La sobe­ra­nía y los dere­chos huma­nos- Luis Brit­to García

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En Argen­ti­na la Comi­sión Nacio­nal sobre Des­apa­ri­ción de Per­so­nas, pre­si­di­da por Ernes­to Sába­to, veri­fi­có 8.960 víc­ti­mas fata­les de las dic­ta­du­ras. En Chi­le la Comi­sión Nacio­nal de Ver­dad y Recon­ci­lia­ción, con­ta­bi­li­zó en su Infor­me Ret­tig que 2.279 per­so­nas fue­ron ase­si­na­das por cau­sas polí­ti­cas entre 1973 y 1990. En Vene­zue­la ha sido impo­si­ble hacer un con­teo simi­lar de nues­tras bajas, que podrían lle­gar a diez mil. El artícu­lo 143 de la Cons­ti­tu­ción Boli­va­ria­na garan­ti­za a los ciu­da­da­nos el “acce­so a los archi­vos y regis­tros admi­nis­tra­ti­vos, sin per­jui­cio de los lími­tes acep­ta­bles den­tro de una socie­dad demo­crá­ti­ca en mate­rias rela­ti­vas a segu­ri­dad inte­rior y exte­rior, a inves­ti­ga­ción cri­mi­nal y a la inti­mi­dad de la vida pri­va­da”. Pero los expe­dien­tes de cuer­pos repre­si­vos y tri­bu­na­les per­ma­ne­cen sella­dos, has­ta para víc­ti­mas o deu­dos. Sobre esas déca­das de resis­ten­cia popu­lar per­du­ran innu­me­ra­bles tes­ti­mo­nios ais­la­dos. No exis­te una obra gene­ral y por­me­no­ri­za­da sobre el tema, sal­vo la monu­men­tal La lucha Social y la lucha arma­da en Vene­zue­la 1958 – 1998, de Elia Oli­ve­ros, cuya edi­ción se retra­sa inex­pli­ca­ble­men­te. La recien­te pro­mul­ga­ción de la Ley con­tra el Olvi­do es un paso gigan­tes­co para el triun­fo de la memo­ria his­tó­ri­ca y de la jus­ti­cia. Pues urge que Vene­zue­la recu­pe­re la sobe­ra­na potes­tad de inves­ti­gar y juz­gar vio­la­cio­nes con­tra los Dere­chos Huma­nos y crí­me­nes de lesa huma­ni­dad, antes de que las poten­cias impe­ria­les la con­fis­quen para usar­la con­tra nosotros.

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Así como los árbi­tros forá­neos del CIADI inten­tan deci­dir sobre nues­tros con­tra­tos de inte­rés públi­co, cor­tes de magis­tra­dos extran­je­ros pre­ten­den sen­ten­ciar sobre nues­tros Dere­chos Huma­nos, con resul­ta­dos desas­tro­sos ¿Qué hizo la Comi­sión Inter­ame­ri­ca­na por los Dere­chos Huma­nos (CIDH) de Washing­ton sobre Vene­zue­la duran­te las déca­das san­grien­tas entre 1969 y 1998, cuan­do hubo cam­pos de con­cen­tra­ción y masa­cres como las de Can­tau­ra, Yuma­re y el Cara­ca­zo? Tra­mi­tó ape­nas 4 casos, uno de ellos incoa­do por el terro­ris­ta Posa­da Carri­les ¿Y cuan­tos tra­mi­tó entre 1999 y 2011? 69 casos. En sólo una déca­da, duran­te la cual Vene­zue­la ha hecho los más gran­des esfuer­zos de su his­to­ria por sal­va­guar­dar los Dere­chos Huma­nos, la CIDH ha tra­mi­ta­do vein­ti­sie­te veces más casos con­tra ella que en las tres déca­das ante­rio­res. Los núme­ros hablan. En este caso, gri­tan su pre­jui­cio con­tra nues­tro país.

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La CIDH tra­mi­ta casos para some­ter­los a la Cor­te Inter­ame­ri­ca­na de Dere­chos Huma­nos. El pron­tua­rio de ésta no es mejor. Entre 1981 y 1998 resol­vió sólo 1 caso con­tra Vene­zue­la, el de la masa­cre de El Ampa­ro. Pero entre 1999 y 2011 sen­ten­ció 13 y tra­mi­ta 11 más: en total 23 casos con­tra nues­tro país en una sola
déca­da. Ni la CIDH ni la Cor­te adop­ta­ron la menor medi­da ante el gol­pe del 11 de abril de 2002.

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¿Con qué cri­te­rios juz­gan y con­de­nan a Vene­zue­la estos orga­nis­mos extran­je­ros? En su Infor­me para el Examen Perió­di­co Uni­ver­sal, la CIDH nos acu­sa en 233 párra­fos. En 205 tra­ta sobre casos en los cua­les no se han ago­ta­do los recur­sos inter­nos, por lo que no se los pue­de lle­var ante la juris­dic­ción exter­na. En 225 no pre­ci­sa hechos tales como nom­bres, fechas, luga­res ni otros datos indis­pen­sa­bles para que una acu­sa­ción sea admi­ti­da. En 182 casos, juz­ga sobre supo­si­cio­nes de hechos futu­ros e incier­tos, que “podrían” acon­te­cer. En la casi tota­li­dad, se fun­da en rumo­res o recor­tes de pren­sa, que nin­gún tri­bu­nal digno de tal nom­bre pue­de aco­ger como prue­ba. Has­ta se dig­na vetar pro­yec­tos de leyes, cuya san­ción depen­de úni­ca y exclu­si­va­men­te de la sobe­ra­na volun­tad popu­lar, y no de una ofi­ci­na de Washing­ton. Con estos cri­te­rios nos cata­lo­gan, jun­to a Colom­bia, Hon­du­ras y Hai­tí, entre los paí­ses que pre­sen­ta­rían “situa­cio­nes que afec­ten seria y gra­ve­men­te el goce y dis­fru­te de los dere­chos fun­da­men­ta­les”. En dicha cate­go­ría no colo­can a Méxi­co, Bra­sil ni a Esta­dos Unidos.

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¿Pue­den dañar sen­ten­cias de orga­nis­mos extran­je­ros a nues­tro país? Como coar­ta­da para el gol­pe del 11 de abril, el dic­ta­dor Car­mo­na Estan­ga ale­gó que “que nun­ca como en estos últi­mos tres años los orga­nis­mos inter­ame­ri­ca­nos de pro­tec­ción de Dere­chos Huma­nos han reci­bi­do tan­tas denun­cias fun­da­das de vio­la­ción de los mis­mos”. Una tal Liga Libia por los Dere­chos Huma­nos con­sig­nó ante el Con­se­jo de Segu­ri­dad de las Nacio­nes Uni­das fal­sas acu­sa­cio­nes de bom­bar­deos de Gad­da­fi con­tra la pobla­ción civil. Siguió la ins­tan­tá­nea orden de deten­ción con­tra éste y el dilu­vio de bom­bas de la OTAN que ase­si­nó 60.000 civi­les. A ins­tan­cias del terro­ris­ta Thor Hal­vor­sen –uno de los que a prin­ci­pios de los noven­ta colo­ca­ron bom­bas para hacer bajar la Bol­sa de Cara­cas- la Cor­te Inter­ame­ri­ca­na aca­ba de con­tra­de­cir la deci­sión vene­zo­la­na que inha­bi­li­ta a un corrup­to para par­ti­ci­par en elec­cio­nes. Igual podría pre­ten­der inha­bi­li­tar a quien gane los comi­cios del 2012, o deci­dir quién los ganó. Cada vez que encar­ce­le­mos un delin­cuen­te, esas Cor­tes lo libe­ra­rán. Adi­vi­nen uste­des cómo deci­di­ría ese Juz­ga­do una acu­sa­ción de frau­de elec­to­ral, o cómo sen­ten­cia­ría el Tri­bu­nal Penal de La Haya la acu­sa­ción con­tra el Pre­si­den­te cons­ti­tu­cio­nal de Vene­zue­la con la que ame­na­za la opo­si­ción. Quien sen­ten­cia pue­de anu­lar los actos de los demás pode­res o depo­ner a sus titu­la­res. Un país cuyo Poder Judi­cial es ejer­ci­do por órga­nos forá­neos no es sobe­rano, vale decir, no es independiente.

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¿Cómo se atri­bu­yen comi­sio­nes y cor­tes extran­je­ras el incons­ti­tu­cio­nal poder de juz­gar a los vene­zo­la­nos? A veces de mane­ra impru­den­te nos pone­mos en sus manos sus­cri­bien­do tra­ta­dos y acuer­dos que pare­ce­rían ceder nues­tra sobe­ra­na e irre­nun­cia­ble potes­tad de ejer­cer el Poder Judi­cial. Una inter­pre­ta­ción mal inten­cio­na­da del artícu­lo 23 de la Cons­ti­tu­ción apa­ren­ta­ría atri­buir a dichos tra­ta­dos, pac­tos y con­ven­cio­nes rela­ti­vos a dere­chos huma­nos jerar­quía cons­ti­tu­cio­nal y pre­va­len­cia en el orden interno. Pero mal pue­de reves­tir ran­go cons­ti­tu­cio­nal algo que, a dife­ren­cia de la pro­pia Cons­ti­tu­ción, no ha sido san­cio­na­do por refe­ren­do popu­lar. Por otra par­te, la Sala Cons­ti­tu­cio­nal del Tri­bu­nal Supre­mo de Jus­ti­cia en sen­ten­cia de 15 de julio de 2003 se ha pro­nun­cia­do con cla­ri­dad meri­dia­na en el sen­ti­do de que deci­sio­nes de órga­nos juris­dic­cio­na­les extran­je­ros no son apli­ca­bles en Vene­zue­la si vio­lan la Cons­ti­tu­ción: “Plan­tea­do así, ni los fallos, lau­dos, dic­tá­me­nes u otros actos de igual enti­dad, podrán eje­cu­tar­se penal o civil­men­te en el país, si son vio­la­to­rios de la Cons­ti­tu­ción, por lo que por esta vía (la sen­ten­cia) no podrían pro­yec­tar­se en el país, nor­mas con­te­ni­das en Tra­ta­dos, Con­ve­nios o Pac­tos sobre Dere­chos Huma­nos que coli­die­sen con la Cons­ti­tu­ción o sus Prin­ci­pios rec­to­res”. Si los fallos de cor­tes extran­je­ras que vio­len nues­tro orde­na­mien­to no son apli­ca­bles, no tene­mos que empe­zar por some­ter­nos a sus vere­dic­tos. Debe­mos denun­ciar los tra­ta­dos que apa­ren­te­men­te nos suje­tan a ellos, y cor­tar por lo sano reti­rán­do­nos del sis­te­ma Inter­ame­ri­cano de la OEA, que has­ta el pre­sen­te ha ser­vi­do fun­da­men­tal­men­te para con­va­li­dar dic­ta­du­ras de dere­cha y legi­ti­mar inter­ven­cio­nes impe­ria­les. Vene­zue­la es sobe­ra­na, y punto.

http://​luis​brit​to​.word​press​.com

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