La moral y la fami­lia «La dic­ta­du­ra de los sexos» – Géne­ro con clase

«Del dis­cur­so de base deter­mi­nis­ta a las luchas por la igual­dad de géne­ro. Los logros alcan­za­dos y las con­quis­tas que faltan».
Las chi­cas ves­ti­das con los pan­ta­lo­nes pata de ele­fan­te salían a las calles, las pin­ta­ban, y exi­gían su dere­cho a ir a tra­ba­jar en pan­ta­lo­nes. Esa ima­gen del Mayo fran­cés lle­ga­ba a los tele­vi­so­res argen­ti­nos y retum­ba­ba en las cabe­zas feme­ni­nas. La bata­lla se había des­ata­do: París, New York y Roma le habían dado sus pri­me­ros cache­ta­zos; pero los gran­des difu­so­res de ideas seguían ter­cos insis­tien­do en las bue­nas costumbres.

La cons­truc­ción del orden de la moral y la fami­lia entra­ba en cri­sis en aque­llos años 60, las nue­vas gene­ra­cio­nes no sólo ponían en dispu­ta el orden polí­ti­co en el terreno de lo públi­co, tam­bién recha­za­ban las rela­cio­nes filia­les en la esfe­ra pri­va­da y comen­za­ban a cues­tio­nar los roles socia­les preestablecidos.

Bajo la expli­ca­ción bio­ló­gi­ca o gené­ti­ca de las deno­mi­na­das dife­ren­cias de sexo, se logró que un gran núme­ro de per­so­nas atri­bu­yan dife­ren­tes roles o expec­ta­ti­vas al com­por­ta­mien­to de los suje­tos de acuer­do a la idea que se hacen de su sexo. Este dis­cur­so de base deter­mi­nis­ta ava­la la sepa­ra­ción de con­duc­tas con­si­de­ra­das mas­cu­li­nas o feme­ni­nas, de ahí que se espe­ra que una per­so­na se com­por­te “como un hom­bre” o “como una mujer”.

Ese ideal domés­ti­co como hori­zon­te homo­gé­neo y exclu­yen­te se dia­gra­ma en los años 30. La mora­li­dad fami­liar, como sos­tie­ne la his­to­ria­do­ra Isa­be­lla Cos­se, se cons­ti­tu­yó en uno de los esce­na­rios de las dipu­tas polí­ti­cas, una iden­ti­dad cla­sis­ta en la que se defien­den los intere­ses de cla­se a tra­vés de la natu­ra­li­za­ción de las rela­cio­nes de poder y el orde­na­mien­to social. El casa­mien­to hete­ro­se­xual para toda la vida, basa­do en la jerar­quía y dife­ren­cia­ción de roles se eri­gió como úni­co camino para la con­sa­gra­ción indi­vi­dual, para la espe­ran­za­do­ra e ilu­so­ria movi­li­dad social.

Es en la fami­lia don­de se impo­ne esa expe­rien­cia pre­coz de la divi­sión sexual del tra­ba­jo y de la repre­sen­ta­ción legi­ti­ma­do­ra de esa divi­sión, garan­ti­za­da por el dere­cho e ins­cri­ta en el len­gua­je y se tras­la­da al ámbi­to esco­lar como vehícu­lo for­ma­dor. En este sen­ti­do, la tele­vi­sión se tor­na fun­da­men­tal en la tarea de mar­car, defi­nir, un ideal de femi­ni­dad que resul­ta opresivo.

La cons­truc­ción del matri­mo­nio era omni­pre­sen­te en los dis­cur­sos públi­cos, sobre todo en los entes esta­ta­les y las ins­ti­tu­cio­nes social­men­te reco­no­ci­das y jerar­qui­za­das. La igle­sia cató­li­ca, la cor­po­ra­ción médi­ca y los medios de comu­ni­ca­ción unían lo domés­ti­co con la cons­truc­ción de la nación.

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