La mez­qui­ta de Basur­to y el racis­mo digi­tal- Ele­na Benzanilla

Hace ya varios meses que un gru­po de veci­nos de Basur­to se mani­fes­tó en pro­tes­ta por el pro­yec­to de aper­tu­ra de una mez­qui­ta en la calle Pablo Alzo­la de Bil­bao. Des­de enton­ces, jun­to a las movi­li­za­cio­nes y diver­sas opi­nio­nes a favor y en con­tra, tam­bién se han pro­du­ci­do un gran núme­ro de comen­ta­rios en pren­sa digi­tal entre los que abun­dan las expre­sio­nes de recha­zo. Sus argu­men­tos son: «Si quie­ren rezar, que se vayan a su país», «No que­re­mos faná­ti­cos», «Que res­pe­ten nues­tra cul­tu­ra y nues­tras cos­tum­bres», o las con­sa­bi­das cone­xio­nes entre Islam, delin­cuen­cia y ayu­das sociales.

Pero hay una gran dife­ren­cia entre un sano deba­te sobre el islam que pue­de y debe abrir­se en los paí­ses de emi­gra­ción musul­ma­na recien­te como el nues­tro, y la isla­mo­fo­bia que impe­ra ya en el mar­co de lo social­men­te aceptado.

En reali­dad, como nadie pue­de igno­rar, el fana­tis­mo se halla muy bien repar­ti­do en la espe­cie huma­na y nin­gu­na de las reli­gio­nes, entre las que se encuen­tra el cato­li­cis­mo, está libre de él. Sin embar­go, nues­tra socie­dad (cuya influ­yen­te jerar­quía cató­li­ca no pro­mue­ve pre­ci­sa­men­te valo­res pro­gre­sis­tas) juz­ga a la comu­ni­dad islá­mi­ca con espe­cial dure­za, gene­ra­li­zan­do y pre­juz­gan­do como inte­gris­tas a todas las per­so­nas que pro­fe­san esta religión.

Vol­vien­do al caso de la mez­qui­ta en Basur­to, las per­so­nas inmi­gran­tes de reli­gión islá­mi­ca son para sus detrac­to­res un tipo de ciu­da­dano espe­cial, cuyos dere­chos nun­ca podrán equi­pa­rar­se a los de los ciu­da­da­nos «de aquí». Por tan­to, esos ciu­da­da­nos de segun­da cla­se, aun­que resi­dan, tra­ba­jen y vayan a que­dar­se, no pue­den exi­gir al Esta­do que les pro­cu­re la mis­ma pro­tec­ción social que la que pue­dan exi­gir los ciu­da­da­nos autóc­to­nos. Tam­po­co tie­nen dere­cho a que se les garan­ti­ce por medios públi­cos el man­te­ni­mien­to de un mar­co cul­tu­ral, lin­güís­ti­co o reli­gio­so pro­pio. Bien es cier­to que el enfren­ta­mien­to de los «dere­chos de los inmi­gran­tes» (que en este caso pro­fe­san la reli­gión islá­mi­ca) fren­te a los «dere­chos de los ciu­da­da­nos» es recu­rren­te en el dis­cur­so polí­ti­co y mediático.

Sin ir más lejos, duran­te la pasa­da cam­pa­ña elec­to­ral, algu­nos polí­ti­cos, lejos de impul­sar un reco­no­ci­mien­to de los dere­chos de toda la ciu­da­da­nía, se posi­cio­na­ron abier­ta­men­te a favor de la dis­cri­mi­na­ción. Iña­ki Azku­na, alcal­de del con­sis­to­rio bil­baino, ha anun­cia­do que hará todo lo posi­ble para impe­dir nue­vas aper­tu­ras de mez­qui­tas. De esa mane­ra, está pasan­do por alto el dere­cho uni­ver­sal y cons­ti­tu­cio­nal a la liber­tad de cul­to y su prin­ci­pal obli­ga­ción de tra­tar a todos sus con­ciu­da­da­nos por igual.

Las pro­tes­tas con­tra la aper­tu­ra de una mez­qui­ta dejan de ser acep­ta­bles cuan­do caen en el insul­to y en la inci­ta­ción del odio, como ha ocu­rri­do en los comen­ta­rios de diver­sos medios digi­ta­les. Y ahí el papel de la pren­sa y de las ins­ti­tu­cio­nes es fun­da­men­tal. Su pasi­vi­dad o su empe­ño en tra­tar como un con­flic­to veci­nal un cla­ro caso de isla­mo­fo­bia alien­ta a quie­nes se sien­ten legi­ti­ma­dos para agre­dir al dife­ren­te. No hay más que ver lo que ocu­rrió en Vito­ria, don­de los racis­tas han lle­ga­do a ver­ter car­ne y san­gre de cer­do en la mez­qui­ta de Zaramaga.

Fate­ma Mer­nis­si, reco­no­ci­da escri­to­ra y soció­lo­ga marro­quí, nos ense­ña que Inter­net ha supues­to una gran opor­tu­ni­dad a favor de la liber­tad de expre­sión en el mun­do ára­be (len­gua habla­da por una comu­ni­dad de 300 millo­nes de per­so­nas). Los últi­mos acon­te­ci­mien­tos, como las revuel­tas pací­fi­cas arti­cu­la­das a tra­vés de las redes socia­les, han demos­tra­do el buen uso que ha hecho de esta herra­mien­ta la socie­dad civil ára­be, con una alta par­ti­ci­pa­ción de muje­res. La juven­tud marro­quí está cum­plien­do su sue­ño de tener una ven­ta­na abier­ta al mun­do. Mien­tras que para ellos Inter­net es sinó­ni­mo de aper­tu­ra, quie­nes en nues­tra tie­rra uti­li­zan la Red para dar rien­da suel­ta a sus comen­ta­rios dis­cri­mi­na­to­rios e isla­mó­fo­bos pre­fie- ren, lamen­ta­ble­men­te, cerrar­se a una per­cep­ción más amplia del mun­do y de su diversidad.

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