El 3 de octubre del 2011, en Bilbao, y con motivo de la inauguración del año judicial del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, estos dos señores, el uno presidente y fiscal jefe el otro, puestos en pie nos contaron una milonga sobre la justicia, la suya, la del Tribunal Constitucional y la del Tribunal Supremo.
Leyendo sus peroratas me acordé de lo poco antes leído en el periódico Junge Welt, redactado por el periodista Gerhard Feldbauer.
El acto terrorista de los cazas de la OTAN de hace 31 años se convirtió de nuevo en Italia en primera página. El 21 de septiembre informaba el periódico italiano La Repubblica que un tribunal de Palermo había condenado al gobierno italiano a indemnizar con 100 millones de euros a los parientes de las 81 víctimas del derribo del avión italiano.
¿Qué ocurrió aquella tarde del 27 de junio de 1980? A las 20´59 cayó el avión de pasajeros DC 9 McDonnell Douglas de la compañía italiana Itavia no lejos de la pequeña isla Ustica del mar Tirreno, al norte de Sicilia. Como luego se supo, en ese momento se encontraban interviniendo en la zona entre cazas, aviones-radar, barcos-portaviones y submarinos de la OTAN cerca de 30. Por informaciones de medios italianos y de US pronto se conoció que el jefe de Estado libio Muammar Al-Ghaddafi sería el objeto del ataque llevado a cabo en el marco de unas maniobras de la OTAN. Volaba en este momento a bordo de un Tupolew soviético sobre Ustica. Sorprendentemente su avión giró bruscamente. Se aseguraba que círculos pro árabes de Roma tuvieron conocimiento del plan y en el último momento advirtieron a Ghaddafi. El atentado debía desatar un golpe militar en Trípolis. El piloto que disparó el cohete confundió al DC 9 con el Tupolew de parecido perfil.
En los medios de noticias se habló de que terroristas izquierdosos habrían explotado una bomba en el interior del mismo. Luego se achacó el accidente a muestras e indicios de desgaste, de material caduco, de mala conservación y puesta a punto del avión…, éstas serían las causas de la desgracia. La compañía Itavia rechazó estas acusaciones. Mostró dibujos e imágenes del radar del aeropuerto romano de Fiumicino en las que se observaba un objeto volante, que muy bien podría ser un caza, disparando un cohete contra el DC 9. La OTAN y sus servicios secretos, sobre todo la CIA, saltaron a la palestra de inmediato jurando y perjurando que, en ese momento, “todos los aviones se encontraban en tierra y que todos los cohetes se hallaban en los hangares”. Mentiras que se mantuvieron en pie durante una década. Todavía en marzo de 1989 explicaba el Pentágono que “en el momento del infortunio ni aviones ni barcos de la marina o del aire se encontraban en o sobre el mar Tirreno». En Roma el embajador americano mantuvo la misma opinión. Manfred Wörner (alemán), desde 1982 a 1988 Ministro de Defensa, y desde 1988 hasta su muerte en 1994 secretario general de la OTAN, encubrió de igual modo el atentado y atestiguó, según Der Spiegel 14⁄1991, “la inocencia de los pilotos de la OTAN”.
En una campaña de desinformación, escenificada por los servicios secretos, se mantuvo durante años la teoría de la supuesta explosión de una bomba. Pero el punto de vista de Itavia se confirmó por fin cuando en 1987 se extrajeron los restos del DC 9 a más de 3000 metros de profundidad. En su interior no había rastro de fuego, se excluía la explosión de una bomba. Y se confirmaba el impacto de un cohete, porque uno de los dos motores había quedado totalmente derretido y en fuselaje se observaban impactos. El voicerecorder, que debía contener las últimas comunicaciones de los pilotos, curiosamente no fue encontrado por la compañía francesa de rescate IFREMIR. La empresa, que ya había colaborado con los americanos en sacar a flote las partes del Titanic hundido en 1912, fue acusada de haber mentido sobre el hallazgo.
Pero tras la exhibición de aviones del 28 de agosto de 1988 en la base aérea de Ramstein (Renania del Palatinado), en la que chocaron dos pilotos de la escuadrilla artística italiana “Frecce tricolori”, cayendo sobre la gente y ocasionando 70 muertos y 450 heridos, algunos de ellos graves, las investigaciones italianas llevadas a cabo llegaron a puerto. Era seguro que al menos una de las máquinas italianas había sido manipulada. Los dos pilotos el 27 de junio de 1980 habían pilotado sus cazas sobre Ustica y fueron interrogados tras la demostración. Se descubrió que hasta entonces más de una docena de testigos, todos ellos conocedores de las circunstancias del derribo, habían muerto de manera misteriosa o, como se dijo cada vez con más claridad en los medios italianos, habían sido eliminados.
Con el retraso de búsqueda y rescate del DC9 se cometió un crimen bestial. Aun cuando se conocía con exactitud el lugar del derribo, se envió a los comandos de rescate a una zona bastante lejana del mismo. Los “intento de salvación” comenzaron sólo 10 horas después del derribo. Objetivo claro fue que no debía haber supervivientes que pudieran narrar que el avión había sido derribado por un cohete. La revista milanesa Panorama informó en 1989 que el DC 9, merced a la pericia del piloto, aterrizó sobre el agua y que se mantuvo a flote durante algunas horas. Se hundió cuando, al alba, el cuerpo del avión fue volado por un submarino británico. Panorama citaba que testigos de círculos militares afirmaban que todavía había supervivientes cuando fue volado.
Pero el cambio en las investigaciones tuvo lugar –después de que cuatro jueces de instrucción hubieran tirado la toalla o les hicieran tirar- lo consiguió el fiscal Rosario Priore, experimentado en temas terroristas. Puso a buen recaudo las cintas de las centrales de radar, entregadas en propias manos al jefe de la CIA residente en Roma, Duane Clarridge. Extrajo de las mismas que el embajador de US en Roma durante ese día, tras el derribo del DC 9, formó un “mando especial Ustica” con la misión de hacerse con todas las pruebas disponibles y encerrarlas bajo cuatro llaves. El ex ministro de Defensa Lagorio dijo que todos los hilos de los servicios secretos iban en una dirección y las investigaciones en dirección falsa. El general admitió que también los testigos habían sido “apartados”.
El fiscal Priore en su informe de acusación de 5000 páginas confirmó que el DC 9 fue abatido por un caza de la OTAN. Que no podía demostrar si quien disparó fue un piloto US, pero con toda probabilidad lo fue. Priore finalmente acusó a nueve generales y oficiales italianos de alta traición, por inducción a error a autoridades y por eliminación de pruebas y chantaje a testigos. Una acusación por colaboración en el asesinato o cuando menos de atentar contra los 81 pasajeros del DC 9 no fue aceptada ni tampoco por eliminación de testigos. Y, naturalmente, tampoco se sentaron en el banquillo los auténticos muñidores del crimen, los responsables de la CIA, ni el servicio de cubrición y amparo de la República Federal Alemana, ni otros servicios secretos occidentales, ni los responsables de la OTAN, entre otros el secretario general de entonces Wörner.
Las condenas fueron suaves, los condenados quedaron pronto libres y sus carreras apenas sufrieron algún rasguño. El general condenado, Lamberto Bartolucci, incluso ascendió posteriormente a general en jefe del Ministerio de Defensa.
Allí como aquí.
O, con otras palabras, los obispos nunca temen al espíritu santo, porque siempre dice lo que ellos quieren.