La cla­ve para enten­der a Cuba- Arman­do Hart

Hace fal­ta un pro­gra­ma matriz de todos los pro­gra­mas, y es el de la alfa­be­ti­za­ción éti­ca que supo­ne la pre­ser­va­ción del patri­mo­nio espi­ri­tual más impor­tan­te de la civi­li­za­ción, es decir, el hom­bre. Se exi­ge una sín­te­sis de la his­to­ria cul­tu­ral del uni­ver­so para sal­var del egoís­mo a los hom­bres, a las nacio­nes y a la civilización.

El dis­cur­so de la tole­ran­cia se con­tra­di­ce con las impo­si­cio­nes dog­má­ti­cas de rece­tas de vie­jo cuño a nacio­nes y comu­ni­da­des ente­ras. La con­so­li­da­ción de los pro­ce­sos demo­crá­ti­cos tie­ne que ser una aspi­ra­ción que no des­co­noz­ca las pecu­lia­ri­da­des his­tó­ri­cas y cul­tu­ra­les de cada socie­dad, res­pe­te la auto­de­ter­mi­na­ción de los pue­blos, aca­te la deci­sión sobe­ra­na de los Esta­dos y haga suyo el prin­ci­pio de no inter­ven­ción en terri­to­rios aje­nos. Hablar de demo­cra­cia en este siglo XXI impli­ca tam­bién refe­rir­nos a la nece­sa­ria demo­cra­ti­za­ción de las rela­cio­nes internacionales.

No tene­mos voca­ción apo­ca­líp­ti­ca. La tra­di­ción espi­ri­tual cuba­na, en espe­cial la de los últi­mos dece­nios, me ha con­fir­ma­do que los valo­res mora­les, la volun­tad trans­for­ma­do­ra y el cul­ti­vo de la inte­li­gen­cia, cuan­do están uni­dos a sen­ti­mien­tos soli­da­rios, tie­nen fuer­za como para sal­var a una nación.

La cla­ve para enten­der a Cuba está en su cul­tu­ra nacio­nal. Ella expre­sa lo mejor y más depu­ra­do de la moder­ni­dad en tan­to plan­tea de for­ma inte­gral las coor­de­na­das esen­cia­les que que­da­ron frac­tu­ra­das en el cur­so his­tó­ri­co: edu­ca­ción, cul­tu­ra y socie­dad y, a su vez, una pro­fun­da voca­ción de uni­ver­sa­li­dad y una aspi­ra­ción irre­nun­cia­ble a un desa­rro­llo eco­nó­mi­co basa­do en la jus­ti­cia y en la igual­dad. Ahí está la esen­cia del valor uni­ver­sal de la cul­tu­ra cuba­na que des­de sus gér­me­nes acti­vos ya a prin­ci­pios del siglo XIX tomó un camino deci­di­do en favor de la libe­ra­ción huma­na y un patrio­tis­mo de pro­yec­ción uni­ver­sal, el que alcan­zó su más alta esca­la en José Mar­tí. En él, éti­ca, filo­so­fía y arte como una joya de nues­tra his­to­ria cul­tu­ral, mues­tran el sello de la iden­ti­dad nacio­nal. Esta sín­te­sis apun­ta en direc­ción a los mejo­res modos de pen­sar y sen­tir si se tra­du­cen en for­mas prác­ti­cas del queha­cer político.

Por esos valo­res es hoy un país lati­no­ame­ri­cano y cari­be­ño inde­pen­dien­te y se man­tie­ne viva la Revo­lu­ción cuba­na, resis­tien­do el más inhu­mano blo­queo eco­nó­mi­co ejer­ci­do por una super­po­ten­cia con­tra un terri­to­rio peque­ño y sub­de­sa­rro­lla­do. La patria de José Mar­tí pos­tu­la su con­fian­za en la uti­li­dad de la vir­tud, en la vida futu­ra, en el mejo­ra­mien­to humano y en que con esfuer­zos soli­da­rios pue­da rei­nar la fór­mu­la del amor triun­fan­te que pro­cla­mó el héroe de nues­tra América.

Rotos los esque­mas ideo­lo­gi­zan­tes, se abren para los hom­bres y muje­res de pen­sa­mien­to y nobles sen­ti­mien­tos, las posi­bi­li­da­des de inves­ti­gar y crear sin que para­dig­mas aje­nos impon­gan patro­nes obli­ga­to­rios de conducta.

Los que han toma­do otros sen­de­ros e inten­ta­do dic­tar a la con­cien­cia huma­na, en nom­bre de tal o cual prin­ci­pio, una deter­mi­na­da for­ma de pro­ce­der, sólo han con­se­gui­do la cen­su­ra de la his­to­ria y el des­pres­ti­gio de las ideas más jus­tas a par­tir de las cua­les inten­ta­ron y logra­ron esta­ble­cer su pro­pia volun­tad y has­ta sus caprichos.

Para des­ci­frar el camino del futu­ro hace fal­ta una sín­te­sis uni­ver­sal como la que nin­gún país ais­la­do, ni siquie­ra un con­ti­nen­te por sí solo pue­de lograr.

Si es cier­to que el hom­bre pri­me­ro nece­si­ta comer, ves­tir­se, tener un techo, y lue­go hacer filo­so­fía, reli­gión, arte, tam­bién lo es que la huma­ni­dad no ten­dría exis­ten­cia real y obje­ti­va sin pro­du­cir arte, filo­so­fía y, en fin, vida espi­ri­tual. Por­que hay una anti­gua ver­dad que se pre­ci­sa des­ta­car con todo rigor en el pen­sa­mien­to cien­tí­fi­co y filo­só­fi­co de fina­les de siglo: no sólo de pan vive el hombre.

En el orden filo­só­fi­co y en el polí­ti­co, exal­te­mos estas dos ver­da­des que nos mues­tra el sen­ti­do común.

Si no se pro­mue­ven la soli­da­ri­dad y la ter­nu­ra como líneas sus­tan­ti­vas del cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co-social, no habrá espe­ran­za de que deje­mos una hue­lla dura­de­ra sobre la tie­rra. Sería muy tris­te que seres más cer­ca­nos a lo que muchos lla­man Dios, es decir, con más inte­li­gen­cia y amor que noso­tros, arri­ben aquí en los siglos o mile­nios veni­de­ros y encuen­tren en un inmen­so cemen­te­rio los ves­ti­gios de un pasa­do lejano, de cuan­do en el pla­ne­ta Tie­rra exis­tían hom­bres, flo­res y poesía…

CubAr­te

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