La victoria de hace cinco años del Scottish National Party (SNP) le permitió formar un gobierno en minoría y supuso un serio aviso de que el soberanismo escocés estaba entrando en un carril claramente definido hacia la independencia, y sobre todo, que cada vez sectores más amplios de la sociedad apoyaban esa ruta.
Los días previos a la cita electoral de la pasada semana se han sucedido las encuestas, y en la mayoría de ellas se apuntaba a una recuperación del Partido Laborista, que podía acabar con el mandato del SNP, pero como ocurre en estos casos, la realidad y la proyección no han coincidido. No sólo el laborismo ha asistido estupefacto a la pérdida de escaños hasta la fecha considerados como “seguros”, sino que el nacionalismo escocés ha consolidado sus feudos tradicionales y comenzaba a ganar espacios que hasta la fecha estaban en manos de otras tendencias ideológicas.
Hace cuatro años el mapa electoral de Escocia estaba representado por la predominancia del color rojo (laboristas) en la mayor parte del centro del país, y con espacios de naranja (liberal demócratas) en las zonas rurales del noreste y las Tierras Altas. Tras las recientes elecciones el mapa se ha transformado por completo. Ahora apenas se ven algunos trazos rojos y naranjas, y la casi totalidad del mapa presenta una color amarillo (SNP). En definitiva, a la histórica victoria del nacionalismo escocés hay que añadir los peores resultados para el laborismo desde 1931, un partido conservador que gobernando en Londres sigue manteniendo una tendencia a la baja en Escocia, y lo el peor resultado de liberal-demócratas desde los años setenta.
Esta nueva representación del parlamento escocés rompe muchas tendencias del pasado. Parece que por un lado pone fin al viejo y manido debate sobre el pulso entre laboristas y conservadores (e incluso entre las tendencias internas de los mismos, como las fricciones entre Tatcheristas y torys tradicionales, o el viejo versus nuevo laborismo). Pero al mismo tiempo se desmonta la teoría de que el SNP no pudiera lograr una mayoría con el actual sistema electoral que rige en Escocia.
El largo camino que el SNP emprendió hace tiempo parece que está dándole sus frutos. La caracterización del partido en torno a figuras como Alex Salmond, y su estrategia a medio- largo plazo, unido a un movimiento que se presenta cada día más inclusivo ante la sociedad escocesa y que logra agrupar en torno suyo a más adeptos al soberanismo, son datos a tener en cuenta a la hora de analizar esta victoria del SNP, y su capacidad de afrontar los retos que se aprecian en el horizonte escocés.
Desde hace tiempo desde alguna prensa “londinense” se han ido construyendo una serie de mitos que no guardan relación directa con la realidad, y que obedecen más a intereses y temores hacia un posible desenlace independentista en torno a Escocia. Algunos medios llevan tiempo utilizando un supuesto resentimiento inglés hacia los “privilegios” escoceses, que se enmarca en un sentimiento de marginalidad hacia Inglaterra en la actual composición de Gran Bretaña. Para esos sectores, una independencia escocesa significaría el final de los poco más de 300 años del Reino Unido, y acabaría al mismo tiempo con la idea de una nación o entidad política británica.
Unido a ello esos actores londinenses también ven la necesidad de restaurar el sentimiento y los valores británicos, son los llamados “ukanianos”, y que no quieren reconocer que están ante una nueva era que va a acabar tirando por tierra los soportes que hasta ahora han mantenido a realidades político estatales como la “británica”.
En ese contexto cabe resaltar también la seria crisis identitaria que planea desde hace tiempo sobre el unionismo. Los defensores del status quo estatal actual tienen cada día menos apoyos, y todos los argumentos que hasta ahora han venido utilizando se están desmontando. Por ello las voces unionistas que salen en defensa de un proyecto caduco y repleto de grietas cuentan cada vez con menos respaldo popular.
Las “trampas” institucionales (sistema que evite una mayoría nacionalista) son insostenibles o ineficaces, como lo es también el manido discurso unionista (en Escocia, pero también en otros lugares del mundo) sobre la supuesta inviabilidad del proyecto estatalista de realidades nacionales pequeñas. Los soberanistas escoceses, catalanes o vascos observan la creación de nuevos estados de menor tamaño y que a día de hoy tienen su encaje en el engranaje institucional del mundo, lo que unido a datos concretos echan por tierra esos discursos negacionistas del unionismo.
El camino hacia la independencia de Escocia atraviesa por tanto una nueva fase. Todavía es pronto para saber si la mayoría de la población escocesa apoyaría una propuesta de independencia a través de un referéndum, pero lo que casi nadie pone en duda es que el tiempo juega a favor de las tesis soberanistas, además de la capacidad que hasta el momento ha demostrado el SNP para administrar la mayoría, y si en el pasado esta era relativa, en esta nueva coyuntura el margen de maniobra y negociación será sin duda alguna mucho mayor.
Algunas claves en ese sentido las encontramos en la capacidad del SNP de seguir atrayendo en los próximos meses o años a más gente hacia el proyecto soberanista, junto a los apoyos mediáticos y económicos de calado, y sobre todo en la posibilidad que la actual mayoría le concede al SNP para ir creando toda una infraestructura institucional que cimiente aún más el camino hacia la independencia de Escocia.
El proceso de una consulta independentista está sin definir, pero durante los próximos meses se irán sucediendo algunas pistas sobre el devenir de la misma. Algunos analistas señalan la posibilidad de que en lugar de una consulta con una sola pregunta (independencia sí o no), el dirigente nacionalista podría estar estudiando la posibilidad de formular una respuesta en torno a tres opciones: una mayor autonomía, pero manteniendo el actual status quo dentro del Reino Unido; no cambiar la situación actual; o, la independencia.
Todo ello debería ir acompañado de varias fases. Tras un referéndum que aprobase la independencia, deberían sucederse las negociaciones entre Londres y Edimburgo para la materialización de la misma, y posteriormente en una segunda consulta la población escocesa ratificaría o no lo acordado.
También llama la atención la reacción que hasta ahora ha generado todo ese movimiento en torno al posible referéndum y a su resultado. Sobre todo cabría resaltar la reacción de voces cualificadas en Londres donde se afirma que a pesar de no compartir la idea de una independencia de Escocia, en caso de que ésta contara con apoyo mayoritario sería “impensable intentar bloquearla desde Westminster”, y es que a día de hoy nadie duda de la legalidad de la misma de llevarse a cabo. En ese sentido también conviene resaltar las declaraciones de Michael Moore, secretario de los Liberal-Demócratas en Escocia, y declarado unionista, que sin embargo reconoce que la actual coalición gobernante en Westminster no puede poner ningún obstáculo a la hipotética consulta, rechazando cualquier maniobra obstaculizadora que algunos pretendan poner en marcha desde Londres.
De momento desde el SNP ya se dicho la necesidad de reformar la Scotland Bill, buscando dotar a Escocia de “un mayor poder económico y una autonomía fiscal real”. Y como ha señalado recientemente un dirigente de dicho partido, “la independencia no es un proceso abstracto. Es nuestra habilidad como pueblo de prosperar económica y socialmente”.
Se abren nuevos tiempos para Escocia, y como apuntaba un analista local, mientras muchos hablan de los acontecimientos y los cambios del mundo árabe, tal vez sea el momento, sobre todo tras estos resultados electorales, de comenzar a hablar de la “primavera escocesa”.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)