Aiz­ko­ra eta sugea – Jakue Pascual

Car­ta de Durru­ti a Liki­niano: «La rebe­lión anda en el País Vas­co ves­ti­da de negro». La Comu­na de San Sebas­tián, con unas pocas armas y dina­mi­ta, ento­na «A las barri­ca­das» fren­te al enemi­go a la espe­ra de los refuer­zos de Pérez Gar­men­dia. Por su par­te, los dubi­ta­ti­vos jel­tza­les aguar­dan acan­to­na­dos en Azpei­tia. Liki­niano y los suyos inter­vie­nen en la bata­lla de Peñas de Aia y en el replie­gue has­ta la fron­te­ra, cuan­do los reque­tés de Mola quie­bran la línea. Lue­go com­ba­ti­rá en Ara­gón, será de los últi­mos en aban­do­nar Bar­ce­lo­na hacia el exi­lio y allí se suma­rá a la resis­ten­cia con­tra los nazis y al maquis pirenaico

En Ipa­rral­de el aber­tza­lis­mo se man­te­nía a duras penas tras la ocu­pa­ción. Mark Legas­se lan­za míti­nes ante audi­to­rios mino­ri­ta­rios. Liki­niano suje­ta el megá­fono. Y ‑según nos cuen­ta Chia­pu­so en el exce­len­te libro de Pilar Ipa­rra­gi­rre «Félix Liki­niano: mili­ciano de la uto­pía»- duran­te su par­ti­ci­pa­ción en la coral Olda­rra del ácra­ta Phi­lip­pe Oyhan­bu­ru alum­bra su aber­tza­lis­mo, narrán­do­nos cómo tras una pelea en Mia­rritze decla­ra ante el juez que a él nadie le lla­ma extran­je­ro en su tie­rra. Eran tiem­pos en los que el régi­men de Fran­co pesa­ba como una losa. La inmo­vi­li­dad del PNV ate­na­za­ba a los jóve­nes nacio­na­lis­tas que comen­za­ban a apos­tar por la resis­ten­cia. ETA nacía en 1959 y lle­ga­ban refu­gia­dos «los de la meda­lli­ta». A ellos ‑como seña­la Jtxo Este­ba­ranz en su «Bre­ve his­to­ria del anar­quis­mo vas­co»- aco­ge­ría Liki­niano recu­pe­ran­do la pasión insu­rrec­cio­nal. «A éstos les dona­ría una de sus escul­tu­ras en made­ra, el hacha y la ser­pien­te con el lema Bie­tan Jarrai­tu», que se con­ver­ti­ría en la divi­sa de ETA y ade­más ‑como reme­mo­ra Juan Joxe Etxa­be- un peque­ño arse­nal que ocul­ta­ba des­de la épo­ca de la resistencia.

Hay quien opi­na que el ana­gra­ma de ETA es sinies­tro y quien pien­sa que es una con­ce­sión hor­te­ra a la vani­dad. La ver­sión popu­lar lo sin­te­ti­za­ba en un «con­tun­den­te como el hacha y sigi­lo­so como la ser­pien­te». Pero Félix era un pro­fun­do cono­ce­dor de las cosas de su pue­blo y el ana­gra­ma ocul­ta­ba un sen­ti­do que se per­día en la noche de los tiem­pos. Un sig­ni­fi­ca­do telú­ri­co por el que el fue­go del cie­lo (el rayo pro­du­ci­do por el entre­cho­car de las nubes, las pie­dras de arri­ba, sim­bo­li­za­das por las pri­me­ras hachas) y el de las pro­fun­di­da­des mag­má­ti­cas don­de mora Heren­su­ge, la gran ser­pien­te enros­ca­da, se con­vier­ten en ener­gía en nues­tra tie­rra. Un con­te­ni­do sim­bó­li­co para un pue­blo ori­gi­na­rio que, como Eskual Herria, con la mano usa la tec­no­lo­gía pri­mi­ge­nia de la pie­dra que lo con­vier­te en humano alre­de­dor del fuego.

Fede­ri­co Krut­wig escri­be «Vas­co­nia» y Liki­niano com­par­te con él y López Adán (Bel­tza) una visión liber­ta­ria y nacio­na­lis­ta del mun­do. Félix Liki­niano es reco­no­ci­do a comien­zos de los noven­ta por los acti­vis­tas de la auto­no­mía bil­baí­na que fun­dan una aso­cia­ción cul­tu­ral en su nom­bre y cuyo sím­bo­lo era un cru­ce de muchos cami­nos. El anun­cio del cese defi­ni­ti­vo de la lucha arma­da por par­te de ETA ha cerra­do un lar­go ciclo que ha acom­pa­ña­do toda la vida a una gene­ra­ción como la mía y en el que hemos per­di­do y han sufri­do dema­sia­das per­so­nas. Como diría Félix a sus ami­gos Mark y Fede­ri­co ‑etxekoak‑, los de casa esta­mos de enhorabuena.

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