Los par­ti­dos polí­ti­cos – José Luis Orella

Tras las elec­cio­nes rea­li­za­das últi­ma­men­te en Espa­ña y con la expe­rien­cia viva del movi­mien­to del 15 de mayo pode­mos decir que el pro­ble­ma de la con­vi­ven­cia demo­crá­ti­ca actual está en manos de los par­ti­dos polí­ti­cos, aun­que éstos crean que pue­den seguir escon­dien­do la cabe­za bajo el ala, por­que su con­fi­gu­ra­ción par­ti­to­crá­ti­ca les resuel­ve los intere­ses espu­rios de que gozan los miem­bros aco­gi­dos a los res­pec­ti­vos organigramas.

En nues­tro mun­do actual, lo mis­mo que en la his­to­ria medie­val y rena­cen­tis­ta, moder­na y con­tem­po­rá­nea, hemos podi­do com­pro­bar la exis­ten­cia de corrien­tes de opi­nión, de escue­las ideo­ló­gi­cas, de gru­pos polí­ti­cos de pre­sión. Hemos vis­to que han exis­ti­do diver­sas filo­so­fías, mul­ti­tud de inter­pre­ta­cio­nes antro­po­ló­gi­cas, dife­ren­tes teo­lo­gías y, más aún, varia­das orga­ni­za­cio­nes socia­les, que más que otras estruc­tu­ras socio­ló­gi­cas, se pare­cen a lo que hoy lla­ma­mos par­ti­dos políticos.

Y ade­más cons­ta­ta­mos que en el con­jun­to de la socie­dad lo mis­mo que de las dife­ren­tes ins­ti­tu­cio­nes de los rei­nos o de los esta­dos, tan­to en la Edad Media como en la Con­tem­po­rá­nea, han exis­ti­do gru­pos de pre­sión que pre­ten­die­ron alcan­zar y lue­go ejer­cer el poder a toda cos­ta y, por supues­to, exclu­yen­do del con­trol de los focos de deci­sión a otros gru­pos de vasa­llos o ciu­da­da­nos que goza­ban de opi­nio­nes dife­ren­tes. Si esto es así, con el nom­bre que que­ra­mos dar­les a estos gru­pos de pre­sión, habrá que apli­car­les la socio­lo­gía de los par­ti­dos políticos.

Los par­ti­dos polí­ti­cos, como tales, son un fenó­meno his­tó­ri­co tar­dío. Duran­te el feu­da­lis­mo euro­peo no exis­tían par­ti­dos polí­ti­cos, ya que la socie­dad esta­ba arti­cu­la­da en esta­men­tos, cla­ses y cor­po­ra­cio­nes. Cada una de las cla­ses socia­les, de sus esta­men­tos o gre­mios, tenía sus intere­ses comu­nes, más socia­les y eco­nó­mi­cos que ideo­ló­gi­cos. Los gre­mios de ofi­cia­les, des­ga­ja­dos de los gre­mios tra­di­cio­na­les, for­ma­rían una orga­ni­za­ción de intere­ses comu­nes más pare­ci­da a nues­tros actua­les sindicatos.

El sur­gi­mien­to de par­ti­dos polí­ti­cos, nos dice Heleno Saña, va uni­do, his­tó­ri­ca­men­te, a la diso­lu­ción del orden feu­dal y gre­mial. Sin embar­go, no se pue­de afir­mar que los par­ti­dos polí­ti­cos sean una crea­ción de la bur­gue­sía. La bur­gue­sía pre­ca­pi­ta­lis­ta creó las cor­po­ra­cio­nes, los gre­mios, las ins­ti­tu­cio­nes, las «uni­ver­si­ta­tes». Todas estas orga­ni­za­cio­nes, sí que iban en con­tra de las anti­guas cla­ses feudales.

Los par­ti­dos polí­ti­cos nacen como una desin­te­gra­ción de las ins­ti­tu­cio­nes pro­pia­men­te bur­gue­sas y feu­da­les. Sin embar­go, los gru­pos de pre­sión, al igual que las nacio­na­li­da­des, son orga­ni­za­cio­nes socia­les de cor­te natu­ral, que se dan en toda desin­te­gra­ción de expe­rien­cias his­tó­ri­cas de ideo­lo­gía úni­ca. Por esto, por­que los par­ti­dos polí­ti­cos y las nacio­na­li­da­des son orga­nis­mos ope­ra­ti­vos de la natu­ra­le­za huma­na, se dan en toda épo­ca his­tó­ri­ca y den­tro de todo orga­ni­gra­ma de cual­quier cla­se de orga­ni­za­ción, aun judi­cial y eclesial.

Las igle­sias no han supri­mi­do las nacio­na­li­da­des, y, como se ve a lo lar­go de la his­to­ria, éstas han sido sopor­tes de actua­ción de las mis­mas igle­sias (v. gr. en los Con­ci­lios medie­va­les y rena­cen­tis­tas se vota­ba por nacio­nes con­fi­gu­ra­das por len­guas). Por esto ni la Igle­sia en su tota­li­dad, ni en sus célu­las inte­rio­res, como pue­den ser las dió­ce­sis, parro­quias, órde­nes y con­gre­ga­cio­nes reli­gio­sas, supri­mi­rán nun­ca, ni las nacio­na­li­da­des ni los par­ti­dos polí­ti­cos. Sola­men­te cuan­do las igle­sias, como ins­ti­tu­cio­nes huma­nas, se han asi­mi­la­do a regí­me­nes tota­li­ta­rios, han pre­ten­di­do supri­mir ambos ele­men­tos: las nacio­na­li­da­des y los par­ti­dos polí­ti­cos eclesiales.

Más aún, en los actua­les momen­tos de demo­cra­cia debe­mos afir­mar que los par­ti­dos polí­ti­cos exis­ten no sólo en la vida ciu­da­da­na sino en la estruc­tu­ra de todas las ins­ti­tu­cio­nes. Exis­ten par­ti­dos polí­ti­cos judi­cia­les, ecle­sia­les, empre­sa­ria­les y aun glo­ba­les. Y debe­mos tam­bién afir­mar que los par­ti­dos polí­ti­cos son nece­sa­rios, pero que se han anqui­lo­sa­do de tal mane­ra cons­ti­tu­yén­do­se en cas­tas cerra­das que no sir­ven ni a la demo­cra­cia ni a la reso­lu­ción de los con­flic­tos de la socie­dad sino que, por el con­tra­rio, acen­túan el enco­na­mien­to de los mis­mos conflictos.

La exis­ten­cia natu­ral de par­ti­dos polí­ti­cos a nivel esta­tal o de cada una de las ins­ti­tu­cio­nes socia­les, pre­su­po­ne, pre­via o con­si­guien­te­men­te, la acti­vi­dad par­la­men­ta­ria o de pues­ta en común. Ésta dará lugar a la sis­te­má­ti­ca acep­ta­ción e inter­cam­bio de los diver­sos gru­pos de pre­sión o par­ti­dos, en una asam­blea gene­ral, repre­sen­ta­ti­va de todos, que podrá ser deno­mi­na­da Con­gre­so, Jun­tas, Con­ci­lio, Par­la­men­to o Asamblea.

Con el movi­mien­to asam­blea­rio del 15 de mayo pode­mos afir­mar que los par­ti­dos polí­ti­cos domi­nan­tes están des­di­bu­ja­dos y crean gene­ral­men­te des­en­can­to por las lis­tas cerra­das, por las nor­mas de fun­cio­na­mien­to opa­cas e injus­tas, por el incum­pli­mien­to de las pro­me­sas elec­to­ra­les, por las corrup­te­las y por el clien­te­lis­mo. La demo­cra­cia actual está des­ca­fei­na­da, ya que nos hace jugar en las vota­cio­nes con las car­tas mar­ca­das. Los par­ti­dos polí­ti­cos de todos los nive­les, tal como están con­fi­gu­ra­dos en nues­tro mun­do, son anti­de­mo­crá­ti­cos y aun, a veces, con­tra­rios a los dere­chos humanos.

El col­mo de la degra­da­ción demo­crá­ti­ca lo encon­tra­mos en los gru­pos de pre­sión o par­ti­dos polí­ti­cos den­tro de las estruc­tu­ras del esta­do tales como la judi­ca­tu­ra y de las igle­sias. En pri­mer lugar los mis­mos jue­ces y auto­ri­da­des ecle­siás­ti­cas no han sido fru­to de una elec­ción demo­crá­ti­ca. Y podrían ser­lo sin des­vir­tuar su sen­ti­do de ser­vi­cio a la socie­dad. Por otra par­te, ni el dere­cho ni la inter­pre­ta­ción teo­ló­gi­ca de las nor­mas son una cien­cia exac­ta. Ambos cam­pos se deben a una pro­mul­ga­ción y lue­go inter­pre­ta­ción de las nor­mas dadas. Los miem­bros de estos gru­pos de pre­sión son hom­bres de car­ne y hue­so, con su pro­pia ideo­lo­gía, con sus emo­cio­nes y, sobre todo, con sus com­pro­mi­sos con los que les eli­gie­ron, que no lo hicie­ron exclu­si­va­men­te por su pre­pa­ra­ción pro­fe­sio­nal sino por la doci­li­dad mani­fes­ta­da y por espe­ran­za incons­cien­te o cons­cien­te­men­te ofre­ci­da de ser obedecidos.

Ante una fal­ta de sepa­ra­ción de pode­res, los jue­ces y las auto­ri­da­des ecle­siás­ti­cas son ele­gi­das y nom­bra­das por la auto­ri­dad guber­na­ti­va y a pro­pues­ta de los gru­pos de pre­sión o de los par­ti­dos polí­ti­cos, y a esos mis­mos se deben. Por eso las reso­lu­cio­nes jurí­di­cas y las inter­pre­ta­cio­nes teo­ló­gi­cas se esco­ran en sen­ten­cias con­tra­dic­to­rias que por esca­so mar­gen se des­di­cen según las mayo­rías del par­ti­do polí­ti­co domi­nan­te. Por lo tan­to, es nece­sa­rio poner en cues­tión no sólo su legi­ti­mi­dad sino tam­bién la obje­ti­vi­dad y la pro­fe­sio­na­li­dad de sus resoluciones.

Sin embar­go, tan­to los diri­gen­tes de los par­ti­dos, como las auto­ri­da­des nom­bra­das e igual­men­te los miem­bros de los tri­bu­na­les Supre­mo y Cons­ti­tu­cio­nal (v.gr. Pas­cual Sala pre­si­den­te del Cons­ti­tu­cio­nal) reafir­man la inde­pen­den­cia, la hon­ra­dez, la soli­dez y la no ideo­lo­gi­za­ción de las actua­cio­nes toma­das. Pero tales esta­men­tos están for­ma­dos por hom­bres que no podrán nun­ca borrar su depen­den­cia par­ti­dis­ta si quie­ren sobre­vi­vir en sus cargos.

Para una rege­ne­ra­ción demo­crá­ti­ca real habría que tener en cuen­ta no sólo la lega­li­dad sino tam­bién y prin­ci­pal­men­te los dere­chos fun­da­men­ta­les de los miem­bros inte­gran­tes de los esta­dos y de las ins­ti­tu­cio­nes infe­rio­res. Ante la exis­ten­cia nece­sa­ria de los par­ti­dos polí­ti­cos hay que actuar con ener­gía para refor­mar la legis­la­ción elec­to­ral siguien­do las nor­mas del sen­ti­do común y del rec­to sen­ti­do democrática.

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