­cia, la arbi­tra­rie­dad y el abu­so de poder sobre los más débi­les y vul­ne­ra­bles. Nin­gún país pue­de enca­rar el futu­ro con espe­ran­za, cuan­do sus jóve­nes no tie­nen otra alter­na­ti­va que la emi­gra­ción, el tra­ba­jo pre­ca­rio o la mar­gi­na­ción.

RAFAEL NARBONA

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