Vues­tra dig­ni­dad, nues­tra liber­tad- Joxe Mari Olarra

Hay una ima­gen que guar­do des­de hace muchos años en la par­te más emo­ti­va de mí y que me vie­ne a la memo­ria con fre­cuen­cia en todas estas horas roba­das de prisión.

El recuer­do que evo­co es el de una madre de un pri­sio­ne­ro polí­ti­co vas­co subien­do, con la tor­pe­za pro­pia de su ancia­ni­dad, las empi­na­das esca­le­ras del auto­bús que le lle­va­ría a visi­tar a su hijo. Tuvie­ron que ayu­dar­le a hacer­lo, igual que lo habían hecho momen­tos antes un par de jóve­nes con la gran bol­sa de zafia que tra­ta­ba de intro­du­cir en el com­par­ti­men­to de equipajes.

Al lle­gar arri­ba se giró, y en la infi­ni­ta dig­ni­dad de su mira­da vi refle­ja­da la de todas las madres, padres, alle­ga­dos de los pri­sio­ne­ros polí­ti­cos vas­cos del pre­sen­te, del pasa­do y has­ta el pre­té­ri­to remo­to; por­que el sufri­mien­to de Eus­kal Herria por su liber­tad es un dolor anti­guo no reco­no­ci­do que debe de ser dig­ni­fi­ca­do y honrado.

Aque­lla madre tenía ante sí el via­je de un fin de sema­na para reco­rrer los más de mil kiló­me­tros de tie­rra extra­ña que la sepa­ra­ban de su hijo pri­sio­ne­ro. Dema­sia­da dis­tan­cia para sus años can­sa­dos; dema­sia­do ensa­ña­mien­to para ver­lo 40 minu­tos sin poder­le abra­zar. Seme­jan­te cruel­dad no hacía mella en su áni­mo y, según pro­cla­ma­ba con orgu­llo, no iba con más fre­cuen­cia por que no se lo per­mi­tían sus otros hijos, teme­ro­sos de que tal tra­jín le afec­ta­ra a la salud. Aún así, cada vez que podía allá se pre­sen­ta­ba en el auto­bús car­gan­do con ilu­sión el paque­te para su hijo. Ver­lo al otro lado del cris­tal la car­ga­ba de vida.

Al obser­var el ros­tro de esa madre salu­dan­do ale­gre por la ven­ta­ni­lla cuan­do el auto­bús se puso en mar­cha, no pude evi­tar pen­sar en sus momen­tos de sole­dad, allí en su casa, en la coci­na, ima­gi­nan­do, por ejem­plo, qué le esta­rán dan­do de comer a su hijo; inclu­so tra­tan­do de poner algún tipo de ros­tro humano al res­pon­sa­ble de la cruel­dad aña­di­da de tener a los pri­sio­ne­ros cau­ti­vos a cien­tos, a miles de kiló­me­tros de su pue­blo, con lo que supo­ne para las fami­lias, con la tre­men­da san­gría eco­nó­mi­ca que inflige.

Con fre­cuen­cia evo­co la ima­gen de esa madre como sím­bo­lo de todas las víc­ti­mas nega­das de este con­flic­to, las que Espa­ña y Fran­cia ocul­tan y des­pre­cian como una mani­fes­ta­ción más de su odio intere­sa­do hacia Eus­kal Herria y la libertad.

Pien­so en sus lágri­mas derra­ma­das en sole­dad y silen­cio, y las sien­to como la llu­via que hace más fér­til la tie­rra vas­ca por la que luchan y dan la vida sus hijos e hijas. Lágri­mas cuyo res­plan­dor de orgu­llo y dig­ni­dad alcan­za a ilu­mi­nar las cel­das de los pri­sio­ne­ros, los refu­gios de los hui­dos, de los exi­lia­dos; el honor eterno de nues­tros caídos.

Y pien­so tam­bién en los niños y niñas que apren­die­ron a andar sin que alguno de sus pro­ge­ni­to­res, o ambos , pudie­ran tomar­les de la mani­ta por­que esta­ban muy lejos; los que des­de la infan­cia tuvie­ron que depo­si­tar sus besos más tier­nos sobre el sucio cris­tal de un locu­to­rio. Tam­po­co pue­do obviar el pen­sar en quie­nes han ali­men­ta­do su amor de pare­ja duran­te años, dece­nios de sepa­ra­ción físi­ca para poder gozar algún día en liber­tad de la per­so­na querida.

Ama­lur es la madre tie­rra de los vas­cos, de la que todo ema­na y a la que todo regre­sa. Ama­lur sois tam­bién todas la madres, padres, her­ma­nos, com­pa­ñe­ros y com­pa­ñe­ras de los pri­sio­ne­ros, de los hui­dos, refu­gia­dos, exi­lia­dos. Los que ocu­rra lo que ocu­rra siem­pre estáis ahí a nues­tro lado, sobre la dis­tan­cia, el dolor, la nos­tal­gia; por enci­ma de la vil sevi­cia de los esta­dos espa­ñol y fran­cés que, no satis­fe­chos con des­pre­cia­ros como víc­ti­mas, no des­apro­ve­chan opor­tu­ni­dad para tra­tar de humi­lla­ros. A voso­tros tam­bién inten­ta­ron rom­pe­ros con la dis­per­sión y fracasaron.

Bus­can que­bra­ros y humi­lla­ros, pero no tie­nen altu­ra sufi­cien­te para poder mira­ros a la cara. Por­que vues­tra dig­ni­dad es una luz pro­fun­da y pura que aca­ri­cia a los jus­tos y des­lum­bra a los mise­ra­bles, que no pre­ci­sa de pala­bras que la defi­nan ni requie­re eti­que­ta algu­na que la identifique.

Ésta es la mara­vi­llo­sa para­do­ja: el enemi­go pre­ten­de sem­brar­nos de odio y lo que cose­cha­mos es amor; inten­tan ven­der­nos como ali­ma­ñas, y en su abyec­ta pre­ten­sión nos hacen más humanos.

Voso­tros sois víc­ti­mas olvi­da­das, aque­llas sobre las que los esta­dos espa­ñol y fran­cés echan cal viva para ente­rrar y no ver. Sois las víc­ti­mas silen­cia­das. Y una víc­ti­ma silen­cia­da es una víc­ti­ma des­pre­cia­da y humillada.

No bas­ta con hacer añi­cos el silen­cio. No es sufi­cien­te con saca­ros de la obs­cu­ri­dad con la que pre­ten­den hace­ros invi­si­bles ante la socie­dad. Hay que hacer más. Es impres­cin­di­ble dig­ni­fi­car vues­tra memo­ria y vues­tro honor para ele­va­ros a la máxi­ma cate­go­ría y reco­no­ci­mien­to, los que os corres­pon­den por el amor infi­ni­to con que arro­páis nues­tras vidas sepa­ra­das de vosotros.

Me cla­ma la con­cien­cia cuan­do pien­so en todo el esfuer­zo que hacéis por noso­tros, el cari­ño que des­bor­dáis. Por eso, como pri­sio­ne­ro que estoy, quie­ro expre­sar mi agra­de­ci­mien­to y reco­no­ci­mien­to, el pro­fun­do orgu­llo por todos vosotros.

Cuan­do hace algu­nos años excar­ce­la­ron a un com­pa­ñe­ro, al poner­le la txa­pe­la en el ongi eto­rri se des­cu­brió y la ofre­ció a los fami­lia­res. Es un deta­lle sim­bó­li­co que me lle­va a ase­gu­ra­ros que en el nue­vo tiem­po que esta­mos abrien­do en Eus­kal Herria vais a ocu­par el lugar que os corres­pon­de como víc­ti­mas que tam­bién sois en este con­flic­to. Por­que vues­tra dig­ni­dad, for­ja­da duran­te déca­das en los yun­ques de la pri­sión y el exi­lio, es nues­tra liber­tad, la que con­quis­ta­re­mos como per­so­nas y como pueblo.

Vues­tro es nues­tro amor como vues­tra es nues­tra txa­pe­la. Que no nos colo­ca­re­mos has­ta que no regre­se a casa el últi­mo de vues­tros hijos e hijas.

Para cre­yen­tes, lai­cos, agnós­ti­cos o paga­nos estas fechas de fin de año tie­nen un sig­ni­fi­ca­do espe­cial y due­le más la heri­da de quie­nes fal­tan, de quie­nes no pode­mos tener al lado. Allá don­de este­mos, esta­réis con noso­tros; allá don­de estéis, esta­re­mos con vosotros .

Aun­que no encon­tre­mos pala­bras para expre­sar todo lo que os que­re­mos; aun­que no poda­mos decí­ros­lo estos días con un beso. Mai­te zaituztegu!

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