Los niños incen­dia­rios – Anto­nio Alva­rez Solis

La sim­pli­ci­dad inte­lec­tual de la gran mayo­ría de polí­ti­cos y demás jerar­quías de poder que diri­gen la gober­na­ción actual de la socie­dad pro­me­te muy poco de cara a lograr un trán­si­to acep­ta­ble hacia el mun­do que nece­si­ta­mos. Son polí­ti­cos que mane­jan una retó­ri­ca que pro­du­ce direc­ta o indi­rec­ta­men­te super­la­ti­vas per­ple­ji­da­des cuan­do no ríos de san­gre. Posi­ble­men­te ese len­gua­je irri­so­rio cons­ti­tu­ya una con­se­cuen­cia fatal de la caren­cia de razón, y por tan­to de razo­nes, que hay en él. Creo que se pue­de con­cluir lo mis­mo res­pec­to a la san­gre que se está derra­man­do. No se pue­de usar el len­gua­je con la lige­re­za y la vacie­dad con que se hace sin sus­ci­tar iras que se con­vier­ten en una hidra de múl­ti­ples cabe­zas. Pero como me resis­to a pen­sar que todos esos polí­ti­cos sean deri­va­dos de una volun­tad cri­mi­nal, he de pen­sar que esta­mos ante una nube de necios que oscu­re­cen la luz del sol. Lo que no sé es si resul­ta peor el cri­men o la nece­dad. Fue el Sr. Orte­ga y Gas­set quien escri­bió algo muy agu­do acer­ca de la estu­pi­dez. Decía don José que el cri­mi­nal hie­re a la socie­dad sólo en un momen­to muy con­cre­to, pero el res­to de su exis­ten­cia lo dedi­ca al ejer­ci­cio de la inte­li­gen­cia que ha de faci­li­tar­le, entre otras cosas, el sos­la­ya­mien­to de las con­se­cuen­cias de su per­ver­si­dad; y aña­día Orte­ga que el ton­to per­ju­di­ca al colec­ti­vo social duran­te las vein­ti­cua­tro horas, pues­to que no deja de ser ton­to en todo ese tiem­po, con lo que el daño deri­va­do de estas ton­te­rías pue­de afec­tar a millo­nes de indi­vi­duos duran­te perio­dos muy dila­ta­dos. De todas for­mas, hay que aña­dir tam­bién que aho­ra se da una cifra muy ele­va­da de ton­tos que son a la vez cri­mi­na­les, lo que resul­ta lite­ral­men­te aterrador.

Y tras lo dicho, vamos a lo que se divul­ga en Ingla­te­rra acer­ca de los albo­ro­ta­do­res e incen­dia­rios que actúan en el cur­so de un movi­mien­to que tie­ne un diá­fano aspec­to revo­lu­cio­na­rio; aspec­to inevi­ta­ble, ya que las revo­lu­cio­nes se ven for­za­das a pre­sen­tar­se de esa for­ma tan agre­si­va por­que resul­ta impo­si­ble nego­ciar­las con cor­te­sía sobre los alfom­bra­dos ins­ti­tu­cio­na­les. Si se me per­mi­te una modes­ta eutra­pe­lia, diré que cri­ti­car a un revo­lu­cio­na­rio tan sólo por las vio­len­cias que prac­ti­ca en la calle vie­ne a ser lo mis­mo que con­de­nar por des­agra­da­ble incon­ti­nen­cia dia­rrei­ca a quien se le admi­nis­tra con­ti­nua­da, for­zo­sa y habi­tual­men­te un enér­gi­co purgante.

Las auto­ri­da­des ingle­sas, con­ser­va­do­ras siem­pre, por supues­to, ale­gan para poblar el país de poli­cías con licen­cia para matar que los incen­dia­rios y albo­ro­ta­do­res son en su mayo­ría meno­res de edad. Con ello pro­cu­ran mini­mi­zar la tras­cen­den­cia de tales acon­te­ci­mien­tos al mis­mo tiem­po que los pre­sen­tan como con­se­cuen­cia de una mala edu­ca­ción fami­liar, lo que per­si­gue exo­ne­rar al Gobierno y a las ins­ti­tu­cio­nes de toda res­pon­sa­bi­li­dad en el levan­ta­mien­to popu­lar. Median­te esta manio­bra esas auto­ri­da­des se auto­ri­zan a sí mis­mas a admi­nis­trar ade­más una repre­sión estre­me­ce­do­ra so pre­tex­to de res­ta­ble­cer el orden, que vie­ne a ser, muy habi­tual­men­te, esa sus­tan­cia que per­mi­te a los mejor situa­dos domar a quie­nes andan ali­caí­dos y escasos.

Sin embar­go, hay que ver este asun­to con una lupa más fina. Admi­ta­mos que la mayo­ría de mani­fes­tan­tes ingle­ses está for­ma­da por gen­te muy joven, inclu­so por meno­res. Cavi­lo que esos mucha­chos ‑cuan­do ya tie­nen dos años más se les deno­mi­na terro­ris­tas- son cria­tu­ras que no sólo viven muchas estre­che­ces, sino que oyen cons­tan­te­men­te a sus mayo­res la amar­ga que­ja acer­ca del mal­tra­to que les da la socie­dad puli­da y domi­nan­te. Es decir, esos jóve­nes dís­co­los son per­so­nas auda­ces y des­inhi­bi­das en razón a su edad que, mer­ced a ello, actúan como tubo de esca­pe de un cre­cien­te sec­tor social adul­to sobre el que pesa el ham­bre o la esca­sa ali­men­ta­ción, la pér­di­da del hogar a manos de los ban­cos, la res­tric­ción de la medi­ci­na o la prác­ti­ca de la mala medi­ci­na por esca­sez de medios, el dete­rio­ro de su medio por mar­gi­na­ción per­ma­nen­te, la gro­se­ra esco­la­ri­za­ción masi­va de sus hijos jun­to a los bri­llan­tes cen­tros de ense­ñan­za que obser­van un poco más allá, la ines­ta­bi­li­dad de las ayu­das públi­cas y la cons­tan­te crí­ti­ca que se hace de ellas por par­te de los pode­ro­sos o sim­ple­men­te a car­go de los tra­ba­ja­do­res del sis­te­ma que se creen ya rele­van­tes y dig­nos de paz y fut­bol por hacer pie en medio de la ria­da. Esto es, mien­tras sus mayo­res callan por­que temen a que aca­ben por arre­ba­tar­les lo poco que les dan y por ello se coar­tan a sí mis­mos, esos jóve­nes van car­gán­do­se de ira y, pues­to que los pocos años y que no tie­nen nada que per­der les libe­ran, salen a la calle y le rom­pen la cris­ma a un guar­dia en el que ven al enemi­go y se car­gan los cris­ta­les de aque­llos esta­ble­ci­mien­tos don­de nor­mal­men­te no les dejan entrar o con­tie­nen algo golo­so con lo que mal­sue­ñan duran­te la sema­na pobre.

En suma, se tra­ta de que el lla­ma­do orden se quie­bra por el esla­bón más débil, pero lo que resul­ta incues­tio­na­ble es que tales explo­sio­nes están car­ga­das con una indig­na­ción que roe el alma a todos los seres que, ten­gan la edad que ten­gan, con­for­man la pobla­ción agre­di­da un año tras otro por el delez­na­ble sis­te­ma que les ato­si­ga. No cabe, pues, degra­dar moral­men­te la revuel­ta dicien­do de ella que está nutri­da por mucha­chos pre­ña­dos de malas for­mas que entre­tie­nen su pasi­va y pla­na exis­ten­cia come­tien­do las bar­ba­ri­da­des tan livia­na­men­te juz­ga­das. En una socie­dad moral­men­te correc­ta un movi­mien­to tan vio­len­to no pue­de suce­der y las alte­ra­cio­nes no cobran las dimen­sio­nes que han cobra­do en Ingla­te­rra. Han teni­do que suce­der muchas injus­ti­cias para que masas más o menos jóve­nes, que eso de la edad ya cons­ti­tu­ye mate­ria para otro aná­li­sis, se lan­cen a la calle a librar­se de una ira nada más que suya y no de sus fami­lias. Lo suce­di­do en Lon­dres demues­tra que la socie­dad está divi­di­da en dos mita­des, los que viven a la som­bra del poder y los que viven aplas­ta­dos por el poder. Y algo así sola­men­te pue­de jus­ti­fi­car­lo quien ten­ga el alma corrom­pi­da por el fas­cis­mo has­ta tal extre­mo que resul­te ya inca­paz para hacer un míni­mo aná­li­sis sobre lo que es la liber­tad y la jus­ti­cia como bien común. La gen­te que vive con espe­ran­za y en un mar­co real­men­te demo­crá­ti­co no se levan­ta como una gran ola para des­ga­rrar la calle; ni los mayo­res ni siquie­ra los jóve­nes siem­pre ali­men­ta­dos por una lógi­ca ansia de mejo­res hori­zon­tes. Más aún: cuan­do las fami­lias cuen­tan con un míni­mo hones­to de posi­bi­li­da­des es cuan­do inten­tan pre­pa­rar a sus hijos para una vida pací­fi­ca y cons­truc­ti­va. Quien sos­ten­ga lo con­tra­rio ha de exa­mi­nar su pro­pia exis­ten­cia para des­cu­brir el mal­di­to fon­do de abu­so e inso­li­da­ri­dad que hay en ella.

A todo ser equi­li­bra­do y real­men­te sen­si­ble han de doler­le los suce­sos que vive Ingla­te­rra, pero lo que no hará es atri­buir los dra­má­ti­cos acon­te­ci­mien­tos a una delez­na­ble y cul­pa­ble dege­ne­ra­ción moral de los nece­si­ta­dos. En la socie­dad los vio­len­tos sue­len ser­lo, cuan­do se pro­nun­cian en masa, por agre­sio­nes de que son obje­to vil­men­te. Avan­ce­mos inclu­so un poco más en el enten­di­mien­to de la reali­dad y decla­re­mos líci­to pre­gun­tar­nos hon­ra­da­men­te si nues­tro espí­ri­tu cum­ple con la obli­ga­ción de apo­yo social a quie­nes, per­di­do ya el inú­til sen­ti­do del orden, pro­ce­den a rom­per el muro de silen­cio que les envi­le­ce y les fuer­za a votar en la urna de las agre­sio­nes. A lo lar­go de la his­to­ria no se encuen­tran revo­lu­cio­nes con una raíz mal­va­da o capri­cho­sa. La gen­te no mata si no la aco­san. Por el con­tra­rio, son múl­ti­ples las situa­cio­nes de vio­len­cia por par­te del poder con el fin de pro­te­ger un edi­fi­cio que no admi­te jamás estar asen­ta­do sobre cimien­tos tene­bro­sos. Siem­pre hay algo muy lóbre­go que empu­ja al ciu­da­dano al fue­go y a la sangre

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