Los aten­ta­dos del 11‑S: ¿una excu­sa per­fec­ta?- Ati­lio Borón

La recien­te con­me­mo­ra­ción de un nue­vo ani­ver­sa­rio no hizo sino acre­cen­tar la sos­pe­cha de que hay mucha infor­ma­ción de gran impor­tan­cia que no ha sido pues­ta a dis­po­si­ción del públi­co, y que un impo­nen­te ope­ra­ti­vo de ocul­ta­mien­to de lo que ver­da­de­ra­men­te ocu­rrió se puso en mar­cha des­de el mis­mo día de los incidentes.

No obs­tan­te, más allá de esta per­cep­ción lo cier­to es que los acon­te­ci­mien­tos del 11/​S sig­na­ron el comien­zo de una nue­va eta­pa en la his­to­ria del impe­ria­lis­mo, carac­te­ri­za­da por una mili­ta­ri­za­ción sin pre­ce­den­tes de la esce­na inter­na­cio­nal que ins­ta­ló a la diplo­ma­cia en un lugar subor­di­na­do al estruen­do de las bom­bas y las mor­tí­fe­ras este­las de la cohe­te­ría. Podría decir­se, sin exa­ge­rar un ápi­ce, que de aque­lla sólo sobre­vi­ve la pom­pa y el pro­to­co­lo por­que su sus­tan­cia y su agen­da la defi­nen hoy día los seño­res de la gue­rra. Esto es más que evi­den­te en el caso de los Esta­dos Uni­dos, don­de el des­pla­za­mien­to del Depar­ta­men­to de Esta­do a manos del Pen­tá­gono abo­na con elo­cuen­cia lo que veni­mos dicien­do. Coro­la­rios de esta ten­den­cia son la adop­ción de una nue­va doc­tri­na estra­té­gi­ca: la “gue­rra infi­ni­ta”, o la “gue­rra glo­bal con­tra el terro­ris­mo” sin enemi­go cla­ra­men­te defi­ni­do ni pla­zo pre­vi­si­ble de ter­mi­na­ción de las hos­ti­li­da­des; la reafir­ma­ción de la pri­ma­cía del “com­ple­jo mili­tar-indus­trial” en el blo­que domi­nan­te, cuya sobre­vi­ven­cia y cuya tasa de ganan­cia depen­den sin media­cio­nes del nego­cio de la gue­rra; y la impre­sio­nan­te esca­la­da del gas­to mili­tar esta­dou­ni­den­se que, suman­do todos sus com­po­nen­tes, aca­ba de supe­rar hol­ga­da­men­te el millón de millón de dóla­res –o un billón de dóla­res- cifra que has­ta ape­nas unos pocos años atrás era con­si­de­ra­da como inal­can­za­ble por los exper­tos en cues­tio­nes mili­ta­res. El enig­má­ti­co 11‑S pre­ci­pi­tó todas estas cala­mi­da­des. A los cer­ca de tres mil muer­tos de ese día en Nue­va York (es muy poco lo que se sabe de las víc­ti­mas del aten­ta­do al Pen­tá­gono y la caí­da del avión que se diri­gía a Camp David) hay que agre­gar los casi seis mil qui­nien­tos sol­da­dos esta­dou­ni­den­ses caí­dos en las gue­rras des­en­ca­de­na­das para “com­ba­tir al terro­ris­mo islá­mi­co” en Irak y Afga­nis­tán y, por supues­to, los cen­te­na­res de miles masa­cra­dos sobre todo en el pri­me­ro de los paí­ses nombrados.

Inci­den­tal­men­te: el cos­to de esas dos gue­rras medi­do en valo­res cons­tan­tes ascien­de a un núme­ro que es casi el doble del que se alcan­za­ra la gue­rra de Viet­nam. Si Osa­ma Ben Laden que­ría desan­grar eco­nó­mi­ca­men­te a Esta­dos Uni­dos hay que reco­no­cer que ese obje­ti­vo ha sido logra­do en bue­na medida.1 En esta mis­ma línea Noam Chomsky obser­vó que según Eric Mar­go­lis, un exper­to en el tema, Osa­ma había afir­ma­do en nume­ro­sas oca­sio­nes “que el úni­co camino para sacar a EEUU del mun­do musul­mán y derro­tar a sus sátra­pas era invo­lu­crar a los esta­dou­ni­den­ses en una serie de peque­ñas pero one­ro­sas gue­rras que les lle­va­ran final­men­te a la ban­ca­rro­ta … ‘San­grar a Esta­dos Uni­dos’, en sus pro­pias palabras”.2

Al luc­tuo­so sal­do arri­ba des­cri­to debe­rían aña­dir­se las ocho­cien­tas mil víc­ti­mas oca­sio­na­das por el blo­queo decre­ta­do en con­tra de Irak lue­go de la pri­me­ra Gue­rra del Gol­fo (Agos­to 2, 1990 – Febre­ro 28, 1991), blo­queo ini­cia­do por el gobierno con­ser­va­dor de Geor­ge H. W. Bush padre y con­ti­nua­do por la admi­nis­tra­ción “pro­gre­sis­ta” de Bill Clin­ton. Inte­rro­ga­da sobre si este silen­cio­so holo­caus­to que pre­ce­dió al 11‑S en Irak había vali­do la pena ‑a pesar de que en su gran mayo­ría las víc­ti­mas habían sido niños- la ex Secre­ta­ria de Esta­do de Clin­ton dijo sin titu­bear que sí. Lue­go de los aten­ta­dos Washing­ton no tar­dó en iden­ti­fi­car a sus auto­res como per­te­ne­cien­do a Al Qai­da y casi todo el mun­do musul­mán se con­vir­tió en sos­pe­cho­so mien­tras no pro­ba­ra lo con­tra­rio; el jefe de esa orga­ni­za­ción, un anti­guo cola­bo­ra­dor de la CIA en Afga­nis­tán, Osa­ma ben Laden, fue decla­ra­do enemi­go públi­co núme­ro uno de Esta­dos Uni­dos y del “Ame­ri­can way of life” y, para sor­pre­sa de los enten­di­dos, el odia­do enemi­go de Osa­ma, Sad­dam Hus­sein, apa­re­cía aho­ra en los comu­ni­ca­dos de Washing­ton como su alia­do y pro­tec­tor en un Irak que, a jui­cio de la Casa Blan­ca, dis­po­nía de un mor­tal arse­nal de armas de des­truc­ción masiva.

Decía­mos que las inte­rro­gan­tes son muchas, lo que ha dado lugar en los últi­mos años a la pro­li­fe­ra­ción de una serie de expli­ca­cio­nes alter­na­ti­vas que ganan cada vez más adep­tos.. Encues­tas levan­ta­das en los últi­mos años coin­ci­den en seña­lar que uno de cada tres esta­dou­ni­den­ses creen que los ata­ques del 11‑S fue­ron ela­bo­ra­dos y/​o eje­cu­ta­dos con la com­pli­ci­dad de fun­cio­na­rios del gobierno fede­ral (mili­ta­res, CIA, FBI u otra orga­ni­za­ción); un 16% cree que las Torres Geme­las y la torre núme­ro 7 -¡que no fue ata­ca­da por nin­gún avión y sin embar­go se derrum­bó en horas de la tar­de!- fue­ron demo­li­das con explo­si­vos y un 12% cree que fue un misil tipo cru­ce­ro lo que impac­tó al Pen­tá­gono. Por supues­to, hay un ver­da­de­ro alu­vión de datos en una y otra direc­ción que se han pues­to en jue­go para jus­ti­fi­car estas inter­pre­ta­cio­nes. Y si bien algu­nas de ellas fue­ron refu­ta­das, las pre­gun­tas que que­dan en pie tie­nen sufi­cien­te espe­sor como para ali­men­tar todo tipo de conjeturas.

Sucin­ta­men­te, las ver­sio­nes más vero­sí­mi­les de las teo­rías alter­na­ti­vas (que no por casua­li­dad la pren­sa del sis­te­ma estig­ma­ti­za como “cons­pi­ra­ti­vas”) insis­ten en seña­lar que si bien las torres fue­ron embes­ti­das por dos avio­nes comer­cia­les la for­ma en que se pro­du­jo su des­plo­me –el ángu­lo de la caí­da, su velo­ci­dad, exis­ten­cia de resi­duos de explo­si­vos entre los escom­bros- se encua­dra níti­da­men­te en lo que se cono­ce como “demo­li­ción con­tro­la­da.” El sitio web de un nume­ro­so gru­po de exper­tos reu­ni­dos en una aso­cia­ción deno­mi­na­da “Aca­dé­mi­cos por la Ver­dad del 11‑S” obser­va que según lo decla­ra­ra una exper­ta en inge­nie­ría mecá­ni­ca, la pro­fe­so­ra Judy Wood, si alguien hubie­ra arro­ja­do una bola de billar des­de el techo de las Torres Geme­las hubie­ra demo­ra­do 9.22 segun­dos en lle­gar al piso. Las torres, en cam­bio, reco­rrie­ron ese mis­mo tra­yec­to en 8 segun­dos, lo que hubie­ra sido impo­si­ble de no haber media­do una explo­sión en sus pro­pios cimientos.

Más toda­vía: siem­pre se habla de las Torres Geme­las, pero la pren­sa y la ver­sión ofi­cial del gobierno nor­te­ame­ri­cano omi­te el hecho de que el Edi­fi­cio Nº 7 del com­ple­jo del World Tra­de Cen­ter tam­bién se des­plo­mó. Este mis­te­rio­so suce­so ocu­rrió a las 4.56 pm del mis­mo 11‑S, es decir unas ocho horas des­pués del derrum­be de las Torres Geme­las y sin que hubie­ra sido impac­ta­do por un avión. Ese edi­fi­cio alber­ga­ba, entre otras agen­cias del gobierno fede­ral, algu­nas ofi­ci­nas del Ser­vi­cio Secre­to, de la CIA, del Ser­vi­cio de Impues­tos Inter­nos y la uni­dad de lucha con­tra el terro­ris­mo de la ciu­dad de Nue­va York. La for­ma como se derrum­bó, otra vez, se ajus­ta níti­da­men­te al mode­lo de la “demo­li­ción controlada”.

No son meno­res las dudas que sus­ci­ta lo ocu­rri­do en el Pen­tá­gono, don­de el avión que supues­ta­men­te se incrus­tó en sus pare­des prác­ti­ca­men­te se pul­ve­ri­zó en el aire, y sin haber­se encon­tra­do nin­gún res­to sig­ni­fi­ca­ti­vo ni de sus moto­res, sus alas, la cola y su tren de ate­rri­za­je. Tam­po­co se encon­tra­ron res­tos de las buta­cas o de los cuer­pos de los pasa­je­ros, todo lo cual abo­na­ría la teo­ría de que, en reali­dad, lo que impac­tó sobre el Pen­tá­gono fue un misil cru­ce­ro. Todas estas hipó­te­sis, que con­tra­di­cen la ver­sión ofi­cial de Washing­ton, fue­ron ganan­do cre­di­bi­li­dad por la acción del ya men­cio­na­do gru­po de aca­dé­mi­cos y en el cual revis­tan inge­nie­ros, arqui­tec­tos y cien­tí­fi­cos de dife­ren­tes espe­cia­li­da­des que coin­ci­den en seña­lar que la caí­da de las torres y el edi­fi­cio Nº 7 remi­ten indis­cu­ti­ble­men­te a la exis­ten­cia de explo­si­vos que fue­ron estra­té­gi­ca­men­te colo­ca­dos en los cimien­tos de esas ins­ta­la­cio­nes, con lo cual se abre el inte­rro­gan­te de cómo tal cosa fue posi­ble en edi­fi­cios some­ti­dos a rigu­ro­sí­si­mos con­tro­les de acce­so impo­si­bles de sor­tear sin algu­na for­ma de coope­ra­ción con quie­nes tenían a su car­go la segu­ri­dad del edificio.

Otros ante­ce­den­tes son igual­men­te inquie­tan­tes: ¿es razo­na­ble pen­sar que 19 ciu­da­da­nos extran­je­ros –la mayor par­te de los cua­les tenían pasa­por­tes o visas ven­ci­das, hubie­ran podi­do todos ellos ingre­sar arma­dos a cua­tro avio­nes comer­cia­les? ¿Cómo inter­pre­tar el hecho de que en los meses ante­rio­res al 11‑S la fuer­za aérea esta­dou­ni­den­se hubie­ra rea­li­za­do 67 inter­cep­cio­nes exi­to­sas de vue­los ile­ga­les y erran­tes y sin embar­go en ese acia­go días 4 avio­nes pudie­ron salir de su cur­so sin que nin­guno fue­ra inter­cep­ta­do. El que supues­ta­men­te habría impac­ta­do en el Pen­tá­gono se man­tu­vo fue­ra de su ruta duran­te un lap­so de 40 minu­tos sin que hubie­ra sido inter­cep­ta­do por nin­gún avión caza norteamericano.

Las pre­gun­tas y los cues­tio­na­mien­tos serían inter­mi­na­bles. Y la lar­ga tra­di­ción de enga­ños y ocul­ta­mien­tos de Washing­ton exci­ta la ima­gi­na­ción de los cons­pi­ra­cio­nis­tas. Toda­vía está fres­ca la colo­sal men­ti­ra per­ge­ña­da por la Casa Blan­ca en rela­ción al ase­si­na­to de John F. Ken­nedy, según la cual el mag­ni­ci­dio fue obra de un per­so­na­je alie­na­do. Esta absur­da ver­sión fue refren­da­da por el lla­ma­do Infor­me Warren de la Cor­te Supre­ma de los Esta­dos Uni­dos, la que en un tex­to de 888 pági­nas sos­tie­ne esa tesis. El infor­me fue des­pe­da­za­do por los crí­ti­cos y, sin embar­go, per­ma­ne­ce como la ver­sión ofi­cial del ase­si­na­to de JFK Men­ti­ras seme­jan­tes fue­ron expre­sa­das por el gobierno de los Esta­dos Uni­dos a lo lar­go de la his­to­ria. En Febre­ro de 1898 esta­lla­ba el cru­ce­ro Mai­ne ancla­do en el puer­to de La Haba­na, don­de había lle­ga­do para “pro­te­ger” los intere­ses nor­te­ame­ri­ca­nos ame­na­za­dos por el inmi­nen­te triun­fo de los patrio­tas cuba­nos sobre los colo­nia­lis­tas espa­ño­les. Esta­dos Uni­dos acu­só a Espa­ña del aten­ta­do, que oca­sio­nó la muer­te a gran par­te de su tri­pu­la­ción, y de ese modo jus­ti­fi­có su intro­mi­sión en el con­flic­to: le decla­ró la gue­rra a Espa­ña, ya ven­ci­da por los cuba­nos, y se que­dó con Cuba, Puer­to Rico y las Fili­pi­nas. Min­tió tam­bién cuan­do ofi­cial­men­te decla­ró, al día siguien­te de haber arro­ja­do la bom­ba ató­mi­ca en Hiroshi­ma, que no había ras­tros de radia­ción nuclear en la zona.

Antes, hay muchos que sos­tie­nen que la Casa Blan­ca sabía del inmi­nen­te ata­que japo­nés a Pearl Har­bour, y dejó que suce­da por­que vol­ca­ría la opi­nión públi­ca que has­ta ese momen­to no que­ría que el país entra­ra en la Segun­da Gue­rra Mun­dial. Y vol­vió a men­tir cuan­do ase­gu­ró que había armas de des­truc­ción masi­va en Irak. Min­tió mil veces al calum­niar a la Revo­lu­ción Cuba­na des­de el 1º de Enero de 1959, como lo hizo al acu­sar a los gobier­nos de Sal­va­dor Allen­de, Juan Bosch, Jaco­bo Arbenz y tan­tos otros. Y mien­te hoy, des­ca­ra­da­men­te, al acu­sar de cóm­pli­ces del terro­ris­mo y el nar­co­trá­fi­co a gobier­nos como los de Raúl Cas­tro, Hugo Chá­vez, Evo Mora­les y Rafael Correa. Men­ti­ras, con­vie­ne recor­dar­lo, que se ocul­tan tras una mon­ta­ña de víctimas.

El infor­me ofi­cial pre­pa­ra­do en rela­ción al 11‑S ado­le­ce de una total fal­ta de cre­di­bi­li­dad. Sus defen­so­res des­ca­li­fi­can a sus crí­ti­cos til­dán­do­los de “cons­pi­ra­cio­nis­tas”. Pero, ¿no exis­ten aca­so sufi­cien­tes inte­rro­gan­tes para con­cluir que si hay una cons­pi­ra­ción esa es la que ema­na des­de la Casa Blan­ca, con su sis­te­má­ti­co ocul­ta­mien­to de todas las evi­den­cias que con­tra­di­cen la his­to­ria ofi­cial? Los crí­ti­cos de esta his­to­ria sos­tie­nen dos hipó­te­sis: o que el gobierno de EEUU sabía del aten­ta­do que rea­li­za­rían los terro­ris­tas y dejó que ocu­rrie­ra; o que fue­ron algu­nas agen­cias fede­ra­les quie­nes pla­nea­ron y eje­cu­ta­ron el ope­ra­ti­vo por­que crea­ría las con­di­cio­nes nece­sa­rias para avan­zar en su agen­da polí­ti­ca y, en lo inme­dia­to, jus­ti­fi­car su apo­de­ra­mien­to de Irak y su gran rique­za petro­le­ra. Según ana­lis­tas nor­te­ame­ri­ca­nos muy bien infor­ma­dos era un secre­to a todas voces que en las dis­cu­sio­nes del gabi­ne­te de Geor­ge W. Bush en vís­pe­ras de la tra­ge­dia se decía que para inva­dir Irak y apo­de­rar­se de su petró­leo era nece­sa­rio con­tar con una bue­na coar­ta­da. Los aten­ta­dos del 11‑S ofre­cie­ron la excu­sa per­fec­ta. Tal vez algún día sepa­mos la ver­dad. Pero la cons­pi­ra­ción de silen­cio per­ge­ña­da por la Casa Blan­ca no auto­ri­za ser dema­sia­do opti­mis­tas al respecto.


[Más infor­ma­ción sobre el tema en:

http://​www​.ae911​truth​.org/ Arqui­tec­tos e inge­nie­ros por la ver­dad del 11‑S

http://​911s​cho​lars​.org Aca­dé­mi­cos por la ver­dad del 11‑S

http://​stj911​.org Aca­dé­mi­cos por la ver­dad y la jus­ti­cia del 11‑S]

La Hai­ne

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