Nue­vos retos – Raul Zelik

Tras 50 años, pare­ce que la lucha arma­da ha ter­mi­na­do en Eus­kal Herria. Ya antes del «tsu­na­mi ver­de» se intuían bue­nas razo­nes para ello. Des­de hace tiem­po se plan­tea­ba la pre­gun­ta de hacia dón­de pue­de lle­var una lucha que invi­si­bi­li­za sus obje­ti­vos eman­ci­pa­do­res median­te sus medios. Pero tam­bién hubo obje­cio­nes prác­ti­cas: los con­flic­tos irre­gu­la­res nun­ca se ganan en el terreno mili­tar. Las orga­ni­za­cio­nes insur­gen­tes sólo pue­den ganar polí­ti­ca­men­te si logran soca­var la legi­ti­mi­dad del sis­te­ma a tra­vés de accio­nes sor­pren­den­tes. La lucha gue­rri­lle­ra sola­men­te ha fun­cio­na­do así: con alfi­le­ra­zos minó sim­bó­li­ca­men­te un orden supues­ta­men­te inven­ci­ble. En Eus­kal Herria, mien­tras tan­to, hacía tiem­po que uno tenía la impre­sión de que la lucha arma­da se había con­ver­ti­do en par­te del orden. El poder esta­tal se había adap­ta­do per­fec­ta­men­te, y supo apro­ve­char las accio­nes arma­das para rele­gi­ti­mar su carác­ter autoritario.

En este sen­ti­do, pare­ce acer­ta­do aban­do­nar la lucha arma­da. Y pro­ba­ble­men­te ten­gan razón aque­llos que dicen que este fin vie­ne tar­de, bas­tan­te tar­de. Es cier­to que la tran­si­ción espa­ño­la fue una far­sa y que fue méri­to de ETA evi­den­ciar­la a tra­vés de su con­ti­nui­dad. Sin embar­go, la resis­ten­cia no pue­de tener la mis­ma for­ma en una demo­cra­cia bur­gue­sa ‑inde­pen­dien­te­men­te de cuan blin­da­da sea- que en una dic­ta­du­ra mili­tar. Pero, si bien creo que la estra­te­gia de la izquier­da aber­tza­le es acer­ta­da, una de las fra­ses más escu­cha­das duran­te estas sema­nas sue­na como un chis­te absur­do: La izquier­da aber­tza­le se com­pro­me­te con medios exclu­si­va­men­te demo­crá­ti­cos e ins­ti­tu­cio­na­les. ¿Per­dón? ¿Demo­cra­cia e ins­ti­tu­cio­nes? ¿Aque­lla maqui­na­ria buro­crá­ti­co-clien­te­lis­ta de la que esta­mos tan hartos?

La socie­dad espa­ño­la, que des­de el fin de la dic­ta­du­ra ha pare­ci­do tan deso­la­do­ra, tan depri­men­te, en estos días nos ha sor­pren­di­do a todos y todas. Dece­nas de miles se han jun­ta­do ‑fue­ra de las ins­ti­tu­cio­nes y de la lega­li­dad- para expre­sar que no se sien­ten repre­sen­ta­dos; que ya no se deja­rán repre­sen­tar. Los supues­ta­men­te apo­lí­ti­cos han recu­pe­ra­do los espa­cios de inter­cam­bio, orga­ni­zan­do este espa­cio de mane­ra demo­crá­ti­ca des­de aba­jo. Pese a que no se per­fi­la una «revo­lu­ción comu­ne­ra» en Espa­ña, estos acon­te­ci­mien­tos recuer­dan un poco a Amé­ri­ca Lati­na. En el sub­con­ti­nen­te, los pro­ce­sos de cam­bio tam­bién empe­za­ron con una cri­sis de la repre­sen­ta­ción y con una revuel­ta con­tra las ins­ti­tu­cio­nes. Que se vayan todos, decía el lema de los argen­ti­nos en 2001. Y en Vene­zue­la en 1989, los mar­gi­na­dos sim­ple­men­te se fue­ron a los alma­ce­nes para apro­piar­se del bien­es­tar que siem­pre se les había pro­me­ti­do. Hay otra simi­li­tud más: igual que hoy en Espa­ña, la izquier­da polí­ti­ca era inexis­ten­te antes de las revueltas.

El soció­lo­go por­tu­gués Boa­ven­tu­ra de Sou­sa San­tos des­cri­be nues­tras socie­da­des como «demo­cra­cias de baja inten­si­dad» don­de exis­ten «islas de rela­cio­nes demo­crá­ti­cas en un archi­pié­la­go de des­po­tis­mos (eco­nó­mi­cos, socia­les, racia­les, sexua­les, reli­gio­sos)». Con­si­de­ro fun­da­men­tal esta crí­ti­ca para la com­pren­sión de nues­tras socie­da­des. Y creo que tam­po­co hay que hacer­se ilu­sio­nes sobre la posi­bi­li­dad de trans­for­mar estas demo­cra­cias des­de las instituciones.

La his­to­ria de las pro­pues­tas elec­to­ra­les alter­na­ti­vas ‑empe­zan­do por los par­ti­dos obre­ros has­ta las nue­vas for­ma­cio­nes ecologistas‑, evi­den­cia que las polí­ti­cas alter­na­ti­vas no se con­quis­tan en pri­mer lugar median­te elec­cio­nes. En Euro­pa, la mayo­ría de las refor­mas de dere­cha se plas­ma­ron con gobier­nos de cen­troiz­quier­da. Acor­dé­mo­nos del PSOE que lle­vó Espa­ña a la OTAN o del gobierno roji-ver­de que des­man­te­ló el sis­te­ma social en Ale­ma­nia. Es menos para­dó­ji­co de lo que pare­ce; ya que los gobier­nos de cen­troiz­quier­da enfren­tan menos resis­ten­cia social, los gre­mios empre­sa­ria­les y con­sor­cios mediá­ti­cos apues­tan a menu­do por esta opción.

Pero las pro­pues­tas elec­to­ra­les no sólo cho­can con las corre­la­cio­nes de poder. Las ins­ti­tu­cio­nes tam­bién trans­for­man a los que se meten en ellas. Estan­do en fun­cio­nes guber­na­men­ta­les, los par­ti­dos alter­na­ti­vos empie­zan a con­for­mar rela­cio­nes clien­te­lis­tas con el esta­do. Es decir, sus cua­dros desa­rro­llan un inte­rés mate­rial en man­te­ner el sta­tus quo. Final­men­te, no son los refor­mis­tas los que refor­man al esta­do; es el esta­do que trans­for­ma a los transformadores.

Aho­ra bien, es cier­to que en Eus­kal Herria este no ha sido el caso. La izquier­da aber­tza­le tie­ne repre­sen­ta­ción ins­ti­tu­cio­nal des­de 1978 sin que se haya asi­mi­la­do, buro­cra­ti­za­do o corrom­pi­do como otros par­ti­dos. Pare­ce ser la gran excep­ción que demues­tra que la par­ti­ci­pa­ción ins­ti­tu­cio­nal sí pue­de fun­cio­nar. No hay que olvi­dar, sin embar­go, que la cohe­ren­cia de la izquier­da aber­tza­le tam­bién tuvo que ver con el con­flic­to. Para la medio­cri­dad opor­tu­nis­ta, atraí­da por el éxi­to elec­to­ral como las mos­cas por la miel, la izquier­da aber­tza­le nun­ca ha sido una opción intere­san­te, dado que siem­pre esta­ba ame­na­za­da por la cri­mi­na­li­za­ción. Con el nue­vo ciclo polí­ti­co esto pro­ba­ble­men­te cam­bia­rá. Ade­más, el van­guar­dis­mo revo­lu­cio­na­rio sur­tía efec­to. Será cier­to que este van­guar­dis­mo no fue muy demo­crá­ti­co, pero per­mi­tió que la izquier­da aber­tza­le man­tu­vie­ra un sano escep­ti­cis­mo fren­te a las ins­ti­tu­cio­nes. Una y otra vez los «radi­ca­les» trans­mi­tían que son las luchas popu­la­res ‑y no la con­for­ma­ción de los gobier­nos- las que trans­for­man a las socie­da­des (a veces, has­ta los radi­ca­les tene­mos razón).

Afor­tu­na­da­men­te, se ha ter­mi­na­do el ciclo de las van­guar­dias y de los muer­tos ‑oja­lá ter­mi­ne pron­to tam­bién el de los tor­tu­ra­dos y pre­sos-. Pero no hay que olvi­dar que este nue­vo ciclo tie­ne sus ries­gos. Sin el con­flic­to, el sis­te­ma repre­sen­ta­ti­vo hará sen­tir su fuer­za de asi­mi­la­ción. En el pasa­do, no ha habi­do muchos par­ti­dos de izquier­da que hayan sabi­do resis­tir a la seduc­ción del poder.

¿Sig­ni­fi­ca que Bil­du debe­ría dejar de gober­nar ‑como lo desea Odón Elor­za y otros muchos- para acam­par en el Bou­le­vard de Donos­tia? Meta­fó­ri­ca­men­te hablan­do, la izquier­da aber­tza­le se encuen­tra en acam­pa­da per­ma­nen­te des­de hace 40 años. No hay que sub­es­ti­mar lo que ha con­se­gui­do con esta movi­li­za­ción. Si Eus­kal Herria se dis­tin­gue de la tris­te Euro­pa con­tem­po­rá­nea, es por dicha movi­li­za­ción. Pero nin­gu­na socie­dad pue­de man­te­ner­se cons­tan­te­men­te en la calle. En este sen­ti­do, Bil­du no se debe ni se pue­de ausen­tar. Hay que reco­no­cer que en el pasa­do la izquier­da aber­tza­le ha actua­do de mane­ra bas­tan­te inte­li­gen­te fren­te a las ins­ti­tu­cio­nes. Des­con­fian­do del esce­na­rio repre­sen­ta­ti­vo, ha con­tri­bui­do a cons­truir avan­ces con­cre­tos: en favor del eus­ka­ra, de los dere­chos socia­les, de la igual­dad de géne­ro, etc.

Es pro­ba­ble que en el futu­ro sea más difí­cil de man­te­ner una pos­tu­ra inte­li­gen­te. Los can­tos de sire­na ‑y las boni­fi­ca­cio­nes mate­ria­les- del espec­tácu­lo ins­ti­tu­cio­nal des­ple­ga­rán todo su poder. ¿Qué pue­de hacer la izquier­da aber­tza­le para no con­ver­tir­se en par­te de este sis­te­ma con­tra el cual esta­mos hoy en la calle? Lo pri­me­ro, segu­ra­men­te, es man­te­ner la acti­tud crí­ti­ca. Ya antes del 15‑M se podía saber que la demo­cra­cia real poco tie­ne ver con el tea­tro mediá­ti­co que nos lla­ma a la selec­ción de un pro­duc­to cada 4 años. Pero es bueno que, pre­ci­sa­men­te en este momen­to, los de la Puer­ta del Sol nos lo hayan recor­da­do (aun­que hubie­ra sido gra­to si se hubie­ran indig­na­do fren­te a las ile­ga­li­za­cio­nes y tor­tu­ras tam­bién). Demo­cra­cia sig­ni­fi­ca ampliar cons­tan­te­men­te los espa­cios de la demo­cra­cia, libe­ran­do a todo un archi­pié­la­go des­pó­ti­co: en las empre­sas, las fami­lias, los pro­ce­sos admi­nis­tra­ti­vos y de planificación.

En segun­do lugar, se nece­si­ta­rá un con­trol social de los elec­tos. Una de las mejo­res con­sig­nas de la izquier­da aber­tza­le fue la de 1978: «Alka­te­rik one­na… herria!» En este sen­ti­do, la pri­me­ra tarea para una fuer­za demo­cra­ti­za­do­ra no es gober­nar, sino abrir espa­cios de deci­sión para el pue­blo. Ahí, Eus­kal Herria tie­ne la ven­ta­ja de poder recu­rrir a las exis­ten­tes tra­di­cio­nes comunitarias.

El nue­vo ciclo polí­ti­co comen­zó en 2004 en Anoe­ta con una crí­ti­ca implí­ci­ta a las van­guar­dias. De aho­ra en ade­lan­te ya no serán el Esta­do y ETA, sino los habi­tan­tes de las tie­rras vas­cas los que debe­rán deci­dir. Algo pare­ci­do se rei­vin­di­ca hoy en la Puer­ta del Sol. La demo­cra­cia es el poder popular.

Segu­ra­men­te, no da lo mis­mo que Bil­du esté en la Dipu­tación Foral de Gipuz­koa o no. Pero estar en sí mis­mo tam­po­co es un logro. La eman­ci­pa­ción no la hacen los gobier­nos; ni siquie­ra los más hon­ra­dos y pro­gre­sis­tas. La eman­ci­pa­ción hay que con­quis­tar­la y cons­truir­la des­de la socie­dad. Por todo ello, me emo­cio­na el nue­vo ciclo político.

.* Escri­tor, Berín.

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