Ni jui­cio ni cas­ti­go- Ati­lio Borón

Hace pocas sema­nas la pren­sa inter­na­cio­nal infor­mó que la pre­si­den­ta Dil­ma Rous­seff había final­men­te dado vía libre a la crea­ción de una Comi­sión de la Ver­dad para inves­ti­gar las vio­la­cio­nes a los dere­chos huma­nos come­ti­das duran­te la dic­ta­du­ra en la que, como se recor­da­rá, ella mis­ma fue cap­tu­ra­da como gue­rri­lle­ra, dete­ni­da y tor­tu­ra­da. Para sor­pre­sa de muchos la Comi­sión inves­ti­ga­rá las vio­la­cio­nes a los Dere­chos Huma­nos ocu­rri­das el perío­do 1946 – 1985 en lugar de con­cen­trar­se en los años 1964 – 1979, que fue­ron aque­llos en los que se per­pe­tra­ron los crí­me­nes más abe­rran­tes. Ade­más, la Comi­sión ‑y esto es lo deci­si­vo- nació pri­va­da de la facul­tad para juz­gar y cas­ti­gar a los res­pon­sa­bles de los crímenes.

Como lo seña­la­ra en una entre­vis­ta con­ce­di­da al autor de esta colum­na por la pro­fe­so­ra Ani­ta Pres­tes, hija del legen­da­rio diri­gen­te comu­nis­ta Luiz Car­los Pres­tes, la Comi­sión tie­ne como misión escla­re­cer pero no podrá juz­gar a los muchos tor­tu­ra­do­res que toda­vía actúan a la luz públi­ca en Bra­sil, muchos de ellos inclu­si­ve en el ámbi­to de las ins­ti­tu­cio­nes esta­ta­les. Un dato reve­la­dor de los limi­ta­dos alcan­ces de la Comi­sión, que algu­nos pen­sa­ron emu­la­ría los avan­ces regis­tra­dos en la Argen­ti­na, sur­ge del inci­den­te ocu­rri­do en oca­sión de la cere­mo­nia que san­cio­na­ría su crea­ción el día 18 de Noviem­bre en el Pala­cio del Pla­nal­to, en Bra­si­lia. Para esa oca­sión la pre­si­den­ta Rous­seff habría que­ri­do ‑o al menos con­sen­ti­do- que habla­ra en repre­sen­ta­ción de las víc­ti­mas de la repre­sión la pro­fe­so­ra Vera Pai­va, hija del ex-dipu­tado Rubens Pai­va, uno de los pri­me­ros des­apa­re­ci­dos por la dic­ta­du­ra mili­tar ins­ta­la­da lue­go del gol­pe de esta­do de Abril de 1964. Cono­ci­da la inten­ción de la pre­si­den­ta los tres minis­tros mili­ta­res del gabi­ne­te pre­si­den­cial mani­fes­ta­ron su más enco­na­da opo­si­ción: si Pai­va habla­ba tam­bién debe­ría hacer uso de la pala­bra un mili­tar. Resul­ta­do: Pai­va no habló y el bri­llan­te dis­cur­so que tenía pre­pa­ra­do no pudo ser leí­do. Con­clu­sión: la fun­da­men­tal supre­ma­cía civil sobre las fuer­zas arma­das es toda­vía una peli­gro­sa asig­na­tu­ra pen­dien­te en la «demo­cra­cia» bra­si­le­ña.

La dere­cha y los mili­ta­res bra­si­le­ños argu­men­ta­ron lo de siem­pre: «no reabrir heri­das ya cica­tri­za­das» y que el pro­ce­so ya había sido cerra­do con la san­ción de la Ley de Amnis­tía de Agos­to de 1979, que posi­bi­li­tó el regre­so de los exi­lia­dos al tiem­po que arro­ja­ba un espe­so man­to de olvi­do sobre las atro­ci­da­des come­ti­das en los años ante­rio­res. Lo gra­ve del caso fue que no sólo la pre­sion mili­tar hizo que Dil­ma tuvie­ra que ceder ante las deman­das cas­tren­ses: el Tri­bu­nal Supre­mo de Bra­sil se apre­su­ró a rati­fi­car la impu­ni­dad decla­ran­do que los alcan­ces de la Comi­sión de la Ver­dad no podían trans­gre­dir los lími­tes esta­ble­ci­dos por la Ley de Amnis­tía. De este modo el «escla­re­ci­mien­to» al que pue­da lle­gar la Comi­sión se verá dolo­ro­sa­men­te frus­tra­do ante la impo­si­bi­li­dad de ape­lar a la jus­ti­cia para cas­ti­gar a los cul­pa­bles. Se con­vier­te en un ejer­ci­cio lin­dan­te con lo maso­quis­ta: se exa­mi­na y com­prue­ba el cri­men has­ta en sus meno­res deta­lles pero al pre­cio de repri­mir el ansia de jus­ti­cia que ten­sa el espí­ri­tu de los fami­lia­res y ami­gos de las víc­ti­mas. Vera Pai­va podrá saber como cap­tu­ra­ron, tor­tu­ra­ron, mata­ron y des­apa­re­cie­ron a su padre pero al pre­cio de renun­ciar a su dere­cho de enjui­ciar y cas­ti­gar a los cul­pa­bles de su ase­si­na­to. Enési­ma com­pro­ba­ción de que no bas­tan las ini­cia­ti­vas «des­de arri­ba», des­de las altu­ras del esta­do: sin la pujan­za de los orga­nis­mos de dere­chos huma­nos la impu­ni­dad de los repre­so­res está garan­ti­za­da. Así lo demues­tra el caso que esta­mos ana­li­zan­do y, por la inver­sa, lo que ha veni­do ocu­rrien­do en la Argentina.

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