Las cri­sis estruc­tu­ra­les que afec­tan al gigan­te indio- Txen­te Rekondo

Mien­tras que bue­na par­te de los datos macro­eco­nó­mi­cos tien­den a situar a India entre las pri­me­ras poten­cias mun­dia­les, fir­me inte­gran­te del lla­ma­do club de los esta­dos emer­gen­tes, la reali­dad coti­dia­na nos mues­tra un evi­den­te défi­cit demo­crá­ti­co, en la con­si­de­ra­da por algu­nos «la mayor demo­cra­cia del mun­do», una cre­cien­te cri­sis de cre­di­bi­li­dad y un sin­fín de con­flic­tos que agrie­tan el pro­yec­to indio. Recien­te­men­te un repu­tado perio­dis­ta local seña­la­ba que «India es tan sólo una cari­ca­tu­ra de lo que real­men­te es la democracia».

Si por algo pode­mos carac­te­ri­zar la India moder­na es por el aba­ni­co de des­igual­da­des que se encuen­tran en la mayor par­te de sus ámbi­tos polí­ti­cos, cul­tu­ra­les o eco­nó­mi­cos, que echan por tie­rra bue­na par­te de los dis­cur­sos posi­ti­vos sobre el esta­do asiático.

El actual sis­te­ma polí­ti­co indio ofi­cial­men­te es un mode­lo casi per­fec­to de lo que debe­ría­mos enten­der por demo­cra­cia. Su Cons­ti­tu­ción garan­ti­za los dere­chos para todos los ciu­da­da­nos, pero como ocu­rre tam­bién en las lla­ma­das demo­cra­cias occi­den­ta­les, la mate­ria­li­za­ción de los mis­mos rara vez se lle­va a cabo.

El sis­te­ma de repre­sen­ta­ción alte­ra bue­na par­te de la volun­tad popu­lar, al tiem­po que la cla­se polí­ti­ca defen­so­ra del sta­tus quo actual «pien­sa que el sis­te­ma repre­sen­ta­ti­vo es tan sólo una par­te for­mal del esta­do y no su esen­cia». El resul­ta­do es que nos encon­tra­mos con un par­la­men­to que se ha con­ver­ti­do en una espe­cia de club de pode­ro­sos, con millo­na­rios y mul­ti­mi­llo­na­rios en sus escaños.

La tra­bas eco­nó­mi­cas o mediá­ti­cas para tomar par­te en las elec­cio­nes logran excluir a bue­na par­te del elec­to­ra­do, con­vir­tien­do la polí­ti­ca «en un medio para hacer nego­cios», lo que uni­do a la corrup­ción estruc­tu­ral que afec­ta a los prin­ci­pa­les par­ti­dos polí­ti­cos, nos mues­tra una foto­gra­fía simi­lar a la que pode­mos encon­trar por paí­ses del mal lla­ma­do pri­mer mundo.

Las des­igual­da­des socia­les, con un impor­tan­te sus­ten­to en el sis­te­ma de cas­tas y en la reli­gión, son otra de las grie­tas men­cio­na­das. Aun­que ofi­cial­men­te el sis­te­ma de cas­tas no exis­te en India, esa orga­ni­za­ción ha logra­do per­du­rar en India «bajo el feu­da­lis­mo, la indus­tria­li­za­ción capi­ta­lis­ta, una Cons­ti­tu­ción repu­bli­ca­na o en un orden neo­li­be­ral globalizante».

En 1950 la Cons­ti­tu­ción india abo­lió el sis­te­ma de cas­tas e inten­to pro­te­ger a dos de los gru­pos más mar­gi­na­li­za­dos por el mis­mo. Los adi­va­sis (pue­blos indí­ge­nas que habi­tan en los bos­ques y mon­ta­ñas del país) y los dalits, los anti­guos «into­ca­bles». Sin embar­go la situa­ción de exclu­sión de éstos per­du­ra a día de hoy. Bhim­rao Ram­ji Ambed­kar, un juris­ta, aca­dé­mi­co y polí­ti­co indio, cono­ci­do como Baba­saheb (padre res­pe­ta­do) seña­ló el siglo pasa­do que «en cual­quier direc­ción que mires, la cas­ta es el mons­truo que se cru­ce en tu camino. No se pue­den rea­li­zar refor­mas polí­ti­cas o eco­nó­mi­cas a menos que mates a ese monstruo»

Tam­bién la reli­gión es otro fac­tor a tener en cuen­ta en esa cri­sis que vive el tigre indio. El sis­te­ma de cas­tas ha logra­do infil­trar­se en las dife­ren­tes creen­cias reli­gio­sas (hin­duis­mo, isla­mis­mo, cris­tia­nis­mo, budis­mo o sijis­mo), y lo que en un prin­ci­pio pare­cía res­trin­gi­do a las creen­cias hin­duis­tas a logra­do impreg­nar al res­to de cre­dos reli­gio­sos. Pero al mis­mo tiem­po, los enfren­ta­mien­tos reli­gio­sos han deri­va­do en una evi­den­te «reli­gio­ni­za­ción de la polí­ti­ca y al mis­mo tiem­po una poli­ti­za­ción de la pro­pia religión».

Las dife­ren­cias eco­nó­mi­cas son tal vez las más visi­bles para aque­llas per­so­nas que hayan via­ja­do a India. Ese gigan­te eco­nó­mi­co es capaz de sopor­tar en su seno las gran­des ciu­da­des como Mun­bai, con enor­mes infra­es­truc­tu­ras y zonas don­de se «apre­cia» el des­pe­gue eco­nó­mi­co del país, jun­to con más de la mitad de la pobla­ción de esas mega­ur­bes vivien­do en barrios mar­gi­na­les o en las calles y con una situa­ción de pobre­za extrema.

Esos dos mun­dos que con­vi­ven en India son la mues­tra pal­pa­ble de que los cimien­tos que sus­ten­tan el pro­yec­to indio pue­den venir­se aba­jo en cual­quier momen­to, y las con­se­cuen­cias polí­ti­cos, eco­nó­mi­cas o socia­les son muy difí­ci­les de eva­luar toda­vía. Los repe­ti­dos sui­ci­dios de cam­pe­si­nos arrui­na­dos y abo­ca­dos a la pobre­za extre­ma, o de estu­dian­tes que no pue­den afron­tar las deu­das con­traí­das para estu­diar, son tam­bién cla­ros sín­to­mas del pro­ble­ma que se avecina.

La lucha con­tra la corrup­ción que man­tie­ne Anna Haza­re y su recien­te deten­ción jun­to ala de más de mil per­so­nas «de mane­ra pre­ven­ti­va», mues­tra tam­bién la inten­ción de las cla­ses en el poder en el esta­do indio de afe­rrar­se como sea a su pri­vi­le­gio actual. La cam­pa­ña de ese acti­vis­ta en torno a la nue­va ley sobre «el defen­sor del pue­blo» nos mues­tra cómo la corrup­ción es un mal endé­mi­co y estruc­tu­ral en la actual India. Por ello soli­ci­ta­ban que la nue­va ley crea­se el meca­nis­mo nece­sa­rio (inde­pen­dien­te, trans­pa­ren­te) para afron­tar la corrup­ción des­de los más altos car­gos (evi­tan­do de esa mane­ra que los máxi­mos diri­gen­tes del país logren una inmu­ni­dad per­ma­nen­te) a pos­ni­ve­les más bajos de la enor­me buro­cra­cia india, que es don­de se pro­du­cen las mayor par­te de casos que afec­tan a los sec­to­res más des­fa­vo­re­ci­dos y a la pobla­ción en general.

En los últi­mos meses hemos vis­to casos de corrup­ción en India que han afec­ta­do a impor­tan­tes polí­ti­cos del país, prin­ci­pal­men­te de los dos par­ti­dos mayo­ri­ta­rios. La com­pra de votos de dipu­tados para apo­yar el acuer­do entre India y EEUU; la for­za­da dimi­sión del res­pon­sa­ble del máxi­mo orga­nis­mo anti-corrup­ción del país (toda una iro­nía); el caso de las licen­cias de tele­fo­nía que ha sal­pi­ca­do al minis­tro de tele­co­mu­ni­ca­cio­nes (fue arres­ta­do) y que ha des­ta­pa­do una red don­de esta­rían impli­ca­dos ade­más otras figu­ras polí­ti­cas, empre­sa­rios y pro­pie­ta­rios de medios de comu­ni­ca­ción; la dimi­sión del pri­mer minis­tro de uno de los esta­dos más prós­pe­ros de india por apro­pia­ción de vivien­das des­ti­na­das en un prin­ci­pio a las viu­das de mili­ta­res falle­ci­dos; o las dimi­sio­nes por corrup­ción de los máxi­mos res­pon­sa­bles de los jue­gos de la Com­mon­wealth des­pa­sa­do año, son algu­nos ejem­plos que mues­tran la cru­de­za de la corrupción.

El futu­ro de india no es nada hala­güe­ño. Todas esas dife­ren­cias que hemos vis­to has­ta aho­ra tien­den a desa­rro­llar una socie­dad que cada día que pasa está más divi­di­da y en el futu­ro esta­rá más enfren­ta­da. A ello no con­vie­ne olvi­dar ade­más las luchas que man­tie­nen los pue­blos del nores­te del actual esta­do indio para lograr la auto­de­ter­mi­na­ción (su inclu­sión en el pro­yec­to moderno de india obe­de­ce a los desig­nios y pac­tos alcan­za­dos en su momen­to por el colo­nia­lis­mo bri­tá­ni­co), o la recla­ma­ción inde­pen­den­tis­ta de Cache­mi­ra, jun­to a las rei­vin­di­ca­cio­nes y movi­li­za­cio­nes de los dalits y los adi­va­sis, y la cada vez mayor pre­sen­cia de la rebe­lión maoís­ta en más esta­dos del país.

A día de hoy, el gigan­te indio logra man­te­ner su uni­dad y su pro­yec­to gra­cias a la inter­ven­ción del esta­do apo­ya­do en el ejér­ci­to (autor de toda una serie de abu­sos y vio­la­cio­nes de los Dere­chos Huma­nos), así como por­que las fuer­zas del sta­tus quo han logra­do tejer un sis­te­ma que entre otras cosas «con­si­gue atraer con can­tos de sire­na a una par­te impor­tan­te de la pobla­ción» en torno a esa par­ti­ci­pa­ción polí­ti­ca total­men­te amañada.

Será por tan­to cues­tión de tiem­po obser­var cómo las grie­tas que aso­man en el gigan­te indio siguen agran­dán­do­se y ter­mi­nan por poner en entre­di­cho ese «mode­lo» que algu­nos siguen alabando.

Gabi­ne­te Vas­co de Aná­li­sis Inter­na­cio­nal (GAIN)

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