Demo­cra­cia y exclu­sión social: No se tra­ta de admi­nis­trar la des­igual­dad, sino de eli­mi­nar­la – Osval­do Martínez,

El tema de la demo­cra­cia no sue­le ser abor­da­do por eco­no­mis­tas. Soció­lo­gos, poli­tó­lo­gos e his­to­ria­do­res son los que fre­cuen­tan este tema, aun­que es evi­den­te que en el mode­lo eco­nó­mi­co tie­ne el deba­te sobre la demo­cra­cia un com­po­nen­te sus­tan­ti­vo. El acce­so al empleo es la base prin­ci­pal para dis­po­ner de un ingre­so y sos­te­ner pro­yec­tos de vida indi­vi­dual y fami­liar pues difí­cil­men­te se podría par­ti­ci­par en la vida polí­ti­ca si no hay par­ti­ci­pa­ción en la vida eco­nó­mi­ca, si se care­ce de ese pun­to de par­ti­da con­di­cio­nan­te de la par­ti­ci­pa­ción polí­ti­ca que es tener medios de vida ase­gu­ra­dos por un tra­ba­jo esta­ble. El deba­te sobre la “cons­truc­ción de ciu­da­da­nía” raras veces toma en cuen­ta la cons­truc­ción de empleos esta­bles, remu­ne­ra­dos y dota­dos de ade­cua­das pres­ta­cio­nes socia­les, sin los cua­les los ciu­da­da­nos que deben mover los hilos de la demo­cra­cia, no son más que exclui­dos sociales.

Curio­sa­men­te, las ten­den­cias que sobre el empleo desa­rro­lla el capi­ta­lis­mo glo­bal de nues­tros días son cla­ra­men­te exclu­yen­tes de aquel empleo esta­ble. El tra­ba­jo tien­de a deva­luar­se, frag­men­tar­se y pre­ca­ri­zar­se siguien­do el dic­ta­do del lucro de mer­ca­do que subor­di­na y defor­ma el uso de las nue­vas tec­no­lo­gías de la infor­ma­ción, con­vir­tién­do­las en fac­to­res deva­lua­do­res de la fuer­za de tra­ba­jo. Estas ten­den­cias domi­nan­tes a esca­la glo­bal lle­van implí­ci­ta la pre­gun­ta ele­men­tal acer­ca de si con tal deva­lua­ción y exclu­sión del lla­ma­do fac­tor tra­ba­jo, el deba­te sobre la demo­cra­cia ‑muy ses­ga­do hacia el aná­li­sis de la diná­mi­ca de par­ti­dos, de pro­ce­di­mien­tos y ritua­les– carez­ca cada vez más de base de sus­ten­ta­ción y deri­ve hacia una meta­fí­si­ca democrática.

Es nece­sa­ria una ojea­da a lo que está hacien­do el capi­ta­lis­mo glo­bal con el tra­ba­jo y un recor­da­to­rio de la reali­dad eco­nó­mi­co-social lati­no­ame­ri­ca­na, para des­de allí, plan­tear­nos de nue­vo las vie­jas inte­rro­gan­tes sobre la democracia.

Entre 2002 y 2007 Amé­ri­ca Lati­na vivió una cier­ta épo­ca dora­da en tér­mi­nos de cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co gra­cias a los altos pre­cios de sus expor­ta­cio­nes de pro­duc­tos bási­cos, lo cual pro­pi­ció un afian­za­mien­to de su per­fil pri­ma­rio expor­ta­dor (repri­ma­ri­za­ción), pero hizo posi­ble un cre­ci­mien­to de 26,5%. El ingre­so per cápi­ta anual aumen­tó 18,4% en ese perío­do (Mus­si, Afon­so, 2008) y per­mi­tió que el ingre­so anual pro­me­dio de un lati­no­ame­ri­cano sea de unos 8,700 dóla­res, algo así como una cla­se media a nivel mundial.

En 2007, des­pués de ese aus­pi­cio­so perío­do los pobres alcan­za­ban no obs­tan­te, la cifra de 194 millo­nes, de los cua­les 71 millo­nes eran indi­gen­tes. En esta extre­ma cate­go­ría se incluían 41 millo­nes de niñas y niños entre 0 y 12 años y 12 millo­nes de ado­les­cen­tes entre 13 y 19 años.

En las zonas rura­les la extre­ma pobre­za se acen­túa y afec­ta al 37% de la pobla­ción. Entre indí­ge­nas y afro­des­cen­dien­tes la extre­ma pobre­za supera entre 1,6 veces (Colom­bia), has­ta 7,8 veces (Para­guay) a la del res­to de la pobla­ción (CEPAL).

La cri­sis eco­nó­mi­ca glo­bal en 2008 – 2009 impac­tó a la región y pro­ba­ble­men­te echa­rá por tie­rra los avan­ces socia­les que aque­llos años de altos pre­cios de las com­mo­di­ties tra­je­ron. Por el momen­to la FAO ha reve­la­do que los avan­ces logra­dos a paso de hor­mi­ga duran­te 15 años en la reduc­ción del núme­ro de ham­brien­tos, fue­ron borra­dos ya y que 53 millo­nes de lati­no­ame­ri­ca­nos están des­nu­tri­dos, inclu­yen­do tres de cada cua­tro niños indígenas.

Pero, lo más intere­san­te es el secu­lar pro­ble­ma de la des­igual­dad en la dis­tri­bu­ción del ingre­so. Amé­ri­ca Lati­na no es la región más pobre. Ella es una espe­cie de cla­se media en esos enga­ño­sos pro­me­dios mun­dia­les. Pero, lo que nadie dis­cu­te es que con­tie­ne la mayor car­ga de des­igual­dad social, de pola­ri­za­ción extre­ma entre rique­za y pobreza.

Se seña­la que el coefi­cien­te Gini en Amé­ri­ca Lati­na supera en dos ter­cios al de los paí­ses de la OCDE. En la región el 20% mas pobre reci­be menos del 10% del ingre­so total, mien­tras que el 20% más rico se apro­pia entre 50 – 60% (CEPAL).

Esta extre­ma des­igual­dad es una poco hon­ro­sa “mar­ca de fábri­ca” que acom­pa­ña a Amé­ri­ca Lati­na, la defi­ne como la región de mayor inequi­dad social en el pla­ne­ta y tie­ne una rela­ción de fun­da­men­tal impor­tan­cia con el fun­cio­na­mien­to de la demo­cra­cia, su cali­dad y aun su mis­ma concepción.

Aun­que esa inequi­dad hun­de sus raí­ces en el pasa­do colo­nial y en los pro­ce­sos de arti­cu­la­ción de las eco­no­mías y socie­da­des lati­no­ame­ri­ca­nas a los cen­tros del capi­ta­lis­mo mun­dial en los siglos 19 y 20, las ten­den­cias actua­les del capi­ta­lis­mo glo­bal tien­den a empeo­rar lo regre­si­vo en la dis­tri­bu­ción del ingre­so, en ínti­ma cone­xión con la polí­ti­ca neo­li­be­ral que ha domi­na­do y aun con­ti­núa sien­do domi­nan­te, a pesar de los esfuer­zos por encon­trar otras fórmulas.

Las ten­den­cias hacia una mayor des­igual­dad pro­ve­nien­tes del capi­ta­lis­mo global.

El perío­do de rela­ti­va esta­bi­li­dad, con polí­ti­ca key­ne­sia­na, socie­dad de bien­es­tar y no pocos avan­ces en la legis­la­ción y prác­ti­ca labo­ral, que vivió el capi­ta­lis­mo apro­xi­ma­da­men­te entre 1945 y 1975, entró en cri­sis por una com­bi­na­ción de fac­to­res que inclu­ye­ron el des­cen­so de la tasa de ganan­cia del capi­tal pro­duc­ti­vo debi­do al aumen­to de la com­po­si­ción orgá­ni­ca del capi­tal y la con­si­guien­te inca­pa­ci­dad de la deman­da para absor­ber los resul­ta­dos de las inver­sio­nes en tec­no­lo­gías. Comen­zó a regis­trar­se un exce­den­te de capi­tal en rela­ción con sus posi­bi­li­da­des de inver­sión ren­ta­ble en las con­di­cio­nes pro­duc­ti­vas de aque­lla eta­pa: key­ne­sia­na en cuan­to a polí­ti­ca eco­nó­mi­ca y for­dis­ta en cuan­to a orga­ni­za­ción industrial.

El capi­tal exce­den­te bus­có sali­das alter­na­ti­vas para su colo­ca­ción ren­ta­ble y las encon­tró en la inver­sión espe­cu­la­ti­va, en el tras­la­do de dóla­res hacia Euro­pa (euro­dó­la­res), en la cana­li­za­ción de cré­di­tos hacia los paí­ses del Sur, en espe­cial los lati­no­ame­ri­ca­nos, en los cua­les no tar­da­ría en esta­llar la cri­sis de la deu­da exter­na (1982), y en el gas­to mili­tar oca­sio­na­do por la gue­rra en Viet Nam.

Aque­lla trans­fe­ren­cia masi­va hacia el sec­tor finan­cie­ro en detri­men­to de la eco­no­mía real se refle­jó en un cre­ci­mien­to más len­to y un aumen­to del des­em­pleo. Esto a su vez some­tió a ten­sión al esta­do de bien­es­tar, hizo aumen­tar el gas­to públi­co y comen­za­ron los des­equi­li­brios en la balan­za de pagos, en espe­cial en la de Esta­dos Uni­dos, has­ta deri­var en el insos­te­ni­ble des­equi­li­brio que hace fun­cio­nar esa eco­no­mía como una aspi­ra­do­ra que apo­ya su con­su­mis­mo en gigan­tes­cos défi­cits fis­ca­les y comer­cia­les que son finan­cia­dos por el res­to del mun­do, en lo que algu­nos han lla­ma­do el equi­li­brio del terror financiero.

Esos des­equi­li­brios, ape­nas ini­cia­les en el caso de Esta­dos Uni­dos en los años 70, fue­ron enfren­ta­dos por lo gene­ral, median­te la emi­sión de mone­da, pro­vo­can­do infla­ción, y final­men­te al reu­nir­se el esca­so cre­ci­mien­to con la infla­ción, el sis­te­ma key­ne­siano-for­dis­ta vivió su cri­sis final mar­ca­do por la estanflación.

Que­dó abier­to el camino para la implan­ta­ción de la con­tra­rre­vo­lu­ción neo­li­be­ral. Ella com­bi­nó la cen­tra­li­dad del mer­ca­do como árbi­tro y orga­ni­za­dor supre­mo, con el flu­jo de capi­ta­les cada vez más libres gra­cias a la des­re­gu­la­ción finan­cie­ra, más abun­dan­tes gra­cias a las cre­cien­tes ganan­cias espe­cu­la­ti­vas y la anu­la­ción de la com­pe­ten­cia del lla­ma­do socia­lis­mo real con la des­apa­ri­ción de la Unión Soviética.

Pero, como ha expli­ca­do Gil­ber­to Dupas en su exce­len­te artícu­lo “Pobre­za, des­igual­dad y tra­ba­jo en el capi­ta­lis­mo glo­bal” publi­ca­do en la revis­ta Nue­va Socie­dad 215 (2008), la incor­po­ra­ción de las tec­no­lo­gías de la infor­ma­ción al sis­te­ma pro­duc­ti­vo con­for­mó una eco­no­mía del cono­ci­mien­to que impac­tó el sig­ni­fi­ca­do de con­cep­tos como valor, capi­tal y tra­ba­jo. Si bien el tra­ba­jo aumen­tó en muchos casos su com­po­nen­te de cono­ci­mien­to, las reglas capi­ta­lis­tas con­ti­nua­ron impo­nien­do el prin­ci­pio de que a mayor cos­to del tra­ba­jo, menos impor­tan­cia y res­pe­to hacia éste. Esas mis­mas tec­no­lo­gías faci­li­ta­ron la “fle­xi­bi­li­za­ción del tra­ba­jo”, esto es, su pre­ca­ri­za­ción, infor­ma­ti­za­ción y esca­sa remu­ne­ra­ción. Se extien­de el “micro-mini­em­pre­sa­rio” que debe auto­abas­te­cer su pro­pia comi­da, trans­por­te, salud, supera­ción indi­vi­dual, en una pecu­liar varian­te de autoexplotación.

Con el cono­ci­mien­to se han abier­to paso dos caras del mis­mo fenó­meno. Por un lado, éste se ha depre­cia­do al mul­ti­pli­car­se casi sin cos­to como soft­wa­re uti­li­za­do por máqui­nas para apli­car patro­nes repe­ti­dos, masi­fi­ca­dos. Por otro, el cono­ci­mien­to para con­ser­var su valor, debe ser esca­so y tra­tar de obte­ner mono­po­lios ‑aun­que sean fuga­ces– en la inves­ti­ga­ción tec­no­ló­gi­ca pri­va­da para faci­li­tar ganan­cias extra­or­di­na­rias mien­tras dure.

Es el caso de las compu­tado­ras, pan­ta­llas de plas­ma y telé­fo­nos celu­la­res que son obje­to de cam­pa­ñas publi­ci­ta­rias inten­sas, de modo que se hacen obso­le­tos a poco tiem­po de salir al mer­ca­do y en ple­na capa­ci­dad de sus valo­res de uso. Es un per­ma­nen­te pro­ce­so de inu­ti­li­za­ción de pro­duc­tos que supo­ne un enor­me des­per­di­cio de mate­rias pri­mas y recur­sos no reno­va­bles, una degra­da­ción ace­le­ra­da del medio ambien­te y un voraz con­su­mo de energía.

El tra­ba­jo, o bien se pre­ca­ri­za y frag­men­ta, o se deva­lúa aun incor­po­ran­do cono­ci­mien­to, o en los casos pri­vi­le­gia­dos, sir­ve como base para una “des­truc­ción crea­ti­va” schum­pen­te­ria­na, en la que al incor­po­rar los lími­tes al cre­ci­mien­to dados por la degra­da­ción ambien­tal y el con­su­mo de ener­gía, la des­truc­ción supera con cre­ces a la crea­ción, al incluir­se den­tro del pro­ce­so glo­bal de agre­sión a las con­di­cio­nes para la vida huma­na en el planeta.

Como seña­la Dupas algu­nas gran­des cor­po­ra­cio­nes apa­re­cen como pro­to­ti­pos de momen­tos en la his­to­ria del capi­ta­lis­mo. En los años 80 fue el auge de la maqui­la des­pla­zan­do acti­vi­da­des indus­tria­les hacia la fron­te­ra con Méxi­co en bus­ca de sus bajos sala­rios. El capi­tal glo­bal lucha­ba en dos fren­tes con­tra la ten­den­cia decre­cien­te de la tasa de ganan­cia: inflan­do una super­es­truc­tu­ra espe­cu­la­ti­va desor­bi­ta­da cuyo esta­lli­do con­du­ci­ría a la cri­sis glo­bal actual, y reba­jan­do sala­rios, pro­tec­ción al tra­ba­jo, recor­tan­do ser­vi­cios públi­cos y con­ta­mi­nan­do el medio ambien­te para des­car­gar costos.

Si en algún momen­to el mode­lo empre­sa­rial fue Ford y Gene­ral Motors ‑hoy redu­ci­das a nos­tál­gi­cos recuer­dos y finan­cie­ra­men­te que­bra­das- en otro fue Micro­soft y aho­ra el para­dig­ma es Wall Mart, lo que equi­va­le a decir una fac­tu­ra­ción de 300 mil millo­nes de dóla­res anua­les, más de 100 millo­nes de clien­tes cada sema­na, jun­to a sala­rios pési­mos, explo­ta­ción des­car­na­da en medio de abu­si­vas e inhu­ma­nas con­di­cio­nes de trabajo.

El mode­lo neo­li­be­ral ha sido de pro­fun­do impac­to en hacer más des­igua­les e inequi­ta­ti­vas las socie­da­des lati­no­ame­ri­ca­nas y en degra­dar el tra­ba­jo como fuen­te de ingre­so y acti­vi­dad crea­ti­va y gra­ti­fi­can­te. Qui­zás el más gra­ve de todos los pro­ble­mas del capi­ta­lis­mo glo­bal es la poca can­ti­dad y la mala cali­dad de los empleos que gene­ra. El tra­ba­jo fijo, remu­ne­ra­do, “decen­te” ‑según la expre­sión de la OIT– que es defi­ni­ti­vo para la par­ti­ci­pa­ción social, está no sólo en retro­ce­so, sino en fran­ca cri­sis. Los empleos de lar­go pla­zo ase­gu­ra­dos, son cada vez más raros y el tra­ba­jo recae sobre tareas o eta­pas de dura­ción limitada.

Ante­rior­men­te, los tra­ba­ja­do­res man­te­nían una sóli­da rela­ción de lar­go pla­zo con sus empre­sas emplea­do­ras y eso faci­li­ta­ba un cier­to ámbi­to social que amor­ti­gua­ba la lucha de cla­ses median­te bene­fi­cios en salud, edu­ca­ción, jubi­la­ción, que mol­dea­ban una sen­sa­ción de pro­gre­so en medio de socie­da­des que no vaci­la­ban en lla­mar­se a sí mis­mas socie­da­des de bien­es­tar. No mucho de esto lle­gó a Amé­ri­ca Lati­na, que toda­vía en 1980 seguía sien­do en lo esen­cial abas­te­ce­do­ra de mate­rias pri­mas mien­tras que en Esta­dos Uni­dos y Euro­pa fun­cio­na­ba aquel bien­es­tar, pero en cam­bio lle­gó con toda velo­ci­dad el nue­vo para­dig­ma en polí­ti­ca eco­nó­mi­ca y sus con­se­cuen­cias sobre el trabajo.

El neo­li­be­ra­lis­mo ponía su énfa­sis en la ganan­cia a cor­to pla­zo, más a tono con su pre­di­lec­ción por la espe­cu­la­ción cor­to­pla­cis­ta que por la ganan­cia indus­trial más len­ta en el tiem­po. Esta ten­den­cia encon­tró en el avan­ce de las tec­no­lo­gías de infor­ma­ción un com­ple­men­to per­fec­to para comen­zar a pre­ca­ri­zar el tra­ba­jo. Las vidas labo­ra­les comen­za­ron a vivir una angus­tia per­ma­nen­te por­que como dice Dupas: “El nue­vo capi­tal es impa­cien­te. Los inver­so­res bus­can la fle­xi­bi­li­dad de las empre­sas en su secuen­cia de pro­duc­ción para poder alte­rar los esque­mas a volun­tad y ter­ce­ri­zar todo lo que sea posi­ble. En este con­tex­to, los empleos se limi­tan cada vez más a con­tra­tos de has­ta seis meses, fre­cuen­te­men­te reno­va­dos”.[1]

De este modo, el tra­ba­jo tem­po­ral es el de más rápi­do cre­ci­mien­to. La jor­na­da labo­ral se hace más lar­ga y la depre­sión pro­vo­ca­da por tra­ba­jos “fle­xi­bi­li­za­dos” ali­men­ta la pro­pen­sión al alcoho­lis­mo, el divor­cio, los pro­ble­mas de salud, y en espe­cial hace más des­igual la dis­tri­bu­ción del ingre­so y se rela­cio­na con otros fenó­me­nos como el incre­men­to de la vio­len­cia y la cri­mi­na­li­dad. En Amé­ri­ca Lati­na la épo­ca de oro neo­li­be­ral de los años 90 coin­ci­dió no por azar, con un aumen­to de 40% en los homi­ci­dios, lo cual con­vir­tió a la región en la segun­da con mayor cri­mi­na­li­dad mun­dial, des­pués de Áfri­ca Sub­saha­ria­na (Ban­co Mun­dial, 2008). Son lati­no­ame­ri­ca­nos tres de los cua­tro paí­ses más vio­len­tos del mun­do: Colom­bia, El Sal­va­dor y Brasil.

Des­igual­dad y demo­cra­cia en Amé­ri­ca Lati­na. El mode­lo eco­nó­mi­co y su rela­ción con la democracia.

Pare­ce­ría una ver­dad de Pero­gru­llo que el mode­lo eco­nó­mi­co influ­ye muy direc­ta­men­te en la demo­cra­cia o en su suce­dá­neo “la gober­na­bi­li­dad demo­crá­ti­ca”, pero en la región pue­den apre­ciar­se dos eta­pas de dife­ren­te apre­cia­ción en cuan­to a ella.

Como seña­la Mar­cos Roit­man en su exce­len­te libro “Las razo­nes de la demo­cra­cia en Amé­ri­ca Lati­na”, si duran­te varias déca­das la pre­gun­ta que cen­tró la ocu­pa­ción inte­lec­tual fue ¿cómo salir del sub­de­sa­rro­llo?, des­pués de la trau­má­ti­ca eta­pa de las dic­ta­du­ras mili­ta­res y la sal­va­je repre­sión, la pre­gun­ta pasó a ser ¿cómo salir de las dictaduras?

La pri­me­ra pre­gun­ta supo­nía un inten­to más abar­ca­dor de expli­car en la his­to­ria, la eco­no­mía, la polí­ti­ca y en la cul­tu­ra como sín­te­sis de todo lo ante­rior, el modo en que se había con­for­ma­do la estruc­tu­ra y rela­cio­nes de sub­de­sa­rro­llo y depen­den­cia de esta región. Esta pre­gun­ta impli­ca­ba el deba­te sobre la sali­da del sub­de­sa­rro­llo. Se tra­ta­ba de expli­car el sub­de­sa­rro­llo para dejar­lo atrás, de iden­ti­fi­car los obs­tácu­los al cam­bio social para supe­rar­los. En ella, la demo­cra­cia era par­te com­po­nen­te inse­pa­ra­ble de las refle­xio­nes sobre las for­mas de domi­na­ción eco­nó­mi­ca, polí­ti­ca, cul­tu­ral de las cla­ses domi­nan­tes y de pro­yec­tos diver­sos para trans­for­mar aque­lla realidad.

En esta pers­pec­ti­va de pen­sa­mien­to que abar­ca tan­to a los teó­ri­cos de la depen­den­cia como a los que des­de la inter­pre­ta­ción de pro­ce­sos his­tó­ri­cos inten­ta­ron expli­car la reali­dad regio­nal, o inclu­so en figu­ras inde­pen­dien­tes como Raúl Pre­bish, la demo­cra­cia no era un fin en sí mis­mo, sino un com­po­nen­te orgá­ni­co de una inter­pre­ta­ción del sub­de­sa­rro­llo y de un pro­yec­to explí­ci­to o implí­ci­to para salir de aquel estadio.

Des­pués de la dolo­ro­sa expe­rien­cia de las dic­ta­du­ras mili­ta­res, en los años 80 se ini­cia una eta­pa en la que la obse­sión por salir de las dic­ta­du­ras se tra­du­ce ‑no sin cier­ta lógi­ca a par­tir de las bru­ta­les expe­rien­cias vivi­das– en obse­sión por refle­xio­nar sobre la demo­cra­cia como un fin en sí mis­mo, des­pe­ja­do de con­te­ni­do socio­eco­nó­mi­co, de domi­na­ción cla­sis­ta y vis­ta en tér­mi­nos de la vía para dejar atrás las dic­ta­du­ras. Según Agus­tín Cue­vas: “se pasó del modo de pro­duc­ción capi­ta­lis­ta al modo de pro­duc­ción demo­crá­ti­co”.[2]

Este cam­bio en el modo de refle­xio­nar sobre la demo­cra­cia impli­có exal­tar a ésta como un valor abs­trac­to, intem­po­ral, uni­ver­sal, más allá de socie­da­des con­cre­tas, dife­ren­tes todas, y capaz de actuar como un valor nor­ma­ti­vo en sí mis­mo para todo tiem­po y lugar. La demo­cra­cia dejó de ser par­te de una inter­pre­ta­ción his­tó­ri­ca de socie­da­des vivas, divi­di­das en cla­ses, suje­tas a rela­cio­nes de depen­den­cia y esce­na­rio de inequi­da­des y domi­na­ción social, nece­si­ta­das de trans­for­ma­ción, sien­do la demo­cra­cia un com­po­nen­te de esa trans­for­ma­ción, y res­pon­dien­do ella a una pre­gun­ta esen­cial que le otor­ga su sen­ti­do tras­cen­den­te, esto es, ¿para qué la demo­cra­cia?, para pasar a ser estu­dia­da y enten­di­da como un valor uni­ver­sal y des­ta­ca­da casi exclu­si­va­men­te como opción favo­ra­ble en com­pa­ra­ción con las dic­ta­du­ras pre­ce­den­tes y en algu­nos casos como jus­ti­fi­ca­ción de tran­si­cio­nes demo­crá­ti­cas que con­ser­va­ron impor­tan­tes espa­cios de pro­tec­ción a los dic­ta­do­res y dic­ta­du­ras anteriores.

Una figu­ra tan lúci­da como el des­apa­re­ci­do René Zava­le­ta dice al res­pec­to: “La socie­dad civil en esta fase gno­seo­ló­gi­ca es el solo el obje­to de la demo­cra­cia; pero el suje­to demo­crá­ti­co (es un decir) es la cla­se domi­nan­te, o sea su per­so­ni­fi­ca­ción en el Esta­do racio­nal. La demo­cra­cia fun­cio­na enton­ces como una astu­cia de la dic­ta­du­ra. Es el momen­to no demo­crá­ti­co de la demo­cra­cia (….). Sos­te­ne­mos, por tan­to, que la sepa­ra­ción entre el esta­do polí­ti­co y la socie­dad civi­les es el hecho equi­va­len­te, en la polí­ti­ca, al feti­chis­mo de la mer­can­cía: den­tro de la mer­can­cía o igual­dad está la plus­va­lía o des­igual­dad y den­tro de la auto­no­mía del esta­do-demo­cra­cia está la dic­ta­du­ra bur­gue­sa”.[3]

En otras pala­bras, se sepa­ra la demo­cra­cia del pro­ble­ma fun­da­men­tal de la domi­na­ción polí­ti­ca de las cla­ses domi­nan­tes y se con­vier­te ésta en un con­jun­to de reglas pro­ce­di­men­ta­les, de reglas de jue­go “neu­tra­les” e igua­les para todos, aun­que en la abs­trac­ción “todos”, se escon­da una dosis de des­igual­dad, exclu­sión e injus­ti­cia social, que des­de aba­jo, des­de las bases mis­mas de la socie­dad, recla­men de la demo­cra­cia no ser sim­ple pro­ce­di­mien­to o reglas para cosas tales como alter­nan­cia polí­ti­ca, res­pe­to a las mayo­rías, liber­tad de expre­sión, sino ins­tru­men­to de trans­for­ma­ción, camino abier­to al cam­bio social.

Con­ce­bi­da como valor uni­ver­sal, abs­trac­to, como con­jun­to de reglas pro­ce­di­men­ta­les o como ritual demo­crá­ti­co, la demo­cra­cia se des­vin­cu­la por defi­ni­ción de cual­quier pro­yec­to de trans­for­ma­ción socio­po­lí­ti­ca, pues en su pre­ten­di­da uni­ver­sa­li­dad e intem­po­ra­li­dad, la trans­for­ma­ción sólo podría exis­tir den­tro del espa­cio de valo­res esta­ble­ci­dos por el ritual demo­crá­ti­co universal.

De aquí se des­pren­de otro paso: sería difí­cil plan­tear crí­ti­cas sobre el con­te­ni­do real en tér­mi­nos de jus­ti­cia social y acce­so ver­da­de­ro al poder polí­ti­co en las demo­cra­cias exis­ten­tes si estos cum­plen con los pro­ce­di­mien­tos demo­crá­ti­cos. Es el paso de la demo­cra­cia a algo sutil­men­te dife­ren­te que es la gober­na­bi­li­dad demo­crá­ti­ca, más intere­sa­da en repro­du­cir­se como gober­na­bi­li­dad que en plan­tear­se el con­te­ni­do real de la demo­cra­cia en tér­mi­nos de jus­ti­cia social y ver­da­de­ra igualdad.

No pare­ce casual que abun­den más las inves­ti­ga­cio­nes sobre la pobre­za que sobre la des­igual­dad, a pesar de ser ésta el talón de Aqui­les de las demo­cra­cias elec­to­ra­les lati­no­ame­ri­ca­nas, pero en la matriz de pen­sa­mien­to libe­ral que es la base de las demo­cra­cias repre­sen­ta­ti­vas, la des­igual­dad es acep­ta­ble si se cum­ple la regla de la igual­dad de opor­tu­ni­da­des “ciu­da­da­nas”, pero en la ter­ca reali­dad la igual­dad de opor­tu­ni­da­des entre el 20% “más rico” y no menos del 50% “más pobre” de los lati­no­ame­ri­ca­nos es una bur­la o una estafa.

La gober­na­bi­li­dad demo­crá­ti­ca enten­di­da sólo como defi­ni­ción jurí­di­ca pro­ce­di­men­tal tien­de a igno­rar el sen­ti­do de las rela­cio­nes socia­les bajo el capi­ta­lis­mo glo­ba­li­za­do, neo­li­be­ral y trans­na­cio­na­li­za­do que es el real en Amé­ri­ca Lati­na. Éste pro­du­ce explo­ta­ción, des­igual­dad, exclu­sión y vir­tual nega­ción de la par­ti­ci­pa­ción, pero las des­igual­da­des que­dan legi­ti­ma­das como con­se­cuen­cias inevi­ta­bles de unas reglas del jue­go basa­das en liber­ta­des indi­vi­dua­les e igual­dad for­mal bajo la cate­go­ría neu­tra de ciudadanos.

El cien­tis­ta social Hans-Jur­gen Bur­chardt ha hecho un intere­san­te balan­ce de la rela­ción des­igual­dad-demo­cra­cia.[4] Y ha con­clui­do que “a casi tres déca­das de la recu­pe­ra­ción de la demo­cra­cia, la mayor par­ti­ci­pa­ción polí­ti­ca no se ha tra­du­ci­do en par­ti­ci­pa­ción social. Esto plan­tea nue­vas inte­rro­gan­tes a la teo­ría de la democracia”.

En el men­cio­na­do artícu­lo se cons­ta­ta que los défi­cits demo­crá­ti­cos de las demo­cra­cias son exten­sos, a tal extre­mo que se habrían lle­ga­do a plan­tear la exis­ten­cia de no menos de 550 sub­ti­pos de demo­cra­cias para unos 120 regí­me­nes for­mal­men­te demo­crá­ti­cos a fines del siglo 20. Pero más allá de la exten­sa lis­ta de défi­cits, una de las con­clu­sio­nes es que “aun­que se pro­duz­ca con cier­ta regu­la­ri­dad la alter­nan­cia entre las éli­tes polí­ti­cas, la par­ti­ci­pa­ción es baja y, por lo tan­to, no alcan­za para con­tro­lar­las. Las éli­tes con fre­cuen­cia se ais­lan de la socie­dad y se enquis­tan en el poder. Esto sig­ni­fi­ca que, con­tra lo que sos­tie­ne la teo­ría de tran­si­ción, la cele­bra­ción de elec­cio­nes libres y la exis­ten­cia de una estruc­tu­ra ins­ti­tu­cio­nal ade­cua­da no con­du­cen en for­ma lineal a la demo­cra­ti­za­ción polí­ti­ca. Los fenó­me­nos deta­lla­dos ante­rior­men­te no serían “dolo­res de par­to” para avan­zar en la cons­truc­ción de la demo­cra­cia libe­ral, sino que deben ser enten­di­dos como carac­te­rís­ti­cas de un desa­rro­llo pro­pio”.[5]

Se ha plan­tea­do la expre­sión “ciu­da­da­nía de baja inten­si­dad” para carac­te­ri­zar las demo­cra­cias lati­no­ame­ri­ca­nas, pero qué es esto sino el refle­jo de la extre­ma des­igual­dad y las múl­ti­ples for­mas de dis­cri­mi­na­ción que de allí se deri­van y se ali­men­tan de un mode­lo eco­nó­mi­co exclu­yen­te per se y que con­si­de­ra ciu­da­da­nos con igua­les dere­chos al opu­len­to ‑que entre otros fac­to­res repro­du­ce su opu­len­cia en el acce­so al cono­ci­mien­to- y el ham­brien­to que repro­du­ce su ham­bre en el no acce­so al mis­mo, y esa bre­cha en Amé­ri­ca Lati­na no se está achi­can­do, sino está cre­cien­do (CEPAL, 2007).

Duran­te tres déca­das de demo­cra­cias elec­to­ra­les no se ha cum­pli­do en la región el supues­to de que a más demo­cra­cia más jus­ti­cia ‑y no sólo jus­ti­cia en cuan­to a dere­cho, sino jus­ti­cia social– y a más jus­ti­cia más demo­cra­cia. Por el con­tra­rio la des­igual­dad y por ende, la injus­ti­cia social cre­ció en esos años.

Vuel­ve a plan­tear­se la inte­rro­gan­te acer­ca de la com­pa­ti­bi­li­dad entre una rela­ción social bási­ca capi­tal-tra­ba­jo que en esen­cia pro­du­ce y repro­du­ce des­igual­dad y la demo­cra­cia en tan­to no sólo ritual de reglas de pro­ce­di­mien­to en ins­ti­tu­cio­nes corres­pon­dien­tes, sino enten­di­da ésta como par­ti­ci­pa­ción, con­trol sobre los gober­nan­tes, trans­pa­ren­cia en la ges­tión públi­ca, ver­da­de­ra igualdad.

Bur­chardt lle­ga a la con­clu­sión, des­de una posi­ción que no es anti­ca­pi­ta­lis­ta, que “demo­cra­cia y mer­ca­do no nece­sa­ria­men­te tie­nen efec­tos sinér­gi­cos: pue­den, de hecho, vol­ver­se contradictorios”.

Por su par­te, James Petras, des­de una posi­ción anti­ca­pi­ta­lis­ta radi­cal, plan­tea que la demo­cra­cia es depen­dien­te de la hege­mo­nía y la soli­dez de la pro­pie­dad capi­ta­lis­ta y que este sis­te­ma tie­ne una visión ins­tru­men­tal de la demo­cra­cia, lo cual se ilus­tra con nume­ro­sos ejem­plos his­tó­ri­cos en los que el capi­ta­lis­mo glo­bal, su cen­tro hege­mó­ni­co (Esta­dos Uni­dos) ha apo­ya­do dic­ta­du­ras ‑como en Amé­ri­ca Lati­na– o demo­cra­cias elec­to­ra­les según coyun­tu­ras eva­lua­das como favo­ra­bles o des­fa­vo­ra­bles para los intere­ses hege­mó­ni­cos.[6]

El défi­cit demo­crá­ti­co de las demo­cra­cias libe­ra­les lati­no­ame­ri­ca­nas y no sólo lati­no­ame­ri­ca­nas ha indu­ci­do a poner énfa­sis en la rela­ción entre demo­cra­cia e igual­dad social y a incluir algu­nas dimen­sio­nes socio­eco­nó­mi­cas que hacen más com­ple­jas la ecua­ción de la teo­ría libe­ral, como la capa­ci­dad de deci­sión eco­nó­mi­ca, las opor­tu­ni­da­des y las com­pe­ten­cias (Sen, 2003).

Pero, no obs­tan­te, la teo­ría libe­ral igno­ra que las capa­ci­da­des de deci­sión eco­nó­mi­ca, las opor­tu­ni­da­des, los talen­tos no se esta­ble­cen a par­tir de liber­ta­des indi­vi­dua­les for­ma­les, sino que están con­di­cio­na­das por el medio social con­cre­to y que “por tan­to, la reduc­ción efec­ti­va de la des­igual­dad debe­ría pro­du­cir­se no a tra­vés de posi­bi­li­da­des indi­vi­dua­les o de la demo­cra­ti­za­ción en el acce­so, sino median­te la pro­mo­ción eco­nó­mi­ca y el empo­de­ra­mien­to de las comu­ni­da­des más pobres y los sec­to­res subal­ter­nos”.[7]

El ciu­da­dano abs­trac­to e irreal de la teo­ría libe­ral es un ser humano que pue­de tener dere­chos teó­ri­cos, pero nece­si­ta hacer­los efec­ti­vos, y para eso tie­ne que poseer recur­sos que lo hagan capaz de recla­mar­los y hacer­se escu­char. Los que no tie­nen recur­sos, tie­nen sólo un dere­cho inal­can­za­ble que no lle­ga a conec­tar con su vida real. La ciu­da­da­nía se hace reali­dad par­ti­ci­pa­ti­va y dere­cho ope­ra­ti­vo sólo a par­tir de poseer los recur­sos para poder deman­dar­los y ejer­cer­los. La con­cep­ción de ciu­da­da­nía ‑hija pre­di­lec­ta del libe­ra­lis­mo doc­tri­na­rio– no es más que una abs­trac­ción vacía o peor aun, el encu­bri­mien­to de la des­igual­dad real bajo el man­to de la igual­dad for­mal, sino va acom­pa­ña­da de un reco­no­ci­mien­to de la des­igual­dad social y de accio­nes para combatirla.

El deba­te sobre la cali­dad de la demo­cra­cia pare­ce a veces igno­rar la ver­dad ele­men­tal de que para garan­ti­zar demo­cra­cia, par­ti­ci­pa­ción, con­trol de los gober­nan­tes, buen fun­cio­na­mien­to de las ins­ti­tu­cio­nes, en suma, ver­da­de­ra demo­cra­cia, no bas­ta con que exis­ta igual­dad for­mal de dere­chos jurí­di­co-polí­ti­cos y cum­pli­mien­to de los pro­ce­di­mien­tos y ritua­les demo­crá­ti­cos, sino que los acto­res socia­les posean recur­sos simi­la­res, o al menos, que no exis­tan entre ellos las abis­ma­les dife­ren­cias que hoy carac­te­ri­zan a la región.

No bas­ta con reco­no­cer la igual­dad en el dere­cho al voto, a la expre­sión, a la aso­cia­ción, etc., si las elec­cio­nes son com­pe­ten­cias mediá­ti­cas cos­to­sas, si la expre­sión es mono­po­li­za­da por las gran­des empre­sas que fabri­can opi­nio­nes, si la aso­cia­ción requie­re mucho dine­ro para esta­ble­cer­se y aun más para hacer­se escu­char, si la caren­cia de ins­truc­ción ele­men­tal blo­quea el diá­lo­go polí­ti­co más allá de bana­li­da­des pro­pa­gan­dís­ti­cas, y si el des­em­pleo y la pobre­za favo­re­cen el clien­te­lis­mo y la com­pra-ven­ta de votos.

Es impres­cin­di­ble ir más allá de las igual­da­des y dere­chos for­ma­les, para actuar en la trans­for­ma­ción de la exclu­sión social median­te la pro­mo­ción del empleo, la efec­ti­va redis­tri­bu­ción de la rique­za, el acce­so a la edu­ca­ción, a la salud, a la cul­tu­ra, y esto con mayor inten­si­dad y pre­mu­ra mien­tras más des­fa­vo­re­ci­dos, pobres y exclui­dos sean los gru­pos socia­les de que se trate.

Las famo­sas “asi­me­trías de poder” no son más que una expre­sión aca­dé­mi­ca sua­vi­zan­te para alu­dir a la enor­me injus­ti­cia y exclu­sión social que las­tra a las socie­da­des de la región y muti­lan en ellos la demo­cra­cia, aun­que exis­tan mul­ti­tud de par­ti­dos, fun­cio­ne el par­la­men­to, los tri­bu­na­les de jus­ti­cia, etc.

Demo­cra­cia y gobier­nos que pro­cla­man el socia­lis­mo del Siglo 21.

En años más recien­tes, la cri­sis de pobre­za, infor­ma­li­dad y des­igual­dad des­ata­da por el Con­sen­so de Washing­ton en la región, uni­da a la vacie­dad y caren­cia de inclu­sión social en las demo­cra­cias elec­to­ra­les, pro­du­jo el hecho polí­ti­co rele­van­te de la vic­to­ria elec­to­ral y el acce­so al gobierno de fuer­zas polí­ti­cas con pro­yec­ción anti­neo­li­be­ral, un fuer­te sen­ti­do de nacio­na­lis­mo demo­crá­ti­co-social, polí­ti­cas de inde­pen­den­cia fren­te a Esta­dos Uni­dos y fuer­te crí­ti­ca al accio­nar de sus gobiernos.

En Vene­zue­la, en Boli­via y Ecua­dor, se pro­cla­ma el avan­ce hacia el socia­lis­mo del siglo 21 a par­tir de gobier­nos ele­gi­dos en pro­ce­sos elec­to­ra­les de la demo­cra­cia libe­ral y que se des­en­vuel­ven des­de enton­ces den­tro de ellas, den­tro de sus reglas y límites.

Sur­gen varias pre­gun­tas en rela­ción con este resul­ta­do impen­sa­ble hace ape­nas una déca­da, cuan­do el pen­sa­mien­to úni­co pare­cía todo­po­de­ro­so e inca­paz de per­der elec­cio­nes en las estruc­tu­ras demo­crá­ti­cas adap­ta­das a su con­ve­nien­cia y en las cua­les sus can­di­da­tos gana­ban inva­ria­ble­men­te, lle­van­do al gobierno varian­tes meno­res en la acep­ta­ción esen­cial de la libe­ra­li­za­ción con­te­ni­da en el Con­sen­so de Washington.

Tan pro­fun­da fue la cri­sis gene­ra­da por aque­lla polí­ti­ca de moder­ni­za­ción subor­di­na­da, de “inser­ción en el mer­ca­do mun­dial” y de ascen­so al Pri­mer Mun­do, que los votan­tes des­bor­da­ron la apa­tía por las elec­cio­nes y al votar por Chá­vez, por Evo Mora­les, por Rafael Correa, refle­ja­ron el recha­zo a la dema­go­gia ante­rior, uti­li­zan­do el vehícu­lo elec­to­ral que había vuel­to a fun­cio­nar den­tro de la matriz neoliberal.

En efec­to, ¿podrán estos gobier­nos avan­zar hacia el socia­lis­mo del siglo 21, lo cual supo­ne dejar atrás al capi­ta­lis­mo, actuan­do den­tro de la estruc­tu­ra ins­ti­tu­cio­nal y jurí­di­ca de la demo­cra­cia libe­ral? ¿Podrán ellos ir trans­for­man­do des­de aden­tro esas estruc­tu­ras dotan­do sus prin­ci­pios demo­crá­ti­co-igua­li­ta­rios abs­trac­tos con con­te­ni­dos de jus­ti­cia social que los tras­cien­dan y con­vier­tan en ver­da­de­ras demo­cra­cias participativas?

Estas pre­gun­tas tras­cien­den las posi­bi­li­da­des de un bre­ve artícu­lo y requie­ren res­pues­tas com­ple­jas que no serán dadas sólo por la teo­ría, sino por la unión entre ella y una prác­ti­ca polí­ti­ca que no tie­ne manua­les pre­es­ta­ble­ci­dos y debe ser “crea­ción heroi­ca”, nun­ca “cal­co y copia”.

Entre otros muchos fac­to­res a tener en cuen­ta en este com­ple­jo desa­fío polí­ti­co y teó­ri­co, se encuen­tra la nece­si­dad de con­so­li­dar una base eco­nó­mi­ca com­par­ti­da (ALBA) que ofrez­ca el sus­ten­to indis­pen­sa­ble del pro­yec­to polí­ti­co y per­mi­ta que estos gobier­nos no sean des­alo­ja­dos median­te elec­cio­nes en las que las nece­si­da­des mate­ria­les insa­tis­fe­chas esti­mu­len una derro­ta. La cri­sis eco­nó­mi­ca glo­bal actual plan­tea a estos gobier­nos un desa­fío por­que los des­gas­ta en tan­to gobier­nos debi­do a los estra­gos finan­cie­ros que pro­vo­ca, pero al mis­mo tiem­po da la posi­bi­li­dad de enfren­tar la cri­sis pro­te­gien­do con prio­ri­dad a los más vul­ne­ra­bles y demos­tran­do así la natu­ra­le­za dife­ren­te de ellos res­pec­to al modo oli­gár­qui­co tra­di­cio­nal de des­car­gar los efec­tos de las cri­sis eco­nó­mi­cas. Sólo la prác­ti­ca polí­ti­ca de los pró­xi­mos años podrá res­pon­der a esas pre­gun­tas, aun­que la expe­rien­cia de años recien­tes mues­tra que estos gobier­nos y aun más, el movi­mien­to social de base popu­lar que ellos encar­nan, sería capaz de con­ju­gar demo­cra­cia y jus­ti­cia social, colo­ca­dos fue­ra del capi­ta­lis­mo y tras­cen­dien­do la demo­cra­cia libe­ral, lle­nán­do­la de un nue­vo con­te­ni­do par­ti­ci­pa­ti­vo y multicultural.

Mien­tras tan­to, lla­ma la aten­ción la crí­ti­ca a que se les some­te, acer­ca de la pér­di­da de cali­dad demo­crá­ti­ca en ellos, de ten­den­cias auto­ri­ta­rias que esta­rían mani­fes­tán­do­se, aun­que se tra­ta de gobier­nos ele­gi­dos median­te elec­cio­nes con­si­de­ra­das demo­crá­ti­cas, con la pre­sen­cia de obser­va­do­res inter­na­cio­na­les, medios de comu­ni­ca­ción oli­gár­qui­cos abier­tos y en pleno fun­cio­na­mien­to e inclu­so un gobierno como el de Chá­vez que ha bati­do records en cuan­to a elec­cio­nes efec­tua­das y no sólo elec­cio­nes, sino ple­bis­ci­tos con capa­ci­dad de revo­car al Pre­si­den­te, los cua­les no exis­ten ni han exis­ti­do en los paí­ses que no reci­ben crí­ti­cas y que por tan­to, esta­rían cum­plien­do a pie jun­ti­llas los pará­me­tros demo­crá­ti­cos consagrados.

Las crí­ti­cas se basan en la teo­ría libe­ral que prio­ri­za el ritual y los pro­ce­di­mien­tos y se man­tie­ne den­tro de los lími­tes de la ciu­da­da­nía abs­trac­ta, la igual­dad de dere­chos entre des­igua­les y la liber­tad de expre­sión de los gran­des due­ños de empre­sas mediáticas.

Es sin­gu­lar que los gobier­nos de izquier­da men­cio­na­dos reci­ban crí­ti­cas por dife­ren­ciar­se de los que siguen el mode­lo libe­ral oli­gár­qui­co y las crí­ti­cas sean más acres, mien­tras mayo­res dosis de inclu­sión social pro­du­cen o inten­tan intro­du­cir. Pero, la caren­cia de inclu­sión social ha sido pre­ci­sa­men­te la que ha vacia­do la demo­cra­cia libe­ral y la ha sumi­do en reco­no­ci­dos défi­cits que tie­nen en la indi­fe­ren­cia de los votan­tes ‑el par­ti­do de mayor vota­ción es la abs­ten­ción– su sín­to­ma más evidente.

Pare­ce­ría que la úni­ca for­ma de satis­fa­cer a los crí­ti­cos de los gobier­nos de izquier­da es vol­ver estric­ta­men­te a la demo­cra­cia ritual que al fra­ca­sar hizo posi­ble la lle­ga­da al gobierno de los que aho­ra critican.

A la comu­ni­ca­ción entre gober­nan­tes y gober­na­dos que se esta­ble­ce en las expe­rien­cias comu­ni­ta­rias ensa­ya­das por Chá­vez o en el pecu­liar modo de comu­ni­ca­ción y res­pe­to entre Evo Mora­les y la pobla­ción indí­ge­na, se las des­ca­li­fi­ca cali­fi­cán­do­los como populismo.

La expre­sión popu­lis­mo se iden­ti­fi­ca como dema­go­gia o en la mejor varian­te, como reduc­ción de la cali­dad demo­crá­ti­ca, ten­dien­te al autoritarismo.

Pero, como seña­la Bur­chardt, el popu­lis­mo pue­de ayu­dar a supe­rar cri­sis socia­les median­te la cons­truc­ción de un ima­gi­na­rio colec­ti­vo en torno a nue­vos valo­res, esta­ble­cer la comu­ni­ca­ción entre gober­nan­tes y gober­na­dos que la demo­cra­cia repre­sen­ta­ti­va nun­ca logró, y actuar como vehícu­lo de una amplia movi­li­za­ción polí­ti­ca que ya va hacien­do par­te de una amplia­ción de los dere­chos democráticos.

El popu­lis­mo, en tan­to ape­la­ción al “pue­blo” no defi­ne una orien­ta­ción polí­ti­ca per se, sino sola­men­te el pro­pó­si­to de accio­nar por defi­nir el bien colec­ti­vo, sin que esto impli­que la opción por un sis­te­ma polí­ti­co específico.

Gobier­nos mili­ta­res de la eta­pa dic­ta­to­rial fue­ron til­da­dos de popu­lis­tas y lo fue­ron tam­bién los gobier­nos emer­gi­dos de elec­cio­nes que apli­ca­ron los ajus­tes estruc­tu­ra­les neo­li­be­ra­les en los 80 y 90, por lo que lla­mar popu­lis­tas a los gobier­nos de izquier­da actua­les expre­sa no sólo un inten­to de reba­jar­los a prio­ri, sino un des­co­no­ci­mien­to de la ver­da­de­ra car­ga con­cep­tual del lla­ma­do populismo.

Más que des­ca­li­fi­car a los gobier­nos que pro­cla­ma­ron su pro­pó­si­to de cons­truir el socia­lis­mo del siglo 21, sería nece­sa­rio replan­tear­se el vie­jo pro­ble­ma de la rela­ción entre liber­tad de mer­ca­do y democracia.

Si la con­cep­ción de demo­cra­cia no incor­po­ra a ella la noción de equi­dad social, reduc­ción de las des­igual­da­des socia­les que hacen de la demo­cra­cia letra muer­ta, el bello con­cep­to segui­rá sien­do un for­ma­lis­mo en tan­to igual­dad polí­ti­co-jurí­di­ca, caren­te de sig­ni­fi­ca­do real para los muchos exclui­dos en la dis­tri­bu­ción del ingreso.

La demo­cra­cia no pue­de limi­tar­se al dis­cur­so libe­ral sobre la igual­dad de todos ante la ley y los dere­chos indi­vi­dua­les inalie­na­bles, en tan­to la liber­tad de mer­ca­do ‑o los mono­po­lios del mer­ca­do– gene­ran exclu­sión social en la base mis­ma de la pre­ten­di­da demo­cra­cia. No bas­ta con la igual polí­ti­co-jurí­di­ca, si no va acom­pa­ña­da de la inclu­sión social, y ésta es incom­pa­ti­ble con la abis­mal des­igual­dad latinoamericana.

La vali­dez for­mal del dere­cho bási­co de liber­tad no pue­de que­dar en la decla­ra­ción solem­ne, pero intras­cen­den­te, sino que debe pro­mo­ver la inclu­sión de los exclui­dos, median­te su ascen­so inte­lec­tual y eco­nó­mi­co, lo que supo­ne renun­ciar a enten­der fal­sa­men­te la igual­dad como una reali­dad y asu­mir­la como un obje­ti­vo prio­ri­ta­rio del esta­do, sin el cual no ten­drá éste ver­da­de­ra legi­ti­ma­ción demo­crá­ti­ca. Lo ante­rior impli­ca reco­no­cer que el sis­te­ma social engen­dra­dor de las des­igual­da­des debe ser trans­for­ma­do, pues no se tra­ta de admi­nis­trar la des­igual­dad, sino de eliminarla.

Éste es el núcleo duro, a mi jui­cio defi­ni­dor de los pro­yec­tos para cons­truir el socia­lis­mo del siglo 21. Más que lla­mar popu­lis­mo en sen­ti­do des­pec­ti­vo a estos pro­yec­tos, sería jus­to enten­der­los como pro­yec­tos enca­mi­na­dos a encon­trar el vital esla­bón per­di­do de la demo­cra­cia libe­ral: la jus­ti­cia social en tan­to inclu­sión de los exclui­dos y el esta­ble­ci­mien­to no sólo de una demo­cra­cia polí­ti­ca for­mal, sino de una demo­cra­cia par­ti­ci­pa­ti­va, social, con sig­ni­fi­ca­do real para todos sus actores.

Biblio­gra­fía

  • Ban­co Mun­dial: Poverty Reduc­tion and Growth. From Vicious to Vir­tuous Cir­cles, Ban­co Mun­dial, Washing­ton, D.C., 2006.
  • Borón, Ati­lio A.: Tras el búho de Miner­va. Mer­ca­do con­tra demo­cra­cia en el capi­ta­lis­mo de fin de siglo, Fon­do de Cul­tu­ra Eco­nó­mi­ca, Bue­nos Aires, 2000.
  • Borón, Ati­lio A.: Esta­do, capi­ta­lis­mo y demo­cra­cia en Amé­ri­ca Lati­na, CLACSO, Bue­nos Aires, 2003ª.
  • Chomsky, Noam: “Los dile­mas de la domi­na­ción” en Borón, Ati­lio A. (comp.) Nue­va hege­mo­nía mun­dial. Alter­na­ti­vas de cam­bio y movi­mien­tos socia­les, CLACSO/​Editorial de Cien­cias Socia­les, Bue­nos Aires/​La Haba­na, 2004.
  • Hou­tart, Fran­co­is: “Un socia­lis­mo para el siglo XXI. Cua­dro sin­té­ti­co de refle­xión”. Ponen­cia pre­sen­ta­da en las Jor­na­das “El Socia­lis­mo del siglo XXI”, Cara­cas, junio, 2007.
  • Mar­tí­nez Here­dia, Fer­nan­do: El corri­mien­to hacia el rojo, Letras Cuba­nas, La Haba­na, 2001.
  • Meik­sins Woods, Allan: Demo­cracy against capi­ta­lism, Cam­brid­ge Uni­ver­sity Press, Cam­brid­ge, 1995.
  • Pin­to, Aní­bal: Chi­le. Un caso de desa­rro­llo frus­tra­do, Edi­to­rial Uni­ver­si­ta­ria, San­tia­go, 1957.
  • Pro­gra­ma de las Nacio­nes Uni­das para el Desa­rro­llo (PNUD): La demo­cra­cia en Amé­ri­ca Lati­na. Hacia una demo­cra­cia de ciu­da­da­nas y ciu­da­da­nos, Aguilar/​Altea/​Alfaguara/​Taurus, Bue­nos Aires, 2004ª.
  • Rega­la­do Álva­rez, Rober­to: “La izquier­da lati­no­ame­ri­ca­na hoy” en Cua­der­nos del Cea, La Haba­na, 2005.
  • Sen, Amart­ya Kumar: Sobre éti­ca y eco­no­mía, Alian­za, Madrid, 2003.

[1] Gil­ber­to Dupas: Pobre­za, des­igual­dad y tra­ba­jo en el capi­ta­lis­mo glo­bal. Revis­ta Nue­va Socie­dad No. 215. Mayo-junio 2008.

[2] Agus­tín Cue­vas. “Las demo­cra­cias res­trin­gi­das de Amé­ri­ca Lati­na”. Pla­ne­ta. Ecua­dor. 1988.

[3] René Zava­le­ta: “Cua­tro con­cep­tos de la demo­cra­cia” en Julio Labas­ti­da: Los nue­vos pro­ce­sos socia­les y la teo­ría polí­ti­ca con­tem­po­rá­nea”. Siglo XXI. Méxi­co. 1986. Pág. 302. Cita­do por Mar­cos Roitman.

[4] Hans-Jur­gen Bur­chardt: Des­igual­dad y demo­cra­cia. Revis­ta Nue­va Socie­dad 215. Mayo-junio 2008. Pags. 79 – 94.

[5] Hans Jur­gen Bur­chardt. Artícu­lo cita­do. Pág. 81

[6] James Petras: Demo­cra­cia y capi­ta­lis­mo. Tran­si­ción demo­crá­ti­ca o neoautoritarismo.

[7]Hans-Jur­gen Bur­chardt. Artícu­lo cita­do. Pág. 89.

*El autor de este ensa­yo, Osval­do Mar­tí­nez, es el direc­tor del Cen­tro de Inves­ti­ga­cio­nes de la Eco­no­mía Mundial 

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