OIGA? ¿El enemigo? ¿Puede parar la guerra un momento?». Las frases del humorista Miguel Gila se han convertido en todo un clásico del siglo XX. Lo que mucha gente ignoraba es que Miguel Gila, que hizo reír a toda una generación, intercambiaba entre sus disparatados monólogos telefónicos algunas de las experiencias más duras que había sufrido en su vida.
Como la que el maestro de ese teléfono rojo con acceso a todo personaje famoso y no famoso contaba de su propio fusilamiento. «Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino… Apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre». El resultado fue que, en serio, los fusilaron mal: el borracho pelotón erró la mayoría de los tiros. Gila, ileso, se tiró sobre uno que estaba herido. Era 1938, tenía 19 años y a la Guerra Civil española le quedaban pocos meses para finalizar.
Con un único teléfono, Gila creaba situaciones que navegaban entre la inocencia y el absurdo, pero sobre todo en una profunda mirada sobre el ser humano. El humorista llegó a escribir más de 120 monólogos que le convirtieron en uno de los mejores humoristas del siglo XX.
Gila fue un hombre, íntegro y honesto, que, pegado a un auricular y a través de las más surrealistas conversaciones, supo como nadie enseñar a generaciones de a reírse de ellos mismos y de sus circunstancias.