Cuan­do la ver­dad está en la calle – Alfon­so Sastre

Des­de hace algún tiem­po yo estoy dán­do­le vuel­tas a la cues­tión de las dife­ren­cias que hay entre la reali­dad y la ver­dad, nocio­nes que muchas veces, sobre todo en el habla popu­lar, apa­re­cen con­fun­di­das, como si fue­ran sinó­ni­mas, des­apa­re­cien­do enton­ces la dife­ren­cia entre ellas, igno­rán­do­se en suma que en muchas oca­sio­nes la reali­dad ocul­ta o deci­di­da­men­te se usa para opo­ner­se a la ver­dad: es cuan­do la reali­dad es men­ti­ra, por muy reali­dad que sea, pues es usa­da para fin­gir una ver­dad que pre­ci­sa­men­te se tra­ta de ocul­tar. Lo cual cla­ro está que no pue­de poner­nos al lado de quie­nes menos­pre­cian la reali­dad y nos invi­tan a situar­nos al mar­gen de ella y pro­po­nen que la poe­sía se pro­duz­ca en un terri­to­rio fan­tás­ti­co, en el cual esta­ría­mos ‑digá­mos­lo así- más cer­ca de Dios, de la sabi­du­ría y de la eternidad.

Muchos poe­tas han pos­tu­la­do habi­tar en lo que se lla­mó las «torres de mar­fil». La reali­dad sería sucia y vul­gar y el ser humano debe pare­cer­se, den­tro de lo posi­ble, a los ánge­les, como modo de ele­var­se sobre la basu­ra que es la vida e ins­ta­lar­se en el cie­lo de la belle­za. Poe­tas tan dife­ren­tes como Edgar Allan Poe y Oscar Wil­de («arte por el arte») fue­ron par­ti­da­rios de esta ins­ta­la­ción en las altu­ras o, al menos, en los már­ge­nes de la vida vul­gar. Recuér­de­se que para Poe una con­di­ción para escri­bir inclu­so un buen libro de via­jes era no ir a los paí­ses «visi­ta­dos» en él.

Y qué papel desem­pe­ña «la calle» a que me refie­ro en el títu­lo de este artícu­lo en todo esto? La ver­dad es que lo que ocu­rre en la calle ‑la reali­dad de la calle- es que en ella se encuen­tran y se con­fron­tan los datos con los que hay que con­tar para pen­sar sobre la ver­dad de las cosas, de los hechos y de las situa­cio­nes de nues­tra vida y de nues­tra his­to­ria, y que hay que tra­tar lo que ocu­rre en ella con la máxi­ma aten­ción y el máxi­mo cui­da­do si de lo que tra­ta­mos es de acce­der a la ver­dad que la reali­dad ‑como he dicho- tan­tas veces y de tan­tos modos nos ocul­ta, mani­pu­la­da y enmas­ca­ra­da por los medios de comu­ni­ca­ción vin­cu­la­dos secre­ta o explí­ci­ta­men­te al poder, para los que no hay más reali­dad ni más ver­dad que las que ellos deci­den, de mane­ra que lo que ellos no cuen­tan no alcan­za ni siquie­ra el nivel de la mera exis­ten­cia (lo que no apa­re­ce en ellos no exis­te); y, cla­ro, mucho menos con­du­ce a reve­lar algu­na ver­dad sobre lo que suce­de en el fon­do de una socie­dad. (Así es que has­ta hechos tan mul­ti­tu­di­na­rios y espon­tá­nea­men­te popu­la­res como la mani­fes­ta­ción cita­da del 8 de enero en Bil­bo en defen­sa de los pre­sos polí­ti­cos vas­cos -¡una gran reali­dad car­ga­da de ver­dad!- pue­den ser prác­ti­ca­men­te igno­ra­dos o des­va­lo­ra­dos dedi­cán­do­les una líneas o unos segun­dos en momen­tos o espa­cios irre­le­van­tes y acom­pa­ña­dos de peque­ños comen­ta­rios malévolos).

La calle es un lugar en el que la vida se mani­fies­ta de dife­ren­tes modos en nues­tras ciu­da­des, y ello pue­de lle­gar a ser tan impor­tan­te como para que un polí­ti­co fran­quis­ta excla­ma­ra enfá­ti­ca­men­te que «la calle era suya» y que en ella se res­pi­ra­ba la ale­gría de la paz. Él se refe­ría a la ocu­pa­ción de la calle por su poli­cía. Esa ocu­pa­ción era una reali­dad evi­den­te y la feli­ci­dad pro­du­ci­da por esa ocu­pa­ción era una infa­me mentira.

Mire­mos la calle de las gran­des ciu­da­des sin pre­jui­cios ni ideas pre­vias y vere­mos que ella es sobre todo un esca­pa­ra­te de la men­ti­ra. Ella pre­sen­ta, ilu­mi­na­da, la men­ti­ra de una feli­ci­dad inexis­ten­te, y es pre­ci­so acu­dir, ya a los «barrios bajos», ya a las «altu­ras» infer­na­les de sus «cerri­tos» o de sus «fave­las», para res­pi­rar la reali­dad que no mien­te, la reali­dad que dice la ver­dad. Es enton­ces cuan­do las «sucias ver­da­des» (en la expre­sión de Michael Paren­ti) mues­tran su faz atroz más allá de todos los maqui­lla­jes. (Un depar­ta­men­to muy impor­tan­te de los estu­dios de TV es, pre­ci­sa­men­te, el del maqui­lla­je de las per­so­nas reales que van a ser pre­sen­ta­das. La gen­te es gua­pa y has­ta si llo­ra debe llo­rar bien y no de cual­quier mane­ra, ponien­do la cara fea de la tris­te­za y no diga­mos de la deses­pe­ra­ción, o sea, de la deso­la­ción de una reali­dad que enton­ces sí sería verdadera.

Un caso muy elo­cuen­te de lo que ven­go dicien­do es el de la acti­vi­dad ocul­ta­do­ra de la reali­dad en Bar­ce­lo­na, cuyos muní­ci­pes tra­tan de hacer de esa ciu­dad un esca­pa­ra­te para turis­tas y gen­tes de nego­cios. No es que la pobre­za esté prohi­bi­da, cla­ro, sino que lo que está prohi­bi­do es que la pobre­za sea visible.

Vol­vien­do aquí a la reali­dad de nues­tra His­to­ria, pode­mos pre­gun­tar­nos aho­ra cuál es la ver­dad que que­dó cla­mo­ro­sa­men­te pro­cla­ma­da en la calle duran­te la gran­dio­sa mani­fes­ta­ción del pasa­do 8 de enero en Bil­bo. ¿Qué ver­dad ‑la ver­dad que tra­ta de ocul­tar­se por los medios de comu­ni­ca­ción públi­cos- se mani­fes­tó enton­ces? Sen­ci­lla­men­te, la ver­dad de que no es la exis­ten­cia de ETA, cuyo últi­mo comu­ni­ca­do he teni­do oca­sión de cele­brar en estas mis­mas pági­nas, lo que pone hoy una barre­ra a la paz, sino la tozu­dez, la tor­pe­za y el cerri­lis­mo de los nacio­na­lis­tas espa­ño­les, al no acep­tar la ver­dad de la exis­ten­cia que se tra­ta jus­ta­men­te ‑injus­ta­men­te- de ocul­tar: la ver­dad de un impor­tan­te con­flic­to polí­ti­co de alcan­ce social-popu­lar, y la con­si­guien­te gran fuer­za espi­ri­tual de un espí­ri­tu vas­co que mue­ve o es movi­do por una gran pasión independentista.

Asis­te toda la razón a Anto­nio Álva­rez-Solís cuan­do en su peque­ño artícu­lo que he cita­do en la cabe­ce­ra de éste, con­clu­ye que en casos como el nues­tro «la cár­cel ya no es sólo un ámbi­to en el que se reclu­ye a los pena­dos, sino tam­bién las voces, las opi­nio­nes y las posi­bi­li­da­des mora­les y físi­cas de toda la ciu­da­da­nía. En este caso, de la ciu­da­da­nía vasca».

En otro lúci­do artícu­lo, el gran perio­dis­ta man­tie­ne ‑y noso­tros par­ti­ci­pa­mos de su con­vic­ción- que vivi­mos un momen­to en el que serían nece­sa­rios gran­des esta­dis­tas; pero la ver­dad ‑la sucia ver­dad- es que, hoy por hoy, la polí­ti­ca se mue­ve en nive­les casi rep­ti­lia­nos. Así ocu­rren las cosas, enre­da­das por la reali­dad de los gran­des intere­ses, pero tam­bién de gran­des mitos, como es, en este área nues­tra, el del «patrio­tis­mo gran-espa­ñol», una de nues­tras gran­des calamidades.

Así es que cuan­do la ver­dad de los pue­blos es igno­ra­da por los par­la­men­tos y por los gran­des medios, esa ver­dad sale a la calle; y cuan­do, así mis­mo, esa voz de la calle es igno­ra­da, la ver­dad apa­re­ce en for­ma de cóle­ra y devie­ne en vio­len­cia popu­lar, como se está mani­fes­tan­do ya en varias ciu­da­des de Euro­pa y en Túnez.

Tam­po­co se pue­de con­se­guir la paz humi­llan­do a los pue­blos. Un gran ejem­plo de ello es la Segun­da Gue­rra Mun­dial, cuyo ori­gen fue jus­ta­men­te la humi­lla­ción que se hizo al pue­blo ale­mán en 1918 al obli­gar­le a fir­mar el Tra­ta­do de Ver­sa­lles ponién­do­lo prác­ti­ca­men­te de rodi­llas. En ese momen­to nació el hue­vo de la ser­pien­te del nazismo.

Aque­lla humi­lla­ción expli­ca que gran par­te del pue­blo ale­mán se pusie­ra a las órde­nes de aquel «pin­tor de pare­des» y lo apo­ya­ra fer­vo­ro­sa­men­te en su catas­tró­fi­ca y per­ver­sa aven­tu­ra. La rela­ción entre el tra­ta­do de Ver­sa­lles y la Segun­da Gue­rra Mun­dial no es una mera ocu­rren­cia mía, sino que que­dó mani­fies­ta en el hecho de que Hitler obli­gó a que la capi­tu­la­ción de Fran­cia en 1940 fue­ra fir­ma­da en el mis­mo vagón en el que los ale­ma­nes se vie­ron obli­ga­dos a fir­mar aquel tra­ta­do de 1918. (Tam­bién hubie­ra podi­do nacer de aque­lla humi­lla­ción ‑pero des­gra­cia­da­men­te no fue así- la revo­lu­ción socia­lis­ta ale­ma­na que pos­tu­la­ban tan gran­des per­so­na­li­da­des como Rosa Luxemburgo).

El Gobierno del PSOE tie­ne hoy una gran oca­sión para cubrir­se con la glo­ria de la paz, que es muy mala com­pa­ñe­ra de las mor­da­zas y las humillaciones.

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