Razo­nes para creer en un mun­do mejor- Ohia­na LLorente

Se acer­can las navi­da­des y con ellas un tor­be­llino de anun­cios que nos hacen olvi­dar has­ta la pelí­cu­la que nos man­te­nía en vilo. Can­cio­nes pega­di­zas, inge­nio­so esló­ga­nes, cuer­pos per­fec­tos… todo vale para colo­car­nos el pro­duc­to. Cada vez que encien­do la caja ton­ta, inten­to apa­gar mi espí­ri­tu crí­ti­co. A veces me es impo­si­ble y un cabreo tre­pi­dan­te se apo­de­ra de mí. Ese enfa­do va en aumen­to y se con­vier­te inclu­so en ira cada vez que veo anun­cios de la talla de Coca Cola y McDonald’s.

Enfun­da­do en el espí­ri­tu navi­de­ño más cha­ba­cano, Coca Cola tie­ne la des­fa­cha­tez de pre­sen­tar­se ante el mun­do como un agen­te de paz. Exal­tan­do la feli­ci­dad y hacién­do­la bro­tar por todos los lados del anun­cio, la mul­ti­na­cio­nal pre­ten­de trans­mi­tir la idea de que hay razo­nes para creer en un mun­do mejor. Bue­na mora­le­ja para una empre­sa que hacién­do­se lla­mar la chis­pa de la vida siem­bra la muer­te en medio pla­ne­ta. La expan­sión mun­dial de la Coca-Cola ha piso­tea­do pue­blos ente­ros para lle­gar a con­ver­tir­se en la bebi­da no alcohó­li­ca más ven­di­da en el mun­do. Sus estra­te­gias publi­ci­ta­rias, gra­ta­men­te valo­ra­das debi­do a su inge­nio, están per­ver­sa­men­te dise­ña­das, y su polí­ti­ca comer­cial no duda en emplear el terror para impe­dir la orga­ni­za­ción y la movi­li­za­ción de los tra­ba­ja­do­res. Es sabi­do que en Colom­bia o Gua­te­ma­la, Coca Cola cola­bo­ra con los para­mi­li­ta­res para repri­mir, e inclu­so matar, a los tra­ba­ja­do­res que se orga­ni­zan con­tra las pési­mas con­di­cio­nes labo­ra­les de las plan­tas embotelladoras.

El anun­cio de McDo­nal­d’s tam­po­co se que­da atrás. El gran sím­bo­lo del capi­ta­lis­mo y la glo­ba­li­za­ción lle­va trein­ta años ins­ta­la­do en el Esta­do espa­ñol, y este redon­do ani­ver­sa­rio es emplea­do por la mul­ti­na­cio­nal para ensal­zar su lado más cri­ti­ca­do: el de sus emplea­dos y emplea­das. Tra­ba­ja­do­res de todos los colo­res apa­re­cen en pan­ta­lla para ala­bar un pues­to de tra­ba­jo en el que per­ma­ne­cen lar­gas horas por sala­rios irrisorios.

Pode­mos estar tran­qui­los ya que por cada tan­que que se fabri­ca, se fabri­can 131.000 pelu­ches, y por cada arma que se ven­de en el mun­do, 20.000 per­so­nas beben Coca Cola. Hay razo­nes para creer en un mun­do mejor.

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