Refle­xio­nes anti – ni ni en Libia – Luis Brit­to Garcia

Libia, apu­ra has­ta las heces el cáliz de saber una vez más que civi­li­za­ción es saqueo, Dere­cho es pre­tex­to, huma­ni­ta­ris­mo es coartada.
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Libia, bebe has­ta el fon­do la men­ti­ra que lla­ma a la mejo­ra de con­di­cio­nes del pue­blo tira­nía, al con­trol sobre los pro­pios recur­sos Eje del Mal, al patrio­tis­mo fana­tis­mo, a la decen­cia fundamentalismo.
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Libia, pala­dea 17.300 ope­ra­cio­nes aéreas des­de el 31 de mar­zo, el sabor del ura­nio empo­bre­ci­do que mata len­ta­men­te y la eje­cu­ción a con­trol remo­to que ani­qui­la al instante.
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Sabo­rea por noso­tros la cer­ti­dum­bre de que toda reser­va inter­na­cio­nal se embar­ga­rá, todo inten­to de sus­ti­tuir el papel sin valor del dólar será masa­cra­do, todo recur­so natu­ral se saqueará.
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Libia, ale­ja de noso­tros el sumi­de­ro don­de las poten­cias se lavan las garras y los her­ma­nos se enjua­gan las con­cien­cias espe­ran­do que serán los últi­mos en pro­bar el hie­rro que te hiere.
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Libia, sufre por todos que la No Inter­ven­ción de la Car­ta de las Nacio­nes Uni­das murió por­que según Gareth Evans el “dere­cho de inter­ve­nir” en asun­tos inter­nos se ha vuel­to “res­pon­sa­bi­li­dad de pro­te­ger” (Foreign Policy, 2002), y según Geor­ge Soros “la sobe­ra­nía es un con­cep­to ana­cró­ni­co, ori­gi­na­do en tiem­pos que ya se fue­ron (…) Si los gobier­nos abu­san de la auto­ri­dad a ellos con­fia­da, y los ciu­da­da­nos no tie­nen opor­tu­ni­dad de corre­gir estos abu­sos, la inter­ven­ción exter­na está jus­ti­fi­ca­da” (Foreign Policy, 2004).
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Ahó­rra­nos, Libia, la cer­ti­dum­bre de que los más incon­di­cio­na­les, el emba­ja­dor Dab­bashi, el fun­cio­na­rio Nuri al Mes­na­ri, el minis­tro de Rela­cio­nes Inte­rio­res You­nis serán los pri­me­ros en trai­cio­nar para lue­go trai­cio­nar­se y ase­si­nar­se entre ellos; de que quie­nes más tiem­po estu­vie­ron con el poder serán los mis­mos que se ofre­ce­rán al Impe­rio como garan­tes de cambio.
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Libia, bebe el tra­go lar­go de saber que quien inven­ta dife­ren­cias de mati­ces, etnias, regio­nes y tri­bus entre her­ma­nos afi­la el cuchi­llo que te cla­va­rá en la espal­da el impe­rio extranjero.
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Libia, no lim­pies de tus meji­llas el beso de los Judas que te abra­za­ron, la sali­va de los Isca­rio­tes a quie­nes finan­cias­te las elec­cio­nes, la hez de tus minis­tros que te adu­la­ron y aho­ra abren cabe­zas de pla­ya para los invasores.
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Libia, no bebas has­ta la últi­ma gota el veneno de la doc­tri­na del ase­si­na­to huma­ni­ta­rio. Deja sufi­cien­te para que sabo­ree­mos el bom­bar­deo con­tra hos­pi­ta­les, la des­truc­ción tele­guia­da de medios infor­ma­ti­vos, el homi­ci­dio de no com­ba­tien­tes, la ani­qui­la­ción filan­tró­pi­ca de acue­duc­tos para pro­vo­car la pia­do­sa muer­te por la sed.
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Libia, bebe la copa del silen­cio que el pros­tí­bu­lo de los medios extien­de por el mun­do mien­tras te degüe­llan: aspi­ra la cor­ti­na de humo que sofo­ca mien­tras 18 comu­ni­ca­do­res mue­ren en los bom­bar­deos y las tele­vi­so­ras son pulverizadas.
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Her­ma­na, pala­dea el vina­gre del tri­bu­nal extran­je­ro que te sen­ten­cia sin jui­cio y el gus­to de hiel del árbi­tro forá­neo que con­fis­ca tus reser­vas sin pro­ce­so y el ací­bar del poli­cía apá­tri­da que quie­re secues­trar­te sin dere­cho y la carro­ña del juez com­pa­trio­ta que inten­ta entre­gar­te en sus manos.
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Libia, con tu sacri­fi­cio apar­ta por ins­tan­tes de nues­tros labios la copa del atro­pe­llo, el tra­go de la ame­na­za, el cáliz de la inva­sión venidera.
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Libia, en cuyas are­nas la luna abre del 1 al 29 de agos­to el Rama­dán del año 1432 de la Hégi­ra: ensé­ña­nos a ayu­nar no sólo de comi­da y bebi­da, sino tam­bién de la mala pala­bra, el mal acto y el mal pen­sa­mien­to: por un ins­tan­te apar­ta de la angus­tia de los ham­brien­tos del mun­do la som­bra de la men­ti­ra, la vile­za de la codi­cia, el insul­to de la muerte.
15
Libia, haz que no olvi­de­mos la san­gre del huér­fano, la lágri­ma de la viu­da, el silen­cio del ultimado.
16
Libia, prue­ba por noso­tros la ver­dad amar­ga de que sólo lo que sabe­mos defen­der nos pertenece.

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