Sán­chez Váz­quez o la razón mar­xis­ta- Ariel Gon­zá­lez Jiménez

Leer­lo y escu­char­lo sig­ni­fi­có saber que había otro Marx, uno ajeno por com­ple­to a los manua­les sovié­ti­cos o cuba­nos, uno más rico y ple­tó­ri­co de suge­ren­cias liber­ta­rias y críticas.

Per­so­nal­men­te, nun­ca lo tra­té. Cuan­do mucho, tuve opor­tu­ni­dad de salu­dar­lo en algu­na oca­sión. Sin embar­go, siem­pre lo leí con gran inte­rés, admi­ra­ción y res­pe­to por su esta­tu­ra inte­lec­tual, por la aven­tu­ra que repre­sen­ta­ba seguir sus ideas, siem­pre des­ple­ga­das en toda su rique­za, con todo el rigor que sólo una men­te orde­na­da y lúci­da pue­de generar.

Al ser muchas sus ense­ñan­zas, pue­do decir jus­ti­fi­ca­da­men­te que fue mi maes­tro, aun­que no tuve el pri­vi­le­gio de escu­char­lo en las aulas, pero sí en los gran­des audi­to­rios, expo­nien­do con gran sen­ci­llez y cla­ri­dad asun­tos cuya natu­ra­le­za era de por sí com­ple­ja: la pra­xis en la obra de Marx, las ideas esté­ti­cas, la éti­ca, el futu­ro del socia­lis­mo, la utopía…

En el cen­te­na­rio de Car­los Marx, en 1983, fui a escu­char­lo en el Pala­cio de Bellas Artes, don­de par­ti­ci­pó como uno de los ora­do­res prin­ci­pa­les. Yo aca­ba­ba de ingre­sar a la Facul­tad de Eco­no­mía de la UNAM y esta­ba ávi­do de cono­cer su pers­pec­ti­va sobre el pen­sa­dor de Tré­ve­ris. Aun­que se tra­tó de que fue­ra un acto plu­ral, muchos gru­pos que­rían adue­ñár­se­lo. La gri­te­ría des­de algu­nos bal­co­nes era tal que por momen­tos era impo­si­ble escu­char las inter­ven­cio­nes de los ora­do­res, pero fue la voz de Adol­fo Sán­chez Váz­quez, sere­na pero con­tun­den­te, la que con­si­guió impo­ner­se en aquel home­na­je al autor de El Capi­tal. Su auto­ri­dad era evidente.

Si bien ya cono­cía varios tex­tos suyos, leer a Sán­chez Váz­quez se con­vir­tió en uno de los mejo­res cami­nos para man­te­ner —entre todos los que abra­zá­ba­mos la cau­sa socia­lis­ta— la bús­que­da de nue­vos refe­ren­tes. Por­que es un hecho que ya se escu­cha­ba en todo el mun­do el cru­jir del lla­ma­do socia­lis­mo real (que ni era real ni era socia­lis­mo, según las pala­bras apro­xi­ma­das que usó algu­na vez Sán­chez Váz­quez). No sabía­mos hacia dón­de iban los acon­te­ci­mien­tos y la cri­sis de la izquier­da. ¿Cómo adi­vi­nar que está­ba­mos a unos años ape­nas de la caí­da del Muro de Ber­lín y de la des­apa­ri­ción de la Unión Sovié­ti­ca? No obs­tan­te, en un país don­de los libros y las ideas solían lle­gar tar­de (por ejem­plo, pudi­mos leer en espa­ñol las Mito­lo­gías de Roland Barthes sólo 15 o 20 años des­pués de su apa­ri­ción), Adol­fo Sán­chez Váz­quez repre­sen­ta­ba para la izquier­da siem­pre la posi­bi­li­dad de actua­li­za­ción teó­ri­ca y —hubié­ra­mos que­ri­do— práctica.

Leer­lo y escu­char­lo sig­ni­fi­có saber que había otro Marx, uno ajeno por com­ple­to a los manua­les de mar­xis­mo sovié­ti­cos o cuba­nos, uno más rico y ple­tó­ri­co de suge­ren­cias liber­ta­rias y crí­ti­cas. Sig­ni­fi­có des­co­no­cer y recha­zar a los regí­me­nes poli­cia­cos y tota­li­ta­rios que se osten­ta­ban como socia­lis­tas, y revin­di­car, des­de el rigor inte­lec­tual y aun des­de la uto­pía (de la que creo nun­ca hay que des­ha­cer­nos como espe­cie, por­que en ella van todos nues­tros sue­ños y anhe­los más caros), un socia­lis­mo demo­crá­ti­co con una amplia esca­la de valo­res humanos.

Para hacer­nos ver esto, Adol­fo Sán­chez Váz­quez lan­zó una de las mira­das más reno­va­do­ras que exis­ten en torno de la obra juve­nil de Car­los Marx, espe­cial­men­te los Manus­cri­tos eco­nó­mi­co-filo­só­fi­cos de 1844, que sólo se cono­cie­ron a comien­zos del siglo XX. Es a par­tir de la revi­sión de esta obra don­de se pro­du­ce el reen­cuen­tro con la más pode­ro­sa crí­ti­ca que se haya hecho del sis­te­ma capi­ta­lis­ta, aque­lla que seña­la la inmen­sa mise­ria que rodea, para­dó­ji­ca­men­te, la inmen­sa rique­za crea­da; la que mues­tra la ena­je­na­ción huma­na en todas sus ver­tien­tes y la que exi­ge la trans­for­ma­ción radi­cal del mundo.

Por lo demás, si hay una filo­so­fía mar­xis­ta, fue Sán­chez Váz­quez quien mejor la inter­pre­tó a tra­vés de su obra mayor, Filo­so­fía de la pra­xis, con­ci­bién­do­la como el examen de la acti­vi­dad huma­na trans­for­ma­do­ra de la natu­ra­le­za y la socie­dad, y ponien­do a esta cate­go­ría en el cen­tro mis­mo del dis­cur­so mar­xis­ta. La dis­cu­sión sobre la filo­so­fía mar­xis­ta no se ha cerra­do nun­ca, pero estoy con­ven­ci­do de que al menos hay una razón mar­xis­ta en un doble sen­ti­do: un cuer­po teó­ri­co com­ple­ta­men­te ori­gi­nal y rico, y una cau­sa (un esta­do de cosas indig­nan­te) fren­te al que hay que reac­cio­nar. Sán­chez Váz­quez la representaba.

El pen­sa­mien­to reli­gio­so de una par­te de la izquier­da nada debe, des­de lue­go, a la obra de Adol­fo Sán­chez Váz­quez, quien com­ba­tió los dog­mas, la pro­pen­sión a la meta­fí­si­ca que había atra­pa­do a algu­nos estu­dio­sos de El Capi­tal y la into­le­ran­cia en todas sus formas.

Hace un tiem­po escri­bí que aho­ra, cuan­do el mar­xis­mo está a la baja y los pro­yec­tos socia­lis­tas en ban­ca­rro­ta, teó­ri­cos como él nos ayu­dan a reco­no­cer lo que hay de cier­to, de per­du­ra­ble y valio­so en la obra de Marx. ¿Cómo echar a la basu­ra el lega­do de ges­tas, movi­li­za­cio­nes y sue­ños que pro­du­jo su obra y que mere­cen ser recon­si­de­ra­dos en todo su poten­cial libertario?

Se va a extra­ñar, y mucho, a este exi­lia­do dis­tin­gui­do, uni­ver­si­ta­rio ejem­plar, aman­te de la belle­za y pen­sa­dor excepcional.

Camino Socia­lis­ta

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