La liber­tad sofo­ca­da – Anto­nio Alva­rez Solis

En la socie­dad pri­mi­ti­va y áspe­ra en que vivi­mos, como es la espa­ño­la, tan poco apta para el dis­cur­so inte­lec­tual, hay que refle­xio­nar todos los días sobre cier­tas ideas esen­cia­les a fin de que lle­guen a pro­du­cir algu­na cla­se de poso. Por ejem­plo, se debe insis­tir con fati­go­sa per­sis­ten­cia en que la liber­tad es un valor abso­lu­to que no se pue­de frac­cio­nar ‑no es posi­ble tener más o menos libertad‑, que se debe ejer­ci­tar ple­na­men­te para que exis­ta y que con­si­guien­te­men­te no pue­de ponér­se­le cor­ta­pi­sas y some­ter­la a temo­res sin que desaparezca.

La liber­tad es un abso­lu­to. Se es libre ple­na­men­te o no se es libre. Se es libre o se está sub­yu­ga­do. No vale siquie­ra apli­car­le, con una retro­vi­sión roma­na, el esta­do inter­me­dio de liber­to, que es el caso actual de tres­cien­tos mil vas­cos que viven con el peso inju­rio­so de haber reci­bi­do como dona­ción lo que les corres­pon­de por natu­ra­le­za. Está cla­ro que un Esta­do don­de la liber­tad sea una dona­ción es un Esta­do colo­nial, con ciu­da­da­nos de ciu­da­da­nía irre­le­van­te, siem­pre expues­tos al rap­to abrup­to de esa liber­tad. Se habla por tan­to de semi­ciu­da­da­nos, de para­ciu­da­da­nos, si se ha de cali­fi­car con pleno rigor esta situa­ción detes­ta­ble, tan­to más deni­gran­te cuan­to se sufre tal ampu­tación de la liber­tad en la pro­pia tie­rra a la que se per­te­ne­ce, que hace de la liber­tad algo tan sen­si­ble como «mi libertad».

Esta con­di­ción de liber­tad pro­vi­sio­nal revis­te siem­pre per­fi­les de un pri­mi­ti­vis­mo pen­den­cie­ro por par­te de quien repri­me sin más obje­to que el pro­ta­go­nis­mo de una sobe­ra­nía de con­tras­te, o sobe­ra­nía hue­ca, que en nues­tro caso Espa­ña vie­ne prac­ti­can­do des­de hace cin­co siglos, esto es, des­de su cons­ti­tu­ción como Esta­do moderno.

Pue­de hablar­se en Eus­ka­di seria­men­te de liber­tad, que es el valor que cons­ti­tu­ye fun­da­men­tal­men­te la polí­ti­ca, cuan­do más de tres­cien­tos mil indi­vi­duos exis­ten ante un hori­zon­te que de súbi­to pue­de con­ver­tir­se en zona tor­men­to­sa? Sea­mos jus­tos con el con­te­ni­do cier­to de la lengua.

Hace no más que horas la seño­ra Rosa Díez habla­ba con encen­di­mien­to de la nece­si­dad de ile­ga­li­zar Bil­du. Tam­bién hace poco el sor­pren­den­te can­di­da­to socia­lis­ta Sr. Rubal­ca­ba ‑que está min­tien­do un giro a la izquier­da- defi­nía la lega­li­za­ción juris­dic­cio­nal de Bil­du como de una ope­ra­ción que no había resul­ta­do como se espe­ra­ba. El mis­mo Sr. Rajoy, que fuma cada día cacha­zu­da­men­te en pipa a la espe­ra de que los dio­ses ama­nez­can catas­tró­fi­cos, ya ha hecho saber que un triun­fo elec­to­ral de los «popu­la­res» sig­ni­fi­ca­ría la reanu­da­ción de la gue­rra por par­te del Esta­do en tie­rra vas­ca. Por su par­te, los des­fle­ca­dos comu­nis­tas, que han afi­la­do su hoz para lim­piar de hier­ba­jos la sen­da neo­ca­pi­ta­lis­ta, se vuel­can en inven­cio­nes de futu­ro que equi­va­len a lla­mar a Cachano con dos tejas. Hablan de una difu­sa Repú­bli­ca fede­ral sin men­cio­nar quié­nes se van a fede­rar y de qué for­ma, pues debie­ran hacer­lo pre­via­men­te a adqui­rir su sobe­ra­na capa­ci­dad de autodeterminación.

Pues bien, sobre ese sue­lo sul­fu­ro­so y vol­cá­ni­co ha de fun­cio­nar polí­ti­ca­men­te Bil­du. ¿Fun­cio­na, pues, con liber­tad? ¿Esta­mos todos dis­pues­tos a hablar con hones­ti­dad a los ciu­da­da­nos, al menos para que sepan que lo que les racio­na el poder espa­ñol como mejun­je libe­ral es un ini­cuo bebe­di­zo hecho de gran­de­zas fal­sas y de jus­ti­cia arbi­tra­ria? Lo más irri­tan­te para alguien que quie­re vivir hones­ta­men­te en liber­tad es que quie­nes le rodean aso­ma­dos a otro bal­cón de ideas se pavo­neen de su múl­ti­ple poder para disol­ver­le o mal­vi­vir­le Y eso se hace con Bil­du todos los días mien­tras Bil­du gobier­na como quien hace una carre­ra sobre pati­nes ¿Aca­so es libre Bil­du en tales con­di­cio­nes? ¿Pue­de decir­se de Bil­du que está impli­ca­do en una lucha arma­da cuan­do sola­men­te la sufre?

Este tumul­to de agre­sio­nes, al que el ilus­tra­do Occi­den­te sos­la­ya con acen­to lejano, posee ade­más el incon­ve­nien­te de pudrir la heren­cia de valo­res entre los que se encuen­tra la liber­tad y su prin­ci­pal bro­te polí­ti­co, que es la demo­cra­cia. Los pue­blos agre­di­dos sue­len recu­pe­rar­se con cier­ta pron­ti­tud. Su bio­lo­gía social les impul­sa a la sobre­vi­ven­cia. Pero la gran que­ma de los valo­res desan­gra la tie­rra moral de la que bro­tan. Cuan­do se agre­de a la liber­tad sue­len pro­du­cir­se cica­tri­ces que mar­can por mucho tiem­po el dis­cur­so cla­ro de la razón.

La piel espa­ño­la está reple­ta de esas cica­tri­ces que dela­tan la caren­cia de un humus pro­gre­sis­ta. Lo que más pue­de preo­cu­par acer­ca del aco­so que sufre la nación vas­ca para que no pue­da cons­ti­tuir­se polí­ti­ca­men­te como tal, con paz y ampli­tud, no es que se malo­gren talen­tos polí­ti­cos y socia­les que exis­ten en la bode­ga vas­ca ‑ya bro­ta­rán otros- sino que arrai­guen como seres nor­ma­les los diri­gen­tes que con­du­cen su más alta gober­na­ción en cone­xión con Madrid, tri­bu indo­ta­da para toda expre­sión demo­crá­ti­ca y posee­do­res de cate­cis­mos míni­mos y esté­ri­les. Si no se ata­ja esa siem­bra ‑y ahí resi­de el duro tra­ba­jo de la calle- el futu­ro pue­de ser muy tris­te, al menos duran­te otro dila­ta­do periodo.

El ambien­te vas­co resul­ta sofo­can­te. Nie­go, pues, que quie­nes con­ta­mi­nan ese ambien­te con su tarea de car­co­mas con­si­gan otra cosa que incre­men­tar las frac­tu­ras pro­fun­das entre los pue­blos espa­ñol y vas­co. Vivir en armis­ti­cio per­ma­nen­te no ayu­da a que sur­jan los pun­tos pre­ci­sos y vita­les de coincidencia.

Hay evi­den­te­men­te un pro­pó­si­to más o menos dise­ña­do en la prác­ti­ca de las dona­cio­nes des­de el Esta­do. Se tra­ta de que quie­nes reci­ben esas par­tí­cu­las de poder o los bene­fi­cios mate­ria­les corres­pon­dien­tes teman la ple­na liber­tad que con­lle­va­ría la sobe­ra­nía de su pue­blo. La posi­bi­li­dad de cam­biar una serie de cosas por un pue­blo ya sobe­rano estre­me­cen a quie­nes han diri­gi­do el Eus­ka­di some­ti­do. No hablo, líbre­me Dios, de ajus­te de cuen­tas ni de revan­chas. Estoy segu­ro de que el futu­ro vas­co no tran­si­ta­rá por esos andurriales.

La lucha vas­ca por la liber­tad ha sido dema­sia­do dura para abo­nar­la con esos mohos. Pero no deja­rán segu­ra­men­te los que ente­la­ron el ambien­te de abri­gar un temor serio a encon­trar­se sin las fichas debi­das para jugar la nue­va par­ti­da nacio­nal. Ser espa­ño­lis­ta en un Eus­ka­di libre o haber sido cola­bo­ra­dor de tibie­zas no deja de ame­dren­tar ‑aun­que sea inde­bi­da­men­te- a quie­nes han hecho del mie­do su len­gua­je cotidiano.

Pre­ci­sa­men­te ese mie­do al des­he­re­da­mien­to es el que tie­nen que supe­rar los que hablan de resu­ci­tar la gue­rra del nor­te. A los sobe­ra­nis­tas les bas­ta con la sobe­ra­nía. El Sr. Basa­goi­ti, por ejem­plo, podrá seguir hablan­do por telé­fono con el Sr. Rajoy. Lo úni­co que cam­bia­rá será la titu­la­ri­dad de la Com­pa­ñía Tele­fó­ni­ca ¿Es eso lo que teme el Sr. Basagoiti?

Cuan­do se exa­mi­nan con dete­ni­mien­to y «sine ira» las cosas que impi­den la ple­na liber­tad de un pue­blo se aca­ba por cap­tar la misé­rri­ma dimen­sión de esas cosas. En el caso de Eus­ka­di ya no se tra­ta de arre­ba­tar­le la pro­duc­ción de petró­leo o las pocas mate­rias pri­mas que intere­san ya a los pode­ro­sos y que están pro­du­cien­do los mons­truo­sos geno­ci­dios en nom­bre de la liber­tad. Se tra­ta de mucho menos.

Con­cre­ta­men­te lo que Madrid quie­re evi­tar es que la estruc­tu­ra espa­ño­la se des­ve­le como un mapa hecho con un bara­to engru­do polí­ti­co. Los espa­ño­les se des­co­no­cen en la paz. No se han vis­to nun­ca como un pue­blo rega­do por un úni­co cau­dal san­guí­neo. La san­gre espa­ño­la úni­ca­men­te es reco­no­ci­ble en la heri­da. Un espa­ñol ha de ser anti­vas­co para con­se­guir una cier­ta comu­ni­ca­ción con otro espa­ñol. O ha de ser anti­ca­ta­lán. Ha de sufrir. Y este sufri­mien­to hace que su gran empre­sa nacio­nal esté teñi­da de ansias de ven­gan­za o de domi­nio. El enten­di­mien­to con otros es un fracaso

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