El parra­pleo- Mikel Arizaleta

Al final de esta sema­na de lar­gas sen­ta­das, de muchas pala­bras entre el Gobierno de Zapa­te­ro, CC​.OOO y UGT, de reunio­nes de cúpu­las del PP y PSOE, de dimes y dire­tes entre Ara­lar y EA, lue­go de un bla­bla­blá gene­ral…, me invi­tó al cum­plea­ños de su hijo Harald Mar­tens­tein, que vino con su Zeit maga­zin en el sobaco.

El pro­sit fue un monó­lo­go de padre:

“Me sien­to orgu­llo­so de mi hijo, me espe­tó. Me recuer­da a un famo­so per­so­na­je his­tó­ri­co, al Con­de von Molt­ke, jefe del Esta­do Mayor pru­siano en la gue­rra fran­co-ale­ma­na de 187071. A Molt­ke se le cono­cía por el alias del “gran silen­te”. No le gus­ta­ba hablar. En una deli­be­ra­ción del Esta­do Mayor podía ocu­rrir per­fec­ta­men­te que pasa­ra dos horas sin hablar. Y que de pron­to se levan­ta­ra, abrie­ra la boca y pro­nun­cia­ra una fra­se de esas que hacen his­to­ria, como por ejem­plo: “Mar­char sepa­ra­dos, gol­pear uni­dos”. Para, a con­ti­nua­ción, sen­tar­se y pro­se­guir la reu­nión en silen­cio. La gue­rra esta­ba ya prác­ti­ca­men­te gana­da. Había que mar­char sepa­ra­dos y gol­pear uni­dos. Pen­sán­do­lo bien era todo lo que cabía hacerse.

Una vez Molt­ke debía pro­nun­ciar un dis­cur­so sobre la monar­quía ante el cuer­po de ofi­cia­les asis­ten­te y lleno de expec­ta­ción. El dis­cur­so fue tan genial que pue­de ser repro­du­ci­do aquí ínte­gra­men­te: “¡Seño­res, el empe­ra­dor, hurra, hurra, hurra!”. Mejor no pudo expre­sar el pen­sar del cuer­po de ofi­cia­les. Mi hijo está hecho de la mis­ma made­ra. Sólo que el ejér­ci­to no va a sacar par­ti­da de su inge­nio mili­tar, va a ser de los pri­me­ros que no ten­gan que cum­plir el ser­vi­cio militar.

Por su mane­ra de ser, en la escue­la mi hijo ha obte­ni­do duran­te años peo­res notas que las mere­ci­das. Por ejem­plo, en una mate­ria hacia un examen de un nota­ble cla­ro y obte­nía un apro­ba­do ras­pa­do. Al poner nota se vie­ne valo­ran­do un 50% des­de hace un tiem­po la deno­mi­na­da “apor­ta­ción oral”. En mi tiem­po esto juga­ba un papel cuan­do había duda entre dos notas, pero no más. En cla­se había una cha­va­la tími­da, que duran­te mi estan­cia en la escue­la jamás le oí una pala­bra y siem­pre saca­ba sobre­sa­lien­tes; hoy día es una abo­ga­da exi­to­sa. Gen­te retraí­da, tími­da, dis­cri­mi­na­da por nues­tro sis­te­ma o nega­dos para la auto­ex­po­si­ción, pue­den ofre­cer muchas cosas por­que, a menu­do, son muy inte­li­gen­tes y refle­xi­vos. Acos­tum­bra­dos a pen­sar antes de hablar, resul­ta que para cuan­do han cavi­la­do pasó el tren y se que­da­ron en el andén. Ése es el problema.

Con­si­de­ro esta “apor­ta­ción oral” un mito, su exal­ta­ción un sín­to­ma de nues­tro tiem­po. En el examen en cla­se es la mane­ra más obje­ti­va de valo­rar y saber si uno domi­na la mate­ria y sabe emplear­la. Alguien levan­ta la mano cuan­do cree saber la res­pues­ta, cuan­do no sabe no levan­ta. Pero lo que de ver­dad no se sabe se mues­tra en los exá­me­nes. Oral­men­te resul­ta fácil tram­pear, pre­gun­tar al vecino u hojear en el libro, es más fácil enga­ñar depen­dien­do del piqui­to de oro que uno ten­ga. Sé lo qué digo. Se edu­ca a la gen­te a parra­plear, a ser pes­to­so, a exhi­bir­se, para la jungla.

Qui­zá fue­ra una sali­da. Veo que hoy día se pue­de dis­cri­mi­nar sin nin­gún pro­ble­ma a las per­so­nas refle­xi­vas, no así a los impe­di­dos. Y es que por fin dis­cri­mi­nar a los impe­di­dos se ha con­ver­ti­do en tabú. Tam­bién median­te un pro­ce­so modé­li­co se podría lograr que un ser refle­xi­vo fue­ra reco­no­ci­do como estor­bo, como impe­di­men­to; y has­ta qui­zá el caso podría defen­der­lo con éxi­to aque­lla mucha­cha silen­cio­sa y tími­da de mi escue­la. Su lema, ¿por qué no?, podría ser: “¡No hay por qué hablar siem­pre, hurra, hurra, hurra!”.

No sea que al final ten­ga­mos que reser­var tam­bién pla­zas espe­cia­les para refle­xi­vos, igual que para muje­res e impedidos.

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