Sor­tu en el Tri­bu­nal Supre­mo – Iña­ki Lasa­ga­bas­ter, Ramón Zallo

Muchos esta­mos decep­cio­na­dos con el poder judi­cial, espe­cial­men­te con la par­te de la magis­tra­tu­ra que enjui­cia ámbi­tos cer­ca­nos a la polí­ti­ca. Ya arras­tra varios tiro­nes de ore­ja de Euro­pa (con­de­nas arbi­tra­rias como en el caso Ote­gi, la mira­da a otro lado en casi todas las denun­cias de tor­tu­ras no inves­ti­ga­das…) y un supe­rá­vit his­tó­ri­co de des­pres­ti­gio (sen­tan­do en el ban­qui­llo a un lehen­da­ka­ri y a diri­gen­tes polí­ti­cos, o cerran­do perió­di­cos para que todo ter­mi­ne en nada en el «caso Egun­ka­ria», o humi­llan­do al pue­blo cata­lán a inte­rés de par­te o con suma­rios como el 1898).

Sólo con algu­nas sen­ten­cias pro­fe­sio­na­les («caso Egun­ka­ria» o Udal­bil­tza) y con con­de­nas como las rea­li­za­das a guar­dias civi­les por el caso Por­tu y Sara­so­la, la Jus­ti­cia apun­ta un camino que no sabe­mos si va a ser o no domi­nan­te, en su ten­sión eter­na entre ser­vir a la jus­ti­cia y apli­car la ley o ser­vir a los intere­ses tác­ti­cos del Estado.

La no lega­li­za­ción es insos­te­ni­ble jurídicamente:

La futu­ra sen­ten­cia que ha de dic­tar el Tri­bu­nal Supre­mo sobre el caso Sor­tu es muy impor­tan­te para la jus­ti­cia en sí y para saber has­ta dón­de pue­de o no lle­gar la con­ta­mi­na­ción polí­ti­ca del cri­te­rio judi­cial en un caso evidente.

La letra de la endu­re­ci­da Ley de Par­ti­dos y la doc­tri­na esta­ble­ci­da ‑des­mar­que explí­ci­to ante la vio­len­cia, estra­te­gia vin­cu­la­da a los dere­chos huma­nos, los valo­res demo­crá­ti­cos y el plu­ra­lis­mo y una estruc­tu­ra orga­ni­za­cio­nal demo­crá­ti­ca homo­lo­ga­ble- ampa­ran rotun­da­men­te la pre­ten­sión de Sor­tu. Los esta­tu­tos pre­sen­ta­dos son impe­ca­bles y ale­ja­dos de cual­quier argu­cia, para con­ver­tir­se en un com­pro­mi­so públi­co ante pro­pios y extra­ños. No tie­ne otra inter­pre­ta­ción que la de la apues­ta ine­quí­vo­ca de recha­zo de la vio­len­cia polí­ti­ca, inclu­yen­do expre­sa­men­te la vio­len­cia de ETA. Es un pun­to de infle­xión his­tó­ri­co que, ade­más, anun­cia un cam­bio de men­ta­li­dad: des­de el «yo soy la cons­truc­ción nacio­nal y todo vale» al yo con­tri­bu­yo e inten­to lide­rar­la des­de lo que logre legítimamente.

Si en el con­te­ni­do y la acti­tud mate­rial el par­ti­do Sor­tu ha sido serio, tam­bién for­mal­men­te cum­ple con que nin­guno de los pro­mo­to­res haya sido con­de­na­do (y no reha­bi­li­ta­do) por per­te­nen­cia a orga­ni­za­ción ile­gal. No vamos a insis­tir en este aspec­to, aun­que su mis­ma exi­gen­cia no deja de cons­ti­tuir un absur­do. Si se exi­ge a la izquier­da aber­tza­le que cam­bie, ten­drán que ser los mis­mos. Si fue­ran otros, no sería nece­sa­rio el cambio.

Ya nadie en su sano jui­cio ‑sal­vo en los mal infor­ma­dos y des­acre­di­ta­dos, por ten­den­cio­sos, infor­mes de la Guar­dia Civil, Poli­cía y simi­la­res- sos­tie­ne que se tra­te de una bur­la para sor­tear un esco­llo legal. Ya es evi­den­te que no hay suce­sión de un par­ti­do ile­ga­li­za­do, sino rup­tu­ra con una estra­te­gia, y una refun­da­ción con nue­vas volun­ta­des, méto­dos, medios, sis­te­mas de orga­ni­za­ción y funcionamiento.

La ile­ga­li­za­ción es insos­te­ni­ble políticamente:

Decir que Sor­tu es con­ti­nui­dad de Bata­su­na es lo mis­mo que decir que el PP lo es del fas­cis­mo fran­quis­ta. Apli­can­do esa regla de tres, no habría aho­ra dere­cha reac­cio­na­ria en el Esta­do espa­ñol. Ya que se fan­ta­sea tan­to con la «bri­llan­te» y amné­si­ca tran­si­ción, cho­ca que, en este otro tema, se acu­da a las argu­men­ta­cio­nes más for­ma­lis­tas para impe­dir la tran­si­ción del inde­pen­den­tis­mo radi­cal a un mode­lo de estra­te­gia, de orga­ni­za­ción y de lucha dis­tin­tas. Será que le temen.

Al con­tra­rio, es mag­ní­fi­co y con­sus­tan­cial a la via­bi­li­dad de Sor­tu que lo hayan ava­la­do per­so­nas sig­ni­fi­ca­ti­vas del mun­do de Bata­su­na, por­que eso, y sólo eso, da vera­ci­dad y garan­tía al pro­ce­so polí­ti­co abier­to de tran­si­ción inter­na. Lo con­tra­rio habría sido un brin­dis al sol, o una ini­cia­ti­va mino­ri­ta­ria sin futu­ro, o una esci­sión que espo­lea­ría la con­tun­den­cia de quie­nes que­da­ran fue­ra. Y tam­bién es esen­cial para el pro­ce­so empren­di­do que el gol­pe de timón lar­ga­men­te tra­ba­ja­do no enca­lle en la estu­pi­dez ajena.

Si así fue­ra, que­rría decir que des­de los pode­res no se quie­re la paz, sino una lar­ga, ten­sa, dolo­ro­sa y difí­cil derro­ta. Dicho de otra mane­ra, lo que no se que­rría es que hubie­ra izquier­da nacio­na­lis­ta ni nacio­na­lis­mo y se pre­fe­ri­ría una ETA fun­cio­nal, aco­rra­la­da y golpeando.

Sue­na a jue­go sucio que los mis­mos que pusie­ron alto el lis­tón pre­ten­dan subir­lo aho­ra más. Ade­más de sabo­tear la pala­bra dada ‑algo muy esti­ma­do por aquí‑, sig­ni­fi­ca que lo de menos sería el lis­tón (subir­lo has­ta don­de no se pue­da sal­tar) y lo que se que­rría es la ile­ga­li­dad orgá­ni­ca a medio pla­zo de un seg­men­to sig­ni­fi­ca­ti­vo de población.

Exi­gir nue­vos requi­si­tos es como refor­mar de fac­to la Ley de Par­ti­dos y con­ver­tir algo que era excep­cio­nal ‑prohi­bir un par­ti­do- en la regla. Se entien­de que el PP cha­po­tee bien en la prohi­bi­ción. Pero que hayan sido los socia­lis­tas los que hayan inter­pues­to el recur­so y la argu­men­ta­ción es indig­nan­te. Cla­ro que tie­ne una doble ven­ta­ja en el mun­do de la hipo­cre­sía polí­ti­ca y no de los prin­ci­pios: si el Tri­bu­nal Supre­mo les da la razón, se con­fir­ma­rán en sus argu­men­tos, y si no se la da, dirán que ¡mag­ní­fi­co!, por­que así ya no habrá dudas y se calla­rá el PP.

Cua­ren­te­nas y desapariciones:

La nue­va con­sig­na con la que se pre­sio­na al Tri­bu­nal Supre­mo es que nie­gue la lega­li­za­ción de Sor­tu, sea para apli­car una cua­ren­te­na de veri­fi­ca­ción de su volun­tad de recha­zo a ETA, sea has­ta que ETA desaparezca.

La cua­ren­te­na sería absur­da e ile­gal, por­que supo­ne acep­tar que quien no es legal pue­da rea­li­zar prác­ti­cas polí­ti­cas ile­ga­les que serían obser­va­das para ver su evolución.

Con­di­cio­nar la lega­li­za­ción a la des­apa­ri­ción de ETA es endo­sar­le la res­pon­sa­bi­li­dad de las accio­nes y de la exis­ten­cia de un ter­ce­ro (ETA) a un agen­te polí­ti­co que ya ha teni­do tres logros: una tre­gua uni­la­te­ral, una nue­va opor­tu­ni­dad de ter­mi­nar con una lar­ga espi­ral y una des­le­gi­ti­ma­ción de la vio­len­cia en toda la corrien­te a tra­vés de la pro­pues­ta de los esta­tu­tos y las obli­ga­cio­nes mili­tan­tes de recha­zo a las accio­nes de ese tipo. A modo de ensa­yo, esto últi­mo ya se ha pro­du­ci­do al cono­cer­se la pre­sun­ta ame­na­za de aten­ta­do a López o Ares de hace un año.

Mucho menos se le pue­de pedir que des­mon­te ETA. Y ello por dos razo­nes: por­que no podría y por­que ésa es una potes­tad de la pro­pia orga­ni­za­ción arma­da o la com­pe­ten­cia de los sis­te­mas de Jus­ti­cia y de la Poli­cía. Y si éstos, que han some­ti­do a ETA y su «entorno» a una durí­si­ma repre­sión, no lo han logra­do has­ta hoy, no pue­den endo­sar a otros su fra­ca­so. ¡A ver si va a ser que, ade­más, había un pro­ble­ma polí­ti­co, y la cosa no iba sólo de criminales…!

¿Y Zapa­te­ro? ¿Cómo es posi­ble que eche por la bor­da la opor­tu­ni­dad de lide­rar moral­men­te este pro­ce­so quien ya lo inten­tó con la tre­gua ante­rior, en cir­cuns­tan­cias mucho más inse­gu­ras? ¿Cómo es posi­ble que quien ya se ha sui­ci­da­do polí­ti­ca­men­te como izquier­da ‑dete­rio­ran­do para las mayo­rías socia­les el mer­ca­do de tra­ba­jo y el sis­te­ma de pen­sio­nes en aras de la aus­te­ri­dad eco­nó­mi­ca y en bene­fi­cio de los gran­des capi­ta­les- ten­ga remil­gos para sui­ci­dar­se un poqui­to más, aca­ban­do con un pro­ble­ma de 50 años e irse por la puer­ta gran­de? No se le entiende.

Estos últi­mos años no han sido bue­nos para la jus­ti­cia, tal como reco­no­ce todo el mun­do. El caso Sor­tu da al Tri­bu­nal Supre­mo la posi­bi­li­dad de ini­ciar la recu­pe­ra­ción de la legi­ti­mi­dad per­di­da. Es la hora del Dere­cho, del prin­ci­pio de lega­li­dad y de la inter­pre­ta­ción de los dere­chos fun­da­men­ta­les de la for­ma más favo­ra­ble a su ejer­ci­cio. Así debe ser en una demo­cra­cia seria.

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