Los Car­ni­ce­ros de Mála­ga (Febre­ro de 1937)- Car­los Tena

Vaya por delan­te que el titu­lar ele­gi­do para este artícu­lo no alu­de a esos hon­ra­dos pro­fe­sio­na­les, sino para denun­ciar una vez más la mise­ria moral de quie­nes, como el monar­ca actual, se nie­gan a con­de­nar las masa­cres que la rebe­lión fas­cis­ta de 1936, coman­da­da por un geno­ci­da, cuya dic­ta­du­ra cau­só la muer­te por eje­cu­ción, tor­tu­ra, ham­bre o garro­te vil, de cien­tos de miles de ciu­da­da­nos, fie­les a la lega­li­dad vigen­te en aque­llos años, cuan­do la Repú­bli­ca y la liber­tad se pal­pa­ban en todas las comunidades.

En estos días de febre­ro se cum­ple un ani­ver­sa­rio más del ase­si­na­to a san­gre fría de miles de hom­bres, muje­res y niños, cuan­do huían de Mála­ga hacia Alme­ría, esca­pan­do de la repre­sión habi­tual ejer­ci­da por los amo­ti­na­dos de una bue­na par­te del ejér­ci­to espa­ñol, en la que des­ta­ca­ban los gene­ra­les y jefes pro­ce­den­tes de la noble­za (nun­ca peor dicho) nacio­nal, la alta socie­dad (sucie­dad, sería más cabal) y demás hor­das fie­les a ese espí­ri­tu tan cris­tiano, que con­sis­tía en desollar o des­cuar­ti­zar comu­nis­tas, rap­tar niños para entre­gár­se­los a las fami­lias ricas sin hijos e ir a misa todos los domingos.

El docu­men­tal titu­la­do Málaga,1937: La Carre­te­ra de la Muer­te*, con guión y direc­ción de Juan Madrid*, que el pro­pio autor reali­zó y pre­sen­tó en 2006 ante la TV cuba­na, cuen­ta la dra­má­ti­ca his­to­ria (tan­to como dece­nas de casos simi­la­res habi­dos en aque­llos tres años de ven­gan­za y deli­rio san­grien­to) de la toma de Mála­ga, así como la reti­ra­da de una gran par­te de la pobla­ción civil por la carre­te­ra de la cos­ta, hacia Almería.

Ani­mo a las jóve­nes gene­ra­cio­nes para que vean las estre­me­ce­do­ras imá­ge­nes del bom­bar­deo que sufrie­ron aque­llas per­so­nas, por par­te de las tro­pas fran­quis­tas, ale­ma­nas e ita­lia­nas, así como la terri­ble situa­ción en el inte­rior de la ciu­dad y el éxo­do hacia Alme­ría de una muche­dum­bre enlo­que­ci­da de pavor. Es cier­to que no exis­te una cifra exac­ta del núme­ro de des­pla­za­dos, pero los tes­ti­mo­nios reco­gi­dos por algu­nos super­vi­vien­tes indi­can que podría alcan­zar la de cien mil. Esa colum­na, de varios kiló­me­tros, fue bom­bar­dea­da sal­va­je­men­te des­de el aire por la avia­ción de Hitler y Mus­so­li­ni, y des­de el mar por la arma­da de Franco.

Uno de los per­so­na­jes cla­ve en el sal­va­men­to de cien­tos de vidas, fue el médi­co cana­dien­se Nor­man Bethu­ne*, ads­cri­to a las Bri­ga­das Inter­na­cio­na­les, quien en un alar­de de inge­nio pro­fe­sio­nal impro­vi­só un qui­ró­fano móvil, con plas­ma refri­ge­ra­do, mon­ta­do en una ambu­lan­cia, que sir­vió para hacer tras­fu­sio­nes en las cer­ca­nías del fren­te. Con ese vehícu­lo lle­gó a Alme­ría y des­de allí, cuan­do supo de la caía de Mála­ga, puso rum­bo a la ciu­dad, para ayu­dar a esos miles de refu­gia­dos que aba­rro­ta­ban la carre­te­ra. Des­de aquel momen­to no dejó de hacer con­ti­nuos via­jes para, sin des­can­so ni repo­so, trans­por­tar, inter­ve­nir y curar de sus terri­bles heri­das a dece­nas de per­so­nas con el cuer­po destrozado.

Los horro­res de estos hechos (la muer­te, el ham­bre, el can­san­cio, el mie­do, la angus­tia y la deses­pe­ra­ción de los mala­gue­ños) que­da­ron refle­ja­dos en el inquie­tan­te rela­to, El cri­men de la carre­te­ra Mála­ga-Alme­ría*, que escri­bió el pro­pio Bethu­ne, ilus­tra­do con vein­ti­séis foto­gra­fías de su cola­bo­ra­dor Hazen Sise. (Me he toma­do la liber­tad de reco­ger unos pasa­jes del rela­to, jus­to al final del artícu­lo, con el obje­to de que los más jóve­nes ten­gan acce­so a ese sin­gu­lar tes­ti­mo­nio, hur­ta­do a una inmen­sa mayo­ría de ciu­da­da­nos que aún con­fían en este régi­men, cuya monar­quía jamás ha con­de­na­do aque­lla barbarie)

Hago mío el men­sa­je que me lle­ga pro­ce­den­te de El Foro por la Memo­ria His­tó­ri­ca, de Mála­ga, que como todos los años quie­re home­na­jear a los ciu­da­da­nos que inten­ta­ron esca­par de la muer­te segu­ra. Una hui­da impro­vi­sa­da que fue tram­pa mor­tal para miles de ino­cen­tes, que caían en el asfal­to ame­tra­lla­dos por los rebel­des espa­ño­les y los sol­da­dos del ejér­ci­to ale­mán e ita­liano, mien­tras los cru­ce­ros Cana­rias, Balea­res y Cer­ve­ra, bom­bar­dea­ban a la inmen­sa cara­va­na que dis­cu­rría por aquel camino, al filo de la cos­ta, con acan­ti­la­dos que impe­dían la hui­da hacia el mar y las playas.

Casi quin­ce mil per­so­nas murie­ron ase­si­na­das, en tan­to una cifra pare­ci­da desis­tió y regre­só a sus luga­res de ori­gen, entre­gán­do­se a las fuer­zas opre­so­ras, pen­san­do que al no haber come­ti­do deli­to alguno, nada tenían que temer. La reali­dad fue muy dis­tin­ta, ya que la mayo­ría fue­ron pro­ce­sa­dos en jui­cios suma­rí­si­mos y con­de­na­dos a penas que iban de la eje­cu­ción inme­dia­ta, a las de pri­sión con más de vein­te años de cár­cel. Des­de 1937 has­ta 1957, los fusi­la­mien­tos que hubo en Mála­ga fue­ron incontables.

Estos días se cum­plen 74 años de aque­llos infa­mes hechos, pero el sar­cas­mo his­tó­ri­co es que aún no se sabe sino una peque­ña par­te de la ver­dad. La socie­dad en su con­jun­to debe cono­cer lo ocu­rri­do, como prue­ba de este bes­tial geno­ci­dio con­tra la pobla­ción civil, come­ti­do en nom­bre de un régi­men, de un cri­mi­nal, al que el Rey de Espa­ña se nie­ga a condenar.

Hubo cien­tos de car­ni­ce­ros en aque­llos años. El cono­ci­do como Car­ni­ce­ri­to de Mála­ga no fue sólo aquel cana­lla lla­ma­do Car­los Arias Nava­rro (que sigue sien­do Gran­de de Espa­ña, y al que se dedi­có un par­que que lle­va su nom­bre en Madrid), sino todos y cada uno de los man­dos, civi­les y mili­ta­res, res­pon­sa­bles de la masa­cre que reco­ge el docu­men­tal de Juan Madrid.

Qué sar­cas­mo cons­ta­tar que este régi­men, que se dice demo­crá­ti­co, exi­ja que para que un par­ti­do polí­ti­co sea lega­li­za­do, deba con­de­nar pre­via­men­te la vio­len­cia de ETA. La otra cara de la mone­da es com­pro­bar que se man­ten­gan intac­tos miles de sím­bo­los fran­quis­tas, hacien­do así apo­lo­gía de aquel terro­ris­mo infa­me, callan­do ante hechos como los hoy se recuer­dan en Mála­ga y Alme­ría. O con­de­na­mos todas las vio­len­cias, o rom­pe­mos la baraja.

Notas:

1. http://​www​.nun​ca​mas​.org/​d​e​s​c​a​r​g​a​r​/​1​1​1​7​5​6​/​l​a​-​m​e​m​o​r​i​a​-​r​e​c​o​b​r​a​d​a​-​m​e​g​a​u​p​l​o​a​d​f​i​l​e​f​a​c​t​o​r​y​.​h​tml

2. Juan Madrid (Mála­ga, 12 de junio de 1947) escri­tor, perio­dis­ta y guio­nis­ta de cine y TV. Licen­cia­do en His­to­ria Con­tem­po­rá­nea por la Uni­ver­si­dad de Sala­man­ca, ha sido redac­tor en dia­rios y revis­tas nacio­na­les e inter­na­cio­na­les. Ha publi­ca­do más de cua­ren­ta libros, de los que algu­nos se han lle­va­do al cine, como Nada que hacer (Gerar­do Herre­ro, 1987), Días Con­ta­dos, diri­gi­do por Ima­nol Uri­be (1994) y Tán­ger, rea­li­za­da por él mis­mo. Fue el guio­nis­ta de la serie de tele­vi­sión Bri­ga­da Cen­tral. Ejer­ce regu­lar­men­te la docen­cia en ins­ti­tu­cio­nes de Espa­ña, Fran­cia, Ita­lia, Argen­ti­na y Cuba, des­ta­can­do entre otras la que desa­rro­lla en la Escue­la Inter­na­cio­nal de Cine y TV de San Anto­nio de los Baños (Cuba). Es uno de los escri­to­res de nove­la negra más con­si­de­ra­dos por la crí­ti­ca europea.

3. Nor­man Bethu­ne (Gra­venhurst, Cana­dá, 1890 – 1939), des­cu­bri­dor de varias téc­ni­cas inno­va­do­ras de ciru­gía (entre ellas la del trans­por­te de san­gre para su pos­te­rior trans­fu­sión), murió de sep­ti­ce­mia en Chi­na, duran­te la gue­rra chino-japo­ne­sa, a con­se­cuen­cia de un cor­te que sufrió duran­te una ope­ra­ción de urgen­cia, bajo cir­cuns­tan­cias extre­mas, ante el avan­ce del ejér­ci­to impe­rial japo­nés, el 12 de Noviem­bre de 1939. En Chi­na se le vene­ra como uno de los gran­des héroes nacionales.

4. (Frag­men­tos extraí­dos de El cri­men de la carre­te­ra Mála­ga-Alme­ría, del Dr. Bethune)

«Los nacio­na­lis­tas entra­ron en lo que prác­ti­ca­men­te era una ciu­dad desier­ta, del mis­mo modo que habían hecho en cada pue­blo y ciu­dad ase­dia­da en Espa­ña. Ima­gí­nen­se a 100.000 hom­bres, muje­res y niños, dis­po­nién­do­se a mar­char a pie, en bus­ca de refu­gio en una ciu­dad situa­da a casi 200 kiló­me­tro. Pero era la una úni­ca carre­te­ra que podían tomar.

Ese camino, limí­tro­fe por un lado con las altas mon­ta­ñas de Sie­rra Neva­da, y por el otro, con el mar, se encuen­tra sobre la lade­ra de unos acan­ti­la­dos. La ciu­dad que deben alcan­zar es Alme­ría. El via­je a que esas muje­res, ancia­nos y niños debían enfren­tar­se les lle­va­rá a 5 días y 5 noches de camino, al menos. No encon­tra­rán ali­men­tos en los pue­blos, ni tre­nes, ni auto­bu­ses para trans­por­tar­los. Así lo hicie­ron, aun­que tenían los pies reple­tos de lla­gas, en tan­to los fas­cis­tas bom­bar­dea­ban des­de el aire y dis­pa­ra­ban des­de los bar­cos de guerra.

Lle­ga­mos a Alme­ría con un camión refri­ge­ra­do, car­ga­do de san­gre alma­ce­na­da en Bar­ce­lo­na. Nues­tra inten­ción era con­ti­nuar hacia Mála­ga para efec­tuar trans­fu­sio­nes a los heri­dos. Allí supi­mos que Mála­ga había caí­do, por lo que fui­mos adver­ti­dos de no ir más lejos, ya que nadie podía saber aho­ra don­de esta­ba la línea del fren­te enemi­go, aun­que todos esta­ban segu­ros de que la ciu­dad de Motril había sucum­bi­do a las tro­pas rebeldes.

Sali­mos por la tar­de a las seis por la carre­te­ra de Mála­ga y a unas cuan­tos kiló­me­tros más allá nos encon­tra­mos con una lamen­ta­ble pro­ce­sión. Unos cin­co mil niños meno­res de diez años, de los que al menos, mil de ellos iban des­cal­zos y cubier­tos con una sola pren­da. Estos iban col­ga­dos de sus madres o aga­rra­dos a sus manos. El ince­san­te torren­te de gen­te lle­gó a ser tan den­so, que ape­nas podía­mos cir­cu­lar entre aque­lla muche­dum­bre. A ochen­ta y ocho kiló­me­tros de Alme­ría nos supli­ca­ron que no fué­se­mos más lejos, ya que los fas­cis­tas esta­ban jus­to detrás.

Pen­sa­mos que lo mejor era vol­ver y comen­zar a poner a sal­vo los peo­res casos. Era difí­cil ele­gir cua­les lle­var­se, ya que nues­tro coche era ase­dia­do por una mul­ti­tud de madres angus­tia­das y padres que con los bra­zos exten­di­dos que suje­ta­ban a sus hijos. Sus ojos y cara apa­re­cían hin­cha­dos, con­ges­tio­na­dos tras cua­tro días bajo el sol y el polvo.

Dos­cien­tos kiló­me­tros de mise­ria. Cua­tro días con sus cua­tro noches escon­dién­do­se entre las coli­nas, cami­nan­do de noche agru­pa­dos en un sóli­do blo­que, hom­bres, muje­res, niños gri­tan­do los nom­bres de sus fami­lia­res des­apa­re­ci­dos, per­di­dos entre la multitud.

¿Cómo podía­mos ele­gir entre lle­var­nos a un niño murién­do­se de disen­te­ría o entre una madre que nos con­tem­pla­ba silen­cio­sa­men­te, con los ojos hun­di­dos, lle­van­do con­tra su pecho a un niño naci­do en la carre­te­ra hacía dos días?. Muchas ancia­nas aban­do­na­ron, se ten­dían a los lados de la carre­te­ra y espe­ra­ban la muerte.

Deci­di­mos vaciar la ambu­lan­cia de todo su valio­so con­te­ni­do para crear espa­cio libre, y lle­var­nos pri­me­ro a los niños y a las madres, pero lue­go la sepa­ra­ción entre padre e hijo, mari­do y mujer se hizo dema­sia­do cruel para poder sopor­tar­la. Aca­ba­mos por lle­var­nos a las fami­lias con mayor núme­ro de hijos peque­ños, y a los niños soli­ta­rios de los que había cen­te­na­res, sin padres. Lle­vá­ba­mos a trein­ta o cua­ren­ta per­so­nas en cada via­je duran­te tres días suce­si­vos a Alme­ría, al Hos­pi­tal del Soco­rro Rojo Inter­na­cio­nal, don­de reci­bían cui­da­dos médi­cos, comi­da y ropa.

La inago­ta­ble devo­ción de mis com­pa­ñe­ros, el fotó­gra­fo Hazen Sise y de Tho­mas Wors­ley, con­duc­tor del camión, sal­vó muchas vidas. Se alter­na­ban para con­du­cir día y noche, ida y vuel­ta, dur­mien­do en medio de la carre­te­ra entre via­je y via­je, sin comi­da, excep­to pan seco y naranjas.

Y aho­ra vie­ne la bar­ba­rie final. No con­ten­tos con bom­bar­dear y ame­tra­llar a esta pro­ce­sión de cam­pe­si­nos inde­fen­sos, a lo lar­go de esta lar­ga carre­te­ra, cuan­do el peque­ño puer­to de Alme­ría esta­ba reple­to de refu­gia­dos, con unas cua­ren­ta mil per­so­nas exhaus­tas creían que en aquel puer­to esta­ba la sal­va­ción, fui­mos masi­va­men­te bom­bar­dea­dos por avio­nes fas­cis­tas ale­ma­nes e italianos.

La sire­na dio la alar­ma 30 segun­dos antes de que caye­ra la pri­me­ra bom­ba. Los pilo­tos no hicie­ron esfuer­zo alguno por alcan­zar los bar­cos de gue­rra del Gobierno repu­bli­cano, que esta­ban en el puer­to, ni por bom­bar­dear las barri­ca­das. Deli­be­ra­da­men­te, arro­ja­ron diez enor­mes bom­bas en el cen­tro mis­mo de la ciu­dad, don­de dor­mían api­ña­dos miles de per­so­nas sobre la cal­za­da. Des­pués de que hubie­sen pasa­do los avio­nes reco­gí en mis bra­zos a tres niños des­tro­za­dos, jus­to enfren­te del Comi­té Pro­vin­cial para la Eva­cua­ción de Refu­gia­dos, don­de hablan esta­do espe­ran­do a que les die­ran una taza de leche y un tro­zo de pan seco, que era el úni­co alimento.

Fue una ver­da­de­ra car­ni­ce­ría. Las calles apa­re­cían reple­tas de cadá­ve­res y mori­bun­dos, alum­bra­da sola­men­te por el res­plan­dor ana­ran­ja­do de los edi­fi­cios en lla­mas. En aque­lla semi oscu­ri­dad, los lamen­tos de los niños heri­dos, los chi­lli­dos de las madres ago­ni­zan­tes, las mal­di­cio­nes de los hom­bres, iban ele­ván­do­se en un solo gri­to masivo.

¿Cuál había sido el cri­men que esa inde­fen­sa pobla­ción civil para ser ase­si­na­dos de este modo tan san­grien­to? Su úni­co deli­to fue haber vota­do a un Gobierno, com­pues­to por per­so­nas encar­ga­das de miti­gar la abru­ma­do­ra car­ga de siglos de codi­cia capi­ta­lis­ta

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