[Video] Ante la mar­cha del dia 27 en Iru­ñea, tes­ti­mo­nios de vasc@s tras pasar por cuar­te­li­llos españoles

Las per­so­nas que nos encon­tra­mos aquí hemos sido tor­tu­ra­das por la Guar­dia Civil o la Poli­cía Nacio­nal. Y somos sólo una peque­ña repre­sen­ta­ción de las 10.000 per­so­nas que han sufri­do tor­tu­ras en Eus­kal Herria en las últi­mas déca­das, una prác­ti­ca que nos ha deja­do 13 muertos.

Algu­nos estu­vi­mos 2 ó 3 días inco­mu­ni­ca­dos, otras cin­co días, otros has­ta 10, y en ese perio­do vivi­mos uno de los momen­tos más duros de nues­tras vidas.

Es impo­si­ble expli­car lo que se sien­te cuan­do estás a mer­ced de esa cua­dri­lla de psi­có­pa­tas, total­men­te inde­fen­so, ais­la­do del mun­do, estás en sus manos, sin nin­gún tipo de con­trol judi­cial, médi­co o psi­co­ló­gi­co, tú sólo, tú sola, con un anti­faz, sin saber si es de día o de noche, aguan­tan­do como pue­des los gol­pes, las sesio­nes de bol­sa, los elec­tro­dos, la bañe­ra, las vio­la­cio­nes, cuan­do te ponen una pis­to­la en la mano, cuan­do simu­lan tu eje­cu­ción, cuan­do te dicen que tu madre está en el hos­pi­tal, que a tu her­mano lo tie­nen dete­ni­do, que están vio­lan­do a tu com­pa­ñe­ra, que te van a per­se­guir duran­te toda la vida… Gri­tos, ame­na­zas, lágri­mas, sudor, aho­ga­do en tus vómi­tos, per­der el cono­ci­mien­to, ori­nar­te enci­ma. Y oyes los gri­tos de las otras per­so­nas que están sien­do tor­tu­ra­das en la maz­mo­rra de al lado. Y así duran­te 3, 5, 10 días. Gri­tos, gri­tos, gri­tos, gol­pes, gol­pes, gol­pes, bol­sa, bol­sa, bolsa.

Los efec­tos de la tor­tu­ra no se limi­tan a los días en que estás inco­mu­ni­ca­do. Oír un nue­vo tes­ti­mo­nio de tor­tu­ras o ver a tu alre­de­dor a los poli­cías que te tor­tu­ra­ron sig­ni­fi­ca revi­vir aquel infierno, y cuan­do reci­bes nue­vas ame­na­zas no pue­des evi­tar el pavor a pasar de nue­vo por el infierno.

No os podéis ima­gi­nar lo duro que es para noso­tros y noso­tras el hacer públi­cos los tes­ti­mo­nios de nues­tro paso por el infierno. Y si lo hace­mos no es para dar pena, no que­re­mos que nadie sien­ta com­pa­sión por lo que nos ha pasa­do. Lo que que­re­mos es que esta cru­da reali­dad remue­va las con­cien­cias de este pue­blo, y que entre todos y todas sume­mos fuer­zas para erra­di­car de una vez la tor­tu­ra. Para que nin­gu­na per­so­na sien­ta nun­ca más ese terri­ble deseo de morir­te de una vez cuan­do te están apli­can­do la bol­sa, cuan­do te han asfi­xia­do duran­te horas y siguen, y siguen, y siguen, y ya no tie­nes fuer­zas ni para acor­dar­te de la vida. Por­que ahí solo ves la muerte.

La denun­cia, el com­pro­mi­so social y la movi­li­za­ción son las úni­cas herra­mien­tas que tene­mos fren­te a un Esta­do que no quie­re des­te­rrar la tor­tu­ra de su prác­ti­ca polí­ti­ca. Por eso, que­re­mos aplau­dir todas las ini­cia­ti­vas con­tra la tor­tu­ra que se han pues­to en mar­cha en los últi­mos meses, y más con­cre­ta­men­te el Foro Cívi­co con­tra la Tor­tu­ra “Este­ban Murue­ta­goie­na” que dis­tin­tos agen­tes polí­ti­cos, sin­di­ca­les y socia­les han orga­ni­za­do en Iru­ñea para los días 25 y 26 de marzo.

Allí esta­re­mos, nos suma­mos a esta ini­cia­ti­va, y pedi­mos a la socie­dad vas­ca que pon­ga en mar­cha muchas ini­cia­ti­vas más has­ta lograr la erra­di­ca­ción defi­ni­ti­va de la tortura.

Noso­tros y noso­tras tam­bién que­re­mos poner nues­tro gra­ni­to de are­na en esta tarea, y por eso hace­mos un lla­ma­mien­to a tomar par­te en la mani­fes­ta­ción que hemos orga­ni­za­do para este domin­go 27 de mar­zo. Sal­dre­mos a las 12 del medio­día des­de la Esta­ción de Auto­bu­ses, y pasa­re­mos por el cuar­tel de la Guar­dia Civil y la Dele­ga­ción del Gobierno para exi­gir­les que dejen de tor­tu­rar a la gen­te, que dejen de repri­mir a este pue­blo, que aban­do­nen las armas y se atre­van a con­fron­tar demo­crá­ti­ca­men­te con el inde­pen­den­tis­mo vas­co, sin tor­tu­ras, sin deten­cio­nes, sin vio­len­cia, sin ame­na­zas, sin imposiciones.

Final­men­te, que­re­mos sub­ra­yar que com­par­ti­mos el aná­li­sis de que la úni­ca vía para garan­ti­zar que nadie más va a pasar por el infierno es aca­bar con la inco­mu­ni­ca­ción y poner en mar­cha las medi­das de pre­ven­ción de la tor­tu­ra reco­men­da­das por el TAT (Tor­tu­ra­ren Aur­ka­ko Tal­dea). Y esa es la exi­gen­cia que hace­mos al Gobierno: que aca­ben ya con la incomunicación.

Lla­ma­mos a toda la socie­dad vas­ca a unir a unir fuer­zas has­ta con­se­guir­lo. Y el 27 de mar­zo tene­mos una cita en Iruñea.

Nafa­rroan azken atxi­lo­tuen tor­tu­ra testigantzak

Iker Moreno

INKOMUNIKAZIO EGUNAK

Urtarrilak17, aste­le­he­na:

Como otras muchas veces, me fui a casa de mi pri­ma a cenar (villa­va) para com­par­tir los coti­lleos de las ulti­mas sema­nas y echar unas risas. A cau­sa de la mudan­za de casa (me fui de Bur­la­ta a Huar­te a vivir con unas ami­gas), y apro­ve­chan­do que tenia el pija­ma en la mochi­la, me que­de a dor­mir en su casa (villa­va, casa de mi prima).

Urtarrilak18, astear­tea:

Los fuer­tes gol­pes en la puer­ta y el rui­do inter­mi­ten­te del tim­bre me des­per­ta­ron pron­to. Mi pri­ma fue la que se levan­to a abrir la puer­ta. “Iker Moreno! ¿Dón­de esta Iker Moreno? Gri­ta­ban una y otra vez. Con el pija­ma pues­to y des­cal­zo me acer­que a la puer­ta. En cuan­to apa­re­cí tres o cua­tro me apun­ta­ron con sus pis­to­las y unos cuan­tos guar­dias civi­les me gri­ta­ban que me tum­ba­ra en el sue­lo. Me colo­ca­ron las espo­sas y me pre­gun­ta­ron haber si había alguien más en casa. Yo les dije que si, las dos ami­gas de mi pri­ma que vivían con ella. Como no tenían orden para regis­trar su casa tuvie­ron que entrar con mi pri­ma para mirar que no había nadie más. Lue­go nos metie­ron de uno en uno pri­me­ro mi pri­ma y lue­go a mi. Ella cogio ropa para ella y para sus ami­gas (pues­to que en las esca­le­ras hacia frío) y a mi me qui­ta­ron los gri­lle­tes por dos minu­tos, para que me vis­tie­ra y para coger mis per­te­nen­cias. Para enton­ces la secre­ta­ria judi­cial ya esta­ba con noso­tros. Me leye­ron mis dere­chos y me comu­ni­ca­ron que iban a empe­zar con los regis­tros. Me die­ron la orden de deten­ción. No recuer­do bien que eran esos pape­les, solo me acuer­do que las pala­bras ETA-EKIN esta­ban en mayús­cu­la y en negri­ta. Cuan­do inten­te hablar con mi pri­ma me dije­ron que esta­ba inco­mu­ni­ca­do y que no podía hablar con ella. Con la ayu­da de mira­das y son­ri­sas me dio a enten­der que esta­ría tran­qui­lo y me baja­ron los seis pisos por las esca­le­ras para lue­go meter­me en un Patrol de Civil. El jefe de ellos me cogio las lla­ves y me dijo que nos diri­gía­mos a la casa de Bur­la­ta, pre­gun­tán­do­me haber con que lla­ve se habría la puer­ta. Sobre las 3:30 abrie­ron la puer­ta de casa de mis aitas y me orde­na­ron que gri­ta­ra sus nom­bres. Yo entre­la­ce pala­bras de cal­ma. La ama el aita y mi hemano salie­ron al holl y Civil los saco a la fuer­za a las esca­le­ras, a mi her­mano des­cal­zo. Sin nues­tro con­sen­ti­mien­to y sin nin­gu­na orden entra­ron a casa dos o tres Guar­dias Civi­les. Mi aita se que­jo; “podéis dejar cual­quier cosa” y dicién­do­les que no tenían nues­tro per­mi­so. Civil no le hizo ni caso sola­men­te le “razono” dicién­do­le que si que tenían dere­cho a hacer eso. Estu­vie­ron unos cin­co minu­tos solos en casa, mien­tras noso­tros escu­chá­ba­mos rui­dos de puer­tas de arma­rios. Enton­ces lle­go la secre­ta­ria judi­cial a la casa de Bur­la­ta. Metie­ron de uno en uno a la ama a el aita y a el her­mano para que se vis­tie­ran y cogie­ran un abri­go para mi. Tenían que pre­cin­tar la casa. Dejan­do a mi fami­lia en la calle a las 4:00 de la maña­na; y yo, sin dejar­me poner el abri­go, me lle­va­ron a regis­trar la casa de Huarte.

Lle­ga­mos sobre las 4:00 a Huar­te (se con­fun­die­ron de camino y die­ron una gran­di­si­ma vuel­ta). A Huar­te había ido dos sema­nas antes a vivir, con dos ami­gas. Hicie­ron la mis­ma ope­ra­ción que en Bur­la­ta. Le ense­ñe cua­les eran las lla­ves, me pre­gun­to haber con cual se abría y una vez abier­ta me pidió que gri­ta­ra los nom­bres de mis dos com­pa­ñe­ras de piso. Salie­ron con unas impre­sio­nan­tes caras de sus­to y mie­do. Las saca­ron a las esca­le­ras y pro­ce­die­ron con el regis­tro del piso cuan­do lle­go la secre­ta­ria judi­cial. Regis­tra­ron todos los cuar­tos: arma­rios, cajo­nes, ropas, libros (pagi­na por pagi­na), cajas (está­ba­mos hacien­do la mudan­za), camas y col­cho­nes… no tenían nin­gún tipo de limi­ta­ción. Inda­ga­ron nues­tra inti­mi­dad de arri­ba aba­jo y hacían comen­ta­rios. Estu­vie­ron unas dos horas y se lle­va­ron el dine­ro de una com­pa­ñe­ra, el pen­dri­ve y el dis­co duro del orde­na­dor de la otra, un par de cami­se­tas “sos­pe­cho­sas”, un baso de plás­ti­co del “este­ri­bar­ko gaz­te egu­na” y unos trein­ta CDS de músi­ca. La secre­ta­ria judi­cial me ense­ño el acta del regis­tro, yo, antes de fir­mar­lo le pedí que suma­ría una cosa más: que escri­bie­ra, que no iba a decla­rar en depen­den­cias poli­cia­les. Cuan­do hizo eso fir­me el acta jun­to con los otros dos Guar­dias Civiles.

Ten­go que comen­tar que duran­te todo el regis­tro no me die­ron ni de comer ni de beber y estu­ve todo el regis­tro de pie con las espo­sas pues­tas (en el culo). Des­pués de fir­mar el acta y sin poder des­pe­dir­me de mis com­pa­ñe­ras (y sin poner­me el abri­go) me baja­ron a la calle. Un Guar­dia Civil me empu­jo del por­tal al patrol, pero en ese peque­ño tra­yec­to los pri­me­ros gri­tos me enor­gu­lle­cie­ron y me for­ta­le­cie­ron. Hacia las 6:00 me lle­va­ron a la casa que tie­nen los aitas en Bur­la­ta. Por un lado los alre­de­do­res del por­tal esta­ban lle­nos de patrol y de Guar­dias Civi­les, pero por otro de ami­gos y de cono­ci­dos. Me subie­ron a casa en un sus­pi­ro. Cuan­do lle­ga­ron el aita y la secre­ta­ria judi­cial le qui­ta­ron el pre­cin­to a la casa (como hicie­ron la pri­me­ra vez que lle­ga­ron gra­ba­ron todo con cáma­ra, en muchas oca­sio­nes aco­sán­do­nos tan­to a mi como a mi fami­lia). Y como hicie­ron en Huar­te regis­tra­ron todos los cuar­tos. En el cuar­to mío y de mi her­mano es don­de más tiem­po estu­vie­ron (más de una hora). Camas, col­cho­nes, fotos, arma­rios, cajo­nes (por todos los lados), apun­tes de la épo­ca de estu­dian­te, ropas, libros, cajas… los Guar­dias Civi­les que hacían el regis­tro iban ves­ti­dos de calle pero con pasa­mon­ta­ñas. La mayo­ría no enten­dían eus­ke­ra y todos los apun­tes que esta­ban en eus­ke­ra se los daban a la mujer joven que enten­día. Ella todos los “docu­men­tos sos­pe­cho­sos” (apun­tes de la épo­ca de uni­ver­si­ta­rio) los agu­je­rea­ba y los ata­ba con una bri­da. Las cami­se­tas y pega­ti­nas (mi her­mano hacia colec­ción) las exa­mi­na­ron con entre­te­ni­mien­to. Se lle­va­ron tam­bién varias cami­se­tas del via­je de estu­dios (por el sim­ple hecho de que el ins­ti­tu­to don­de estu­die se lla­ma aska­ta­su­na), tam­bién las del eus­ke­ra o las de auto­de­ter­mi­na­ción. Al orde­na­dor le qui­ta­ron el dis­co duro y jun­to con otros muchos CDs (más de 50 casi segu­ro) se lo lle­va­ron. El aita tenia reco­gi­dos dife­ren­tes docu­men­tos de la his­to­ria de la izquier­da aber­tza­le: ponen­cias de los con­gre­sos de HASI, pro­gra­mas de HB, docu­men­tos de ETA… se lle­va­ron todos ellos aun­que la mayo­ría serian ante­rio­res de yo nacer o de mi niñez. Al fina­li­zar el regis­tro la secre­ta­ria me pidió que fir­ma­ra y yo de nue­vo le dije que aña­di­ría que no iba a decla­rar en depen­den­cias poli­cia­les. Ella me dijo que no era nece­sa­rio y lo puso a mala gana. Yo y los res­pon­sa­bles del regis­tro (la chi­ca que enten­día eus­ke­ra y el jefe) fir­ma­mos y el aita le pidió que aña­die­ra otro párra­fo más: que la mayo­ría de docu­men­tos que se habían lle­va­do eran suyos. El aita tam­bién fir­mó el acta. Des­pués me baja­ron a la calle. (Ten­go que aña­dir, que en casa me deja­ron mear y beber agua pero que no me die­ron de comer). Cuan­do me baja­ban por las esca­le­ras (pues­to que tenían el ascen­sor blo­quea­do), uti­li­zan­do los gri­lle­tes me retor­cie­ron las muñe­cas cau­sán­do­me daño y me dije­ron “ni se te ocu­rra gri­tar nin­gu­na cho­rra­di­ta o te par­to las muñe­cas”. Aun­que me metie­ron rápi­da­men­te en el patrol, me tuvie­ron allí un buen rato por­que en el patrol que tenía que ir delan­te nues­tra no había nadie. Eran alre­de­dor de las 8:30 y en la calle mayor muchos cono­ci­dos, fami­lia­res y ami­gos esta­ban gri­tan­do. No pude escon­der la son­ri­sa pero todos esos ges­tos de cari­ño me moja­ron los ojos. Mien­tras está­ba­mos para­dos los Guar­dias Civi­les que esta­ban con­mi­go me demos­tra­ron que cono­cían mi vida. Me seña­la­ban la ama, el aita, mi her­mano y mis ami­gos mien­tras me daban sus nom­bres e infor­ma­ción sobre ellos, pero tam­bién ame­na­zas (que den­tro de poco los deten­drían, que tam­bién se los lle­va­rían, que famo­so que era, a ver si era un impor­tan­te guda­ri…). El aita bajo a la calle y pro­ta­go­ni­zo la esce­na que los días siguien­tes lle­na­ría por­ta­das de perió­di­cos y pan­ta­llas de tele­vi­sión. Cuan­do salió el patrol de delan­te nues­tra me lle­va­ron a ata­rra­bia, pues­to que tra­ba­ja­ba en la ofi­ci­na que topa­gu­nea (fede­ra­ción de aso­cia­cio­nes de eus­ke­ra) tie­ne en nafa­rroa. Regis­tra­ron el cita­do local, tam­bién la aso­cia­ción de eus­ke­ra karri­ka­lu­ze. De las dos ofi­ci­nas se lle­va­ron cin­co dis­cos duros, un par de telé­fo­nos móvi­les y los datos per­so­na­les de los y las que par­ti­ci­pan en los pro­gra­mas min­tza­ki­de y 3blai. Cada vez que se abrían las puer­tas de la ofi­ci­na oía gri­tos de soli­da­ri­dad que me lle­na­ron de fuerza.

Hacia las 11:00 de la maña­na me lle­va­ron a la audien­cia de Nava­rra. Cuan­do me metie­ron por los cala­bo­zos pude ver a un ami­go que está pre­so. Me subie­ron arri­ba y me cogie­ron las hue­llas dac­ti­la­res (me cogie­ron de toda la mano, y de los cos­ta­dos), prue­ba de ADN y fotos, sin dar­me opción a negar­me. Lue­go me lle­va­ron al médi­co foren­se pero a esa hora no debía de estar ahí. Me tuvie­ron espe­ran­do espo­sa­do a la espal­da. Gra­cias a que dos ami­gas de mis padres se me acer­ca­ron (tra­ba­jan en la audien­cia), me die­ron agua me tran­qui­li­za­ron, me die­ron áni­mos (aun­que los Guar­dias Civi­les les decían que esta­ba inco­mu­ni­ca­do) y has­ta un emo­ti­vo abra­zo. Cuan­do lle­go el médi­co, me qui­ta­ron las espo­sas y me metie­ron a su con­sul­ta. Me reali­zo un examen rápi­do y ano­to las mar­cas pro­vo­ca­das por los gri­lle­tes. Me hizo unas pre­gun­tas para saber si el tra­to era correc­to. Yo, que has­ta enton­ces el tra­to había sido bueno. Me pre­gun­to si ante­rior­men­te había teni­do algu­na enfer­me­dad gra­ve. Yo le expli­que que tenía algu­na aler­gia y que había sufri­do cua­tro neu­mo­tó­rax. Tam­bién que mis abue­los habían teni­do dife­ren­tes can­ce­res y que habían teni­do ictus. Me midió las pul­sa­cio­nes del cora­zón (tenía muchas) y me tomo la ten­sión. Cuan­do ter­mino, me saca­ron al pasi­llo y una ami­ga de mis padres me dio agua y la otra le dijo a Civil “tra­tar­lo como se mere­ce”. El Guar­dia Civil se rio.

Sobre las 12:00 baja­mos al par­king de la audien­cia me qui­ta­ron las espo­sas, me pusie­ron una cuer­da blan­ca y azul (“para que estés más cómo­do”) y me pusie­ron el anti­faz. Me pidie­ron que para salir de Iru­ña me tum­ba­ra en el asien­to tra­se­ro. En el Patrol íba­mos cua­tro: el con­duc­tor (que casi no habla­ba), el copi­lo­to (el que lue­go sería el “poli malo”) y atrás, el que fue a mi lado (que lue­go sería “el poli bueno”).

Me tum­be como me dije­ron, por­que al ser un Patrol nor­mal (no era de esos ver­des que tie­ne Civil) pen­sé que la gen­te se podría asus­tar. Cuan­do esta­ba tum­ba­do empe­zó el inte­rro­ga­to­rio. Con pre­gun­tas de mi vida dia­ria: en que tra­ba­ja­ba, por­que era independentista…

Yo res­pon­dí sus pre­gun­tas. Cuan­do lle­vá­ba­mos media hora “me deja­ron” sen­tar­me. Aun y todo tenía que lle­var la cabe­za aga­cha­da y no podía “apo­yar­la��� en el asien­to delan­te­ro. El inte­rro­ga­to­rio empe­zó en rela­ción con la “eus­kal­gin­tza” en Nafa­rroa y de ahí lo inten­ta­ron lle­var a la vio­len­cia. Como no salían de mi boca las res­pues­tas que ellos que­rían empe­za­ron a pegar­me. Mi res­pues­ta fue que­dar­me mudo. Den­tro de mi cabe­za res­pon­día las pre­gun­tas y de vez en cuan­do me decía a mí mis­mo “eres un tra­po”, “eres un muñe­co de trapo”.

El via­je fue lar­go. Casi inter­mi­na­ble. A ratos el “poli-malo” (el que iba delan­te) se sen­ta­ba detrás. En esos momen­tos, tenien­do los dos guar­dias civi­les a mí lado (el “bueno” y el “malo”) me sen­ta­ban en la par­te tra­se­ra de la caja de cam­bios y me lle­va­ban total­men­te enco­gi­do, mien­tras los dos guar­dias civi­les me cla­va­ban sus codos en la espal­da. Como soy dan­tza­ri, soy fle­xi­ble y al prin­ci­pio no iba tan incó­mo­do. Pero como el camino era tan lar­go y no sabía dón­de está­ba­mos (lle­ve el anti­faz pues­to todo el camino y tam­bién los gri­lle­tes). Enci­ma me decían fra­ses para des­orien­tar­me, cuan­do está­ba­mos a pun­to de lle­gar a Madrid me die­ron a cono­cer que esta­ba en Gas­teiz “esta­mos lle­gan­do a Sibe­ria”, “Por qué es así como lla­máis a Vito­ria, ¿no?”. Pase más de medio camino dolo­ri­do y con medio cuer­po dor­mi­do (sufría unos calam­bres dolo­ro­sos). Inter­ca­la­ban pos­tu­ras inco­mo­das: tum­ba­do y hecho una bola (con los pies en el sue­lo), sen­ta­do y con la cabe­za entre las pier­nas, sen­ta­do pero sin apo­yar la espal­da y con la cabe­za aga­cha­da,… pero en todas, sin poner­me el cin­tu­rón de segu­ri­dad y con cons­tan­tes ace­le­ro­nes y fre­na­zos “como ten­ga­mos un acci­den­te vas a comer­te el coche de delan­te”… Yo vien­do que el tra­to era malo me “creí” que era un muñe­co de tra­po y no abrí la boca en todo el via­je. Solo para­mos para que el “poli-malo” se cam­bia­ra de sitio (creo que tam­bién apro­ve­cha­ron para echar gaso­li­na) y en todo el via­je no me die­ron ni de comer ni de beber. A par­te de pos­tu­ras inco­mo­das, cada vez fue­ron más los gol­pes, “¿no vas a hablar eh, mudi­to?, ya verás como cuan­do te pillen nues­tros com­pa­ñe­ros les cuen­tas todo… te van a tra­tar como te mere­ces, como ha dicho la ami­ga esa de tu madre en la audien­cia (pro­vin­cial de Nava­rra), te van a tra­tar como te mere­ces” me decían. De vez en cuan­do me nom­bra­ban a com­pa­ñe­ros suyos muer­tos en aten­ta­dos de ETA. Aún ten­go en la cabe­za la voz del que en el via­je fue el “poli-malo” y estoy segu­ro de que la podría reco­no­cer (tie­ne la voz muy pare­ci­da a la de un amigo).

Pen­sé que a Madrid lle­ga­mos sobre las cin­co de la tar­de, has­ta enton­ces (des­de las diez de la noche) no comí nada.

Con los ojos tapa­dos (con otro anti­faz) y sin saber qué hora era, (des­orien­ta­do espa­cial y tem­po­ral­men­te) me metie­ron en una cel­da de 5×2 metros. Me qui­ta­ron el anti­faz y me cor­ta­ron la cuer­da que me aga­rra­ba las muñe­cas. La cel­da era oscu­ra, húme­da y fría. Tenía una puer­ta peque­ña, y la puer­ta, a la altu­ra de los ojos tenía una ven­ta­ni­lla que se cerra­ba y se abría. Enci­ma de la puer­ta había una bom­bi­lla la cual se encen­día y se apa­ga­ba de fue­ra. La bom­bi­lla esta­ba meti­da en algo pare­ci­do a una ven­ta­na y de vez en cuan­do, en vez de encen­der la bom­bi­lla abrían la ven­ta­ni­lla (para que me entra­ra menos luz). En el zulo aquel en una esqui­na había una “cama”. Un cubo de hor­mi­gón que ten­dría más o menos un metro de alto, y enci­ma un col­chón en muy malas con­di­cio­nes. Tam­bién había una man­ta. El cala­bo­zo tenía esta forma:

Cuan­do me cerra­ron la puer­ta lo pri­me­ro que sen­tí fue tran­qui­li­dad. Sabía que las horas que tenía por delan­te serian lar­gas y duras. Me eche en la “cama” y empe­cé a llo­rar. Ense­gui­da me que­de dor­mi­do. Cuan­do me des­per­té no sabía qué hora era. Me abrie­ron la ven­ta­ni­lla de la puer­ta y me dije­ron que me pon­dría miran­do a la pared. Me puse las zapa­ti­llas (en el camino a Madrid me qui­ta­ron los cor­do­nes, en el momen­to en que me los qui­ta­ron pen­sé que me los pon­drían en el cue­llo y me aho­ga­rían) y me puse miran­do a la pared. Me pusie­ron el anti­faz y cie­gos me lle­va­ron por un “labe­rin­to” de pasi­llos. Subí unas esca­le­ras. Me para­ron en una esqui­na y supe que por mi lado baja­ban a otro. Aun así no abrí la boca por el mie­do. Subí otras esca­le­ras y me qui­ta­ron el anti­faz. Aun así me hicie­ron hacer todo el camino con la cabe­za aga­cha­da. Me metie­ron en un cuar­to peque­ño y lar­go. Allá, un hom­bre con una bufan­da me dijo que era el médi­co foren­se y me ense­ño su car­net. Era un cuar­to muy sim­ple y lo úni­co que tenía en común con una con­sul­ta de médi­co era la “cami­lla” que el medi­co uti­li­zó como mesa.

Des­de el pri­mer momen­to el medi­co tenía un tono de voz sua­ve, cer­ca­na y agra­da­ble. Me ayu­do a tran­qui­li­zar las ten­sio­nes que había vivi­do has­ta el momen­to. No sé si sería por la aspec­to dete­rio­ra­do pero me ayu­do a orien­tar­me (me dijo que eran las 8 de la tar­de). Me pre­gun­to por el tra­to reci­bi­do y le con­té lo del via­je. Me pre­gun­to tam­bién si me habían dado de comer y de beber. Yo le dije que des­de la noche ante­rior no había comi­do nada. Él me dijo que me darían de cenar den­tro de poco, me pre­gun­to a ver si que­ría que me hicie­ra un aná­li­sis gene­ral y le dije que no, por­que has­ta enton­ces no me habían dado nin­gún gol­pe fuer­te (como para hacer­me algu­na mar­ca). El medi­co pego unos gol­pes en la puer­ta y con la cabe­za aga­cha­da y las manos detrás me lle­va­ron a las esca­le­ras, allí me pusie­ron el anti­faz y me lle­va­ron has­ta el zulo. Sobre las 20,30 me metie­ron a la cel­da, allí tenía la “cena”: todo abier­to, la bote­lla sin tapón y un boca­di­llo de jamón seco envuel­to en papel. Como esta­ba a oscu­ras no podía ver lo que esta­ba comien­do pero por el sabor y la tex­tu­ra pen­sé que era jamón York. En un pri­mer momen­to pen­sé en no comer nada, por el mie­do de si me habrían meti­do algu­na dro­ga; pero como lle­va­ba todo el día sin comer nada y antes de estar con el médi­co me cos­ta­ba dis­tin­guir entre los sue­ños y la reali­dad. Era una sen­sa­ción rara, segu­ra­men­te por el can­san­cio y el ham­bre; una mez­cla de estar entre des­pier­to y dor­mi­do. Me vinie­ron imá­ge­nes raras a la cabe­za (rep­ti­les y muñe­cos de papi­ro­fle­xia), no podía pen­sar cla­ra­men­te. Para hacer­le fren­te a esa situa­ción y pen­san­do que tenía cua­tro duros días por delan­te deci­dí comer. Aun­que me pare­ció sos­pe­cho­so que la bote­lla estu­vie­ra abier­ta, bebí.

A las 9 o así inten­te dor­mir. Me vinie­ron las son­rías de mi ama, de mi aita y de mi her­mano a la cabe­za y empe­cé otra vez a llo­rar, has­ta que me que­de dor­mi­do. El sue­ño no fue pro­fun­do, pero des­can­se. Oía pasos y tam­bién voces, y can­do se acer­ca­ban las pul­sa­cio­nes del cora­zón se me ace­le­ra­ban. Esta­ba aterrorizado.

Sobre las 22:30 (esta hora no la pue­do ase­gu­rar pero este es el pla­ning que me hice en mi cabe­za para la orga­ni­za­ción del tiem­po) abrie­ron la ven­ta­ni­lla de la puer­ta y me dije­ron que me pusie­ra de pie con­tra la pared. Me pusie­ron el anti­faz y me saca­ron de espal­das (me pidie­ron que man­tu­vie­ra la manos atrás). Me lle­va­ron cie­ga­men­te por pasi­llos cor­tos y con muchas cur­vas. Por los ner­vios o sen­tía ni frio ni calor. Me pare­ció que me ponían con­tra una pared. Aca­bo de un minu­to oí que se cerra­ba la puerta.

“vamos a empe­zar por algo sen­ci­llo… ¿Cómo te lla­mas?”. Yo enfa­da­do por los malos tra­tos que había sufri­do, me que­de calla­do. Le repe­tí una y otra vez a mi cabe­za “eres un tra­po”. Empe­za­ron una y otra vez con tono tran­qui­lo: “¿Qué no sabes cómo te lla­mas? “Ven­ga, dinos cómo te lla­mas”… al ver que esta­ba calla­do (oí como dobla­ban unos pape­les y me pare­ció que lo ata­ban con pre­cin­to) me empe­za­ron a pegar gol­pes en la cabe­za. Me creí que era un rollo de perió­di­co. Los pri­me­ros gol­pes no me hacían mucho daño (pen­sé que sería para no dejar mar­cas) pero para el vein­tea­vo gol­pe empe­cé a sen­tir pre­sión den­tro de la cabe­za. Entre pre­gun­tas tran­qui­las dos guar­dia civi­les me empe­za­ron a gri­tar (en total habría 5 o 6) “¡¿Qué cómo te llamas?!”.

A los cin­co minu­tos de empe­zar con los gol­pes dos guar­dia civi­les me aga­rra­ron de los bra­zos y me empe­za­ron a hablar a la ore­ja: “ya sabes que esto no lo aguan­ta nadie”… que tar­de o tem­prano habla­ras…” y parecidos…

Mien­tras, aga­chán­do­me y levan­tán­do­me, me obli­ga­ron a hacer sen­ta­di­llas. Al prin­ci­pio, por mie­do, empe­cé a hacer­las (sien­do dan­tza­ri, no era mucho esfuer­zo) me gri­ta­ban “! ¡Dinos cómo te lla­mas!”. Cuan­do hice más de cien sen­ta­di­llas (a ratos me daban gol­pes en la cabe­za) oí como estru­ja­ban unas bol­sas de plás­ti­co. Esta­ba sofo­ca­do por el ejer­ci­cio físi­co, y solo pen­sar que me pon­drían la bol­sa en la cabe­za me asus­to toda­vía más. Esta­ba sudan­do y de repen­te, deje de hacer sen­ta­di­llas y me pre­gun­ta­ron tran­qui­la­men­te otra vez “ven­ga Iker, ya sabe­mos cómo te lla­mas; pero que­re­mos que nos lo digas tú”. Yo seguí calla­do. Enton­ces me empe­za­ron a dar peque­ños gol­pes en los tes­tícu­los con el perió­di­co que me pega­ban en la cabe­za. No eran gol­pes fuer­tes como para dejar­me mar­cas pero eran lo sufi­cien­te para que me die­ran calam­bres en el estó­ma­go, y me deja­ron las tri­pas muy revueltas.

Como seguía calla­do, me hicie­ron hacer más sen­ta­di­llas, y cuan­do empe­zó a res­pi­rar más rápi­do por el can­san­cio, me pusie­ron una bol­sa en la cabe­za y me tuvie­ron has­ta que casi me aho­ga­ba. Cer­ca de dos horas duro aquel pri­mer inte­rro­ga­to­rio, mez­cla­ron gol­pes en la cabe­za y tes­tícu­los, sen­ta­di­llas (más de 150), inten­tos de aho­ga­mien­to ponién­do­me la bol­sa en la cabe­za (en esa pri­me­ra sesión me la pusie­ron sie­te-ocho veces) y mien­tras me ame­na­za­ban y pre­sio­na­ban psi­co­ló­gi­ca­men­te: que al final habla­ría, que muchos como yo habían sali­do locos de allí, que cono­cían a mi fami­lia y ami­gos, que mi her­mano esta­ba dete­ni­do, que la ama esta­ba ingre­sa­da…. Me hicie­ron creer que tenían mi vida bajo con­trol (des­cri­bién­do­me la pro­fe­so­ra de la auto­es­cue­la, dicién­do­me que vio­la­rían con mucho gus­to a mis dos com­pa­ñe­ras, dicién­do­me que mi madre la últi­ma tem­po­ra­da había esta­do con depre­sio­nes, agra­van­do obs­ce­na­men­te a las chi­cas de mi cua­dri­lla…). Casi cuan­do no me man­te­nía tie­so, me dije­ron que me darían 10 minu­tos para pen­sar y me lle­va­ron a la cel­da a rastras.

En la cie­ga me qui­ta­ron el anti­faz (me tuvie­ron todo el inte­rro­ga­to­rio con el anti­faz pues­to) y me tum­be en la cama. Esta­ba sudan­do, y al entrar en la fría cel­da, me enro­lle con la man­ta y me tum­be en la cama. Al cabo de dos minu­tos entra­ron en la cel­da, y me orde­na­ron que me qui­ta­ra las dos cami­se­tas que tenía. Yo así lo hice. En ese momen­to pen­sé que sería para que cuan­do pasa­ra ante el juez tuvie­ra algo lim­pio, pues­to que el jer­sey y el pan­ta­lón los tenía lle­nos de un pol­vo blan­co, pero no era por eso; fue para que sin­tie­ra más frio.

Hacia las 24:30, me tum­be en la cama para inten­tar dor­mir mien­tras llo­ra­ba (de nue­vo, se me vinie­ron a la cabe­za recuer­dos de la ama, el aita el her­mano). Pedí per­mi­so para ir al baño a beber agua y me lo dieron.

URTARRILAK 19, ASTEAZKENA

Casi sin dor­mir, y a las dos de la madru­ga­da otra vez vinie­ron a por mi. Aun­que tuvie­ra el cuer­po suda­do y moja­do esta­ba enfria­do pero cuan­do me levan­ta­ron y me pusie­ron el anti­faz, el mie­do sus­ti­tu­yó todas las demás sen­sa­cio­nes. Tenía las pier­nas can­sa­das, casi no podía ni andar. Cuan­do me lle­va­ron al cuar­to de tor­tu­ra, reco­no­cí el olor y las voces que unas horas antes habían esta­do con­mi­go. “¿Te lo vas a pen­sar mejor esta ves?” “yo que tu habla­ría” “no vas a aguan­tar, mudi­to” “si hablas te aho­rra­ras sufri­mien­to… “me decían. Cuan­do lle­gué al cuar­to esta­ban las mis­mas per­so­nas que antes habían esta­do con­mi­go; las mis­mas voces y olo­res. El olor lo podría reco­no­cer fácil aún.

El segun­do inte­rro­ga­to­rio lo empe­za­ron a gri­tos. Gra­cias que yo siem­pre he recha­za­do todo tipo de auto­ri­ta­ris­mo y colo­qué mi cabe­za por enci­ma de todas esas voces casi cómi­cas que son inca­pa­ces de razo­nar. Aque­llas voces cuan­do gri­ta­ban más que mie­do me daban gra­cia y una y otra vez le repe­tía a mi cabe­za “eres un tra­po” y me man­tu­ve en silen­cio. Fue pare­ci­do al pri­mer inte­rro­ga­to­rio. Sola­men­te un poco más duro. Tenía el cuer­po can­sa­do y se me hizo impo­si­ble hacer sen­ta­di­llas (no creo que hubie­ra lle­ga­do a hacer 100). Las tuve que hacer con ayu­da de ellos. En esta segun­da sesión me hicie­ron hacer sen­ta­di­llas con la bol­sa en la cabe­za y sin poder coger aire. Cuan­do me ponían la bol­sa cabe­za me movía más. Den­tro de la bol­sa se mez­cla­ban mocos, sudor y sali­va (“eres un puto cer­do” me gri­ta­ban), a cau­sa de eso, el aire no entra­ba. En muchos momen­tos la bol­sa se me pega­ba en el pala­dar y tam­bién en la cam­pa­ni­lla. Cuan­do entra­ba un poco de aire, me tapa­ban con las manos las fosas nasa­les y la boca (por enci­ma de la bol­sa). En esta segun­da sesión me la pusie­ron 4 o 5 veces, pero cada vez fue más dura. Por hacer las sen­ta­di­llas con la bol­sa pues­ta, por el can­san­cio, noté una tre­men­da pre­sión en la cabe­za; esta­ba marea­do. Logré rom­per una bol­sa y apro­ve­chán­do­lo me vacia­ron una bote­lla de agua en la cabe­za, moján­do­me la úni­ca ropa que tenía (la suda­de­ra). Cuan­do se me metía la bol­sa en la boca y no tenia aire, me daban ganas de vomi­tar. Ellos me ame­na­za­ban cuan­do me daban arca­das “como vomi­tes, te lo comes” el que yo no habla­ra les puso ner­vio­sos y las ame­na­zas de sen­ta­di­llas e insul­tos aumen­ta­ron; pero como he dicho antes, su tono de voz me ayu­dó. Como me movía, y como me había qui­ta­do el cin­tu­rón, los pan­ta­lo­nes se me baja­ban solos. Uno de ellos me pidió que me los baja­ra por com­ple­to. Pero yo no me moví. Uno de ellos me los bajó y me dijo que iba a por un “nue­vo ami­go”. Enton­ces me acor­dé de los elec­tro­dos y me asus­té, pero cuan­do lle­gó a los dos minu­tos, me pasa­ron un con­so­la­dor por entre las nal­gas, dicién­do­me que trae­rían a un com­pa­ñe­ro que me vio­la­ría a gus­to. Des­pués de las ame­na­zas de vio­la­ción, me pusie­ron la bol­sa otras dos veces, en estas últi­mas me caí al sue­lo (ellos me aga­rra­ron). Con la len­gua inten­té que la bol­sa no se me pega­ra en el pala­dar. “mira como saca la len­güi­ta…” se reían. En esta segun­da sesión me pidie­ron que cuan­do qui­sie­ra hablar pega­se tres gol­pes con la pier­na izquier­da en el sue­lo. Yo sin poder res­pi­rar, cuan­do empe­cé a ver una luz “blan­ca” (cuan­do tenía los ojos cerra­dos, empe­za­ba a ver blan­cu­ra por los cos­ta­dos) pegué en el sue­lo. Aún y todo en esta segun­da sesión no dije ni una pala­bra. Ellos, me pre­gun­ta­ba y gri­ta­ban a ver si de peque­ño me había entre­na­do el aita. Los gri­tos eran como para enlo­que­cer­te, pare­cía que los guar­dias civi­les esta­ban locos, “como me gus­ta que te aga­ches” (hacer sen­ta­di­llas), “mi ami­go te va a reven­tar el culo”, “vas a salir toca­do (loco)”, “a ti te ha entre­na­do tu padre”, “¿Te ponía la bol­sa de pequeño?”…

Al ver que seguía calla­do, me lle­va­ron al cala­bo­zo y me dije­ron que me deja­rían pen­sar. Me tum­bé en la cama (eran las 4 de la maña­na más o menos) pero ense­gui­da, me orde­na­ron que me pusie­ra de pie y miran­do a la pared. Tan asus­ta­do esta­ba que les hice caso y estu­ve alre­de­dor de hora y media de pie. De vez en cuan­do mira­ban por la ven­ta­ni­lla de la puer­ta. Las pier­nas las tenía muy dolo­ri­das (el cuer­po tam­bién pero sobre­to­do las pier­nas), no me daba tiem­po a echar­me en la cama y cuan­do oía pasos levan­tar­me, por lo tan­to estu­ve de pie esa hora y media. Eso aún me can­só más. De nue­vo, no podía pen­sar, tenía la cabe­za blo­quea­da y se me acu­mu­la­ban imá­ge­nes de dino­sau­rios y papi­ro­fle­xia. Es muy pare­ci­do a soñar cuan­do estás des­pier­to. Cuan­do esta­ba a pun­to de per­der el cono­ci­mien­to, una mujer guar­dia civil, me apa­gó la luz del zulo (cuan­do me hicie­ron poner­me de pie, me la encen­die­ron) me dijo que me podía tum­bar. Cuan­do esta­ba de pie, inten­té con­tar el tiem­po que lle­va­ba y lo que me fal­ta­ba (supe que me podían alar­gar cin­co días la inco­mu­ni­ca­ción cuan­do detu­vie­ron al aita hace una año) Solo lle­va­ba un día, enci­ma medio­día había sido bas­tan­te tran­qui­lo (regis­tro), y ya esta­ba hecho pol­vo. Tenien­do esos cálcu­los dán­do­me vuel­tas en la cabe­za, me que­dé dor­mi­do. Como tenia la úni­ca ropa moja­da, esta­ba tem­blan­do de frío. Me des­per­ta­ron los rui­dos de las puer­tas de las cel­das de al lado. Inten­té con­tar cuan­tas per­so­nas esta­ría­mos. En mi cabe­za pen­sé que éra­mos cin­co. Os tra­je­ron el desa­yuno: boca­ta de jamón. Pen­sé que era un desa­yuno raro y empe­cé a poner en duda si sería el desa­yuno. Pen­sé que sería otra pis­ta fal­sa más para des­orien­tar­me. Deci­dí comer (tenía la sen­sa­ción de estar muy débil). Abrir la boca me cos­tó una eter­ni­dad. Tenía todos los múscu­los de alre­de­dor de la boca dolo­ri­dos. Sería por las sesio­nes de la bol­sa. Enci­ma tenía el lado izquier­do del labio supe­rior infla­ma­do. Pare­ci­do a una morre­ra (he teni­do dos o tres en toda mi vida) y pen­sé que se me habría agran­da­do a cau­sa de la bol­sa. Aún cos­tán­do­me me comí el boca­ta de jamón.

Des­pués me pusie­ron el anti­faz y me saca­ron otra vez. Esta­ba asus­ta­do, empe­cé a subir unas esca­le­ras y al ver que me lle­va­ban a otro cuar­to pen­sé a ver que téc­ni­ca nue­va pro­ba­rían y me asus­té. De repen­te me qui­ta­ron el anti­faz y como iba medio cojo y con muy mala ima­gen, me dije­ron que me pusie­ra rec­to. Me lle­va­ron a don­de el medi­co foren­se. Era la mis­ma con­sul­ta que antes. Me pre­gun­tó por el tra­to y le con­té todo lo que me habían hecho. Me hizo un examen gene­ral y me dijo que tenía el labio hin­cho y que tenía unas mar­cas en la espal­da (yo has­ta enton­ces no me había fija­do) y creo que tam­bién escri­bió que esta­ba can­sa­do. Me dijo que era miér­co­les a la maña­na y le pre­gun­té la hora (eran las 11 de la mañana).

De ahí me lle­va­ron al cala­bo­zo, pero cogie­ron todas mis cosas (una bote­lla de agua y una man­ta) y me cam­bia­ron de cel­da. Era muy pare­ci­da a la otra, de lar­gu­ra un poco más peque­ña y orga­ni­za­da de otra manera.

A las 12 de la maña­na, me pusie­ron el anti­faz y otra vez me saca­ron, aun­que has­ta enton­ces me habían saca­do de otra puer­ta, al cam­biar­me de cala­bo­zo, me saca­ron por una que esta­ba al lado de los baños. De esa puer­ta a la dere­cha a tra­vés de un labe­rin­to de pasi­llos me lle­va­ron a la sala de tortura.

El ter­cer inte­rro­ga­to­rio fue el más duro de todos. Los guar­dias civi­les eran otros. Aun­que se repe­tían un par de voces, todas las demás eran nue­vas. Me acuer­do que a uno de ellos le lla­ma­ban “tran­cas”.

El camino has­ta allá me hicie­ron hacer­lo corrien­do, inten­si­fi­can­do mi debi­li­dad y la des­orien­ta­ción. La sesión tam­bién la empe­za­ron rápi­da y dura­men­te. Me pusie­ron la bol­sa en la cabe­za a la cabe­za y cuan­do me subió el vómi­to a la gar­gan­ta y se me fue­ron las fuer­zas, me la qui­ta­ron. “con noso­tros vas a hablar”, “lo de antes ha sido una ton­te­ría com­pa­ra­do con lo que te vamos a hacer” “ni se te ocu­rra vomi­tar”, “aguan­ta, aguan­ta un poco más”.

En las sesio­nes ante­rio­res, cuan­do la bol­sa me empe­za­ba a aho­gar me la qui­ta­ban. En esta ter­ce­ra sesión sin embar­go, cuan­do me movía como un ani­mal al que habían atra­pa­do, se reían y me tenían unos minu­tos más. “este pue­de más”, “ven­ga, no hagas teatro”…

La pre­sión que tenía en la cabe­za, pen­sé que me mata­ría. En algu­nos momen­tos pen­sa­ba: “oja­lá se les vaya de las manos y me maten…” pre­fe­ría estar muer­to que estar ahí.

Toda la sesión tuve la bol­sa baja­da has­ta la nariz, y me la baja­ron has­ta el cue­llo has­ta casi per­der el cono­ci­mien­to unas diez o doce veces. Me aga­rra­ban entre seis per­so­nas o así: dos de los bra­zos, dos de las pier­nas, una de la cin­tu­ra y uno o dos sol­ta­ban y estru­ja­ban la bol­sa. En algu­nos momen­tos uno se me tira­ba enci­ma de la cara para que no pudie­ra coger aire. Otras veces me hacían hacer sen­ta­di­llas con la bol­sa en la cabe­za. Yo des­de el prin­ci­pio me negué a hacer­las (pues­to que no tenía fuer­zas) pero me las hicie­ron hacer dán­do­me gol­pes detrás de las rodi­llas y cla­ván­do­me los dedos en la gar­gan­ta y en la nariz. Para hacer esto dos me tenían que aga­rrar de los bra­zos pues­to que no tenía fuer­za sufi­cien­te para man­te­ner el equi­li­brio. Como he dis­co de la sesión ante­rior, la bol­sa se me pega­ba en el pala­dar y den­tro de la bol­sa se mez­cla­ban sali­va, mocos y sudor. Los gol­pes en la cabe­za se endu­re­cie­ron e inten­si­fi­ca­ron y cuan­do sen­tí el vómi­to en la gar­gan­ta y cuan­do esta­ba a pun­to de per­der el cono­ci­mien­to, empe­cé a hablar: “¿Qué que­réis que diga? “Yo lo digo pero por favor dejad­me res­pi­rar”. Inten­ta­ba inven­tar­me lo que yo creía que ellos que­rían que dije­se y me esfor­za­ba en decir­lo. Me tenían total­men­te con­di­cio­na­do y diría y haría lo que ellos qui­sie­ran. Cuan­do no sabía algo (prin­ci­pal­men­te nom­bres…) me ponían la bol­sa en la cabe­za y me daban pis­tas: “es una chi­ca…” “una chi­ca rubia…” “su ape­lli­do empie­za por com…”.

Cuan­do tenía la bol­sa en la cabe­za, me daban gol­pes en el pecho y en el dia­frag­ma, para que fue­se más nota­ble la fal­ta de aire. Cuan­do me qui­ta­ron la bol­sa (con estos tam­bién tenía que dar dos gol­pes en el sue­lo cuan­do que­ría hablar) repe­tí lo que ellos qui­sie­ron (a veces me hacían dar más de tres gol­pes: seis, nue­ve…). Me tenían total­men­te macha­ca­do, (me tuvie­ron que sen­tar en una silla e inclu­so tenía difi­cul­ta­des para estar sen­ta­do), me dije­ron que que­rían más nom­bres y que me darían tiem­po para pensarlo.

Este ter­cer inte­rro­ga­to­rio, físi­ca­men­te fue el más duro, pero tam­bién inten­ta­ron macha­car­me psi­co­ló­gi­ca­men­te. Me insul­ta­ban y me decían men­ti­ras sobre mi fami­lia. Entre ellas que el aita esta­ba en la cel­da de al lado. Yo escu­cha­ba gri­tos pero no reco­no­cía la voz del aita. La ama en el hospital.

A las dos y media más o menos me lle­va­ron otra vez a los cala­bo­zos. Me hicie­ron estar de pie de nue­vo. Para comer me die­ron un boca­ta de tor­ti­lla de pata­ta, y no me deja­ron comer sen­ta­do. Me tuvie­ron hora y media de pie, sin poder des­can­sar y sin­tien­do cada más can­san­cio. Sobre las cua­tro de la tar­de empe­zó el cuar­to inte­rro­ga­to­rio. De la puer­ta del lado del baño a la dere­cha, por los pasi­llos cor­tos y labe­rín­ti­cos, “lo estás hacien­do muy bien, sigue así” me decían. Para cuan­do lle­gué a la sala de tor­tu­ras, me repe­tía a mi cabe­za “eres un tra­po”. Me pusie­ron con­tra una esqui­na y empe­zó el inte­rro­ga­to­rio. Yo era un muñe­co de tra­po. Esta­ba calla­do y quie­to. Un guar­dia civil mien­tras me pega­ba gol­pes en la cabe­za (creo que era tran­cas) me decía que habla­ra, uno de ellos, joven, me decía que estu­vie­ra calla­do. “no digas nada, aguan­ta” y me pusie­ron la bol­sa en la cabe­za. Fue la peor de todas. Per­dí la fuer­za de las pier­nas, y me caí al sue­lo. Me cogie­ron entre cua­tro o cin­co y me tum­ba­ron en una gomaes­pu­ma. Tenía la bol­sa baja­da has­ta el cue­llo pero no la estru­ja­ban. Aún y todo el aire entra­ba de poco en poco y no me deja­ba recu­pe­rar todo el aire que había per­di­do. La sen­sa­ción de asfi­xia se inten­si­fi­ca­ba. Estan­do echa­do en la gomaes­pu­ma, me apre­ta­ron otra vez más la bol­sa; de cada extre­mi­dad del cuer­po me esti­ra­ba una per­so­na. Otro tenía sen­ta­do enci­ma de la tri­pa. Y un últi­mo me estru­ja­ba la bol­sa. No me podía mover. Y de vez en cuan­do, el de enci­ma de la tri­pa me ponía sus manos y su pecho enci­ma de la cabe­za, para tapar todos los acce­sos del aire. Cuan­do esta­ba a pun­to de aho­gar­me no sé de don­de saqué las fuer­zas y rom­pí tres o cua­tro bol­sas. En esos casos me daban gol­pes en la cabe­za, pero pre­fe­ría los gol­pes en la cabe­za que la sen­sa­ción de aho­go. Por medio de pre­gun­tas, fui crean­do y guar­dan­do en la cabe­za su ver­sión: que yo no era de ETA, que tam­po­co de EKIN: que en la uni­ver­si­dad era de SEGI pero aho­ra no; que en Nafa­rroa no cono­cía estruc­tu­ra de SEGI y que está­ba­mos tra­ba­jan­do para resur­gir el gaz­te – mugi­men­du; que el aita me pidió que toma­ra par­te en el deba­te de la izquier­da aber­tza­le (pues­to que no había nin­gu­na voz joven) …

Como veis, no hice nin­gu­na gra­ve decla­ra­ción en con­tra mía (ellos tam­bién me lo decían), pero pron­to empe­za­ron a pre­gun­tar­me por dos reunio­nes, una en Zizur y otra en la calle Esta­fe­ta del cas­co vie­jo de Iru­ña. Que­rían que dije­ra que estu­ve allá y otros nom­bres de los que estu­vie­ron allí (me tuve que apren­der los que ellos me decían; y enten­dí que en vez de ir en con­tra mía, les intere­sa­ba más que dije­ra nom­bres y que decla­ra­ra en con­tra de esas per­so­nas; incul­par a otras per­so­nas con­cre­ta­men­te. Psi­co­ló­gi­ca­men­te tam­bién me gri­ta­ban cons­tan­te­men­te. La voz de estos guar­dias civi­les era por el con­tra­rio más seria y me daba mie­do (o por lo menos res­pe­to). Me decían men­sa­jes con­tra­dic­to­rios, unos que habla­ra, otros que no, que aguan­ta­ra (estos últi­mos, se reían y decían que se lo esta­ban pasan­do bien mien­tras me aho­ga­ban). Inten­té enten­der su pun­to de vis­ta. ¿Cómo podían dis­fru­tar pro­vo­can­do tan­to sufri­mien­to? Me creí que las ganas de ven­gan­za y el odio los había cega­do y deseé no vivir nun­ca su situa­ción. Me decían que la ama esta­ba en el hos­pi­tal y que el aita esta­ba en la cel­da de al lado llo­ran­do (“ten­drías que ver cómo llo­ra la nena­za de tu padre”) creían que con esas pala­bras me humillarían.

Hacia las seis de la tar­de, me lle­va­ron a ras­tras a la cel­da. “¿Qué te pasa?” “¿no pue­des andar?” esta vez me tra­ta­ron mejor: “ves como si hablas nos enten­de­mos mejor…?”

En el cala­bo­zo, me tum­bé en la cama y sin poder dor­mir, des­can­sé un poco. Me asus­ta­ba con todos los rui­dos y voces de los alre­de­do­res. Cuan­do se acer­ca­ban los pasos a mi cel­da, desea­ba que fue­sen a por otro antes que a por mí. De repen­te, en el cala­bo­zo de al lado empe­cé a oír unos llo­ros y reco­no­cí la voz de mi aita. ¡No me lo podía creer! Sin duda era la voz del aita y llo­ra­ba de un modo incon­tro­la­do. Se me cayó el cie­lo encima.

Inten­té afi­nar el oído y entre los nom­bres que mi her­mano me había gri­ta­do a la maña­na que habían cogi­do con­mi­go reco­no­cer a quién de ellos podía per­te­ne­cer la voz que oía. Le impu­se a mi cabe­za otra ver­sión para sacar­me de ella que mi aita podía estar ahí.

Apro­ve­ché para ir al baño y beber agua. Una hora más tar­de, de nue­vo me pusie­ron el anti­faz y me saca­ron de la puer­ta de al lado del baño, pero esta vez en lugar de a la dere­cha, gira­mos a la izquier­da. Empe­za­mos a subir las esca­le­ras que reco­no­cía y me tran­qui­li­cé un poco. Como bien pen­sa­ba me lle­va­ron al médi­co foren­se. De nue­vo le con­té todo lo que me habían hecho. Que el tra­to había empo­ra­do mucho y la pre­sión de la cabe­za se había inten­si­fi­ca­do. Que me había subi­do el vómi­to has­ta la gar­gan­ta, que había lle­ga­do un momen­to en el que no podía casi andar y que el subir y bajar esca­le­ras era un esfuer­zo gran­dí­si­mo… El me dijo que era miér­co­les y que eran las 8 de la tar­de; y que igual pasa­ba el vier­nes ante el juez. Me lle­va­ron al cala­bo­zo y a las 8 y media o así me tra­je­ron un boca­ta de sal­chi­chón seco y un bote­llín de agua. De nue­vo tuve pro­ble­mas para abrir la boca, tenía las meji­llas muy dolo­ri­das. Tenía la cara aga­rro­ta­da. Des­pués de cenar, dormí.

Hacia las diez y media vinie­ron otra vez a por mí. Esta vez me lle­va­ron tran­qui­lo. Cuan­do fui­mos de la puer­ta del lado del baño a la dere­cha se me ace­le­ra­ron los lati­dos del cora­zón. “tran­qui­lo lo estás hacien­do muy bien”, “aho­ra vamos a pre­pa­rar unas pre­gun­tas que lue­go te repe­ti­re­mos arri­ba”. Al entrar en el cuar­to, me pre­gun­ta­ron si me que­ría sen­tar, yo que sí. Estan­do sen­ta­do oía como estru­ja­ban una bol­sa de plás­ti­co. “no quie­res vol­ver a la situa­ción ante­rior no ¿Iker?” me ame­na­za­ban. Me repi­tie­ron una y otra vez las pre­gun­tas que ante­rior­men­te me habían hecho. Yo les con­tes­ta­ba lo apren­di­do. Cuan­do que­rían que con­cre­ta­ra algo más, me baja­ban la bol­sa de plás­ti­co has­ta la nariz y me repe­tían lo que tenía que decir: “¿las fun­cio­nes de EKIN en esa reu­nión eran…? EXPONER y DE-FEN-DER su tesis…EXPONER y DE-FEN-DER” (para memo­ri­zar esa res­pues­ta me ima­gi­né una ex-po-si-ción de arte). Me ame­na­za­ban que vol­ve­ría­mos a las situa­cio­nes ante­rio­res. Cuan­do había­mos repa­sa­do la decla­ra­ción poli­cial 5 o 6 veces, metie­ron en mis res­pues­tas cosas nue­vas; me hicie­ron apren­der­me dos nue­vos nom­bres. En este quin­to inte­rro­ga­to­rio, físi­ca­men­te no me hicie­ron daño. Me con­tro­la­ron psi­co­ló­gi­ca­men­te (con la úni­ca sen­sa­ción de sen­tir la bol­sa en la cabeza)

Urta­rri­lak 20, osteguna:

A las 00:00 o así, con la decla­ra­ción bien apren­di­da, me lle­va­ron a los cala­bo­zos. Me tum­be en la cama e inten­te dor­mir, pero me empe­zó un gran­dí­si­mo dolor en la pier­na dere­cha y no pude dor­mir. Hacia las 02:00, me pusie­ron de nue­vo el suda­do anti­faz y por sex­ta vez me lle­va­ron por la puer­ta de ala­do del baño a la dere­cha. Me repi­tie­ron dos o tres veces las pre­gun­tas más com­ple­jas y me dije­ron lo que tenía que hacer ese día entre ame­na­zas. Me dije­ron que las pre­gun­tas que había memo­ri­za­do las ten­dría que res­pon­der ante un secre­ta­rio, y que ya sabía que aún que­da­ba más de medio pla­zo de inco­mu­ni­ca­ción. Yo una y otra vez hacia el cálcu­lo. La inco­mu­ni­ca­ción aca­ba­ba el sába­do y cre­yen­do que el juez Mar­las­ca no nos pasa­ría el sába­do a la tar­de nos que­da­ban por delan­te jue­ves y vier­nes. En ese sucio agu­je­ro de Madrid no lle­va­ba más que un día y medio. El tiem­po no pasa­ba, en aque­lla horri­ble pesadilla.

Me deja­ron cla­ro que cono­cían las vidas de mis fami­lia­res y ami­gos, y me creí que me tenían total­men­te controlado.

Repe­ti­mos una y otra vez los nom­bres que que­rían que apa­re­cie­sen en la decla­ra­ción y sobre las 04:00 me con­du­je­ron al cala­bo­zo a dor­mir. “lo estás hacien­do muy bien…”, “ya ves que si pones de tu par­te, esto va mucho mejor”, “pién­sa­te lo que vas a decir ahí arriba”.

Aun­que inten­te dor­mir, el inten­so dolor que tenía en la pier­na dere­cha no me dejo. Cuan­do me movía un poco, el dolor me des­per­ta­ba. Me acor­de de mis fami­lia­res y ami­gos, y en la fría sala empe­cé a llo­rar, por lo menos se me entono la cabeza.

Al final el can­san­cio supero el dolor y con­se­guí dor­mir. Me des­per­té sobre las 09:30.

A las 10:00 me tra­je­ron el desa­yuno: café con leche y mag­da­le­nas Mar­tí­nez. Cuan­do ter­mi­ne el desa­yuno, me colo­ca­ron el anti­faz y pen­sé que pasa­ría por el médi­co foren­se. Pero al salir de la puer­ta de ala­do del baño en vez de ir a la izquier­da fui­mos a la derecha.

El sép­ti­mo inte­rro­ga­to­rio, fue el repa­so de la decla­ra­ción que tenía que hacer. Apro­ve­cha­ron para ense­ñar­me una foto de mi com­pa­ñe­ra de piso y de una ami­ga de la cua­dri­lla. En “mi decla­ra­ción” tam­bién me iden­ti­fi­ca­ron los nom­bres apren­di­dos median­te fotos, para que lue­go yo, hicie­ra lo mis­mo ante los secre­ta­rios. Me dije­ron que arri­ba me harían una prue­ba de caligrafía.

Fina­li­za­do el repa­so, me ame­na­za­ron que si arri­ba no decía lo mis­mo vol­ve­ría­mos a la situa­ción del prin­ci­pio: “tu ten cla­ro que des­pués de la decla­ra­ción vas a bajar otra vez aquí, y esta­rás en nues­tras manos…”

Y des­pués, deba­ti­mos sobre la situa­ción de Eus­kal Herria y de la apues­ta toma­da por la Izquier­da Abertzale.

Me baja­ron a la cel­da y a los cin­co minu­tos me lle­va­ron al médi­co foren­se. Le dije que el tra­to había mejo­ra­do, pero que no podía dor­mir por el dolor que tenía en la pier­na, ni tam­po­co andar. Me comen­to que era jue­ves las 11:00 de la maña­na y que me daría una pas­ti­lla para dor­mir (al final me dio dos una para qui­tar el dolor y la otra para pro­te­ger el estó­ma­go, pues­to que me habían dado mal de comer).

Sobre las 14:30, me tra­je­ron un boca­di­llo de cho­ri­zo. Des­pués me intro­du­je­ron en una dife­ren­te sala y me comu­ni­ca­ron que haría la decla­ra­ción en unos minu­tos. Que uno de ellos esta­ría con­mi­go y que según lo que dije­ra me tra­ta­rían al bajar. Que esta­ba en mis manos el vol­ver a la situa­ción del principio.

Sobre las 18:00, me intro­du­je­ron en una sala que esta­ba ala­do de la del médi­co foren­se. “Ni se te ocu­rra girar la cabe­za y mirar para atrás” me dijo el Guar­dia Civil que tenía detrás sen­ta­do. Aun­que me habían qui­ta­do el anti­faz antes de entrar a la sala esa ame­na­za me asus­to y no mire. Enfren­te tenía dos hom­bres jóve­nes. Mien­tras uno escri­bía en un orde­na­dor el otro me leía las pre­gun­tas y se las repe­tía al “meca­nó­gra­fo”. Aun­que tenía el dere­cho de per­ma­ne­cer en silen­cio, por mie­do a vol­ver a vivir todo lo vivi­do has­ta la fecha, res­pon­dí todas las pre­gun­tas apren­di­das. Iden­ti­fi­que las fotos y copie un tes­to sin sen­ti­do en mayús­cu­la y minús­cu­la. Al fina­li­zar, fir­me todo.

A las 19:00 me baja­ron a los cala­bo­zos. Para cenar me die­ron un bollo de jamón york y queso.

Lue­go me lle­va­ron ante el médi­co foren­se, y me dijo que habien­do hecho la decla­ra­ción lo más segu­ro era que el vier­nes pasa­ría ante el juez.

A las 22:30 tuve la “des­pe­di­da” con la Guar­dia Civil. Me dije­ron que la decla­ra­ción esta­ba muy bien y que la peti­ción para pasar ante el juez esta­ba hecha. Que esta­ba en mis manos el repe­tir­le lo mis­mo al juez o no, pero que si lo repe­tía, lo más segu­ro era que me deja­ra en libertad.

A las 23:00 me lle­va­ron al cala­bo­zo y dormí.

Urta­rri­lak 21, Ostirala:

Me levan­te a las 08:00 de la maña­na y desa­yu­ne (café con leche y mada­le­nas). Hacia las 09:00 cogí todas mis cosas, me pusie­ron las espo­sas y el anti­faz y me lle­va­ron al médi­co foren­se. Por una puer­ta que esta­ba al lado me saca­ron al par­king (igual no era par­king pero el fur­gón esta­ba allí), me metie­ron en el fur­gón y me con­du­je­ron a la Audien­cia Nacio­nal hela­do de frio. (Las cami­se­tas que me qui­ta­ron el pri­mer día se las die­ron a otro dete­ni­do y me las dio en ingre­sos de Soto del Real). Des­pués de pasar el día en la Audien­cia Nacio­nal, pase por delan­te del juez (Mar­las­ca), le con­té los malos tra­tos reci­bi­dos, no res­pon­dí a sus pre­gun­tas y siguien­do el con­se­jo del fis­cal me man­do a la cár­cel, dan­do por fina­li­za­da mi incomunicación.

IÑIGO GONZALEZ ETAYO

Tes­ti­mo­nio

A mi casa lle­ga­ron sobre las 4:00 de la maña­na, yo me encon­tra­ba dor­mi­do, me des­per­té y les abrí la puer­ta. Ellos, unos 5 Guar­dias Civi­les, me espo­sa­ron y me pusie­ron de cara a la pared en el rellano del por­tal. Acto segui­do regis­tra­ron todas las habi­ta­cio­nes de la casa y saca­ron a mis com­pa­ñe­ros de piso, 4 en total. Una vez que está­ba­mos todos los del piso en el rellano, me comu­ni­ca­ron que esta­ba dete­ni­do e inco­mu­ni­ca­do. Yo, que toda­vía me encon­tra­ba en cal­zon­ci­llos fui diri­gi­do a mi cuar­to para que me vis­tie­ra y les die­ra mi DNI y mi tar­je­ta de la segu­ri­dad social. Una vez ves­ti­do, comen­zó el regis­tro de la casa.

El regis­tro comen­zó en el hall de la casa, a mí me tenían en el rellano del por­tal miran­do hacia aden­tro. Lue­go fue regis­tra­do un baño peque­ño y acto segui­do la coci­na. En todos ellos el tra­to fue correc­to y yo era capaz de ver todo lo que hacían. Cuan­do aca­ba­ron con la coci­na empe­za­ban los regis­tros de las habi­ta­cio­nes. Mis com­pa­ñe­ros que se encon­tra­ban en los sofás del salón fue­ron lla­ma­dos uno a uno para regis­trar sus res­pec­ti­vas habi­ta­cio­nes, mien­tras tan­to yo per­ma­ne­cía en el pasi­llo obser­van­do los regis­tros. Para enton­ces ya me habían qui­ta­do las espo­sas y esta­ba tran­qui­lo. Una vez fina­li­za­do el regis­tro de mi habi­ta­ción me pidie­ron que cogie­se ropa ya que me iban a tras­la­dar. Cogí ropa y me des­pe­dí de mis ami­gos dán­do­les un beso a cada uno.

Vol­vie­ron a espo­sar­me y me dije­ron que no hicie­ra ton­te­rías ya que deba­jo de casa se encon­tra­ban medios de comu­ni­ca­ción. Me espo­sa­ron por delan­te y me pusie­ron la capu­cha del jer­sey, dos Guar­dias Civi­les uni­for­ma­dos me escol­ta­ron has­ta el ascen­sor y des­pués has­ta el patrol.

Den­tro del patrol todo fue en silen­cio. Me con­du­je­ron has­ta la Audien­cia de Iru­ñea. Allí me toma­ron las hue­llas dac­ti­la­res y me pre­gun­ta­ron si que­ría rea­li­zar la prue­ba de ADN, a lo que con­tes­té que no. Me intro­du­je­ron en un cala­bo­zo de espal­das con­tra la pared al rede­dor de una hora, para des­pués entre­gar­me a 4 Guar­dias Civi­les enca­pu­cha­dos que con­du­cían un Renault Mega­ne. Me qui­ta­ron las espo­sas y me pusie­ron una cuer­da en las manos a modo de espo­sa ata­das a la espal­da, tam­bién me colo­ca­ron un anti­faz y me qui­ta­ron las gafas.

A mí me sen­ta­ron en medio de la par­te de atrás de coche con un Guar­dia Civil a cada lado. Estos dos Guar­dias Civi­les serían con los que con­vi­vie­ra el res­to de mi deten­ción. Nada más echar a andar el coche empe­zó la ago­nía. Me pre­gun­ta­ban cons­tan­te­men­te sobre cosas que no sabía con­tes­tar y mien­tras me daban gol­pes en la cabe­za y gol­pes fuer­tes en el pecho con la mano abier­ta. Debi­do a la pos­tu­ra me dolían muchí­si­mo la espal­da y la muñe­cas. Las pre­gun­tas y los gol­pes fue­ron cons­tan­tes has­ta que el coche paró a mitad de camino más o menos. Cuan­do para­mos salie­ron tres del coche y yo me que­dé con uno den­tro, “el poli bueno”, me dejó esti­rar la espal­da un poco y tam­bién los pies, poco des­pués él salió y entro el “poli malo” y otro, se sen­ta­ron uno a cada lado mío. Empe­za­ron a dar­me colle­jas y gol­pes en el pecho mien­tras me hacían pre­gun­tas, en un momen­to se enfa­da­ron y me baja­ron a medias los pan­ta­lo­nes mien­tras el “poli malo” hacía sonar unas cani­cas o dados de cris­tal, él los lla­ma­ba dados. Mien­tras me for­ce­jea­ban para inten­tar abrir­me las pier­nas me gri­ta­ban fuer­te al oído “¡lo estas hacien­do muy difí­cil!”, yo me resis­tí todo lo que pude para que no me abrie­ran las pier­nas y para que no me die­ran la vuel­ta. Enton­ces el “poli malo” dijo que esta­ba sacan­do una nava­ja, aun­que yo veía por deba­jo del anti­faz que se tra­ta­ba de un boli. Me hur­ga­ba con el boli por el mus­lo inte­rior cer­ca del escro­to mien­tras el otro me suje­ta­ba con una mano y me inten­ta­ba abrir las pier­nas con la otra. Para­ron y me dije­ron que lue­go segui­ría­mos, que tenía­mos mucho tiem­po, que se me aca­ba­ba el tiem­po. El de mi dere­cha salió de la par­te de atrás y se puso de copi­lo­to, el “poli bueno” entró y se puso a mi dere­cha otra vez, el con­duc­tor entró y arran­có el coche. El res­to del via­je siguie­ron hacién­do­me pre­gun­tas y dán­do­me gol­pes en el pecho de vez en cuando.

Cuan­do, me ima­gino, lle­ga­mos a Madrid empe­za­ron a sonar sire­nas, ellos me decían que delan­te iba otro coche con otro dete­ni­do, enton­ces ace­le­ra­ron muchí­si­mo y fui­mos muy rápi­do duran­te unos minu­tos con giros muy brus­cos como para ade­lan­tar. Al poco tiem­po lle­ga­mos a la comi­sa­ría de la Guar­dia Civil. Me baja­ron del coche y me metie­ron en un edi­fi­cio por una puer­ta doble, baja­mos unas esca­le­ras y tras pasar un pasi­llo me metie­ron en un cala­bo­zo y me qui­ta­ron el antifaz.

Den­tro del cala­bo­zo pasó mucho tiem­po. Era un cuar­to de unos 10 m² con un blo­que de cemen­to con un col­chón sin fun­da enci­ma y una man­ta. Cal­cu­lé que sería el medio­día ya que sali­mos de la Audien­cia de Iru­ñea entre las 7h y las 8h. Con­se­guí dor­mir un poco has­ta que se abrió una ven­ta­ni­lla metá­li­ca de la puer­ta, un Guar­dia Civil enca­pu­cha­do detrás de ella me dijo que me levan­ta­ra y que me pusie­ra de espal­das con­tra la pared. Cuan­do lo hice él abrió la puer­ta y me puso el anti­faz, me cogió del bra­zo y pasa­mos el mis­mo pasi­llo de antes, subimos las mis­mas esca­le­ras y cuan­do lle­ga­mos al últi­mo rellano de las esca­le­ras para­mos. Me qui­tó el anti­faz y me con­du­jo has­ta la puer­ta doble por don­de había entra­do, a la izquier­da había una puer­ta, tam­bién se encon­tra­ban unos 4 Guar­dias Civi­les muy mayo­res con car­pe­tas en la mano. El últi­mo de ellos me cogió y me metió en la puer­ta. En la habi­ta­ción había una silla, una mesa con un apa­ra­to para medir la ten­sión y una per­so­na que me dijo que era el médi­co foren­se, me ense­ñó su car­net. Me pre­gun­tó qué tal esta­ba, yo le dije que bien. Me tomó la ten­sión y me dijo que esta­ba un poco baja pero bien. Yo le dije que era hipo­glu­cé­mi­co, él me dijo que si toma­ba algún tipo de medi­ca­ción para ellos, yo le dije que no, pero que tenía que con­tro­lar un poco la inges­ta de azú­car. Le pre­gun­té la hora y me dijo que eran las 19h40. Tocó la puer­ta, entró el últi­mo Guar­dia Civil que me había cogi­do, de unos 50 – 60 años, cano­so y con bar­ba. Éste me lle­vó has­ta un Guar­dia Civil enca­pu­cha­do en la entra­da de las esca­le­ras de antes, vol­vió a poner­me el anti­faz y me lle­vó has­ta el mis­mo cala­bo­zo de antes. Yo me tum­bé e inten­té dor­mir otro poco. Fui oyen­do cómo abrían otras cel­das y se lle­va­ban a más dete­ni­dos que esta­ban en cel­das con­ti­guas. Lle­gué a con­tar 6 aper­tu­ras de cel­das, a uno le escu­ché refe­rir­se al mía como la “2”.

Antes de que con­si­guie­ra dor­mir vol­vió a abrir­se la tram­pi­lla de la puer­ta y me orde­na­ron lo mis­mo, de espal­das con­tra la pared. Me cogió, me puso el anti­faz y me lle­vó has­ta que me cogió el “poli malo” jus­to al salir de don­de los cala­bo­zos. Me con­du­jo aga­rra­do por el bra­zo has­ta una habi­ta­ción que creo que está en el pasi­llo que con­du­cía a las esca­le­ras, allí me metió en una sala de la par­te izquier­da. En la habi­ta­ción había una mesa con unos pape­les, el “poli bueno” otros dos.

Me pusie­ron de cara a la pared, el “poli bueno” a la izquier­da y el “malo” a la dere­cha. Enton­ces vol­vie­ron a hacer­me pre­gun­tas que no sabía con­tes­tar. El “malo” me dijo “lo estás hacien­do difí­cil, hay dos mane­ra de hacer­lo, por las bue­nas o por las malas”, enton­ces saca­ron una bol­sa y me la pusie­ron en la cabe­za, me aga­rra­ron daca uno de un bra­zo y me empe­za­ron a obli­gar a hacer “sen­ta­di­llas”, me baja­ban y me subían mien­tras yo hacía la fuer­za en sen­ti­do con­tra­rio para resis­tir­me. Mien­tras me gri­ta­ban muy fuer­te al oído “¡se te aca­ba el tiem­po gili­po­llas!”. La bol­sa me empe­za­ba a aho­gar y cuan­do se me des­pe­ga­ba mucho de la cara el “poli malo” tira­ba de ella para que se apre­ta­se un poco. Al poco rato me dolían mucho las pier­nas y empe­za­ba a sen­tir una horri­ble sen­sa­ción de asfi­xia. Vol­vie­ron a dejar­me de pie y seguían hacién­do­me pre­gun­tas que no sabía con­tes­tar. Enton­ces apre­ta­ron mucho la bol­sa, has­ta el pun­to que sólo con­se­guía res­pi­ra­ra un poco por la nariz mien­tras uno de ellos me daba gol­pes en la tri­pa con el dedo, muy pun­zan­tes, en direc­ción hacia el pecho, como inten­tan­do evi­tar la caja torá­ci­ca. Estos gol­pes me hacían expul­sar el poco aire que tenía me aho­ga­ba más.

Para­ron y me siguie­ron hacien­do pre­gun­tas, tam­po­co con­tes­té, enton­ces empe­za­ron a apre­tar más la bol­sa has­ta el pun­to que me aho­ga­ba del todo y me daban arca­das. Cuan­do suce­día eso me decían “no vomi­tes que te lo vas a comer”. Repi­tie­ron esos aho­ga­mien­tos unas 5 veces y vol­vie­ron a parar. Más pre­gun­tas. Enton­ces el “poli malo” dijo que se esta­ba cabrean­do que “los esta­ba ponien­do muy difí­cil”. Vol­vie­ron a hacer­me la bol­sa con el mis­mo méto­do de los gol­pes pun­zan­tes en la tri­pa, con­se­guí rom­per­la con los dien­tes, pero le die­ron la vuel­ta y siguieron,repitieron unas 3 veces más has­ta que con­se­guí sol­tar­me un bra­zo y rom­per la bol­sa con el dedo, le vol­vie­ron a dar la vuelta.

Eso les cabreó y me pusie­ron las manos en la espal­da inmo­bi­li­zán­do­me más, siguie­ron con la bol­sa, me dije­ron que segui­rían has­ta que yo qui­sie­ra hablar y para ello tenía que levan­tar la pier­na izquier­da 2 veces. Las siguien­tes 2 veces para­ron cuan­do levan­ta­ba el pie pero yo no decía nada, enton­ces las 4 – 5 siguien­tes aun­que levan­ta­ra el pie me decían “ven­ga txino, aguan­ta más que tú pue­des” y seguía unos 30 segun­dos más has­ta que me subía los calo­res a la cabe­za y me entra­ban arca­das. En un momen­to me empe­cé a marear mucho, las pier­nas no me suje­ta­ban y la cabe­za se me iba, me sen­ta­ron en una silla pero uno me suje­ta­ba por­que me caía redon­do. Ten­go fal­ta de azú­car y ellos lo sabían ya que uno me metió un azu­ca­ri­llo a la boca y un poco de agua y me lo hizo tra­gar. Yo me asus­té mucho, pen­sa­ba que me des­ma­ya­ba, ellos tam­bién pare­cían asus­ta­dos al ver­me y deci­die­ron parar y lle­var­me al calabozo.

Al poco rato vol­vie­ron a sonar los gol­pes metá­li­cos de las puer­tas “¡de pie y con­tra la pared!”, me vol­vie­ron a entre­gar al “poli malo”, “¿Estas bien?”, me pre­gun­tó, yo casi no podía andar por el dolor en las pier­nas por las sen­ta­di­llas, esta­ba ate­rro­ri­za­do, aún y todo con­tes­té que sí. Me lle­vó al mis­mo sitio de antes con las mis­mas per­so­nas, “¿vas a hablar?”. Yo con­tes­té que no sabía nada y segui­da­men­te me pusie­ron la bol­sa. Esta vez me aho­ga­ban has­ta la exte­nua­ción direc­ta­men­te, el “poli malo” me tapa­ba la nariz y la boca con la mano mien­tras tenía la bol­sa pues­ta, ense­gui­da me aho­ga­ba y me daban arca­das. Yo les pedía que para­sen pero me decían que aguan­ta­ba muy bien. Enton­ces mien­tras me hacían la bol­sa el “poli malo” me dio un enchu­fe y me lo izo aga­rrar, “se te aca­ba el tiem­po gili­po­llas”, “esto no mere­ce la pena”. Yo lo sol­ta­ba pero me lo vol­vía a poner y me aho­ga­ban más fuer­te­men­te tirán­do­me la cabe­za hacia atrás. Enton­ces sacó los dados del via­je y los hacía sonar, me baja­ron los pan­ta­lo­nes has­ta las rodi­llas, tam­bién los cal­zon­ci­llos, “te va a gus­tar, ya lo verás”, pero no sufría ni calam­bres ni lle­ga­ron a meter­me nada. Esto todo habría dura­do entre 1 y 2 horas. De vez en cuan­do para­ban para que escu­cha­se los gri­tos de otro dete­ni­do, “nos lo esta­mos pasan­do de puta madre”. Aca­bé des­tro­za­do y supli­can­do, al final para­ron y me dije­ron que pen­sa­se en actos de kale borro­ka para auto­in­cul­par­me. Me con­du­je­ron de nue­vo a la celda.

Vol­vie­ron a abrir la cel­da a las horas. Me vuel­ven a poner el anti­faz, yo esta­ba tem­blan­do de mie­do. Esta vez me vol­vie­ron a subir al foren­se. El foren­se me pre­gun­tó que si me habían mal­tra­ta­do, con­tes­té que no. Le dije que me toma­ra la ten­sión, me la tomó pero esta­ba bien, tam­bién me dijo que era miér­co­les por la maña­na. La mis­ma ope­ra­ción, me coge el vie­jo cano­so, me entre­ga a un Guar­dia Civil enca­pu­cha­do, éste me pone el anti­faz, baja­mos las esca­le­ras, pasa­mos el pasi­llo y lle­ga­mos a la cel­da. Comí un poco del boca­di­llo que me habían dado el día anterior.

Al poco tiem­po vol­vie­ron a coger­me, me pusie­ron el anti­faz y me entre­ga­ron al “poli malo”, “¿has pen­sa­do en lo que hemos habla­do?”, “no lo sé” con­tes­té, “ya verás cómo sí” dijo él. Otra vez a la mis­ma habi­ta­ción. Yo no hablé has­ta que me hicie­ron coger la bol­sa con la mano. Me cosie­ron a pre­gun­tas para incul­par­me y para cul­par a otras per­so­nas. Cuan­do con­tes­ta­ba algo que no les gus­ta­ba “el jefe” decía que no y me ponían la bol­sa has­ta que decía lo que ellos que­rían. Yo físi­ca y psi­co­ló­gi­ca­men­te esta­ba des­tro­za­do, no aguan­ta­ba más, enton­ces me habla­ron de la decla­ra­ción poli­cial. Yo les dije que sólo iba a decla­ra delen­te del juez. Enton­ces me aga­rra­ron muy vio­len­ta­men­te y me vol­vie­ron a hacer la bol­sa unas 3 o 4 veces has­ta que acce­dí. Había trai­cio­na­do a mi per­so­na, me sen­tía como la basu­ra, me habían anulado.

Los siguien­tes inte­rro­ga­to­rios siem­pre 2 des­pués de ver al foren­se, fue­ron miér­co­les noche, jue­ves por la maña­na y por la noche y vier­nes por la maña­na. Me pre­pa­ra­ron la decla­ra­ción poli­cial, unas 4 o 5 veces por inte­rro­ga­to­rio, has­ta que la apren­día de memo­ria. En el últi­mo inte­rro­ga­to­rio del vier­nes a la maña­na me dije­ron que la decla­ra­ción poli­cial la haría en dos par­tes por­que no se fia­ban. Decla­ra­ría en una pri­me­ra sesión, baja­ría con ellos y vol­ve­ría a bajar con ellos para ver qué había dicho. Así fue. Subí y decla­ré todo lo que me dije­ron. Pero mi abo­ga­do supon­go que ató­ni­to por ver cómo me auto­in­cul­pa­ba e incul­pa­ba a otras per­so­nas, dijo que que­ría hacer dos pre­gun­tas: a ver si yo esta­ba decla­ran­do libre­men­te y a ver si me esta­ban tra­tan­do correc­ta­men­te. Evi­den­te­men­te rodea­do de Guar­dias y sabien­do que tenía que bajar otra vez con mis tor­tu­ra­do­res con­tes­té que sí.

Me baja­ron al cala­bo­zo y al rato me vol­vie­ron a entre­gar al “poli malo”, “lo has hecho muy bien txino”. Me lle­va­ron a otra sali­ta, me sen­ta­ron y repa­sa­ron la segun­da par­te de la decla­ra­ción. Yo tem­bla­ba de mie­do, vol­ví a la cel­da y al poco rato me vol­vie­ron a subir a la decla­ra­ción don­de sol­té todo lo que me dije­ron. Me baja­ron al cala­bo­zo, yo ya pen­sa­ba que me deja­rían en paz y con­se­guí dor­mir, bajé del todo la guar­dia. Enton­ces vol­vió a sonar el cerro­jo, me vol­vían a entre­gar al “poli malo”, me sen­ta­ron en una silla y me dije­ron que si con­ta­ba algo, me coge­rían otra vez por­que iba a salir libre bajo fian­za. Me tenía que rati­fi­car aten el juez y no denun­ciar tor­tu­ras. Todo eso me hun­dió mucho aun­que ya tenía deci­di­do denun­ciar todo ante el juez. Psi­co­ló­gi­ca­men­te fue la más dura, pen­sar que se había aca­ba­do y vol­ver a empe­zar. Rápi­da­men­te me lle­va­ron a la celda.

A las horas me saca­ron de la cel­da y me lle­va­ron a un auto­bús de la Guar­dia Civil, nos lle­va­ron a la Audien­cia Nacio­nal. Allí por fin pude hablar con alguien cono­ci­do, la abo­ga­da. Antes de eso soli­ci­té la visi­ta del foren­se al cual con­té toda esta horri­ble his­to­ria, él la apun­tó. Delan­te del juez negué todo lo decla­ra­do en comi­sa­ría y denun­cié gra­ves tor­tu­ras mien­tras Mar­las­ka mira­ba al techo y yo llo­ra­ba sin parar. Mi abo­ga­da dudó del tra­to reci­bi­do en comi­sa­ría pero la sen­ten­cia ya vie­ne mar­ca­da, cár­cel. Jus­to al bajar vi a la abo­ga­da al levan­tar­me la inco­mu­ni­ca­ción. Nos gri­ta­mos de cela­da a cel­da para dar­nos áni­mos el uno al otro, enton­ces supe a quién habían detenido.

PATXI ARRATIBEL “Xafan”

tes­ti­mo­nio

Al rede­dor de las 3:00 de la maña­na del día 18 de enero de 2011 oí cómo apo­rrea­ban la puer­ta de mi casas. Esta­ba en la cama con mi com­pa­ñe­ra y me levan­té sobre­sal­ta­do y le avi­sé de que venían a por mí. Por la ven­ta­na de mi habi­ta­ción había vis­to varios vehícu­los en la puer­ta de mi casa. Era la Guar­dia Civil.

Me ves­tí corrien­do y abrí la puer­ta, en segui­da se aba­lan­za­ron sobre mí dos agen­tes de lo GAR uni­for­ma­dos y fuer­te­men­te arma­dos. Yo les dije que estu­vie­ran tran­qui­los y a que esta­ban muy exci­ta­dos. Entre gri­tos, me hicie­ron levan­tar las manos y me saca­ron al por­tal mien­tras más agen­tes de pai­sano y más agen­tes uni­for­ma­dos entra­ron en casa.

Mira­ron toda la casa, metie­ron a nues­tra perra en un baño de la casa y man­tu­vie­ron a mi com­pa­ñe­ra rete­ni­da en nues­tra habi­ta­ción. De aquí en ade­lan­te ya no vol­ve­ría a estar con ella. Un Guar­dia Civil enca­pu­cha­do me leyó mis dere­chos. Una per­so­na se pre­sen­tó como agen­te judi­cial y me dijo que se iba a efec­tuar el regis­tro de toda la casa y que yo esta­ría pre­sen­te en todo el regis­tro. Comen­za­ron el registro.

El regis­tro lo comen­zó una chi­ca sacan­do fotos a las habi­ta­cio­nes. A cada habi­ta­ción le desig­na­ba un núme­ro, antes de foto­gra­fiar­la. Fue esta chi­ca la que cogió los cepi­llos de dien­tes del baño de nues­tra habi­ta­ción, pre­gun­tán­do­me por cuál era el mío. Íba­mos de habi­ta­ción en habi­ta­ción. Mira­ron todos y cada uno de los CDs que tenía y los que eran gra­ba­dos los cogían. Mira­ron todos los libros que había enca­sa, revis­tas… lo mira­ban todo hoja por hoja. Se lle­va­ron libros del Movi­mien­to Pro Amnis­tía, Gaz­te Asan­bla­da, Etxe­rat… Mira­ron las figu­ras deco­ra­ti­vas de casa, así como los cua­dros, movían los mue­bles, saca­ban los cajo­nes, etc. Todo lo que olie­ra a tema polí­ti­co o fue­ra de algún movi­mien­to popu­lar se lo lle­va­ron. Ade­más de esto, se lle­va­ron todos los dis­cos duros, sean del orde­na­dor o sean exter­nos, los pen­dri­ves, tar­je­tas de memo­ria de los telé­fo­nos, los telé­fo­nos, etc. (tam­bién los de mi compañera).

La meto­do­lo­gía del regis­tro era siem­pre la mis­ma: decían la habi­ta­ción, me lle­va­ban a ella y detrás el agen­te judi­cial y comen­za­ban el regis­tro. El agen­te judi­cial se ase­gu­ra­ba de que yo pre­sen­cia­ra el regis­tro. Ter­mi­na­ron con el piso, subimos al des­ván y des­pués baja­mos a la pla­za de gara­je don­de regis­tra­ron la fur­go­ne­ta. Antes de bajar al gara­je les pedí que me deja­ran des­pe­dir­me de mi com­pa­ñe­ra y me dije­ron que no podía, que esta­ba incomunicado.

Una vez ter­mi­na­do el regis­tro, acer­ca­ron un patrol de los GAR al gara­je y me metie­ron den­tro. Igual que cuan­do entra­mos al gara­je, escu­ché gri­tos de áni­mo de mi com­pa­ñe­ra, fami­lia, veci­nos, ami­gos… Por unos segun­dos pude ver a algu­nas de estas per­so­nas… ¡me sal­ta­ban las lágrimas!

De Etxa­rri me lle­va­ron a la Herri­ko, don­de tra­ba­jo. Den­tro se encon­tra­ba un tra­ba­ja­dor lim­pian­do la taber­na y les pedí que le deja­ran mar­char. Acce­die­ron y se mar­chó. El bar lo regis­tra­ron como el piso, zona por zona, estan­do yo pre­sen­te y con la super­vi­sión del agen­te judi­cial. Empe­za­ron por la barra y se lle­va­ron todo el dine­ro de la caja, del bote de Etxe­rat, de la ven­ta de maque­tas de los músi­cos… Lo con­ta­ban sepa­ran­do mone­das y bille­tes. Aquí igual que en casa, todo lo que olía a movi­mien­to popu­lar, sean revis­tas, ropa, lo que sea, lo cogían. Se lle­va­ron tam­bién los dis­cos duros: uno de músi­ca, otro del come­dor y otro externo con músi­ca. No pue­do ase­gu­rar si se lle­va­ron tam­bién el dis­co duro del orde­na­dor de la caja regis­tra­do­ra. Des­pués siguie­ron por la coci­na. Su regis­tro fue rápi­do. Cogie­ron un pen­dri­ve de músi­ca de la radio de la coci­na. De ahí al alma­cén don­de mira­ron entre la comi­da y la bebi­da lla­gan­do inclu­so a abrir cajas de vino. Había algo de ropa para ven­der y se lo lle­va­ron. Lue­go le tocó el turno a la ofi­ci­na. Mira­ron todos los pape­les de arri­ba a aba­jo, cajo­nes, reco­ve­cos,… Cogie­ron mi agen­da del 2010. Lue­go saca­ron el orde­na­dor de mesa de la ofi­ci­na y lo rom­pie­ron para sacar­le el dis­co duro. Se lle­va­ron un pen­dri­ve con músi­ca, un note­book de la tóm­bo­la sin usar y no sé qué más. Había dine­ro en la caja fuer­te y enci­ma de la mesa. Tam­bién algu­nos cam­bios en algún cajón. Lo con­ta­ron de la mis­ma mane­ra que el dine­ro de la barra y se lo lle­va­ron. Des­pués pasa­ron al baño y taqui­llas de los tra­ba­ja­do­res. Les pre­gun­té si podían regis­trar las taqui­llas y el agen­te judi­cial me dijo que sin orden no. Enton­ces yo les dije que no las mira­ran pero como esta­ban abier­tas las regis­tra­ron igual.

Una vez ter­mi­na­do el regis­tro el agen­te judi­cial se mar­chó y acer­ca­ron un patrol a la puer­ta del bar. Me pusie­ron una suda­de­ra mía en la cabe­za y me saca­ron del bar. En dos segun­dos pude ver a un her­mano mío y a algún cono­ci­do del pue­blo, algún ami­go tam­bién. Pude escu­char los gri­tos de áni­mo de mi com­pa­ñe­ra y la gen­te que esta­ba allí. Axi­lo­tuak aska­tu! Toda­vía se me inun­dan los ojos de lágri­mas de la emo­ción, igual que en aquel momen­to. Mila esker denoi!

Me lle­va­ron a la Audien­cia de Iru­ñea entran­do con el patrol en su inte­rior. Me baja­ron del vehícu­lo y me lle­va­ron a una habi­ta­ción don­de me toma­ron las hue­llas de las manos, dedos… ¡hue­llas de todo! Me hicie­ron fotos y me extra­je­ron sali­va para la prue­ba de ADN. No me negué pues de casa ya se habían lle­va­do mi cepi­llo de dien­tes. Des­pués me lle­va­ron done el médi­co foren­se de la Audien­cias, un cata­lán. En el tra­yec­to me encon­tré con unas 6 per­so­nas que, lejos de inti­mi­dar­les la situa­ción me ani­ma­ron, cosa que agra­de­cí y agra­dez­co con todo mi cora­zón. ¡Aupa por vosotros/​as! El médi­co de la Audien­cia me ins­pec­cio­nó y me pre­gun­tó por el tra­to reci­bi­do. Le dije que has­ta enton­ces el tra­to había sido correc­to. Des­pués de estar con el médi­co vol­vi­mos a los gara­jes de la Audiencia.

Los GAR me deja­ron en manos de agen­tes de pai­sano, los cua­les de entra­da me dije­ron que mira­ra al sue­lo. Ense­gui­da me pusie­ron un anti­faz por el cual no veía nada. Me qui­ta­ron las espo­sas metá­li­cas y me pusie­ron otras de cuer­da, que me las apre­ta­ron de for­ma que me cor­ta­ron la cir­cu­la­ción en las manos. Me metie­ron en un coche nor­mal en el asien­to de atrás, con las manos en la espal­da, esto es, con todo el peso de mi cuer­po enci­ma de los bra­zos y manos. Lue­go se sen­ta­ron dos indi­vi­duos a cada lado y casi no podía mover­me un cen­tí­me­tro. Al prin­ci­pio, qui­tan­do el dolor que me pro­du­cían las cuer­das, la pos­tu­ra era lle­va­de­ra pero des­pués de dos horas de camino empe­zó a ser inaguan­ta­ble. En el camino de Iru­ñea a Madrid me inte­rro­ga­ron. No hubo gol­pes pero sí ame­na­zas, “¡ya verás cuan­do lle­gue­mos a Madrid, te vas a ente­rar, nos vas a con­tar todo hijo-puta!”.

Via­já­ba­mos en el coche dos ade­lan­te y tres detrás. Hicie­ron una úni­ca para­da para repos­tar. Se baja­ron los cua­tro y me deja­ron sólo en el coche. Yo apro­ve­ché para esti­rar­me un poco y cam­biar de pos­tu­ra. Pero no duró mucho. Vol­vie­ron a entrar y pro­se­gui­mos la mar­cha. Entran­do en Madrid y vien­do que yo ya no podía aguan­tar, no para­ba quie­to por el dolor que tenía en las manos, bra­zos, espal­da, cue­llo… me cor­ta­ron las espo­sas de cuer­da y me pusie­ron otras de hie­rro pero esta vez por delan­te, pasan­do una mano por deba­jo de la rodi­lla. Fue un gran ali­vio. Había via­ja­do des­de Iru­ñea casi sin poder mover­me en una pos­tu­ra muy jodi­da y lo esta­ba pasan­do fran­ca­men­te mal.

Noté cómo entrá­ba­mos en un lugar ofi­cial por­que para­ron el coche y des­pués de varios segun­dos con­ti­nua­ron des­pa­cio has­ta dete­ner el coche. Me baja­ron del coche y entra­mos en un edi­fi­cio. Siem­pre con el anti­faz pues­to, sin poder ver nada y con la cabe­za baja­da miran­do al sue­lo. Me lle­va­ron por unos pasi­llos, unas esca­le­ras para aba­jo, más pasi­llos… Un indi­vi­duo me suje­ta­ba por detrás y me iba diri­gien­do has­ta que me fre­nó en el umbral de una puer­ta estre­cha. Era la puer­ta de una cel­da. Me qui­tó el anti­faz y me dijo que no mira­ra hacia atrás has­ta que se cerra­ra la puer­ta. Mien­tras cerra­ba la puer­ta, a duras penas pude ver una cel­da de unos 2 metros de ancho, por unos 4 metros de lar­go apro­xi­ma­da­men­te. A su izquier­da con­tra la pared y en la esqui­na había un cubo de hor­mi­gón con un col­chón sin sába­nas enci­ma. Ya había lle­ga­do. Esta­ba en las maz­mo­rras de la Guar­dia Civil.

Me tiré en el col­chón. Esta­ba a oscu­ras prác­ti­ca­men­te. Sólo un hilo de luz arti­fi­cial que entra­ba por una peque­ña ven­ta­na rom­pía la total oscu­ri­dad. Pron­to me dí cuen­ta de que no esta­ba sólo. Alguien apo­rreó la puer­ta de una cel­da des­de den­tro igual que se hace para lla­mar una puer­ta. “¿Qué quie­re?” habló una voz. Otra voz tími­da­men­te con­tes­tó algo que no pude oír. Era otro dete­ni­do que que­ría ir al baño. Más tar­de otro dete­ni­do repi­tió lo mis­mo que el ante­rior. Al final cal­cu­lé que está­ba­mos unas 7 per­so­nas pero no tenía ni idea real­men­te, por­que a veces pen­sa­ba que éra­mos 5„ ¿cuán­tos sería­mos realmente?.

Des­pués de espe­rar una eter­ni­dad, aten­to a todos y cada uno de los rui­dos que escu­cha­ba en el exte­rior, alguien vino a una cel­da y se lle­va­ron a una per­so­na de su inte­rior. Lue­go a otra, y a otra. Pero vol­vían. De repen­te abrie­ron una ven­ta­na peque­ña que había en la puer­ta de mi cel­da y me dije­ron que me pusie­ra de pie y de espal­das a la puer­ta. Lue­go abrie­ron la puer­ta de la cel­da y me pidie­ron que cami­na­ra hacia atrás has­ta el umbral de la puer­ta. Una vez allí me die­ron un anti­faz para que me lo colo­ca­ra. Me aga­rra­ron por detrás y me guia­ron por los pasi­llos, izquier­da, dere­cha, rec­to, esca­le­ras, des­can­si­llo y esca­le­ras y al lle­gar al últi­mo des­can­si­llo de las esca­le­ras me qui­ta­ron el anti­faz y otro hom­bre dis­tin­to, éste a cara des­cu­bier­ta, me con­du­jo a una habi­ta­ción don­de había un hom­bre, un mesa y unos pape­les sobre ella. Era el médi­co foren­se. Éste me pre­gun­tó si esta­ba bien y si me habían tra­ta­do bien. Al entra en la habi­ta­ción cerra­ron la puer­ta detrás de mí y los Guar­dias Civi­les se que­da­ron jus­to al otro lado. Esto no me dio nin­gu­na con­fian­za y temía que pudie­ran escu­char lo que habla­ba con el foren­se. Así que deci­dí no con­tar­le el via­je que me habían dado. Me tomó la ten­sión, me dijo que esta­ba bien y me expli­có que pasa­ría todas las maña­nas y todas las tar­des a ver­me. Lla­mó en la puer­ta des­de den­tro y el mis­mo hom­bre que me había lle­va­do en el últi­mo tra­mo a cara des­cu­bier­ta me cogió por el hom­bro y des­hi­ci­mos el camino anda­do has­ta lle­gar a las esca­le­ras. Y en el mis­mo des­can­si­llo que me qui­ta­ron el anti­faz ante­rior­men­te me lo vol­vie­ron a poner y otra vez fui diri­gi­do por otros hom­bres has­ta mi celda.

Al poco tiem­po de estar en la cel­da vol­vie­ron a abrir el por­tón peque­ño de la puer­ta y me dije­ron que me pusie­ra en pie. Siguien­do el pro­to­co­lo antes comen­ta­do, “hacia atrás, sin mirar y pon­te el anti­faz” me vol­vió a coger un hom­bre por detrás y me guió otra vez a tra­vés de los pasi­llos. Ésta vez antes de lle­gar a las esca­le­ras noté cómo otro hom­bre me suje­ta­ba y me salu­da­ba. Era el hom­bre que via­jó a mi dere­cha de Iru­ñea a Madrid, el mis­mo que me inte­rro­gó y ame­na­zó en el coche. Me lle­vó has­ta una habi­ta­ción y me dejó en una esqui­na de la mis­ma. No está­ba­mos los dos solos, noté cómo había más gen­te. Y es aquí don­de empe­zó todo.

El mis­mo que me había inte­rro­ga­do en el coche repi­tió el inte­rro­ga­to­rio pero se le suma­ron otras dos per­so­nas. Y una cuar­ta per­so­na tam­bién pre­gun­ta­ba. Éste pare­cía el jefe de los demás. Una pre­gun­ta detrás de la otra sin parar. Des­de ETA, Ekin, Aska­ta­su­na… has­ta mi mili­tan­cia en la Izquier­da Aber­tza­le des­de sus orí­ge­nes, y todo mez­cla­do con pre­gun­tas sobre mi fami­lia, com­pa­ñe­ra, ami­gos y sal­pi­ca­do con muchos insul­tos y ame­na­zas. Lle­gó un momen­to que se can­sa­ron de que yo no cola­bo­ra­ra con ellos y me dije­ron que ya valía. Que iba a ver. Me cogie­ron las manos y me pusie­ron un bra­za­le­te de goma-espu­ma en cada muñe­ca. Me sen­ta­ron en una silla con apo­ya­bra­zos y ama­rra­ron mis muñe­cas a los mis­mo. Me cogie­ron los tobi­llos y repi­tien­do lo mis­mo que con las muñe­cas me los ata­ron a las patas delan­te­ras de la silla. “Aho­ra verás”. Noté cómo un hom­bre se colo­ca­ba detrás de mí y oí una bol­sa. Los otros dos hom­bres se pusie­ron delan­te de mí y uno de ellos comen­zó a pegar­me en los tes­tícu­los. Yo cerra­ba las pier­nas pero él me las abría y me pega­ba, no muy fuer­te, pare­cía que no que­ría dejar­me nin­gu­na mar­ca. El hom­bre que se había colo­ca­do detrás me cubrió la cabe­za con una bol­sa enro­llan­do el sobran­te y suje­tán­do­la fuer­te con­tra mi nuca. Pron­to empe­cé a que­dar­me sin aire y pron­to comen­za­ron el páni­co, la angus­tia y el aho­go. El plás­ti­co se me pega­ba en los ori­fi­cios de la nariz y en la boca. Yo me revol­vía pero me suje­ta­ban, me gri­ta­ban, me pre­gun­ta­ban, insul­ta­ban, y el plás­ti­co entra­ba en mi boca pegán­do­se en el pala­dar… Al prin­ci­pio para­ban en este momen­to. Me dije­ron que si que­ría hablar y siem­pre que fue­ra para con­tar­les cosas razo­na­bles, tenía que mover la mano izquier­da arri­ba y aba­jo y así ellos me qui­ta­rían la bol­sa. Yo empe­cé a mover la mano cada vez que que­ría que para­sen y cuan­do vie­ron que no les con­ta­ba nada me dije­ron que ya daba igual que movie­ra mi mano o que no la movie­ra, que ya no me valía para nada. Efec­ti­va­men­te, de ahí en ade­lan­te aun­que yo movía la mano ya no me qui­ta­ban la bol­sa y las sesio­nes eran cada vez más lar­gas. No sé si era la sex­ta o la sép­ti­ma vez y yo ya no podía más. Toda­vía no sé ni cómo, me des­hi­ce de las ata­du­ras de mi mano dere­cha, pie dere­cho y lue­go tam­bién la de la mano izquier­da y me puse de pie y me arran­qué la bol­sa de mi cabe­za cogien­do oxí­geno como un ener­gú­meno. Esto no les gus­tó nada, “¡hijo-puta, vas a ver!”. Me sol­ta­ron la ata­du­ra de mi tobi­llo izquier­do y me jun­ta­ron los pies. Me los ata­ron con cin­ta a la altu­ra de los tobi­llos. Cogie­ron mis manos y me las jun­ta­ron. Me ata­ron con cin­ta adhe­si­va las muñe­cas. Tra­je­ron una man­ta y me rodea­ron con ella dejan­do sin tapar la cabe­za. Cogie­ron cin­ta (¿ame­ri­ca­na?) adhe­si­va y me die­ron vuel­tas y más vuel­tas por enci­ma de la man­ta, que­dan­do yo total­men­te emba­la­do como si fue­ra un paque­te. “Esto se lla­ma la momia”. Me tira­ron boca arri­ba en un col­chón que habían pre­pa­ra­do. Uno de los hom­bres se colo­có enci­ma de mis pier­nas. Otro me suje­ta­ba el cuer­po y el ter­ce­ro me puso la bol­sa y me suje­ta­ba la cabe­za entre sus pier­nas, se ponía de rodi­llas para ello. Otra vez la angus­tia, el aho­go… Casi no podía mover­me, me aga­rra­ban los pies, me apre­ta­ban el tri­pa y lo úni­co que a veces con­se­guía era mover la cabe­za y con­ta­das veces roba­ba un sus­pi­ro de oxí­geno que me ayu­da­ba a aguan­tar. Pero cada vez era peor y yo cada vez esta­ba más hecho pol­vo. Cuan­do les daba la gana me deja­ban res­pi­rar un segun­do y seguían. De repen­te, en la sép­ti­ma y octa­va vez empe­cé a ver todo en blan­co, la oscu­ri­dad del anti­faz había des­apa­re­ci­do y me vacié al ins­tan­te. Me había ori­na­do enci­ma casi sin dar­me cuen­ta. Enton­ces para­ron. “¡Se ha mea­do, se ha mea­do!”, “¡eres un puto cer­do!” y se reían de mí. “Escu­cha” dije­ron, y fue enton­ces cuan­do oí a otro dete­ni­do gri­tan­do en la habi­ta­ción de al lado. Esto tam­bién fue muy duro, oía los gri­tos de los Guar­dias Civi­les pero tam­bién los de una per­so­na que gri­ta­ba de dolor y sufri­mien­to, igual igual que yo. Era inaguan­ta­ble, muy duro. Me deja­ron des­can­sar unos minu­tos, inclu­so por un momen­to pen­sé que me deja­rían en paz, pero no fue así. Vol­vie­ron a la car­ga igual que antes. Las sesio­nes eran muy lar­gas y yo me resis­tía como podía. Rom­pía todas las bol­sas posi­bles pero siem­pre tenían otra para reem­pla­zar la ante­rior. Me decían que daba igual que las rom­pie­ra con los dien­tes ya que tenían muchas. Lle­gó un momen­to que me dije, “ya vale de aguan­tar, paso”. Que­ría que­dar­me sin cono­ci­mien­to y que pasa­ra lo que tuvie­ra que pasar, ya me daba igual. Pero hay algo muy curio­so cuan­do te ponen la bol­sa y te estás aho­gan­do, que aun­que tú no quie­ras, tu cuer­po lucha por res­pi­rar, por vivir ¡y tú no pue­des evi­tar­lo! Y el sufri­mien­to se hace toda­vía más inaguan­ta­ble. Así que vol­ví a seguir luchan­do, revol­vién­do­me, movien­do la cabe­za y con­se­guí sol­tar­me las manos den­tro de la man­ta. Ade­más pude sacar el bra­zo dere­cho ente­ro de la man­ta y arran­car­me la bol­sa de la cabe­za con rabia. Lle­va­ría­mos unas ¿13 sesio­nes? No lo sé. Vol­vie­ron a intro­du­cir­me el bra­zo den­tro de la man­ta, la suje­ta­ron mejor por la par­te de arri­ba y pro­si­guie­ron. Des­pués de unas cua­tro o cin­co sesio­nes más vol­ví a ori­nar­me. Insul­tos, risas, unos minu­tos de des­can­so y siguie­ron. No sé si en total fue­ron 20 o 25, fue­ron muchas, dema­sia­das, y tam­po­co sé cuán­to tiem­po pudi­mos estar. Horas. Cuan­do dije lo que ellos que­rían escu­char, que no la ver­dad, para­ron. Me dije­ron que con­ti­nua­ría­mos maña­na y me lle­va­ron a mi cel­da. Antes de entrar en ella, me die­ron la ropa que me dije­ron que cogie­ra de casa. Aho­ra enten­día el por­qué. Tenía los pan­ta­lo­nes y cal­zon­ci­llos com­ple­ta­men­te empa­pa­dos de ori­na y sudor. Y la suda­de­ra y cami­se­ta cho­rrea­ban. Era como si me hubie­ra meti­do en la pis­ci­na con la ropa. Igual. Me cam­bié y caí muer­to en el col­chón de mi cel­da. No me dio tiem­po ni a pen­sar en lo que había pasa­do. Esta­ba dormido.

El segun­do día los rui­dos de las maz­mo­rras de la Guar­dia Civil me des­per­ta­ron. Eran los cerro­jos de las puer­tas que saca­ban un rui­do infer­nal al cerrar­las. Se lle­va­ban y traían a gen­te y pen­sé que era del médi­co foren­se. Y así era. Se abrió mi puer­ta y siguien­do siem­pre el mis­mo pro­to­co­lo me lle­va­ron delan­te del médi­co foren­se. Este me pre­gun­tó qué tal esta­ba y yo le dije que mal. Le dije que me dolía la cabe­za, los ojos, la man­dí­bu­la, el cue­llo y que esta­ba muy débil y que casi no podía ni andar. Me pre­gun­tó si el tra­to había sido bueno. Yo le dije que no que­ría hablar y él así lo reco­gió en sus apun­tes. Me tomó la ten­sión y me aus­cul­tó, y para mi des­gra­cia la ten­sión esta­ba bien y no tenía nin­gu­na arrit­mia. Me dijo que esta­ba bien y que por la tar­de-noche pasa­ría otra vez a ver­me. Esta­ba bien, para que siguie­ran tor­tu­rán­do­me. Esto me jodió mucho, ya que tenía la espe­ran­za de estar muy mal y así evi­tar ser tor­tu­ra­do como la noche anterior.

Me deja­ron en mi cel­da. Tum­ba­do en el col­chón inten­ta­ba pen­sar en qué podía hacer para salir de esa situa­ción. A veces esca­pa­ba, era cuan­do me dor­mía por­que esta­ba hecho pol­vo. Pero des­gra­cia­da­men­te vol­vía a des­per­tar­me en la pesa­di­lla que esta­ba atra­pa­do. Pen­sa­ba en auto­le­sio­nar­me para esca­par de las tor­tu­ras, pero la cosa no esta­ba nada fácil, ya que una vez toma­da esa deci­sión había que hacer­lo bien o si no, sería peor toda­vía. De repen­te oí algo. Sí. Eran gri­tos de unas per­so­nas. A lo lejos se oía a los Guar­dias Civi­les gri­tan­do y a veces se oía un gri­to de auxi­lio y de sufri­mien­to. La sen­sa­ción que se sien­te en ese momen­to es difí­cil de expli­car. Es una mez­cla de páni­co, com­pa­sión, soli­da­ri­dad, rabia, sal­va­ción,… Lo que está cla­ro es que no se pue­de aguan­tar. Yo no podía. Me tum­ba­ba de medio lado tapan­do el oído que me que­da­ba libre con un dedo y me obli­ga­ba a dor­mir como fue­ra. Si no, no podía estar, sen­tía páni­co por­que el siguien­te podía ser yo. Si oías pasos pen­sa­bas que venían a por ti y sen­tías páni­co. Se abría una puer­ta y sin no era la tuya sen­tías ali­vio, pero ense­gui­da te sen­tías un ser des­pre­cia­bles por haber sido tan egoís­ta. Esto no era tor­tu­ra físi­ca pero era algo que te tala­dra­ba la cabe­za creán­do­te una angus­tia y una ansie­dad terri­bles. Cuan­do con­se­guía dor­mir­me esca­pa­ba de ello pero la mayo­ría del tiem­po no podía. Tuve sus­to de muer­te como cuan­do traían algo de comer y de beber. Por cier­to, los dos pri­me­ros días me die­ron boca­di­llos y agua y los dos últi­mos café, boca­ta y agua. Pero yo casi no comía y bebía muy poco. Espe­ran­do, de mie­do a que vinie­ran, ador­me­ci­do, pasó toda la tar­de del segun­do día has­ta que me lle­va­ron al médi­co foren­se. Otra vez me pre­gun­tó cómo esta­ba. Le dije todo lo que le había dicho por la maña­na, recal­cán­do­le que esta­ba muy débil y que casi no me podía tener en pie. Me pre­gun­tó si me habían tra­ta­do mal y yo le dije que no que­ría halar de ello. Miró mi ten­sión y mis pul­sa­cio­nes. Me aus­cul­tó, y todo bien. Me hizo des­nu­dar­me pri­me­ro de cin­tu­ra para arri­ba y lue­go para aba­jo, todo. No tenía nin­gu­na mar­ca, cla­ro, la bol­sa no deja nin­gu­na. Vol­vie­ron a lle­var­me a mi cel­da pero acto segui­do abrie­ron mi puer­ta y me saca­ron de allí. Siem­pre con el anti­faz, sin poder ver nada. A mitad de camino otro hom­bre me cogió por detrás y ense­gui­da cono­cí su vos: el del via­je, el de ayer a la noche, el que me había tor­tu­ra­do jun­to con los demás. Sen­tí páni­co, aho­ra me toca­ba a mi otra vez.

Me lle­vó a una habi­ta­ción, no sé si la mis­ma de ayer, y me dejó en una esqui­na. Otro hom­bre me cogió las mano, les puso goma-espu­ma a las muñe­cas y otro las ató con cin­ta. Hicie­ron lo mis­mo con los pies, atán­do­me a la altu­ra de los tobi­llos. Esta­ban como míni­mo los tres hom­bres que me tor­tu­ra­ron ayer más el que pare­cía el jefe. Me dije­ron que me tenía que can­sar, que la noche ante­rior había dado mucho tra­ba­jo y me obli­ga­ban a bajar fle­xio­nan­do las rodi­llas y a vol­ver a subir una y otra vez has­ta que yo no podía más. Enton­ces ellos me ayu­da­ban a bajar y a subir y nun­ca me deja­ban quie­to. Pre­gun­tas, ejer­ci­cio, ame­na­zas, insul­tos… todo a la vez. No sé des­pués de cuán­to tiem­po comen­za­ron a ame­na­zar­me con la bol­sa, la man­ta y más cosas, más que la noche ante­rior. Esta vez iba a ser peor.

Pero no, uno de los hom­bres dijo que me iba a des­nu­dar y empe­zó a sol­tar­me los pan­ta­lo­nes. Aun­que yo le dije que no hicie­ra eso, él me bajó los pan­ta­lo­nes y los cal­zon­ci­llos has­ta los tobi­llos. Empe­za­ron a reír­se de las pin­tas que tenía, habla­ban de hacer­me fotos… y me dije­ron que me iban a meter un palo por el ano. Un hom­bre se puso delan­te mío y me dijo que me aga­cha­ra hacia ade­lan­te para que entra­ra bien. Des­pués de varios segun­dos noté algo de made­ra en mi culo, en mi ano, era un obje­to de made­ra cilín­dri­co y lo movían intro­du­cién­do­lo por detrás entre mis pier­nas has­ta tocar­me los tes­tícu­los. No pue­do espe­ci­fi­car si era una porra o un palo de esco­ba. Me aca­ri­cia­ban el culo con él, los mus­los, lo fro­ta­ban en el ano pero nun­ca lle­ga­ron a intro­du­cir­lo. Mien­tras se diver­tían con el obje­to de made­ra me ame­na­za­ban sin parar, se reían, me adver­tían que esta­ba a tiem­po de evi­tar lo peor. Un indi­vi­duo cor­tó un bote­llín de agua por la mitad, o al men­so eso creo que era. Lo relle­nó con un poco de agua y se puso delan­te de mí. Cogió el bote­llín de agua cor­ta­do e intro­du­jo mi pene en él. Yo sen­tí el agua en la pun­ta de mi penen. Enton­ces se pusie­ron a gri­tar como locos y me decían que me iban a poner los elec­tro­dos, que se había ter­mi­na­do las ton­te­rías. Yo me movía y saca­ba mi pene de la bote­lla pero el indi­vi­duo que me la ponía la apre­ta­ba hacia arri­ba, notan­do el bor­de de la bote­lla en mis tes­tícu­los. Mien­tras, otro hom­bre seguía fro­tán­do­me el culo y el ano con el palo. Me obli­ga­ron a poner­me de cucli­llas y me pasa­ron el palo por el ano, tes­tícu­los, culo, mus­los… El hom­bre de la bote­lla seguía intro­du­cien­do mi pene en ella. Gri­ta­ban, insul­ta­ban, se reían… No sé lo que duró aque­llo pero lle­gó un momen­to en el que yo ya no que­ría aguan­tar más y reven­té a llo­rar. Por lo vis­to les dí pena y me deja­ron en paz. Ese día me macha­ca­ron psi­co­ló­gi­ca­men­te y el pri­me­ro físi­ca­men­te. Me dije­ron que me vis­tie­ra y me lle­va­ron a mi cel­da. Caí ren­di­do en el colchón.

El ter­cer día fue más tran­qui­lo que los ante­rio­res. Pasé por el médi­co foren­se y la visi­ta fue igual que las ante­rio­res, le dije que no que­ría hablar. Des­pués, en la cel­da todo el día tira­do en el col­chón, ador­me­ci­do, preo­cu­pa­do, aco­jo­na­do. Esta ruti­na solo se rom­pía cuan­do venían a por mí y me ense­ña­ban la decla­ra­ción poli­cial que habían pre­pa­ra­do para mí. Era una decla­ra­ción que con­ta­ba con 10 o 12 pre­gun­tas aprox., que se me eran for­mu­la­das una y otra vez. Yo las con­tes­ta­ba y si decía algo que no les con­ven­cía lo corre­gían y me decían cómo tenía que res­pon­der­la correc­ta­men­te. Fue­ron unas 3 o 4 sesio­nes para memo­ri­zar la decla­ra­ción y lue­go pasé por el foren­se. Y algu­na más por la noche des­pués de cenar. Ya no se oían gri­tos de nadie, por lo vis­to ya nos habían macha­ca­do a todos.

El cuar­to día me des­per­ta­ron hacia las 3:00 de la madru­ga­da, esta­ba dor­mi­do y el sus­to fue gran­de. Me con­du­je­ron por los pasi­llos, izquier­da, dere­cha, esca­le­ras, pero jus­to antes de lle­gar al lugar don­de nos aten­día el médi­co foren­se me metie­ron en una habi­ta­ción que había a la izquier­da. Era la decla­ra­ción poli­cial. Había dos Guar­dias Civi­les detrás de la mesa. Uno de ellos esta­ba enca­pu­cha­do y era el que mane­ja­ba el orde­na­dor. El otro tenía la cara des­cu­bier­ta y era el mis­mo hom­bre que diri­gió el regis­tro de mi casa y del bar. Lo reco­no­cí por una pul­se­ra con la ban­de­ra espa­ño­la que tenía en una muñe­ca, la dere­cha, creo, ya que este hom­bre en mi casa y en el bar estu­vo enca­pu­cha­do. Éste últi­mo era el que me hacía las pre­gun­tas y el pri­me­ro el que las escri­bía. Lue­go había otro a mi izquier­da. Tam­bién esta­ba mi abo­ga­do de ofi­cio, colo­ca­do detrás de mí. Les pedí que me ense­ña­ran su acre­di­ta­ción y me ense­ña­ron un car­net sin poder ver la foto por segu­ri­dad. Pude leer Audien­cia Nacio­nal o algo por el esti­lo. No podía mirar hacia atrás. Me hicie­ron las pre­gun­tas igual que en los ensa­yos. Yo las con­tes­té y al ter­mi­nar me deja­ron en paz, ya no me des­per­ta­ron más.

El cuar­to día lo pasé tira­do en el col­chón y pen­san­do en la decla­ra­ción que tenía que hacer en la Audien­cia Nacio­nal ante el juez. Hubo un momen­to que creía que iba a enlo­que­cer. Me ponía muy ner­vio­so por­que no me que­ría olvi­dar de nada, ni de las tor­tu­ras ni de la decla­ra­ción poli­cial. Pasé por el foren­se por la maña­na y por la tar­de, dicién­do­le lo mis­mo que todos los días. Des­pués de la últi­ma visi­ta al foren­se yo ya solo pen­sa­ba en el día de maña­na y en lo que iba a decla­rar. Me dor­mí y para mi asom­bro vol­vie­ron a des­per­tar­me y a sacar­me de la cel­da. Me lle­va­ron a una habi­ta­ción. Yo pen­sa­ba que todo había ter­mi­na­do pero no era así, otra vez esta­ba en una habi­ta­ción, sen­ta­do y nota­ba que en la mis­ma habi­ta­ción había más gen­te. Empe­za­ron a hablar con­mi­go hacién­do­me pre­gun­tas ton­tas. Eran unos cua­tro hom­bres. Me habla­ban de mi vida, fami­lia, ami­gos, cono­ci­dos,… deján­do­me cla­ro que con­tro­la­ban mi vida vida y la de mis alre­de­do­res. Todo “de buen rollo” como decían ellos. Estos cua­tro hom­bres eran otros, no eran los que me tor­tu­ra­ron, has­ta enton­ces no los había escu­cha­do. Des­pués de estar con ellos una hora aprox., me vol­vie­ron a lle­var a mi cel­da y ya me deja­ron en paz.

El quin­to día, des­pués de desa­yu­nar un café, me saca­ron de la cel­da y me mon­ta­ron en un autobús/​camión que tenía unas minús­cu­las cel­das en su inte­rior. Me metie­ron den­tro de una de ellas. Noté cómo había más gen­te en su inte­rior. Nos lle­va­ron a la Audien­cia Nacio­nal. La Guar­dia Civil me dejó en manos de la Poli­cía Nacio­nal y estos me metie­ron en una cel­da. Lo úni­co que pen­sa­ba todo el tiem­po era en lo que iba a decir­le al juez, una y otra vez, que no me olvi­de esto ni lo toro. Esta­ba ner­vio­so. Al rato me saca­ron de la cel­da y dos poli­cías me subie­ron al des­pa­cho del juez. Era Marlasca.

Mar­las­ca comen­zó a hablar y me dijo que el hom­bre de mi izquier­da era el tra­duc­tor y el de mi dere­cha mi abo­ga­do de ofi­cio, el que había esta­do en la decla­ra­ción poli­cial. A su izquier­da esta­ba el fis­cal y a su dere­cha dos muje­res, secre­ta­rias, creo.

Mar­las­ca me dijo que iba a empe­zar leyén­do­me la decla­ra­ción poli­cial y que si no esta­ba de acuer­do con algo que lo inte­rrum­pie­ra y que se lo dije­ra. Yo le dije que en todas las pre­gun­tas de la decla­ra­ción poli­cial tenía algo que decir­le, ya que la decla­ra­ción poli­cial había sido inven­ta­da por la Guar­dia Civil. Y que esa decla­ra­ción esta­ba fir­ma­da por­que me habían tor­tu­ra­do. Le rela­té lo mejor que pude todas las tor­tu­ras físi­cas. Inclu­so le comen­té que al fir­mar, en vez de poner mi ape­lli­do escri­bí “lagun­tza” del revés para que en la mis­ma decla­ra­ción poli­cial redac­ta­da para incri­mi­nar­me a mí y a otras per­so­nas que­da­ra cons­tan­cia de que había sido tor­tu­ra­do. Mar­las­ca miró un poco la fir­ma y lue­go me pre­gun­tó si había denun­cia­do estas tor­tu­ras delan­te del foren­se. Yo le dije que no por­que no tenía nin­gu­na segu­ri­dad de que los Guar­dias Civi­les no escu­cha­ban lo que habla­ba con el médi­co foren­se. Des­pués de esto fue el turno de mi abo­ga­do de ofi­cio que pidió mi liber­tad e hizo un ale­ga­to bas­tan­te decen­te. El fis­cal pidió cár­cel. Y me leva­ron a la celda.

En las cel­das de la Audien­cia Nacio­nal pude hablar a gri­tos con los otros dete­ni­dos. Ya está­ba­mos más tran­qui­los, nos ani­ma­mos los unos a los otros. Más tar­de nos lle­va­ron a todos a Soto del Real.

XABIER BEORTEGI

Tes­ti­mo­nio

La tar­de ante­rior salí del Ipar­go­rri, y ya vi que había mucho movi­mien­to en el barrio, vi a dos tipos que venían detrás de mí. Me fui a casa y a las dos y pico de la madru­ga­da me des­per­ta­ron los gol­pes y gri­tos de la puer­ta. Abrí ense­gui­da mien­tras ellos gri­ta­ban “¡ Sal!, ¡Xabier sal!”. Me saca­ron de casa y me pusie­ron con­tra la puer­ta del vecino con las manos ata­das atrás con cuer­das. Me esta­ban apun­tan­do con pis­to­las y pre­gun­ta­ban quién mas vivía allí, saca­ron de la cama a mi com­pa­ñe­ro de piso, me ense­ña­ron el Auto, solo leí algo de Eta-ekin. Me sol­ta­ron y me deja­ron ves­tir­me, lue­go me vol­vie­ron atar pero por delan­te. Vino la Secre­ta­ria Judi­cial y empie­zan a hacer el regis­tro, se lle­van cosas absur­das, inten­tan lle­var­se dine­ro pero la secre­ta­ria no les deja. Lue­go me lle­va­ron al Patrol y de ahí a la Audien­cia Pro­vin­cial, aquí el tra­to fue correc­to, me visi­tó el foren­se tam­bién correc­to. Lue­go me baja­ron al cala­bo­zo y me ense­ña­ron que había otro dete­ni­do. Empie­zan a ame­na­zar­me para que no les mire, no pue­des mirar arriba!

Me mon­tan en un coche y empie­za el via­je a Madrid, iban cua­tro con­mi­go, dos delan­te y dos atrás, los de atrás me estu­vie­ron gol­pean­do todo el via­je, en la cabe­za con la mano, en los tes­tícu­los, y en las cos­ti­llas con los dedos…el via­je me pare­ció eterno. Al más bru­to no se le enten­día bien, no pro­nun­cia­ba bien, pare­cía que esta­ba dro­ga­do o algo. Me ame­na­zan con mi her­ma­na, me decían que esta­ba dete­ni­da, que mis ami­gos esta­ban detenidos…me vaci­la­ban con el otro dete­ni­do, que ya iba a ver que el con­duc­tor era muy duro y lue­go esta­ría con el…me insul­ta­ron me lla­ma­ron tra­ves­ti y maricón…Cuando lle­ga­mos me pusie­ron una pis­to­la en la mano y me decían que ya esta­ba, que ya tenían mis hue­llas en la pis­to­la, y no nece­si­ta­ban más. Ya en Madrid me pre­gun­ta­ron si sabía don­de iba, y yo les pre­gun­te que haber si a la Audien­cia Nacio­nal, se rie­ron, “ que te crees que vas a pasar con el juez? Estás en la direc­ción gene­ral de la guar­dia civil, esto es un ins­ti­tu­to mili­tar! Aho­ra ya verás, has­ta aho­ra ha sido una mier­da!” Salí del coche y no podía ni andar, me tem­bla­ban las pier­nas, no tenia equi­li­brio, me tuvie­ron que lle­var entre dos. Me pusie­ron un anti­faz y me deja­ron un rato en el calabozo.

Los inte­rro­ga­to­rios comen­za­ron con pre­gun­tas ton­tas como que les expli­ca­ra como se ponen los car­te­les, sobre los via­jes que he hecho, lue­go empe­za­ron a pre­gun­tar­me por la eco­no­mía del barrio, por Ekin, los gol­pes eran cons­tan­tes, en la cabe­za, en los testículos…no para­ban. Hubo momen­tos que me que­da­ba en shock y enton­ces vol­vían a empe­zar pero mas sua­ve, lue­go vol­vían a aumen­tar has­ta que yo ya no podía y vuel­ta a empe­zar. Me pusie­ron con­tra la pared y me aga­rra­ban los tes­tícu­los por detrás esti­ran­do, era insoportable…oía gri­tos en el cala­bo­zo de al lado, y me decían que aho­ra me toca­ba a mi. Me ponían de cucli­llas y me obli­gan a sen­tar­me y levan­tar­me todo el rato, me dolían los múscu­los, se me hin­chó mucho la rodi­lla izquierda…me des­co­lo­ca­ban mucho con las pre­gun­tas, con los temas, pare­cía todo un sin­sen­ti­do. Yo les pedía por favor que me vol­vie­ran a lle­var al agujero…

El agu­je­ro se con­vir­tió en mi refu­gio, escu­chas cuan­do se lle­van o cuan­do traen a otro, yo solo pen­sa­ba en que no me saca­ran más. Me lle­va­ron al foren­se y le con­té algo pero no todo, se por­tó bien. No se cuan­tas veces me saca­ron duran­te los pri­me­ros días, te lle­va­ban al agu­je­ro y al rato te vol­vían a sacar y otra vez, los mis­mos gol­pes, más ejercicios…cuando esta­ba sofo­ca­do levan­tán­do­me y sen­tán­do­me me ponían una bol­sa en la cabeza…me ame­na­za­ban con poner­me elec­tro­dos, con meter­me un palo por el culo…llego un momen­to que yo no podía más y enton­ces me dije­ron que cola­bo­ra­ra, que si fir­ma­ba y me apren­día de memo­ria la decla­ra­ción me deja­rían tran­qui­lo el res­to de los días y que ade­más me podía venir bien, el juez lo ten­dría en cuenta…yo les dije que sí, que haría lo que fuera.

Me dije­ron que iban a pre­pa­rar una decla­ra­ción a mi medi­da, que les había caí­do bien, mien­tras me seguían hacien­do pre­gun­tas y me obli­ga­ban a qui­tar­me la ropa si no les gus­ta­ba la res­pues­ta, pri­me­ro por los pies, pasa­ba mucho frió. 

Me humi­lla­ron mucho cuan­do empe­za­ron a tocar­me el culo y me decían lo que me iban a hacer en el pene, seguían gol­peán­do­me los testículos…fue de lo mas duro. Ahí toque fon­do, me sen­tía humi­lla­do, como una mario­ne­ta, pen­sa­ba que no aguan­ta­ba más esto, ade­más por­que, empe­za­ron a ofre­cer­me cola­bo­rar, me ofre­cían 2000 euros, una casa y un coche a cam­bio de tra­ba­jar como chivato.

Vol­ví al médi­co y yo esta­ba enra­bie­ta­do, no creía que era un médi­co de ver­dad, el me había dicho que nos vería­mos a las maña­nas y a las tar­des pero a mi me pare­cía que habían pasa­do dos días por lo menos des­de la ulti­ma vez que le vi. Le chi­llé dicien­do que el no era médi­co, le insul­te, el se asus­to, me dijo que sabia que lo esta­ba pasan­do muy mal, que ya veía que esta­ba des­equi­li­bra­do, no le con­té todo por­que tenía mie­do y había pro­me­ti­do que no le diría nada al médi­co pero algo si le dije y lo ano­tó pero no le dejé que me aus­cul­ta­ra, me dijo que me tran­qui­li­za­ra que pron­to íba­mos a pasar ante el juez.

Vol­ví a cel­da, escu­cha­ba los llo­ros de otros dete­ni­dos yo esta­ba angus­tia­do, y tam­bién que­ría llo­rar pero no me salía. Siguie­ron los inte­rro­ga­to­rios, pre­gun­tas sobre lo que se habían lle­va­do de casa, yo ya no con­tes­ta­ba nada, no podía estar con ellos solo, les pedía que me lle­va­ran al agu­je­ro que me deja­ran solo, duda­ba de todo. Era una pesa­di­lla yo ya no sabía que pen­sar. Habían pre­pa­ra­do la decla­ra­ción con 20 pre­gun­tas, y la fir­mé. Estu­vi­mos horas pre­pa­rán­do­la y apren­dién­do­me­la de memo­ria, toda­vía me la sé.

Los últi­mos días fue­ron mas sua­ves, antes había comi­do un poco, lue­go ya comí dos sánd­wich, me di cuen­ta de que tenia lla­gas en la boca, mucha seque­dad. La ulti­ma noche dor­mí un poco y antes de pasar ante el juez también. 

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