No domino las redes sociales, ni twitter, ni facebook. Lo que conozco lo sé por los medios convencionales, por noticias relacionadas con las citadas redes y por la importancia que se les ha dado en acontecimientos mundiales como la denominada primavera árabe y su repercusión tras la publicación de la reflexión de Stéphane Hessel.
Hace tan sólo unos meses parecía que el mundo iba a estallar y que gracias a la difusión masiva de gritos de indignación las conciencias habían despertado de su letargo y preparaban una revolución nueva, genérica y sin etiqueta ideológica. Al principio, suscitó curiosidad y cierto arrebato. Pero pronto se quebró la credibilidad de lo que contaban y desde páginas más alternativas se afirmó que los servicios secretos de Israel o EEUU tenían mucho que ver en aquella decisión masiva y virtual por cambiar el mundo.
Algo hay de verdad cuando a un año vista vemos que en la primavera a árabe se cambió todo para que todo siga igual. Se ocupó Libia, se asesinó a Gadafi y los «buenos» se han quedado con el petróleo. A estas alturas no cabe duda de que el conflicto en Siria ayuda, sobre todo, a los intereses estratégicos de Israel, EEUU y del capitalismo en su conjunto.
Y en el Estado español, donde las redes sociales acuñaron el terminó de spanish revolution, las elecciones las ha ganado el PP y los que, en mayo, se creyeron las consignas y lucharon en la calle han sido apaleados, desalojados y fichados. Ahora va twitter y dice que restringe la libertad de expresión porque no todos los países tienen la misma idea de ese derecho. A eso se llama hacer un trabajo a conciencia, al mejor estilo de H. Hoover