Blan­ca Ante­pa­ra, el ejem­plo vivo de que los pre­sos nun­ca han esta­do ni esta­rán solos

Ramón Sola en Gara

Blan­ca Ante­pa­ra puso cara a la «madre cora­je» que hay siem­pre tras los pre­sos, refu­gia­dos y repre­sa­lia­dos vas­cos. Tam­bién al sufri­mien­to que lle­van den­tro: ha segui­do hablan­do a dia­rio con su hijo Iña­ki, muer­to en Mor­lans, «y a veces, has­ta lo veo por la maña­na». Des­de enton­ces ha sido madre para todo un colectivo.

Puro ner­vio con el que no pudo la repre­sión más feroz, ha sido el impla­ca­ble paso de la edad el que se ha encar­ga­do de poner pun­to y final a la inten­sa vida de Blan­ca Ante­pa­ra. Murió ayer en Iña­kie­nea, y segu­ra­men­te con una son­ri­sa en los labios tras la mani­fes­ta­ción del sába­do en Bil­bo que mos­tró que los pre­sos polí­ti­cos vas­cos no que­dan huér­fa­nos pre­ci­sa­men­te, aun­que aho­ra ten­gan una madre cora­je menos que arro­par­les den­tro de los muros y que defen­der­les a ultran­za fuera.

Su hijo Josu Ormaetxea recor­da­ba hace dos años en «Gaur8» una de las anéc­do­tas que refle­jan el espí­ri­tu indo­ma­ble de esta mujer menu­da de cuer­po pero enor­me de con­vic­cio­nes. Fue hace ya muchos años, cuan­do «Xabier Arza­lluz dijo que las fami­lias de los pre­sos polí­ti­cos vas­cos tenían poca capa­ci­dad eco­nó­mi­ca y por eso no aguan­ta­rían la dis­per­sión mucho tiem­po. Mi madre se encen­dió con aque­llo, y cuan­do poco des­pués hubo un acto en Anoe­ta y le pusie­ron un micró­fono delan­te, dijo que “es una ver­güen­za pen­sar que deja­re­mos solos a nues­tros hijos por fal­ta de dine­ro. Esta­re­mos allí aun­que ten­ga­mos que sacar pie­dras del río con los dientes”».

La cru­da reali­dad del con­flic­to la puso ahí, en un lugar al que una etxe­koan­dre como ella no hubie­ra pen­sa­do ‑ni que­ri­do– lle­gar: «Yo no tenía mucha idea de esto, no había teni­do tiem­po. Me había dedi­ca­do a criar a sie­te hijos, con el mari­do afec­ta­do de salud, lle­van­do el bar fami­liar.… Me acos­ta­ba a las 2 de la madru­ga­da y me levan­ta­ba a las 8 de la maña­na, no tenía tiem­po ni para leer un periódico».

El ejemplo vivo de que los presos nunca han estado ni estarán solosTodo cam­bió el día en que detu­vie­ron a sus dos hijos por vez pri­me­ra, en 1984. Y qué decir de la tar­de del 17 de agos­to de 1991, cuan­do la Guar­dia Civil aba­tió al peque­ño, Iña­ki, en una casa del barrio de Mor­lans, en Donos­tia. Blan­ca ha con­vi­vi­do con esa ausen­cia toda su vida.

En agos­to de 2009 man­tu­vo en Urbi­na un emo­ti­vo encuen­tro con Nor­ma Morro­ni, la madre de Fer­nan­do Morro­ni, una de las víc­ti­mas mor­ta­les de la repre­sión en Mon­te­vi­deo a la soli­da­ri­dad con los refu­gia­dos vas­cos. GARA les acom­pa­ñó. Para ambas fue una jor­na­da de inten­sas emo­cio­nes por la simi­li­tud de los sen­ti­mien­tos com- par­ti­dos. Y Ante­pa­ra expli­ca­ba allí ese dolor pene­tran­te: «Sigo hablan­do con Iña­ki, y cuan­do me aso­mo a la ven­ta­na, pare­ce que lo veo. No hay un solo día que no pien­ses en él. Pare­ce men­ti­ra, pero yo, que no podía ni ver una heri­da, cuan­do lo tuvi­mos que des­en­te­rrar diez años des­pués, me abra­cé a él. La gen­te que esta­ba allí se que­dó de pie­dra. ¿De dón­de sale esa fuer­za?», se preguntaba.

«Man­te­ner la dignidad»

Ese cau­dal de ener­gía se vol­có des­de enton­ces en los pre­sos polí­ti­cos vas­cos, para quie­nes Ante­pa­ra ha sido madre, abue­la, cui­da­do­ra, coci­ne­ra, ami­ga, con­fi­den­te, ángel de la guar­da, defen­so­ra, sím­bo­lo… Sin nin­gu­na pre­ten­sión de noto­rie­dad, Blan­ca esta­ba allá don­de se le nece­si­ta­ra: can­di­da­ta elec­to­ral de EH al Par­la­men­to Euro­peo, tes­ti­mo­nio vivo en con­fe­ren­cias de repre­sa­lia­dos, impul­so­ra de movi­li­za­cio­nes, por­ta­do­ra del tes­ti­go de la Korri­ka, anfi­trión soli­da­ria en Iña­kie­nea… Con un lema: «Hay que mirar siem­pre de fren­te, sin bajar la vis­ta. Y man­te­ner siem­pre la dig­ni­dad, por­que es el arma más fuer­te que tenemos».

Todo lo hizo sin dejar de ser, sobre todo, madre. Pero no solo madre de sus hijos, sino madre de todo un colec­ti­vo. En una últi­ma entre­vis­ta con­ce­di­da a GARA en mayo de 2010, salu­da­ba que «a los jóve­nes de hoy los veo bas­tan­te más razo­na­bles que cuan­do yo era joven, y más com­pren­si­vos entre ellos, más compañeros…».

Ante­pa­ra nun­ca se mor­dió la len­gua, tam­po­co para reco­no­cer que «aun­que viva 200 años, no les per­do­na­ré». Pero sí tenía una cosa muy cla­ra: «No qui­sie­ra ver a mis nie­tos pasan­do por esto, sería horri­ble. Lo dije cuan­do mata­ron a Iña­ki: yo no voy a reco­ger la san­gre de mi hijo, sino que qui­sie­ra que fue­ra la últi­ma que se derra­ma­ra. No voy a tener amis­tad con ellos. Pero al menos, que tuvie­ran el valor… Ya que en 50 años no han podi­do ni pue­den arre­glar­lo, que hicie­ran el mayor esfuer­zo unos y otros», pedía.

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