El res­ca­te – Arte­mio Zarco

Des­de los con­fi­nes de esa his­to­ria, gober­nan­tes y gober­na­dos man­tie­nen un pul­so ininterrumpido.

En el pasa­do, con la ayu­da incon­di­cio­nal de las reli­gio­nes se legi­ti­ma­ba el poder sobre la base de su pro­ce­den­cia divi­na. La fra­se ritual repe­ti­da en las coro­na­cio­nes y acu­ña­das en las mone­das: «fulano de tal rey por la gra­cia de Dios», pre­ser­va­ba al ele­gi­do y a los ele­gi­dos por el ele­gi­do fren­te a todo inten­to de crí­ti­ca y de sub­ver­sión inclui­das la fal­ta de respeto.

En los tiem­pos actua­les se legi­ti­ma el poder en nom­bre del pue­blo. Se pro­cla­ma que el pue­blo es sobe­rano y se afir­ma por medio de una fic­ción legal con­te­ni­da en las cons­ti­tu­cio­nes que ese pue­blo ha dele­ga­do esa sobe­ra­nía en los ele­gi­dos, que estos gobier­nan en su nom­bre y que todo lo que hacen los ele­gi­dos es igual que si lo hicie­ra el pue­blo. A esto se le lla­ma democracia.

Al igual que en el caso ante­rior todo inten­to de crí­ti­ca y de cam­bio del sis­te­ma es repri­mi­do si es pre­ci­so con deno­da­da fero­ci­dad. Para ello, para defen­der el orden cons­ti­tui­do dis­po­nen de fuer­zas y cuer­pos arma­dos, de orde­na­do­res, de cár­ce­les, de buro­cra­cias, de medios de comu­ni­ca­ción, de unio­nes inter­na­cio­na­les y en fin, de Ban­cos y de ins­pec­cio­nes tri­bu­ta­rias para que en nin­gún momen­to olvi­des, no solo que el pan según el pre­cep­to bíbli­co lo gana­rás con el sudor de tu fren­te, sino que ade­más si no te com­por­tas pue­de ocu­rrir que ni aun sudan­do con­si­gas lle­var­te un men­dru­go a la cri­ti­co­na boca.

En este con­tex­to de con­sa­gra­ción de ese orden al que lla­man demo­cra­cia, cuan­do la ava­ri­cia y la codi­cia se com­bi­nan con la hipo­cre­sía y los bue­nos moda­les, de los engen­dros de esas prin­go­sas coyun­das salen las igle­sias, los entra­ma­dos polí­ti­cos y los bancos.

Ade­más de los pode­ro­sos ins­tru­men­tos antes men­cio­na­dos dis­po­nen de otro de gran alcan­ce, el de la pala­bra mani­pu­la­da, pros­ti­tui­da y difun­di­da por el orbe que sig­ni­fi­ca lo con­tra­rio de lo que aparenta.

Sal­vo con­ta­das excep­cio­nes, el dis­cur­so de esos polí­ti­cos pro­fe­sio­na­les que salen de las urnas y el de los par­ti­dos que los sus­ten­tan, sue­len tener varios sen­ti­dos: el lite­ral para los inge­nuos inclui­dos los votan­tes y el escon­di­do para los que están en el meollo.

En este pun­to y tras tan lar­go introi­to inten­ta­ré entrar en el tema que le da su títu­lo al artícu­lo. Si la pala­bra «res­ca­te» tie­ne en ori­gen un con­te­ni­do noble en el sen­ti­do de libe­rar a alguien, que­da­rá pros­ti­tui­da cuan­do el res­ca­ta­dor sus­ti­tu­ye de algu­na for­ma al secues­tra­dor, o dicho de otra for­ma, cuan­do el secues­tra­do es sal­va­do de una jau­la para ingre­sar en otra.

Últi­ma­men­te se nos está repi­tien­do que la Unión Euro­pea está deci­di­da (a veces no está tan cla­ro) a res­ca­tar por segun­da vez a Gre­cia del pozo eco­nó­mi­co en el que cha­po­tea y para ello se arbi­tran medios a tra­vés del FMI que se pre­sen­ta como el sím­bo­lo y el intér­pre­te de la soli­da­ri­dad de los pue­blos en este caso euro­peos ayu­dán­do­se recí­pro­ca­men­te, hoy por mí, maña­na por ti.

Men­cio­nar al FMI y aun­que se tra­te de algo cola­te­ral lle­va inevi­ta­ble­men­te a hacer algu­na men­ción sobre la mar­cha a la las­ci­via que carac­te­ri­za a alguno de sus diri­gen­tes sin nece­si­dad de men­cio­nar su famo­so nom­bre. Esa las­ci­via de ese alto diri­gen­te o ex diri­gen­te dis­fra­za­do de sáti­ro o de fauno, corrien­do tras una nin­fa por los pasi­llos de un hotel, estor­ba­do por su des­co­mu­nal pene, no es indi­ca­ti­vo de una espe­cial sen­si­bi­li­dad hacia los apu­ros finan­cie­ros de Gre­cia, ni aun tenien­do en cuen­ta que en ella se encuen­tra la cuna de nues­tra civilización.

Cali­fi­car al FMI de ins­ti­tu­ción filan­tró­pi­ca equi­val­dría a come­ter el mis­mo error que decir que la cul­pa de ser per­se­gui­da la tie­ne la nin­fa, cama­re­ra en este caso, por ser tan guapa.

El ex diri­gen­te ni sería creí­ble ni excu­sa­do de ale­gar en su defen­sa la belle­za de la cama­re­ra, ni el FMI es una ins­ti­tu­ción filan­tró­pi­ca. Es cier­to que en sus Esta­tu­tos se dice que su obje­to será el con­tri­buir y ayu­dar a los paí­ses en desa­rro­llo, pero en la prác­ti­ca, como dice la perio­dis­ta Nao­mí Klein en su obra «El capi­ta­lis­mo del desas­tre», sus ayu­das a los paí­ses del ter­cer mun­do (afri­ca­nos por ejem­plo) se ha cen­tra­do en pres­tar a gobier­nos corrup­tos para infra­es­truc­tu­ras que favo­re­cían inver­sio­nes extran­je­ras, hipo­te­can­do a la pobla­ción con deu­das de lar­go reco­rri­do y altos intereses.

El segun­do res­ca­te a Gre­cia, cuan­do se lle­ve a efec­to, al igual que el pri­me­ro con­tra­di­cien­do la pala­bre­ría de los que dan y de los que reci­ben, me refie­ro a los res­pon­sa­bles polí­ti­cos, no está des­ti­na­do a sal­var de la quie­bra a los grie­gos. Si solo fue­ra esto ya pue­den empe­zar los grie­gos con accio­nes de gra­cias a Zeus y demás dio­ses del Olim­po. El res­ca­te o los res­ca­tes, repi­to, no están des­ti­na­dos a sal­var a los grie­gos por­que son tan majos y tan his­tó­ri­cos, sino que están des­ti­na­dos a sal­var­los para que pue­dan pagar a los ban­cos acree­do­res, prin­ci­pal­men­te ale­ma­nes y fran­ce­ses, la deu­da públi­ca grie­ga. No se les res­ca­ta para que sigan dis­fru­tan­do de la vida, sino para que sigan vivien­do y pagan­do las deu­das de sus gobier­nos, y con más razón los nue­vos intere­ses de los res­ca­tes, y es que como todo el mun­do sabe, sobre todo los polí­ti­cos pro­fe­sio­na­les, los muer­tos no pagan nada.

Con el opti­mis­mo impe­rial que les can­ta los espa­ño­les foro­fos de ser­lo están en pleno éxta­sis: fút­bol, tenis, moto­ci­clis­mo… solo que el jarro de agua fría tie­ne for­ma de refrán «… cuan­do las bar­bas de tu vecino…». Gre­cia, Por­tu­gal, Irlan­da y las hijapu­tas de las agen­cias de cali­fi­ca­ción calen­tan­do moto­res y empu­jan­do a la eco­no­mía espa­ño­la hacia no se qué abismo.

Pero qué coño: «Si hay que echar la casa por la ven­ta­na se echa…», «para chu­los…». El caso es que se pre­sen­ta una opor­tu­ni­dad de oro para demos­trar al mun­do ente­ro que ni se pone el sol, ni es fácil achan­tar a los com­pa­trio­tas del Cid Cam­pea­dor y de Tor­que­ma­da. La visi­ta del Papa va a ser una demos­tra­ción de devo­ción y de des­pil­fa­rro de un pue­blo que, por enci­ma de sus valo­res mate­ria­les, ante­po­ne los espi­ri­tua­les como no duda­ría en decir con su ati­pla­da voce­ci­ta el difun­to Caudillo.

Fren­te a tan­to dis­pa­ra­te, incom­pe­ten­cia y pala­bre­ría de los que hacen las leyes ha sur­gi­do en solo una maña­na otra par­te de esa pobla­ción del Esta­do espa­ñol, has­ta aho­ra anó­ni­ma y silen­cio­sa. Por lo que deduz­co, en sus capas se han veni­do sedi­men­tan­do gota a gota a lo lar­go del tiem­po la indi­fe­ren­cia, el des­pre­cio y la crí­ti­ca calla­da, has­ta que de todo ello ha sur­gi­do una cria­tu­ra: la indig­na­ción. Naci­da en una pla­za públi­ca, la de la Puer­ta del Sol, sin la pre­sen­cia de los reyes magos, ni tam­po­co de la de los otros el cla­mor de su apa­ri­ción ha tras­cen­di­do los lin­des de las len­guas y de los territorios.

Para ter­mi­nar cin­co pre­gun­tas: ¿Esta­mos en el comien­zo de algo nue­vo? ¿Por fin se van a ente­rar los gober­nan­tes que no son per­so­nas gra­tas? ¿Por fin la opi­nión públi­ca va a tener una voz no con­tro­la­da por los pode­res polí­ti­co, eco­nó­mi­co y reli­gio­so? ¿Por fin el pue­blo va a ser de ver­dad sobe­rano sin fic­cio­nes lega­les de polí­ti­cos pro­fe­sio­na­les que pre­ten­den ejer­cer en su nom­bre, cuan­do sim­ple­men­te viven del pue­blo? En defi­ni­ti­va, ¿por fin se va a dar una opi­nión públi­ca no mani­pu­la­ble, due­ña de su destino?

En un momen­to de beli­co­sa ofus­ca­ción se me ha ocu­rri­do como divi­sa que opo­ner a los que ejer­cen el poder lo del «cave canem» romano. ¡Cui­da­do, mor­de­mos! Pero he desis­ti­do. Son tan mani­pu­la­do­res que la con­ver­ti­rían en ¡Cui­da­do, lame­mos!, como si fué­ra­mos cani­ches dis­pues­tos a dar nues­tra vida por ellos atro­pe­lla­dos al paso de sus limu­si­nas. Mejor será dejar­se de divi­sas y bajar a la pla­za públi­ca cada vez que que­de­mos empa­cha­dos y estre­ñi­dos de sus mentiras.

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