A 75 años del alza­mien­to fran­quis­ta, con­ti­núa pen­dien­te la recu­pe­ra­ción de la memo­ria his­tó­ri­ca – Cesar Arrondo

Un 18 de julio de 1936, las tro­pas espa­ño­las des­ti­na­das en el nor­te de Áfri­ca, al man­do de Fran­cis­co Fran­co, se suble­va­ron con­tra las ins­ti­tu­cio­nes repu­bli­ca­nas, dan­do ori­gen a un hecho que la his­to­ria reco­no­ce como el ini­cio de la gue­rra civil espa­ño­la. De este epi­so­dio de la his­to­ria con­tem­po­rá­nea, que­da como un tris­te y lamen­ta­ble recuer­do, las miles y miles de per­so­nas que fue­ron repre­sa­lia­das, y que pre­vio a su eli­mi­na­ción, sufrie­ron humi­lla­cio­nes, tor­tu­ras, veja­cio­nes, para final­men­te ser fusi­la­das y ente­rra­das en fosas comunes.

Por la gra­ve­dad de los hechos antes enun­cia­dos, estos crí­me­nes fue­ron seña­la­dos des­de fina­les del siglo XIX como crí­me­nes con­tra la huma­ni­dad, y fue­ron reco­no­ci­dos como tales por el Dere­cho Inter­na­cio­nal. En tal sen­ti­do, no era des­co­no­ci­do para nadie que una vez esta­ble­ci­do el régi­men fran­quis­ta, el terror implan­ta­do sobre la pobla­ción civil fue deter­mi­nan­te para eli­mi­nar todo inten­to de estos ciu­da­da­nos para de acce­der a la justicia.

En tal sen­ti­do, las víc­ti­mas de los diver­sos abu­sos que lle­va­ron ade­lan­te los suble­va­dos al orden cons­ti­tu­cio­nal vigen­te y pos­te­rior régi­men dic­ta­to­rial, care­cie­ron de los dere­chos más ele­men­ta­les para pro­te­ger sus vidas.

La apro­ba­ción de la Ley de Memo­ria His­tó­ri­ca en Espa­ña asu­me la con­de­na del fran­quis­mo, con­te­ni­da en el infor­me de la Asam­blea Par­la­men­ta­ria del Con­se­jo de Euro­pa fir­ma­do el 17 de mar­zo de 2006, en el que se denun­cia­ron las gra­ves vio­la­cio­nes de Dere­chos Huma­nos come­ti­dos en Espa­ña entre los años 1939 y 1975.

Si bien la mayo­ría de las apre­cia­cio­nes sobre los bene­fi­cios de la nor­ma con­du­cen a cali­fi­car la mis­ma como insu­fi­cien­te, la Ley tie­ne por obje­to reco­no­cer y ampliar los dere­chos en favor de quie­nes pade­cie­ron per­se­cu­cio­nes y vio­len­cia por razo­nes polí­ti­cas, ideo­ló­gi­cas y reli­gio­sas duran­te la gue­rra civil y la dic­ta­du­ra franquista.

En tal sen­ti­do, se esta­ble­ce pro­mo­ver la repa­ra­ción eco­nó­mi­ca y moral de las víc­ti­mas, decla­ran­do la ile­gi­ti­mi­dad de los jui­cios, que impi­die­ron a los acu­sa­dos tener un pro­ce­so jus­to, como los lle­va­dos a cabo con­tra repu­bli­ca­nos, nacio­na­lis­tas vas­cos y cata­la­nes, miem­bros del Par­ti­do Comu­nis­ta y de la masonería.

Tam­bién la Ley pre­vé lle­var ade­lan­te medi­das para la iden­ti­fi­ca­ción de las víc­ti­mas. En tal sen­ti­do, el gobierno, en cola­bo­ra­ción con las admi­nis­tra­cio­nes públi­cas, debe­rá ela­bo­rar un pro­to­co­lo de actua­ción cien­tí­fi­ca, el cual será mul­ti­dis­ci­pli­nar, y debe ase­gu­rar la cola­bo­ra­ción ins­ti­tu­cio­nal en las exhu­ma­cio­nes. Mien­tras, el artícu­lo 15 de la Ley garan­ti­za la reti­ra­da de escu­dos, insig­nias y pla­cas que hagan refe­ren­cia a la exal­ta­ción del fran­quis­mo. Todo indi­ca que has­ta la actua­li­dad, poco se ha avan­za­do, ya que la cor­po­ra­ción cató­li­ca no se sien­te alcan­za­da por la mis­ma. Son muy débi­les los argu­men­tos ‑de esté­ti­ca cul­tu­ral- para que de las igle­sias cató­li­cas no se reti­ren las sepul­tu­ras de los ase­si­nos, las pla­cas y demás orna­men­tos, cuyo úni­co fin es per­pe­tuar y ren­dir home­na­je a un sis­te­ma polí­ti­co que enal­te­ció el cul­to a la into­le­ran­cia, el fana­tis­mo y a la muer­te, cómo méto­do para silen­ciar a la mayo­ría de la socie­dad civil.

Con el fin de garan­ti­zar la recons­truc­ción de la memo­ria his­tó­ri­ca, se debe apo­yar la labor de los colec­ti­vos que impul­san la repa­ra­ción de estas cau­sas, las cua­les pare­cen olvi­da­das, per­di­das, o sen­ci­lla­men­te no for­man par­te de las agen­das polí­ti­cas de la actua­li­dad. Cabe des­ta­car a los inte­gran­tes de la aso­cia­ción Lau Hai­ze­ta­ra Gogoan, los cua­les tra­ba­jan con esca­sos recur­sos, pero con una fuer­te acti­tud mili­tan­te, para lograr que sea una reali­dad la recons­truc­ción de la memo­ria his­tó­ri­ca, y como con­se­cuen­cia, la vigen­cia de prin­ci­pios como la ver­dad, la jus­ti­cia, la repa­ra­ción y la apro­ba­ción de leyes que garan­ti­cen la no repe­ti­ción de estos levan­ta­mien­tos con­tra las ins­ti­tu­cio­nes democráticas.

Para lle­var ade­lan­te este pro­ce­so se debe­rán con­for­mar «Comi­sio­nes de la Ver­dad», cuyo fin será inves­ti­gar la vio­la­ción de los dere­chos huma­nos. Estas Comi­sio­nes podrán ser for­ma­das por los Gobier­nos, Acuer­dos de Paz, Nacio­nes Uni­das y Orga­ni­za­cio­nes Socia­les, como por ejem­plo las reli­gio­sas, y la tarea de las mis­mas será reu­nir la infor­ma­ción, inves­ti­gar las prue­bas, y lue­go con ellas, acu­dir a auto­ri­da­des judi­cia­les nacio­na­les e inter­na­cio­na­les, con el pro­pó­si­to de que se pro­ce­da a impar­tir justicia.

El Esta­do espa­ñol ha pri­va­do de los recur­sos efec­ti­vos para alcan­zar ver­dad y jus­ti­cia, como así tam­bién la tan nece­sa­ria repa­ra­ción de las víc­ti­mas de la gue­rra civil y del fran­quis­mo, lo que cons­ti­tu­ye una segun­da vul­ne­ra­ción de los dere­chos inter­na­cio­nal­men­te reco­no­ci­dos, situa­ción que se ha pro­lon­ga­do en el tiem­po, más allá de la tran­si­ción y has­ta la actualidad.

Resul­ta nece­sa­rio levan­tar nues­tras voces, ante esta situa­ción defi­ci­ta­ria en mate­ria de dere­chos huma­nos, denun­cian­do ante las ins­ti­tu­cio­nes jurí­di­cas y polí­ti­cas del Esta­do, de Euro­pa y del mun­do, la nece­si­dad de avan­zar hacia la ver­dad his­tó­ri­ca, hacien­do reali­dad la repa­ra­ción moral de miles de repre­sa­lia­dos duran­te la gue­rra civil y del fran­quis­mo, muchos de los cua­les fue­ron acu­sa­dos con car­gos fal­sos y veja­dos públicamente.

Humil­de­men­te, creo que tan­to de Argen­ti­na como de Sudá­fri­ca se pue­den tomar ejem­plos y ante­ce­den­tes váli­dos y accio­nes, con el fin lle­var ade­lan­te esta noble y jus­ta tarea, que segu­ra­men­te con­du­ci­rá a la ver­dad, la repa­ra­ción y la recon­ci­lia­ción y sen­ta­rá las bases de una socie­dad demo­crá­ti­ca, basa­da en el res­pe­to irres­tric­to de los dere­chos humanos.

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